21 de diciembre de 2007

Mientras llega a Cooperstown


N. de R.: Gracias a los buenos amigos y apasionados editores de la revista "Podium", de vez en cuando tengo la oportunidad de escribir sobre deportes, tema que me entusiasta aunque sólo sea en la butaca, jamás sobre la cancha. Aquí publico un perfil que me pidieron de Omar Vizquel a propósito de su despedida del béisbol profesional venezolano. Admito que lo que me complace de este texto fue el ejercicio de desprendimiento de mis prejuicios guairistas para tratar con justicia a un emblema del Caracas.

La despedida de Omar Vizquel
PRIMERO Y ULTIMO

Entre dos aguas se desarrolla la carrera del mejor campocorto defensivo en la historia del béisbol. Pero no se trata de su encrucijada sobre si conseguirá o no empleo para el próximo spring training. Es buena la oportunidad de su despedida de los diamantes locales para repasar la transicion que le ocupó entre ser el último ejemplar de la dinastía de grandes fildeadores venezolanos en la posición y ser el primer hijo de la clase media urbana que llegó a jugar pelota en grande.


Quizá haya que hacerse a la idea de que el regreso de Omar Vizquel a los diamantes venezolanos, esta vez en son de despedida, evidenciará junto al final de una carrera deportiva llena de glorias, la probable extinción de una especie endémica, de una cepa puramente criolla: del campocorto orgánico, ese menudo, ligero de pies y con una suavidad en las manos que compensaba la anemia del bate, en contraposición al cada vez más dominante campocorto trasgénico, al que la biotecnología deportiva y el mercado han acordado exigirle no sólo un desempeño óptimo con el guante sino además un rendimiento ofensivo de cuarto bate, y del que Alex Rodríguez y Troy Tulowitsky despuntan como ejemplares representativos.
Por supuesto que no hay nada de festivo en ser el último de los mohicanos. Pero si precisamos la tesis anterior, tampoco es que Vizquel vaya a hacer las veces del pájaro dodó en Grandes Ligas; más que un ejemplar en extinción, viene a ser como la remesa que queda por liquidar de un producto que alguna vez resultaba muy cotizado pero que un cambio radical del mercado arrojó a los precios de oferta, si no a la mismísima inutilidad.
Algo así debió pasar, por ejemplo, cuando el caucho y el balatá de la Orinoquía fueron sustituidos por los hallazgos de la química. O cuando ya la farmacéutica europea no necesitó más de aceite de palo para tratar con éxito las enfermedades venéreas. En Venezuela seguirán brotando de manera silvestre talentos y fisonomías como los de Vizquel, así como antes los de un Luis Aparicio o un Enzo Hernández, pero habrá que temer que de ahora en adelante ya nadie los sopesará en su justo valor.
Sí: su justo valor. Porque será una lástima, en términos estéticos, pero también una miopía en términos del espectáculo, concederle la primacía a los todoterreno. Un Alex Rodríguez o un Tulowitsky, por meterse con alguien, podrán rendir mediante números de excepción y hasta completar sobre el campo, como ya lo han hecho, jugadas espectaculares que ilustran los inimaginables alcances del cuerpo humano. Lo que no se les da muy bien, en cambio, son movimientos, gestos, sutilezas, imágenes sobre el campo que, expresándose en lo corporal y retando también a la imaginación, parezcan sin embargo originarse del alma más que del cuerpo. Eso, pues, que solemos llamar arte.
Vizquel ofreció, y sigue ofreciendo, arte. El arte del béisbol o, mejor: el arte del sior, para ubicarlo en su precisa especialización de raigambre criolla. Como Aparicio, en cierta manera, y a diferencia de Enzo Hernández, porque éste no tuvo tiempo de ajustarse; y sin duda, al igual que Concepción y Guillén; la veteranía concedió a Vizquel las herramientas necesarias para ir mejorando, temporada a temporada, su bateo en lo que respecta al promedio y, prodigiosamente, por encima de fatalismos antropométricos, al poder. Más sabe el diablo por viejo, se puede alegar. Sin dejar de lado, además, la buena forma física a la que Vizquel parece rendir culto y su ventajosa habilidad de ambidiestro. Pero eso es oficio, tecnología, adiestramiento. Donde el duende de Vizquel aflora es en la custodia de las paradas cortas.

EL IMPERIO DE LOS SENTIDOS
Los números, esos que casi sin chistar habrán de franquearle la entrada al Salón de la Fama de Cooperstown, describen muchos de los logros de su carrera: tres veces All-Star, 11 Guantes de Oro –nueve de ellos consecutivos, al menos uno con el uniforme de cada equipo en que militó, y en ambas ligas-, el mayor fabricante de doubleplays de la historia, el campocorto con la cadena más larga de juegos sin error en la Liga Americana, próximo a convertirse –gracias a su longevidad: si consigue contrato, el próximo abril estará completando 41 años de vida a la vez de arrancar su vigésima temporada en las mayores- en el de más apariciones en esa posición en toda la historia del béisbol organizado, el de mejor porcentaje de fildeo con más de 1.000 encuentros oficiales, entre otras estadísticas. Pero si los laureles pueden contabilizarse, la plasticidad no. El genio de Omar Vizquel se manifiesta en una dimensión que, de ser humana, ni proviene ni se aprecia en lo conciente: es asunto de los sentidos. No en balde, la vistosidad suele ser la categoría con que muchos testimonios asocian a algunas de los emblemas de Vizquel, como su característica jugada de tomar los roletazos o los botes de pelota con la mano limpia, o su histórica e irreproducible asociación creativa con Roberto Alomar alrededor de la segunda almohadilla de los Indios de Cleveland, a fines de los noventa. ¿Cómo se mide lo asombroso?
A estas alturas de la nota, su autor precisa tomar durante un párrafo la voz de la primera persona para hacer una advertencia al lector, a manera de una declaración éticamente necesaria: ojo, soy hincha de los Tiburones de La Guaira, equivale a decir, un resentido crónico desde hace tiempo y, claro, añorante de lustres antiguos de los que no queda casi nada tangible como no sean la samba del estadio y la moderna rivalidad con los Leones de Caracas. De modo que siempre –un lapso que abarca hasta este preciso momento en el que pulso las teclas de mi computadora– he percibido a Vizquel con la distancia escéptica, y por momentos hostil, que un fanático guaireño puede reservar para un icono caraquista. Pero también creo que es en este marco que adquiere relieve la apreciación desapasionada, si el adjetivo cabe para hablar del arte, de la obra de Vizquel. Recuerdo que el primer presentimiento de que Vizquel podría estar para cosas mayores de verdad lo tuve en un juego La Guaira-Caracas. Desde que obtuve cierto uso de razón, dicen que a la edad de siete años, 99 por ciento de mis comparecencias al estadio Universitario han sido a propósito de choques entre Tiburones y Leones. Al que quiero referirme debe haber sido en noviembre o diciembre de 1987. Iba con un buen amigo, magallanero, que, supongo, convino a acompañarme a un juego de dos equipos extraños más por la primera seña que por la segunda. En uno de esos baches en los que caen los partidos de pelota, la combinación de segunda base del Caracas completó una doble matanza de rutina, en la que correspondió a Vizquel hacer de pivote y lanzar a primera. Un relámpago que por unos segundos distrajo la atención, mía y de buena parte de los asistentes a la tribuna derecha del estadio, de las chanzas de aficionados y el llamado permanente a los vencedores de cerveza. Pero apenas instantes después, mi amigo me preguntó: “¿Te diste cuenta de la elegancia con que se volteó Vizquel?”, luego de soltar la pelota. Pues no, no la había visto. Aunque no me quedaran dudas que, de haberla visto, me habría sorprendido menos que el comentario de mi amigo, un magallanero –repito-, visceral pero escasamente erudito en el béisbol, que reparaba en un aspecto tan nimio y en todo caso ajeno a la propia acción del juego. O mi amigo se había equivocado de evento y se creía en una función de ballet del Teresa Carreño, o simplemente los lances de Vizquel daban fe de un don perceptible hasta para los adversarios con más encono.
De vuelta al ámbito de la tercera persona: de pronto la oportunidad de degustar la experiencia estética de Vizquel en juego se la debemos a la circunstancia, más bien histórica, de que la afición venezolana haya sido conquistada por deportes norteamericanos. Algún puntilloso lector anotará, con razón, lo siguiente: el baloncesto y el voleibol también son inventos norteamericanos. Muy bien. Pero las dos disciplinas que resumen el orden social, los valores éticos y las proyecciones colectivas de Estados Unidos, el béisbol y el fútbol americano, tienen varios rasgos en común: son deportes de equipo con una compleja reglamentación; el elenco que se despliega en campo difiere según el equipo esté a la defensiva o la ofensiva; se juegan con pantalones largos y, en general, con una indumentaria sobrecargada y hasta ridícula; pero, sobre todo –y lo que más interesa notar aquí-, son deportes en los que todos, gordos, altos, flaquitos, bajos, cerebrales, alucinados, lentos, rápidos, tienen cabida, una tarea que cumplir o una posición por ocupar. ¿Habría algún lugar para alguien con la complexión de Vizquel en el fútbol o el rugby o el básquet? Claro que no. Como tampoco para un Aparicio o, pongamos, para un Argenis Salazar o un Williams Ereú. Pero por algo será que en estas latitudes del Caribe nos acomodamos a este juego de larga duración, bastante estático, casi una analogía del abandono, pero con intermitentes explosiones de acción, apto para cerveceros o para gente pequeña, correosa y resistente, como un chasqui o como el propio Vizquel.

OH!MAR
El caso es que, con lo dicho hasta aquí, el retiro local de Vizquel –su despedida de campos venezolanos cuando, por fortuna, está entero y goza de salud y reflejos- y su retiro definitivo, menos inminente que cronológicamente inevitable, del béisbol, resultarán oportunidades para el reconocimiento, la conmemoración y, en definitiva, ese gran sentimiento asociado a la pelota que es la nostalgia. Como el cumpleaños de un familiar, pues.
Sin embargo, también se hace necesario caracterizar a Vizquel como un precursor en, al menos, un sentido: desde el debut del Patón Carrasquel con los Senadores de Washington en 1939, hasta la irrupción de Vizquel en el firmamento de Grandes Ligas 50 años después, los peloteros venezolanos –incluso aquellos fraguados a la sombra de esos enclaves de cultura gringa que fueron los campamentos petroleros- reproducían, desde su origen rural, la imagen del nativo un poco sorprendido y asimilado por la modernidad industrial para la cual, sin percatarse hasta entonces de ello, guardaba un bien de valor: un poco como pasó con el petróleo que yacía hasta principios del siglo XX en el subsuelo patrio sin que nadie reparara en su valor.
En cambio, Vizquel fue el primer ejemplar de la clase media urbana que arribó al béisbol mayor desde Venezuela. Más que sus mocedades en la urbanización El Cafetal del sureste caraqueño, el prestigio logrado por la profesión peloteril como vehículo de acceso a la riqueza, o, incluso, la universalización de los niveles educativos, ese origen pone de relieve algunos valores que el campocorto porta y manifiesta, tales como una cierta vocación empresarial, la aceptación y estímulo de la iniciativa individual como origen de todo emprendimiento, y su disposición en ser el primero de los peloteros criollos culturalmente dispuesto a plegarse a los mecanismos del mercadeo para promoción de su propia marca. ¿Lo dudan? Pues entonces resulta útil revisar algunos hitos de su biografía:
- La edición a cuatro manos con el periodista Bob Dyer del libro Omar!: My Life on and off the Fields, ya de por sí una aventura editorial sin precedentes en los anales de la transparencia beisbolística venezolana, vino además aderezada con típicos señuelos de promoción como las polémicas infidencias sobre José Meza –el relevista dominicano al que señaló como escaso de agallas para soportar las presiones de una Serie Mundial- y el toletero Albert Belle –nombrado como un truhán del bate encorchado-. Se ganó los enconos de los dos peloteros, algún señalamiento de deslealtad de parte de sus ex compañeros pero, en particular, muchas páginas de publicity durante la primavera de 2003.
- Su rol como entrepeneur que ha invertido en negocios como una industria de salsas y aderezos, una marca de bates -¡de bates! No de guantes- y todo un ramo del merchandising.
- La connivencia que siempre mostró ante una tendencia que hoy es norma pero de la que fue pionero: alimentar a los medios con notas acerca de los distintos flancos de su personalidad, desde su vocación para la pintura artística hasta su tumbao salsero, dando cuenta de una voluntad de integración entre cuerpo y alma casi renacentista.
La paráfrasis de la sentencia de Gramsci a la que tanto echa mano el presidente Chávez puede valer para Vizquel: mientras por un lado su estilo de juego y complexión es reliquia de algo que está por pasar a la historia, a su vez fue heraldo de un futuro que se le venía encima al béisbol venezolano, como en efecto se le vino la era del mercadeo y de los hijos de la clase profesional. Se puede decir que encarna una transición: de ser el último ejemplar de la dinastía de grandes fildeadores venezolanos en la posición, por un lado, y ser el primer hijo de la clase media urbana que llegó a jugar pelota en grande, por el otro. Custodio de una tradición deportiva concreta o fundador simbólico de una tendencia socioeconómica: ¿por cuál de esos méritos usted da más?

El buen editor


N. de R.: Venezuela tiene algo que ver con la editorial de Quino, Fontanarrossa, Liniers, Caloi y demás grandes del humor gráfico argentino: Ediciones de la Flor, que ahora cumple 40 años. Sus fundadores y persistentes cabezas, Daniel Divinsky y Kuki Miller, tuvieron que pasar el exilio en nuestro país. A propósito del aniversario y con ese viejo vínculo en mente, entrevisté por email a Divinsky para "El librero".

Daniel Divinsky a los 40 años de Ediciones de la Flor
“QUE QUEDE COMO UN BUEN RECUERDO EN LA CULTURA DEL CONTINENTE”

La casa editorial que en 1966 se proponía iniciar Daniel Divinsky, casi como cualquier empresa juvenil, padecía de oportunismo: cuando los militares que deponen al presidente Illia también ocupan la universidad y expulsan a toda la disidencia, el joven abogado y estudiante de Sociología de la Universidad de Buenos Aires, para matar el tiempo tan abruptamente disponible, se recuesta de un hobby recién adquirido. En la Facultad de Derecho tuvo la oportunidad de producir algunos libritos para el Centro de Estudiantes y de la experiencia le queda el regusto. Pero además de oportunista, la empresa luce desmedida. Cuando Pirí Lugones, amiga del chico y nieta del poeta Leopoldo Lugones, se entera del perfil olímpico de los temas y autores que desea editar, exclama: “¡Pero lo que ustedes quieren hacer es una flor de editorial!”. La expresión, mitad halago y mitad incredulidad, sirve de troquel para el nombre de la nueva compañía, que arrancaba con un aporte de 300 dólares.
Ya a los cuarenta años de distancia de aquel esbozo veinteañero habrá que acordar que el afán de Divinsky no era ni frívolo ni elusivo. De hecho, tan leal le fue en la inversión casi exclusiva de sus recursos y energías, que Ediciones de la Flor se convirtió tanto en su misión de vida como en un ícono de la cultura argentina, tal como lo acaban de constatar una exposición retrospectiva en el Centro Cultural Recoleta de Buenos Aires e innumerables reportajes de la prensa porteña.
Aún cabe suponer que un par de generaciones de lectores, acaso fans, latinoamericanos se sentirían en desamparo sin algunos de los autores del catálogo de Ediciones de la Flor. En primerísimos lugares Joaquín Salvador Lavado, Quino, y Roberto Fontanarrosa, por ejemplo. Pero también, ojo, como aclara Divinsky, “Umberto Eco (coeditado con Lumen de España en el momento de su gran impacto con El nombre de la rosa, que publicamos para su venta en Latinoamérica), Rodolfo Walsh, Ariel Dorfman, los más importantes dramaturgos argentinos como Carlos Gorostiza y Juan Carlos Gené, bien conocidos en Venezuela, Griselda Gambaro y otros. Visualizar a Ediciones de la Flor como una editorial de humor no es incorrecto, en la medida en que es el género en el que hemos obtenido nuestros mayores y más duraderos éxitos de ventas. Pero no oculta que nuestro catálogo incluye muchísimos títulos y autores de ficción y no ficción, y libros infantiles, que se han difundido enormemente: No hubo una especialización deliberada en un principio, si bien durante los últimos años estoy más atento a descubrir nuevos humoristas que nuevos narradores”.
La efemérides tendría que llevar adjunto un asterisco como referencia a los seis años de exilio que Divinsky y su esposa, Ana María Kuki Miler –pareja también en la gerencia de la editora y quien “introdujo la dosis necesaria de realismo y el dominio de los números imprescindible para que la empresa pudiera subsistir primero y prosperar después” – tuvieron que pasar en Venezuela. Algunos de sus autores llegaron a ser prohibidos por las autoridades y, por si faltaran malos augurios, el propio Divinsky quedó detenido durante 127 días a disposición de ese Poder Ejecutivo que por entonces, en 1977, detentaban Isabel Martínez de Perón y las Fuerzas Armadas a nombre del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional.
Divinsky y Miler dejan, pues, Argentina: “La verdad es que hicimos varias escalas previas y posteriores a Caracas… Un poema de Brecht dice algo así como que, al salir de Alemania, se iba probando países como chaquetas para ver cómo le sentaban. Pues bien: fue en Venezuela, muy pujante en el aspecto cultural en ese momento, donde tuvimos propuestas concretas de trabajo. Por un lado, para mí, desde la Biblioteca Ayacucho, a través de mi maestro y amigo, el crítico uruguayo Ángel Rama. Para mi mujer, experta en Literatura Infantil, del Banco del Libro que estaba preparando el lanzamiento de Ediciones Ekaré. Además, en Venezuela había amigos argentinos como Rodolfo Terragno, Miguel Ángel Diez, Tomás Eloy Martínez, y el país, la ciudad y su gente, que conocíamos de viajes anteriores, nos sentaban bien”. Pero el prodigio estuvo en que el asterisco del desarraigo no se tradujera en un paréntesis para Ediciones de la Flor; su gestión comercial siguió adelante.
- Como para 1977 los libros de Quino y Fontanarrosa que De la Flor ya tenía publicados se reeditaban con frecuencia, ellos fueron la base de la continuidad, a cargo de mi suegra, Elisa de Miler, y un reducido grupo de personas, teledirigidos por carta desde Caracas. No había correo electrónico, ni siquiera fax. Y comunicarse internacionalmente, vía el casi mítico 122 (que, creo recordar, hasta fue “inmortalizado” en su ineficiencia por una canción popular) requería paciencia sobrehumana: no existía el Discado Directo Internacional. Nos enviaban a Caracas, por correo o por viajeros, los originales propuestos, los leíamos durante los fines de semana, y los que decidíamos publicar aparecían, cuando la economía argentina y la de la empresa lo permitían. Como, bajo la dictadura militar, se vivió por unos años un artificial auge económico, en esa época se publicaron mayor cantidad de reediciones y de más ejemplares, que en épocas democráticas posteriores y que ahora mismo.

- Al mismo tiempo, usted se hacía cargo de una empresa precursora en Venezuela, la colección de los ‘Libros de Hoy’ que circulaba con El Diario de Caracas.
- Sí. La iniciativa de obsequiar con el diario de los domingos un libro “de verdad, verdad”, en vez de una revista o suplemento, había sido de Terragno y Tomás Eloy Martínez, pero llegaba la fecha de lanzamiento de El Diario de Caracas y no habían avanzado mucho, salvo en la decisión de comenzar con un texto de Guillermo Meneses. Por eso recurrieron a mi compañera y a mí, que aprovechamos el hecho de vivir en el mismo edificio que Juan Fresán, diseñador original del diario, para diagramar portadas e interiores en el parque de las Residencias Country. Durante un fin de semana pensamos varios volúmenes, y armamos incluso uno, sustitutivo del de Meneses, por si no se podía conseguir la autorización para éste (que finalmente se obtuvo). La colección nos dio una enorme satisfacción como editores: hacer libros que no había que vender, que eran recibidos con satisfacción (eso lo supimos luego) y que podían cubrir la amplia gama de intereses de los lectores de un periódico. Implicó una inmersión total en la cultura de Venezuela, no sólo la literaria, y fue una experiencia por entonces totalmente innovadora.

- Su editorial es reconocida por sus autores de humor y dibujantes, como los clásicos de Quino y Fontanarrosa, o ahora, con el boom de Liniers. ¿Qué cualidad le ha permitido a usted especializarse en el reclutamiento de esos talentos?
- Los procesos fueron muy diferentes. Quino ya publicaba con gran repercusión en otra editorial y recurrió a mí, inicialmente, como abogado para cobrar compulsivamente sus derechos de autor: su inclusión en el catálogo fue la muy bienvenida consecuencia de esa gestión profesional inicial. A Fontanarrosa lo descubrí cuando publicaba algunos cartones sueltos en un periódico político de izquierda, y en una revista provincial los comienzos de los que fueron luego sus famosos personajes. Liniers, en cambio, el más joven, saltó a la luz en el suplemento juvenil de un diario y le propuse editarle esos materiales, que luego fueron desplazados para comenzar con una recopilación de su poética tira Macanudo que, endosada por Maitena y su propuesta, comenzó a aparecer en un matutino de gran circulación, La Nación de Buenos Aires.

- Lo llamativo es que, ya consagrados e internacionalmente reputados, Quino y Fontanarrosa optaron por seguir trabajando con ustedes, una editorial tan pequeña.
- En el caso de Quino y Fontanarrosa, creo que funcionó el afecto personal, que hizo que no abandonaran el barco ni siquiera durante la prisión y exilio de sus editores. Este sentimiento se vio fortalecido porque, en lo profesional, sus intereses siempre fueron privilegiados y sus libros editados con la prioridad y cuidado que se merecían.

- Con ese ojo que ha demostrado tener, ¿a cuál nueva firma apuesta personalmente ahora?
- Un editor independiente, con ánimo de jugador, apuesta con igual fervor a todas sus elecciones. Si tuviera que dar un nombre que puede ser conocido en Venezuela ya, a través de Internet y de su blog, nombraría a Liniers. Y entre los muy desconocidos a una narradora de humor, Belén Wedeltoft, cuya primera novela, "Casualidades permanentes", todavía no apareció.

- ¡De nuevo el humor! Si hoy estuviera en el punto de arranque de su editorial, ¿qué haría distinto?
- He publicado libros de muchos géneros, pero muy poco de ciencia ficción. Esta pregunta sólo encontraría respuesta en esa rama de la Literatura.

- ¿En qué apuestas se ha visto retribuido, y en cuáles falló?
- Sin ninguna duda, y a años luz en cantidad de ejemplares de cualquier otro título, nuestros grandes éxitos fueron los diez volúmenes de la colección de Mafalda, cuyas tiradas desde 1970 hasta ahora no pueden totalizarse porque se perdieron los ficheros de confección manual que se usaban en los primeros tiempos: habría que pensar en un millón de ejemplares de cada volumen como mínimo, dado que las tiradas iniciales de los primeros números que publicó De la Flor, comenzando por el #6, eran de 200.000 ejemplares. No hubo sorpresas en los “fracasos”, sino más bien en los “sucesos”. Tal vez entre los primeros, el del libro de un humorista radial muy popular en Argentina, que debió dejar el programa diario en el que actuaba poco después de la aparición de su obra.

- Transcurridos 40 años, con una gran obra ya completada, ¿habrá continuidad en Ediciones de la Flor?
- Esta es la pregunta de los 64.000 dólares. Porque siendo una empresa familiar de una pareja sexagenaria, con un solo hijo que se dedica, justificadamente, a la música, y un nieto de tres años de edad, no existe lo que era el futuro tradicional de este tipo de compañías. Impensable aliarse con transnacionales, que es someterse. Está a la vista el destino de los editores que creyeron que esa supuesta “sinergia” era la salida: desaparecieron de las que habían sido sus empresas, como Esther Tusquets de Lumen, o Gloria Rodrigué de Sudamericana… Tampoco vender y retirarnos para ver desnaturalizado lo que tanto costó tanto con prestigio y coherencia. Tal vez sea un buen, o mal día, cerrarla y que quede como un buen recuerdo en la cultura del continente.

El retiro está en la tumba


N. de R.: Por estos días publicaron las fotos de un Carlos Andrés Pérez enclenque y algo ido, testimonio de una mala racha para los ex presidentes venezolanos que tumbó en una larga convalecencia -¿o agonía?- a Lusinchi, a Caldera y al propio CAP, y que ya dio cuenta de Luis Herrera Campins. Pérez está en el crepúsculo de la vida y, a pesar de que en el texto siguiente asegura con terquedad que no vive en el exilio, parece probable que muera en el extranjero. Se trata de una entrevista que le hice en 2001 en su refugio de la República Dominicana, a donde fue a parar entonces y donde un incidente coronario le trajo un primer aviso sobre su inexorable mortalidad. La publicó la desaparecida revista “Primicia”.


“EN LA INDIGESTIÓN IDEOLÓGICA DE CHÁVEZ SÓLO HAY MILITARISMO"

Al líder que en mayo de 1993 dijo preferir, mediante histórica cadena de televisión, otra muerte distinta a la deshonra y la defenestración, el destino estuvo a punto de contrariarlo de nuevo, hace tan sólo cuatro semanas. “Bueno, en realidad no fue más que un susto”, se alienta Carlos Andrés Pérez, desembarazado ya por una angioplastia la obstrucción arterial que lo puso el pasado 10 de julio, si no al borde de la muerte, sí a bordo de una aeroambulancia que lo trasladó de urgencia desde la ciudad de Santo Domingo a Florida. “Ya usted ve, aquí me tiene”, abre los brazos en ademán característico, “puede decir en Caracas que me vio lleno de vigor”.
Si bien en aquel entonces del impeachment, y de la irrepetible conjura de voluntades urdida para sacarlo del poder, Pérez tuvo al menos la oportunidad de evidenciar su estupor, esta vez el infortunio lo tumbó rápidamente en pijama sobre una camilla, sin mayor posibilidad de réplica o restitución de la dignidad, disminuido a la muy resignada –y, quizás por ello, impropia para un caudillo- condición de convaleciente. Pero la recuperación en el Cedars Medical Center de Miami fue corta: a los tres días le dieron de alta sin más precauciones, dice el dos veces presidente de Venezuela, que una autoimpuesta veda del alcohol “aunque ya me tomaré un trago de vez en cuando”, anuncia urbi et orbi.
No tardó tampoco en volver ni a su rutinaria prédica antichavista ni a la situación de convidado. Regresó a la República Dominicana, plaza que, gracias a las deferencias del presidente socialdemócrata Hipólito Mejía, ha estado alternando con Miami para guarecerse de las inclemencias de un destierro que pretende temporal.
Veterano en exilios, trotamundos en las buenas y en las malas, de Carlos Andrés Pérez habrá que decir que le acompaña, como expatriado, la estrella que quizás le viene faltando durante la última década de vida pública. En particular, el Caribe le reserva alivios eficaces contra la nostalgia, el desamparo y otros azotes del alejamiento: gobiernos más que amistosos, culturas afines a la venezolana, y viejas deudas de gratitud a las que resta mucho por saldar.
Se recuerda que en los años 50, Pérez –como buena parte de la dirigencia adeca en desbandada por la represión perejimenista- encontró refugio en la Cuba de Prío Socarrás y la Costa Rica de José “Pepe” Figueras, a cuyos palacios de gobierno, sonríe ya añoso el político de Rubio, estado Táchira, “yo entraba prácticamente cuando quería”.
Hoy, en la República Dominicana el PRD (Partido Revolucionario Dominicano) de su difunto amigo, José Francisco Peña Gómez, está en el poder. El actual presidente guarda consideración por Pérez en su doble investidura de ex mandatario de una nación amiga y mentor ideológico, lo que se traduce en miramientos como el oficial del ejército dominicano que hace las veces de edecán personal, y el vehículo que lo traslada por las calles de la ciudad, una “yipeta”, vocablo con el que los nativos distinguen a las camionetas tipo Blazer y que se han convertido en el símbolo más claro del arribismo oficial.
Pero no sólo hasta ahí llegan sus amigos. Al oeste de la misma isla de La Española, en la ciudad capital de Puerto Príncipe, el presidente haitiano, Jean-Bertrand “Titid” Aristide, tiene una habitación permanentemente preparada para las visitas de quien considera como su segundo padre. “Es más”, enfatiza Pérez, “el único retrato que tiene en la sala de su casa es una fotografía mía. Y eso tiene su razón: yo le salvé la vida a Aristide. La noche que lo derrocaron yo mandé mi avión y logré quitárselo de las garras a los dictadores haitianos. Me lo llevé a Venezuela”.

LA MUERTE QUE RONDA
Con tanta vocación antillana, puesta a prueba a lo largo de medio siglo, curiosamente persiste un detalle en el vestir que enseguida lo delata como un “alien” en el reino del ritmo y el sabor: le tiene alergia a la guayabera y es una dolencia –físicamente perceptible en una tarde estival de humedad y calor, como la de nuestro encuentro- que se corresponde, como debe ser en un político de la llamada “Cuarta República”, con la lealtad acérrima al flux y la corbata. Aunque, a decir de Pérez, no son cosas de deformación profesional sino de gentilicio: “Yo me he mandado a hacer guayaberas, pero la verdad que no me acostumbro. Prefiero ir más formal”, incurre en un desliz de vanidad antes de deducir, enfundado en un conjunto de color crema y con una vistosa corbata borgoña: “Así somos los andinos”. No sería la única vez durante la entrevista que citaría su estirpe cordillerana para explicar algún proceder. La recordaría también para justificar el bajo perfil que conserva con su esposa, Cecilia Matos, a pesar de haber regularizado su estado civil.”Eso somos los andinos”, repite para hacer a un lado el tema, “reservados”.

- Usted en Venezuela siempre ha tenido una imagen de dinamismo, de vigor. Con su reciente enfermedad, ¿cambia esa condición? ¿Lo ha hecho pensar en su mortalidad?
- La verdad es que lo mejor que uno puede hacer es no pensar en la muerte, a pesar de que es lo más seguro que uno tiene. Yo quisiera ser inoxidable pero lamentablemente me estoy oxidando. Pero, eso sí, tengo vigor y espero mantenerlo hasta la democracia haya sido restituida y mejorada en Venezuela.

- Pero, en esos momentos de malestar, ¿pensó en la muerte? ¿Pensó: ya me llegó la hora?
- No. Fíjese usted que cuando me sacaban en una camilla, de aquí en la República Dominicana para Miami, que debía estar quieto, me incorporé para saludar a la gente y decirle que estaba dispuesto a seguir mis luchas por la democracia en Venezuela.

-¿Se lo mandaba a decir a Fidel Castro también?
- Desde luego que yo tuve una larga relación con él, relación que nunca involucró una adhesión o aceptación de su pensamiento, sino mis motivaciones para lograr que Fidel se integrara al mundo latinoamericano. Yo tuve muchas reuniones con él, tuve incluso una entrevista secreta en La Orchila.

- ¿Habría algún tipo de fascinación mutua?
- No, en lo absoluto. Es un hombre de gran personalidad, pero yo nunca me equivoqué con respecto a quién era. Mis conversaciones con él siempre fueron respetuosas, pero también muy claras y terminantes, con respecto al pensamiento político.

- ¿Cree que, en efecto, Fidel Castro esté aconsejando al presidente Chávez?
- Fidel Castro hoy se está aprovechando, con “a” mayúscula, del presidente Chávez.

- ¿Para usted no habrá retiro?
- El retiro estará en mi tumba.

- ¿Y la vida familiar?
- ¡Pero es que la política es mi vida! Yo comencé a hacer política a los 14 años y desde entonces no he hecho más que política. Yo no he tenido otros puestos en mi vida que los puestos que me ha deparado mi acción política. Y esto lo he dicho yo cuando se refieren a mi fortuna: Yo no soy de familia rica, no tengo a quien heredar, nunca me dediqué al comercio, de manera que si yo tengo fortuna, me la tuve que robar. Todos los cargos que tuve fueron cargos públicos, claro, que me han dado la posibilidad de vivir adecuadamente, pero sin ninguna capacidad para gastos exagerados.

- El presidente Chávez suele referirse a usted como un “muerto político” y también acostumbra a preguntarse entonces cómo hace usted para seguir viajando por el exterior, tener viviendas, pagar cuentas…
- Todos los que están conmigo aquí, en Santo Domingo, saben cómo con esta enfermedad amigos míos tuvieron que suministrarme los fondos para pagar la clínica. No voy a dar nombres, pero algún día se podrá saber cómo he vivido yo. Ni llego a grandes hoteles, ni vivo en grandes fiestas, sino que llevo una vida absolutamente modesta y ateniéndome a las circunstancias. Yo tengo dos entradas: una, la pensión de ex presidente, y otra, mi jubilación como congresante.

- ¿En la “Quinta República” no le han interrumpido esos beneficios?
- No sé, me los pueden interrumpir cuando les dé la gana, pero yo tendría la acción de la justicia, con la que yo tampoco contaría, pero son derechos adquiridos.

- ¿Usted no teme, que en el contexto institucional y político de la Venezuela actual, se le pueda abrir otro proceso bajo cargos de corrupción?
- Yo no tengo ningún problema, porque ya me vieron ustedes cómo lo enfrenté cuando se me quiso hacer. Y cómo, a pesar de que fui condenado a dos años de prisión se tuvo que reconocer que no era por peculado o enriquecimiento ilícito, sino por la ayuda que yo le había prestado a Nicaragua y a El Salvador para liberarlas del problema del militarismo guerrillero que las tenía sometidas. De manera que yo estoy dispuesto a confrontar cualquier cosa, con la misma tranquilidad de conciencia que me permitido afrontar esto.

- Ese fue un proceso judicial, pero ¿y la historia? ¿Cómo desearía que lo sentenciara?
- Yo en eso estoy tranquilo. Porque yo sé que la historia va a ir decantando la realidad de lo que ha sucedido en Venezuela. Reconocerá los grandes esfuerzos que hicieron mis dos gobiernos por modernizar nuestro país. Y también tendrá que rendir honor a la honestidad y a la dignidad con que yo actué como presidente de Venezuela. Yo espero confiado en que esto sucederá, porque el tiempo pasará y no aparecerá mi fortuna por ninguna parte, ni en ningún heredero mío ni de nadie, y se darán cuenta de la realidad que yo viví, de cómo fue mi vida y de que yo fui un hombre honesto a lo largo de toda mi vida. Por eso es que yo me quedé en Venezuela a enfrentar las acusaciones contra mí.

- Pero esa reivindicación que usted espera puede ser póstuma.
- No importa. Mi única ambición ha sido la historia.

LOS CONVIDADOS SON DE PALO
¿Cómo debería lucir un búnker? La palabreja trae del idioma alemán imágenes de construcciones inaccesibles, revestidas de placas de hormigón y repletas con aparatos de luces centelleantes y mapas animados de los frentes de batalla. Nada, en cualquier caso, parecido al edificio Rosmar No. 80, en el sector El Vergel de Santo Domingo: una construcción vulgar de tres plantas, no muy lejos de las avenidas México y Máximo Gómez de la capital dominicana. Allí, en “un apartamento que nos prestó una amiga”, se alojan Pérez y su esposa, cuando no están en Miami con sus hijas menores. Blancas son sus paredes y en la sala, amplia, un juego playero de muebles de mimbre es lo único que ocupa espacio. Si éste es el puente de mando de la guerra sucia que, según el gobierno venezolano, Pérez capitanea, hace alarde de una economía de recursos impresionante. En un cuarto, junto a la hamaca personal del ex presidente, está la computadora con la que todas las mañanas navega por Internet, quizás impulsado, más que por la necesidad de leer noticias de Venezuela, por el deseo de no convertirse en un dirigente anacrónico, ajeno a la web.
“¿Conspirar yo?”, chancea, “¡Míreme dónde estoy!”. Dice no conocer a ninguno de los funcionarios policiales implicados, de acuerdo a las versiones oficiales, en el resguardo de Vladimiro Montesinos; en cambio, contragolpea con una pregunta: “¿Y por qué el gobierno de Chávez los tenía trabajando todavía en su policía política?”. Advierte, sin embargo, que su propia actividad política no se ha apagado en el extranjero y que “mientras tenga vida, lucharé por la restitución de la democracia en mi país. Una nueva democracia que corrija todos los errores, todas las corruptelas, en las que desgraciadamente había degenerado la democracia venezolana”.
Esa beligerancia amenaza con convertirle en una piedra en los zapatos de sus anfitriones. Para los parámetros de locuacidad y protagonismo que lo han caracterizado, la verdad es que Pérez parece haberse propuesto ser un huésped poco molesto. Pero los adversarios del presidente Mejía, en la partisana vida pública dominicana, no pierden ninguna oportunidad para hacer notar la polémica presencia. Durante el proceso electoral del año 2000, participó –junto al secretario general de la Internacional Socialista, Luis Ayala- en el mitin de cierre de campaña del entonces candidato Mejía, quien luego, como presidente, contó con Pérez –esta vez junto al ex presidente del gobierno español, Felipe González- como valedor del llamado “Paquetazo”, una serie de medidas de ajuste en el gasto público y de carácter impositivo. Buena parte de la opinión pública resiente, además, la gestión mediadora de Carlos Andrés Pérez en las tradicionalmente ásperas relaciones entre dominicanos y haitianos, juzgada por aquellos como favorables a éstos, cuando no simplemente imprudente.
Un alto directivo de uno de los principales diarios en la capital anota, además, que “Pérez puede convertirse en un problema de Estado”. Sus constantes arengas contra el régimen de Caracas, proferidas desde Santo Domingo, pudieran enajenar, se teme, la buena voluntad del presidente Chávez y de Venezuela, principal proveedor de combustibles para la isla a través de los dadivosos términos del Acuerdo de San José. Y durante el curso de la administración Mejía, por si faltaran otros ingredientes potenciales para el conflicto, el disenso parece haber surgido dentro del gobernante PRD en torno a la figura del ex presidente venezolano. Algunos militantes del ala ortodoxa socialdemócrata creen que el propio Mejía ha sucumbido al carisma de Hugo Chávez y como inicio de esa presunta simpatía personal entre ambos mandatarios –que iría en detrimento de la estancia de Pérez en Quisqueya-, se fecha la visita del presidente venezolano a la República Dominicana del año pasado, cuando juntos oficiaron otra ceremonia de la diplomacia peloteril en un partido de softbol.
Para colmo, cierto halo de misterio en torno a su presencia exacerba, localmente, la leyenda negra del ex presidente. Antes de su actual residencia, se acomodó en los hoteles El Embajador y Dominican Fiesta de la capital en las que, se decía, eran “lujosas suites”; pero en el último hotel, se apresura a aclarar Gerardo Zavarce –venezolano que sirve a Pérez como ordenanza en Santo Domingo, y hermano de Nestor, el recordado intérprete de El pájaro chogüi-, “no hay suites y lo que conseguimos fue una habitación grande por 66 dólares diarios”.
Se escribió sobre el boato vacacional de una casa propia en La Romana, centro veraniego de ricos y famosos, pero Zavarce interviene de nuevo para puntualizar que el ex presidente “llega a casas de amigos; le sobran las invitaciones. Si atendiera todas las que le llegan, no pararíamos nunca”. Medios de comunicación dominicanos, dignos de todo crédito, afirmaron en su momento que durante las funciones de inicio de la gira “El Niágara en bicicleta” de Juan Luis Guerra, en agosto de 2000 en Altos de Chavón y el estadio Quisqueya de Santo Domingo, se vio al progenitor de la “Gran Venezuela” acompañado de una rumbosa comitiva de 15 personas; pero, prosigue Zavarce su deber de orientación, “sólo fuimos el ex presidente, su esposa y yo, con unos pases de cortesía que nos dio el banco Baninter. Lo que pasa es que estuvimos en un área VIP, junto al presidente Mejía”.
Ahora es el propio Pérez quien suspira:
- Fíjese usted, ¡todas las cosas que inventan para decir que yo tengo dinero!

- También se denunció aquí que usted había adquirido el Hotel Hispaniola de Santo Domingo, privatizado por el gobierno a cambio de 16,5 millones de dólares.
- Eso quedó en el ridículo. Fue una versión creada por el eterno panfletario contra Peña Gómez, “Vincho” Castillo, porque yo he heredado los odios contra Peña Gómez, quien fue mi amigo. Nadie puede decir que yo tenga o un edificio o una fortuna. Nadie puede mostrar un cheque mío en un banco del exterior, porque yo no tengo cuentas en el exterior. Ahora, ¿qué sucede? Que, desgraciadamente por culpa de nosotros mismos, los políticos somos unos pillos, unos ladrones. Nadie cree que un hombre que haya sido dos veces presidente de Venezuela, que tuvo actividades ran importantes como la nacionalización del hierro y del petróleo, sea un hombre sin fortuna. Incluso mis propios amigos puedan sospechar que eso no sea cierto, pero yo, frente a esas sospechas, siempre he dicho que hay dos cosas que no se pueden ocultar: la tos y el dinero. Por algún lado salen.

- ¿Le atormenta, abruma o deprime, que siempre le persiga esa sospecha?
- Desde luego que es muy incómodo y, hasta cierto punto, humillante.

- Según la leyenda popular venezolana, usted llegó a figurar en la lista de los hombres más ricos del mundo.
- Eso lo inventaron. Yo recuerdo mucho que un periodista del diario “Panorama” de Maracaibo publicó una vez que yo figuraba como el décimo hombre más rico del mundo. Entonces abrí un juicio contra ese periodista y le dije que le quitaba el juicio si me mostraba el periódico o la revista de donde hubiera surgido esa información. No lo hizo, pero la Asociación de Periodistas vino a visitarme para pedirme que retirara el juicio y lo retiré. Jamás, en ningún periódico del mundo, ha aparecido ese hecho que me quisieron endilgar.

- ¿Y el apartamento de Sutton Place? ¿También es una leyenda infundada?
- ¡Ah, no, no! Ese es un apartamento que le regaló a Cecilia Matos el señor Ángel Cervini. Eso es bien sabido en Venezuela. Eso es cierto.

- Los amigos que le ayudan, ¿son venezolanos?
- Fíjese usted que, ahora, la ayuda máxima que he recibido ha sido, en vez de venezolanos, sobre todo de aquí, de amigos dominicanos que me han solventado muchos problemas económicos. Cada vez que voy a alguna parte es porque voy invitado con gastos pagos, o es porque alguien me ha facilitado el dinero.

- ¿Por qué escogió República Dominicana como residencia?
- Estaré entre República Dominicana y Miami por su cercanía a Venezuela. Aquí tengo un gobierno amigo, un partido amigo; tengo todas las facilidades.

-¿Asesora al presidente Mejía?
- No, yo soy amigo del presidente Mejía y hablo con él. Pero el presidente Mejía no necesita asesoramiento. Él tiene su buena conducción política.

- ¿Pero él no le consulta nada?
- Yo hablo con él, como con tanta gente. Yo no soy asesor. Hablamos de todo, claro, comentamos las realidades políticas, regionales, locales y mundiales.

- Se dice que el presidente Mejía y el presidente Chávez han hecho buenas migas.
- No, el presidente Mejía tiene formas de educación que, por cierto, le faltan al nuestro. Desde ese punto de vista, ellos se entienden cordialmente, pero más nada. Desde luego, yo tengo que ser muy discreto para expresar ciertas ideas sobre esta materia, porque estoy en la República Dominicana. Pero tengo plena constancia de que el presidente Mejía no tiene ninguna afinidad política con el presidente Chávez.

- En la calle, muchos dominicanos expresan simpatía por el presidente Chávez.
-No. Ellos tienen agradecimiento porque Chávez ha aumentado su participación en el Acuerdo de San José. Pero Chávez no lo hizo por los dominicanos. Chávez lo hizo por Cuba. Por otra parte, si usted sale por aquí por las calles de Santo Domingo y saben que usted es venezolano, se va a encontrar con un hecho en cierta forma desagradable para uno, pero desgraciadamente justificado: que sin ningún respeto le preguntan “¿Y cuándo sacan ese loco?”, refiriéndose al presidente de Venezuela.

-Entre sectores de la política y la prensa dominicanas, parece existir un malestar porque usted frecuentemente no sólo opina sobre cosas de política interna, sino que hasta se le ha visto de gira por el país, como si fuera un funcionario gubernamental.
- Jamás. A la única parte que he ido, fuera de Santo Domingo, fue a la frontera con Haití, porque estoy muy interesado en la solución del problema con Haití y ahí sí estoy interviniendo abiertamente. Visito Haití, hablo con el presidente Aristide, hablo con el gobierno acá, tratando de mejorar las relaciones. Yo no he ido a ninguna parte más. La embajada de Venezuela aquí ha querido inducir ese tipo de discusiones. Pero eso no tiene posibilidad alguna, porque, por otra parte, yo soy lo discreto que debe ser uno. Ahora, hasta cierto punto estas polémicas son inevitables, porque usted sabe que en nuestros países hay criterios parroquianos sobre el extranjero. Yo no me considero extranjero en ningún país de América Latina, yo soy latinoamericano.

- Pero aquí se le ve a usted como un defensor de Haití. Eso causa resquemores.
- ¡Ah, sí! Pero eso tenemos que arreglarlo. Ese es un problema de América Latina y de allí que yo no tenga por qué limitarme en el caso de las relaciones entre Haití y República Dominicana. Yo en eso sí me siento obligado como latinoamericano y no tengo ninguna contención.

- ¿A Aristide sí le da consejos?
- Converso con él, hablamos mucho.

- ¿Por qué se resiste tanto a admitir que aconseja a algunos de sus pupilos?
- Esa no es la posición de uno. Uno conversa, discute, presenta sus ideas… Pero más nada.

- Pero, por ejemplo, ¿qué lecciones extraería usted del colapso del sistema político venezolano, para compartirlas o con el presidente Mejía o con el presidente Aristide?
- Que los partidos políticos somos los grandes responsables de las tragedias de nuestros pueblos. En Venezuela, Acción Democrática y Copei fueron dos grandes organizaciones populares que tuvieron mucho que ver con la conformación de un proceso democrático y fueron luego los que lo llevaron a la tumba, porque se clientelizaron, se corrompieron. Esa experiencia tiene que presentársela uno a sus amigos en todas partes.

- ¿Y cree que sus amigos están tomando nota de ella?
- ¡Es que tienen que tomar nota, porque en eso se va la suerte de la democracia en América Latina! Y eso se lo acabo de decir en Perú a los apristas y a los partidarios de Toledo: que tuvieron mucho cuidado ahora que están de nuevo reestructurando los partidos políticos.

¿MI OTRO YO?
Puede que para él ya no haya frecuentes baños de multitudes, pero, por otro lado, la estela de su popularidad no se disipa todavía.Los taxistas de la ciudad y los agentes aduaneros del aeropuerto de Las Américas hablan de “mi amigo Carlos Andrés”, y en la costera Punta Cana, hace algunos meses, fue aclamado por cerca de 500 venezolanos que se encontraban en el principal complejo hotelero de la zona. “Fue tan entusiasta el recibimiento”, recuerda extasiado Pérez, “que un columnista que no es precisamente cercano a mí, Asdrúbal Zurita, se hizo eco del hecho en ‘Quinto Día’”.
Se trata, sin duda, de un don llamado carisma. Un don cuyas emanaciones traspasan fronteras y que, en el caso de Carlos Andrés Pérez, en cierto modo lo hermana con otro señalado, el presidente Chávez, cuyas maneras ya dan mucho de qué hablar tanto al ciudadano raso como a los medios de República Dominicana. Cara y revés del liderazgo visceral en Venezuela, algunos rasgos comunes sirven para especular acerca de parentescos y emulaciones.

- ¿Usted da crédito a los analistas que encuentran paralelismos entre el afán de proyección internacional que usted mostraba como presidente de Venezuela y el que tiene el presidente Chávez?
- Yo no tengo ansias de proyección internacional. Ni las tuve. Yo tengo ansias de conformar la integración latinoamericana.

- El presidente Chávez también dice que quiere eso.
- ¡Sí, por eso dicen que se parece a mí! Y es que él tiene ideas que parecen buenas, pero después las retuerce con su mentalidad deformada. Él tiene una indigestión curiosa de Simón Bolívar, Zamora, Simón Rodríguez, pero no tiene ideología, no tiene nada que ver con el marxismo-leninismo, él es militarista.

- ¿Qué otras ideas de Chávez le han parecido buenas?
- Básicamente, que él habla de la integración latinoamericana como un objetivo. Pero luego apoya a la guerrilla colombiana, apoya a los indígenas de Bolivia, apoya a los indígenas de Ecuador… El habla del mar para Bolivia, como yo hablé, pero lo plantea en unos términos controversiales frente a Chile. Él habla de la multipolaridad en el mundo y de una política activa por parte de Venezuela, pero la hace contrahecha, de acuerdo con su propia deformación ideológica.

- Entonces, usted descarta las posibles semejanzas con el liderazgo de Chávez.
- Pero, ¡cómo! Véame: estoy enfrentado a él.

- Usted, con frecuencia, ha estado vaticinando un golpe de Estado contra Chávez.
- No he estado vaticinando un golpe de Estado, sino una implosión del gobierno de Chávez. Y esto no es porque el deseo, o la esperanza de que esto suceda, prive sobre mi raciocinio, sino como producto del análisis objetivo de la situación que impera en Venezuela. La verdad es que éste es un gobierno sin operadores que le permitan atender a la solución de los problemas más graves que afectan al país.

- Pero ante esos problemas se podría decir, tal como suele alegar el presidente Chávez, que son herencia de 40 años de desgobierno, y que dos años no bastan para resolverlos.
- Indudablemente que, cuando él asume el gobierno, lo hace después de una fracasada y estúpida presidencia de Rafael Caldera, que hundió al país en una crisis sin precedentes y que le sirvió de base a Chávez. Pero no hay falacia más infame que esa que pretende presentar los 40 años de democracia representativa como 40 años de desastre para Venezuela. La verdad es que Venezuela fue transformada por la democracia.

- Cuando usted pronostica una “implosión”, más allá de sus dotes como analista, ¿lo hace porque maneja información privilegiada? ¿Mantiene vínculos con la oficialidad venezolana?
- Yo tengo un concepto sinceramente bueno de la formación institucional de los oficiales de la Fuerza Armada venezolana. Y esto me permite afirmar, con plena seguridad de lo que digo, que la inmensa mayoría de la oficialidad está descontenta. Yo, desde luego, conservo buenas relaciones y buen conocimiento de la Fuerza Armada. Pero tenga o no tenga yo esas relaciones, sería de mi parte una cosa insólita que yo pudiera hacer una mención pública de ellas.

- Si este exilio suyo se prolonga algunos años, ¿no corre el riesgo de convertirse, como llegó a serlo Pedro Estrada en París, en un gurú más o menos exótico por quien los venezolanos viajan a consultar algunas cosas?
- ¡Por Dios! ¡Eso es hasta ofensivo! Pedro Estrada era la expresión de la barbarie, no merece ningún recuerdo… Además, yo no estoy exiliado. Yo regreso a Venezuela. Lo que pasa es que estoy esperando el momento oportuno de hacerlo.

- Pero, actualmente, ¿vienen venezolanos a consultarle?
- Siempre. Por eso es que estoy en las cercanías. Hablo con todo venezolano que quiera hablar conmigo.

10 de noviembre de 2007

Una ñapa de Fabrizio


N. de R.: Acaba de salir en la revista 'El Librero' de Sergio Dahbar una entrevista que hice hace meses a un escritor mexicano, Fabrizio Mejía Madrid, que por su edad todavía califica para el adjetivo 'novel' y por su talento merece el de 'promisorio'. Como lo anunciaba su última novela, "El rencor", resultó un tipo simpático y ocurrente. El libro es una delicia. Pero la égida del espacio llevó a podar en la revista buena parte de la nota inicial. Así que la publico aquí en su versión original.

“MI IDEA DE UNA BUENA LITERATURA ES LA QUE HACE REÍR”

De Jorge Ibargüengoitia a Carlos Monsiváis, y de este a Juan Villoro, se le puede seguir la pista a una estirpe de escritores mexicanos que han hecho del humor negro, de la ocurrencia y del juego de palabras, efectivos pretextos para la reflexión. Todos ellos, por cierto, fueron y son cronistas a la par que ensayistas, cercanos al periodismo –cosa que no necesariamente los enaltece pero, para ratificar la solidez de sus méritos, tampoco los desmedra- , que en su obra literaria apelan al reporte histórico documentado como condimento de la ficción. ¿O será al revés?
Así pasa con Fabrizio Mejía Madrid (Ciudad de México, 1968), seguro sucesor en la línea dinástica. “Me dedico a hacer chistes”, define su oficio y con ello, aunque no lo parezca, califica su literatura, en vez de minimizarla. Ha sido colaborador regular de la prensa más hip de México, como las revistas Gatopardo, DF por Travesías, Chilango; de la más canónicamente progresista, como la revista Proceso, el diario La Jornada y el suplemento El Ángel del diario Reforma; pero además de escribir para estar en algo, trabaja mucho para publicar crónicas y novelas. Su penúltima novela, Hombre al agua (Editorial Joaquín Mortiz, México 2004), le valió una traducción al francés y los cinco mil euros del premio Antonin Artaud de Narrativa en 2004. Y su obra toda, contenida hasta ahora en cinco volúmenes, le acreditó entre sus colegas para ser incluido este año en la lista Bogotá 39, una selección de los 39 escritores menores de 39 años más prometedores de América Latina, a juicio de su jurado –con Héctor Abad Faciolince a la cabeza- y de la organización del Hay Festival en Colombia. Señalado ahora como prospecto, despacha las expectativas en torno a su obra con otra humorada, aunque prestada: “Hay una frase de Julio Torri, un escritor mexicano de principios del siglo XX, que decía que en México se pasa con mucha facilidad de joven promesa a viejo pendejo. Eso es lo que se siente ser joven promesa”.
En Hombre al agua (p.13), Mejía escribe: “Las respuestas son sencillas: separadas se llaman envidia y miedo. Juntas (¿no lo adivinan?), el rencor. Nada como esas dos sensaciones para que el mundo se mueva. ¿Por qué? Porque son dos sentimientos que nunca encuentran satisfacción de inmediato, sino que requieren de un plan para liberarse”. La frase no sólo anticipa el título de su siguiente y más reciente novela, El rencor (Editorial Planeta, México 2006), sino que además sugiere algunas claves para la comprensión de la historia política de Venezuela y ¿por qué no? de América Latina. Y justamente en El rencor, llegará luego a completar un paneo cuanto más hilarante, más descarnado, de ese régimen de verdades a medias, pillerías cantinfléricas y violencia ocasional cuyos derechos de autor cobró con largueza el Partido Revolucionario Institucional (PRI), que en 70 años de poder consiguió patentar, a decir de Mario Vargas Llosa, “la dictadura perfecta” a pesar o justamente a propósito de tanta chapucería.

A estas alturas de las referencias, debería haberle quedado claro al lector venezolano que el parentesco de Mejía con Monsiváis, Villoro y compañía no se remonta sólo al uso del humor como herramienta de la inteligencia, sino además a la lucidez. Una lucidez que ya estaría haciendo falta en Venezuela para entender lo que le ocurre. Si bien no se puede decir que tal sea un propósito explícito del escritor mexicano, ya estuvo en predios criollos en ocasión de una Bienal de Literatura de Mérida o, más recientemente, en Caracas a propósito de un taller de crónicas con la Fundación Bigott. Producto de la primera visita resultó una crónica deliciosa y ¿qué más? hilarante, como un viejo guión de Woody Allen, sobre una carrera de taxi que lleva a Mejía del aeropuerto de Maiquetía a la Ciudad de los Caballeros. Un agudo boceto de los tiempos de polarización en Venezuela.

Menudo y nervioso, Fabrizio Mejía Madrid, a punto de pasar de un tirón desde el nicho de las promesas a escritor de culto, se sienta, lidiando con su nueva aureola de esperanza de la literatura latinoamericana, en el café de un hotel desangelado en la Colonia Juárez de Ciudad de México.

-En pasajes de El Rencor se hace imposible contener las carcajadas. ¿Te sientes decepcionado porque alguien se ría mientras te lee?
- No, al contrario, es para eso. Mi idea de una buena literatura es una literatura que te hace reír.

- ¿Es necesario el humor negro para relatar a México?
- Sí. Yo creo que Octavio Paz se equivocó en la idea de que México gira en torno a la muerte; en todo caso, yo le agregaría la risa a la muerte. El humor negro es parte de los requisitos para estar en México y sobre todo para sobrevivir en la Ciudad de México. Además, yo soy el tercer hijo de un matrimonio, y como tercer hijo y último me tuve que defender de mis hermanos, creo que por ahí también puede explicarse la necesidad de desarrollo del humor negro, porque no es un talento, es una cosa que se desarrolla.

-En el chilango hay una chanza permanente, un sarcasmo que uno no termina de comprender pero que llega a hacerse simpático.
- Sí, allí hay varios niveles del lenguaje, lo que se dice puede tener ese sentido pero puede tener también otros tres más, depende de con quién estés hablando. Esa capacidad de distanciarse del propio lenguaje es lo que permite a la gente sobrevivir en la Ciudad de México. Porque la Ciudad de México no se soporta si no se vive como una película, como una película que estás viendo. Sin esa distancia paródica, no aguantas. Por eso la Ciudad de México no tiene novelistas ni compositores que sean trágicos. Tiene puros novelistas y compositores paródicos.

- Pero junto a tanta exigencia de la ciudad, también parece que hubiera un cierto prestigio en adentrarse en los códigos y contraseñas de la metrópoli.
-Es que la Ciudad de México es para la república como Nueva York para la costa este de Estados Unidos. El orgullo es quedarse, el orgullo es sobrevivir ahí, en una ciudad con esas condiciones tan difíciles. Con un extra: ahora que vino Spencer Tunnick, se supo que Barcelona tenía el récord de 7.500 personas encueradas para sus fotografías; pues ahora México lo tiene con 18.000. Yo fui. Y había una especie de orgullo de romper el récord, porque la Ciudad de México se mira siempre a sí misma como algo extraterritorial, que está ligado mucho más a otras ciudades que al país mismo. Somos extraterritoriales a un país que sigue pensando en la guerra de los Cristeros, en el país de los rezos, que son Guadalajara y Monterrey, ciudades mucho más conservadoras, donde perduran valores familiares, católicos. La Ciudad de México siempre ha sido una especie de islote asequible de la supuesta modernidad.

- Se habla de una nueva ola de escritores mexicanos. ¿Te sientes parte de un movimiento?
-Yo no creo. Si algo dice la lista de Bogotá 39 es que hay mucha diversidad. Hay gente que se dedica a la novela histórica, o a la novela intimista, o a la novela de ideas que es el caso de Jorge Volpi, o a lo que sea que haga Álvaro Henríquez, que siempre he creído, cuando leo a Álvaro, que soy más tonto de lo que creo. Yo estaba leyendo la novela de Guadalupe Nettel que salió en Anagrama y es una novela gótica. No tiene mucho que ver ni con Álvaro, ni con Volpi y yo creo que tampoco conmigo.

- Pero la circunstancia generacional hace que compartan un espacio.
- Hace poco, en un encuentro que hubo en Barcelona de escritores jóvenes latinoamericanos, organizado por Sergio Ramírez, estábamos tratando de encontrar algún tipo de coincidencias entre nosotros. Yo proponía que la coincidencia de los escritores nacidos, digamos, a finales de los 60 y principios de los 70 era que teníamos una infancia comiendo con la televisión, y yo creo que esa es la única manera de definirnos: una generación que ya no comía con la abuelita, sino con la televisión.

- A pesar de que el texto mueve a risa, el título promete amarguras: El rencor. ¿Por qué hacer énfasis en el resentimiento?
- Porque es un sentimiento muy acendrado en los mexicanos. Tú nunca vas a tener a un mexicano que elogie a otro. Si lo va a elogiar, porque es su amigo, por ejemplo, lo hará pero siempre con un dejo de rencor. Porque hay una especie de imaginario donde a los mexicanos se nos debe algo. Hay un sentimiento de deuda con los españoles, con los norteamericanos que nos quitaron la mitad del territorio, hay un sentimiento de que alguien nos tiene que pagar la deuda, la Virgen de Guadalupe, no sé quién, pero lo tiene que pagar. Ese sentimiento genera que México no sea, a pesar de las apariencias de amabilidad, de cortesía, un país que se entregue de inmediato. Es más: nunca lo vas a entender. Ni nosotros lo entendemos, porque tiene ese ingrediente del rencorcillo. A lo mejor le he debido haber puesto a la novela El Rencorcillo, en diminutivo, porque no es un rencor absoluto, es un rencor por algún episodio que a lo mejor ni siquiera nos tocó a nosotros.

- ¿Entonces por qué preferiste, si acaso fue una opción, ubicar la novela en la época del priísmo? ¿Acaso ese rencor no sigue ahora vigente? Las elecciones del 2 de julio de 2006 y la competencia entre las opciones de Felipe Calderón y Andrés Manuel López Obrador parecían muy cargadas de rencor de unos mexicanos hacia otros.
- El planteamiento del libro es que abarcara la historia del PRI desde los años 40, que es cuando realmente nace el PRI, hasta el asesinato de su candidato en 1994. La revolución institucional es el término con el que los revolucionarios que acaban de dejar las armas, que acaban de dejar los rifles, sintetizan lo que quieren hacer: un país que cambie pero que sea estable. Pero, con respecto a tu pregunta, me parece que sí es cierto que el priísmo no es una cosa privativa del PRI, sino que es una cultura política que abarca al PAN, al PRD, a todo el mundo aquí. Así es el priísmo: buscábamos la justicia para todos pero, como no se pudo, pues va a ser la justicia para mis amigos, para mis familiares, para mis correligionarios del momento. Esa idea sin duda trasciende al PRI. Pero yo ubiqué la novela hasta 1994 porque fue la primera vez después de casi 70 años en que un candidato a la presidencia era baleado y había que sustituirlo. Para Ibargüengoitia, el asesinato de Álvaro Obregón en 1928 fue así como la magia de un tipo que puede llegar a enseñarle una caricatura al caudillo de la revolución y matarlo por la espalda en un restaurante después de que habían comido mole y tomado cerveza. Y a mí me parece que 1994 es mágico y encantador precisamente porque matan al candidato del PRI, Luis Donaldo Colosio, y la propia maquinaria del priísmo pudo crear a otro candidato y ganar la elección sin problemas.

-Una maquinaria poderosa, sin duda.
- Sí, pero también se tenía una idea de que el PRI era perfecto, que lo controlaba todo, tenía las mejores informaciones de inteligencia, maniobraba, calculaba y… La verdad es que no. En realidad podía ser un régimen muy represivo en muchos casos, sobre todo con la oposición de izquierda, pero la idea mía era como despojarlo de ese talento que le atribuimos por los 70 años de estabilidad y hacerlo un poco más real. Tratar de despojarlo de ese carácter de padre magnánimo y más bien pensar en tu padre como alguien criticable, con taras, con prejuicios.

-Los personajes que nombras en tus libros, ¿son reales, históricos?
-Todos son personajes reales. El escritor que más admiro, de los que están muertos, es Jorge Ibargüengoitia, que hacía humor con los datos reales. Es lo que yo trato de hacer todo el tiempo. En el caso de México, y creo que de muchos de los países de América Latina, para dar risa no es necesario inventar la historia, simplemente hay que documentarse.

- ¿Cuáles fueron esos personajes?
- No sé cómo hacen las demás gentes, pero para mí, cuando se me ocurre la idea de hacer una novela, es como si hubiera visto un rompecabezas que son todas las novelas que me gustan y que he leído, y de pronto digo que falta una, hay que hacer esa pieza que falta. Bien: estaba yo leyendo una cosa que es genial, que son las memorias de Gonzalo N. Santos, un hombre que estuvo al final de la Revolución Mexicana, que se aprovechó inmensamente del poder que le daba ser un supuesto héroe de la Revolución Mexicana, imagínate que en algún momento fue gobernador del estado de San Luis Potosí, líder de la Cámara de Diputados, senador, candidato a un distrito electoral; era todo. Durante muchos años manejó a la perfección este sistema priísta de la zanahoria y el palo. Sus memorias son de tal nivel de cinismo, están tan llenas también de anécdotas, aforismos, metáforas de la política mexicana, que me quedé diciéndome que había que hacer una novela que retratara a un personaje que habla con esta libertad acerca de las suciedades de la política. Él ni siquiera habla en términos de, digamos, “hicimos esta porquería porque era necesaria”, sino simplemente, “hicimos esta porquería porque podíamos hacerla”. Ese es el personaje del Licenciado X, una combinación entre Gonzalo N. Santos y otros héroes de la estabilidad como Jesús Reyes Heroles, como Arturo Durazo, que están en la frontera entre la política y la delincuencia. En el caso del narrador, partí de alguien que se dio a conocer en el fraude contra Cuauhtémoc Cárdenas en 1988. Era un priísta joven al que llamábamos El bebesaurio; no le podíamos llamar “dinosaurio” por la edad, pero creía todas las máximas del priísmo, y fue fotografiado por los medios corriendo con una urna que estaba llena de votos a favor de Cuauhtémoc Cárdenas y fue y la quemó. A mí me sorprendía mucho porque era mi amigo, yo lo conocía porque habíamos estado juntos en la universidad, y me sorprendía cómo un tipo de esa edad podía ser tan priísta… El narrador está basado en él. Por cierto, ahora El bebesaurio es colaborador del gobierno de la Ciudad de México, se pasó al pejismo (corriente del PRD cercana al ex candidato Andrés Manuel López Obrador, N. de R.), digamos.

-¿El libro generó alguna reacción en el PRI?
- Los priístas leen, cosa que echamos de menos ahora con el PAN en el poder. A finales del año pasado, en la inauguración del museo de Monsiváis, aquí en el centro de la ciudad, estaba María de los Ángeles Moreno, que en algún momento fue presidenta del PRI, senadora de la República, una mujer muy respetable. Cuando vio que yo era quien había escrito la novela se acercó y me dijo: “Tengo que hablar contigo porque esa novela está mal”. Le dije: “¿Qué? ¿Me pasé, senadora?”. Y ella me respondió: “No, era peor”, ja, ja, ja… Creo que me quedé corto hasta desde el punto de vista de los propios priístas.

-Para esas referencias históricas, ¿haces alguna investigación específica o es data que vienes acumulando con el tiempo?
-Lo que pasa es que yo tengo dos manías. Una es, digamos, la del periodista, la de ir a todos lados, hablar con la que violaron, con la hermana de la que violaron, una costumbre que me parece que se ha perdido. Por el internet o no sé por qué, ya los periodistas no van al lugar, confían en la información de alguien más, en la red, en la tele. Yo tengo esa manía de estar en los lugares donde están pasando las cosas. Pero como novelista mi manía no es tanto investigar sino que tengo ciertas obsesiones con algunas cosas, con algunos temas, que siempre están vinculados a México aunque tienen que ver también con ideas generales o apreciaciones generales sobre las cosas, y voy acumulando libros; yo visito mucho las librerías de viejo y tengo ciertos temas… Por ejemplo, hay un libro que se llama Historia de la Navegación en la Ciudad de México porque, sí, desde 1325 hasta que se alcanza a desecar el lago, a principios del siglo XX, México fue un lago, una ciudad que Bernal Díaz del Castillo le dice Venecia… La historia de que la ciudad es navegable en todo momento, de que puede ser navegable en las calles actuales… Es mi tipo de obsesiones. Voy coleccionando cosas, libros y de pronto hay un clic, y digo “¡Claro, esa historia no se ha contado, la tengo que contar yo!”. Siempre es una historia chambona, siempre es una cosa que no sale, los personajes quieren algo que no les resulta. Porque al fin así es como veo yo esta especie de primates que hablan y andan por el mundo en aviones.

- ¿Cuánto de autobiográfico hay en tus libros?
-Hasta el momento no he hecho algo autobiográfico. Mis narradores siempre están en primera persona porque siento que los lectores disfrutan más un narrador en primera persona, pero siempre el narrador en primera persona es una combinación de amigos míos. de cómo yo veo a mis amigos, o qué dirían mis amigos si estuvieran en ciertas circunstancias. Siempre son combinaciones raras. Al contrario de García Márquez, que dice que escribe para que lo quieran, yo escribo a pesar de que me quieren. Mis amigos se enojan, porque encuentran cosas que me han contado y yo les he dicho que voy a guardarles el secreto hasta la tumba y luego sale publicado.

- ¿En qué proyecto literario estás comprometido ahora?
- A ver: ya he escrito novelas sobre Ciudad de México, sobre el PRI, ahora tocaría algo sobre los gringos. Trabajo en una historia sobre los gringos. Todos los mexicanos tenemos un asunto con los gringos, siempre son los chivos expiatorios, los malos a los que hay que engañar, de los que nos burlamos pero al mismo tiempo a los que admiramos. Efectivamente, yo me di cuenta de que tenía un asunto con los gringos. Mis dos hermanos nacieron en Estados Unidos y yo soy el único que nació en México, y el único que tiene que estar pidiendo visa en la embajada, mis hermanos son ciudadanos norteamericanos… Ese es mi asunto con los gringos. Así que será una novela de ajuste de cuentas con los gringos donde voy a poner todo eso que los mexicanos pensamos sobre los gringos.

3 de noviembre de 2007

El poeta y el pelotero


N. d R.: El siguiente reportaje fue publicado recientemente en la revista Contrabando de Caracas. Mientras lo hacía no faltaban quienes (incluyendo a colegas) me vieran con cara de magnicidio, como si mi trabajo estuviera empañando injustamente a un prócer: por supuesto, me refiero al champion-bat de la Liga Americana, Magglio Ordóñez, y no a su compadre, Tarek William Saab, gobernador del Estado Anzoátegui.


MAGGLIO, EL HOMBRE DE PODER DE ANZOÁTEGUI


Detrás de la construcción del flamante estadio de Puerto La Cruz, sede de tres
partidos de la Copa América, yace una complicada y casi invisible red de empresas que reúne a familiares y allegados del astro venezolano de las Grandes Ligas, Magglio Ordóñez, a su vez, compadre del gobernador de Anzoátegui, Tarek William Saab.


La Copa América que terminó hace poco más de una quincena tuvo a la ciudad de Puerto La Cruz como una de sus sedes principales. La manera en que ese emporio turístico y petrolero del oriente del país, pero de escaso acervo futbolístico, pudo conseguir tal distinción permanece a la espera de alguien que la narre con detalle. En todo caso, ninguna versión, sea adversa o laudatoria, tendrá cómo negar que ese logro coronó los esfuerzos del gobernador del estado Anzoátegui, Tarek William Saab. De acuerdo a testigos, la presentación que Saab y su equipo desplegaron el 18 de mayo de 2005 para postular a Puerto La Cruz como escenario del certamen ante Eduardo Álvarez, hoy ministro del Deporte; Aristóbulo Istúriz, para la época ministro de Educación y presidente del Comité Organizador; Rafael Esquivel, presidente de la Federación Venezolana de Fútbol; y Oswaldo Narváez, gerente general de la Copa; fue tan profesional y persuasiva que los presentes no sólo acordaron enseguida apoyar su candidatura sino que además, el 2 de agosto de 2005, elevaron oficialmente a la ciudad portuaria a la categoría de sede de la Copa.
Junto a las alusiones a la capacidad instalada de alojamiento hotelero en la ciudad, infraestructura de comunicaciones y un adecuado plan de rehabilitación urbana, la baza más convincente de la presentación estuvo en el proyecto del estadio. No se proponía refaccionar y ampliar el existente estadio «Luis Ramos», sino levantar en su lugar un estadio nuevo por completo que, para subrayar su carácter inédito, cambiaría de nombre para pasar a llamarse «General de División J.A. Anzoátegui».
El proyecto preveía un aforo de 40.000 personas que se completaba con facilidades propias de modernos cosos deportivos: estudio de televisión, sala de exámenes antidopaje, área VIP y auditorio, entre otras. Pero, además, serviría como germen inicial de un complejo deportivo bautizado, cómo no, «Simón Bolívar», con cancha auxiliar de fútbol, velódromo, piscinas olímpicas y un centro de entrenamiento para alta competencia.
Lo que entonces nadie, o acaso muy pocas personas podían saber, era que a cargo de las obras del estadio, que desde la largada correrían contra reloj ante la obligante urgencia de entregarlo listo para la competición en menos de dos años, estaría la empresa Orgar Corporación, una compañía anónima constituida cinco meses antes. El 21 de diciembre de 2004 quedó registrada ante el Registro Mercantil Primero de la Circunscripción Judicial del estado Anzoátegui con un capital de 400 millones de bolívares aportados por dos socios, Dalia Alejandra Millán y Noel David Perfecto, quienes casi dos meses más tarde otorgarían poderes plenos de representación a los ciudadanos Herman García y Emilio Suárez.
Los accionistas del flamante emprendimiento sólo esperaron hasta el 1 de agosto de 2005 –ocho meses desde la creación de la compañía, y víspera de la decisión favorable a Puerto La Cruz por parte del Comité Organizador de la Copa América– para multiplicar por siete el capital inicial y aumentarlo a 3.000 millones de bolívares «dado (sic) las exigencias, requerimientos y desarrollo vertiginoso», alega con sinceridad el acta de la asamblea correspondiente, «del cual ha sido objeto la sociedad mercantil que representan, al igual que con dicho incremento de capital social existe la posibilidad cierta de participar en licitaciones de obras y contratos de gran envergadura, lo cual beneficiaría los ingresos o ganancias propias de la sociedad». Pero las exigencias reales del negocio parecen haber superado al potencial de éxito de la empresa, a juzgar por el hecho de que nada más el 25 de noviembre de 2005, los socios originales, Millán y Perfecto, deciden vender el total de sus acciones a una empresa, Veninpro C.A., controlada por quienes hasta entonces sólo figuraban como apoderados de Orgar Corporación, García y Suárez. O mejor dicho, por quienes la controlarían: la empresa compradora, Veninpro, quedó registrada cinco días después, el 30 de noviembre de 2005, de haberse asentado la transacción compra-venta en documentos.
Algunos de estos nombres, como los de Herman García y Emilio Suárez, así como el apellido Millán, se repiten con frecuencia en una estructura corporativa de compleja trama fractal, que en las páginas siguientes se intentará describir teniendo por pivote un punto en común: se trata de nombres de allegados y familiares del pelotero Magglio Ordóñez.

ORGAR CORPORACIÓN

Por estos días el área metropolitana del norte de Anzoátegui, conformada por las ciudades gemelas de Barcelona –capital del estado– y Puerto La Cruz, hierve de rumores. La reciente ocasión de la Copa América fue motivo para muchas molestias y calamidades que, sin duda, acicatearon entre los habitantes la demanda por cualquier especie que arroje sombras de duda acerca de la organización. La fastuosa inauguración del estadio de fútbol, para la que la gobernación del estado contrató el show del cantante Carlos Vives, alimentó percepciones de derroche que ni siquiera se vieron refutadas por el acto en que el gobernador Saab impuso al artista colombiano la Orden «José Antonio Anzoátegui» en su primera clase. Dos días después del recital se jugó en Puerto La Cruz la tanda doble de partidos prevista para la primera ronda del torneo. Entonces la gente de la zona conurbana tuvo que apretar los dientes para convivir de mala gana con las medidas de seguridad que venían acompañando al fútbol del bueno. Algunas de las avenidas matrices, y entre ellas la avenida Intercomunal renombrada como «Jorge Rodríguez» por Saab, aledaña al estadio, fueron clausuradas. Un convoy de patrulleros motorizados, carros de escolta y ambulancias rodeaba a los autocares de cada una de las selecciones, a cuyo paso se detenía el tránsito. El operativo se repetiría 48 horas después, con el encuentro de cuartos de final entre Brasil y Chile. Y para colmo, en esas horas de malestar, incertidumbre y, sí, excitación por saberse coprotagonistas de un evento de jerarquía hemisférica, los hombres y mujeres de Barcelona-Puerto La Cruz tenían noticias escasas, demasiado escasas, sobre los boletos.
En este clima de zozobra que, por cierto, no le fue ajeno a otras ciudades del resto del país, prosperaron toda clase de versiones cuyas estelas se prolongan hasta hoy y ya consiguen nombrar, cada vez con menos timidez, a Ordóñez, no sólo uno de los superastros venezolanos en las Grandes Ligas sino ídolo local luego de sus temporadas como cadete del béisbol en los Caribes de Anzoátegui. Si se prestaba oídos a los decires en los corrillos políticos y periodísticos, a los que no siempre es fácil darles crédito, se atribuía a Ordóñez y sus socios intenciones a veces tan dispares y excéntricas como la de invertir en una línea de ferries o una planta de asfalto, por ejemplo, o la de hacerse tanto del control accionario de la oncena local, Deportivo Anzoátegui FC, como de la concesión por varios años para el manejo del estadio de fútbol.
Quienes lo conocen y quienes no, suelen tener una imagen beatífica del jardinero derecho de los Tigres de Detroit y, al momento de redactarse esta nota, líder bate de la Liga Americana. Se le reporta como alguien quizás introvertido, pero sin ínfulas, trabajador como ninguno, metódico, afable, y amigo fiel de sus amigos y del bajo perfil. Desde mucho antes de que la responsabilidad social se convirtiera en lema, Ordóñez destaca por obras caritativas que practica con regularidad en Venezuela y Estados Unidos. En Anzoátegui aún se le agradece que haya llegado alguna vez a donar su sueldo de la Liga Venezolana de Béisbol Profesional a organizaciones benéficas y que en la última campaña que vistió el uniforme de los Caribes, la 2003-2004, desembolsara 80.000 dólares para pagar una póliza de seguros que le permitió jugar pelota de invierno.
Se trata en síntesis de un perfil humano que despierta la admiración de muchos en la región, entre ellos del propio gobernador. En una entrevista concedida a la periodista Mariana Martínez y que el diario Tal Cual de Caracas publicó en septiembre de 2005 bajo el título de «La oda bolivariana», Saab enumera en su galería de ídolos personales a «Juan Sánchez Peláez, Magglio Ordóñez, Silvio Rodríguez, Cristóbal Jiménez, Los Rolling Stones, Bob Dylan, Calamaro, Manu Chao, Robert Redford y Marlon Brando»; una singular mención deportiva en medio de una legión de artistas.
Ciertamente, la conexión entre Saab y Ordóñez muestra expresiones aún más rotundas que esa. El deportista ha acompañado a Saab en jornadas de entrega de donativos y en, al menos, una emisión, la del 13 de enero de 2006, de Tarek rinde cuentas, versión regional de Aló, Presidente que transmiten medios locales de radio y televisión. Pero, además, para ese momento el pelotero ya se había convertido en padrino del hijo menor del gobernador en un acto sacramental que se efectuó en 2005 en la iglesia Catedral de Barcelona. Interrogado por vía telefónica acerca de este y otros hechos que se exponen en el presente reportaje, Saab negó: «¿Cómo? No, no… Yo no me voy a prestar a eso. Ya sé por dónde vienes tú».
El blindaje de afecto colectivo y padrinazgo político de Magglio Ordóñez, la figura, se ha visto de cualquier manera vulnerado por los impactos de algunos acontecimientos que obligaron a ponerle realidad, en el imaginario colectivo, al ciudadano Magglio José Ordóñez Delgado. Una de las menciones públicas pioneras en la región a ese otro costado del jugador sucedió al bloqueo de la avenida Intercomunal de Puerto La Cruz que, en febrero de 2006, por parte de personas que reclamaban el incumplimiento de las promesas supuestamente formuladas por Orgar Corporación para emplear a cientos de habitantes de los deprimidos barrios vecinos al estadio de fútbol.
Por su parte, Ernesto Parequeima, alcalde de El Tigre, estado Anzoátegui, y uno de los más connotados rivales de Saab en el estado, desde las filas del movimiento bolivariano, declaró por vía telefónica en marzo de 2006 a este reportero, que entonces cubría la historia para otro medio, que hace algún tiempo, cuando «el gobernador todavía más o menos me dirigía la palabra», le tocó recibir en la sureña población de San Tomé a Saab y una delegación de empresarios que venían a sopesar las oportunidades de inversión para el rescate del vetusto estadio de béisbol «Patón Carrasquel» de El Tigre. «Entonces lo que vi fue que quien vino fue el señor Magglio Ordóñez en su carácter de empresario, no de jugador. Era él quien, junto a un grupo de personas, hacía la planificación de la obra.» Aunque por momentos la remodelación se vio paralizada y llegó a enfrentar denuncias, voceadas por el concejal de El Tigre, José Brito, sobre supuestos defectos de construcción que fueron descartados mediante un informe de la sección local del Colegio de Ingenieros, la apertura del remozado estadio, ahora con grama artificial y el nuevo nombre de «Enzo Hernández», llegó puntualmente el 28 de octubre de 2006 con un juego entre Águilas del Zulia y Caribes de Anzoátegui, que por primera vez hacían de locales en El Tigre. El contratista responsable de la obra fue Orgar Corporación.

"EN EL NOMBRE DE MAGGLIO ORDÓÑEZ"

Sin embargo, la principal difusora en medios de comunicación de las inversiones de Magglio Ordóñez en el estado y, sobre todo, de las andanzas en el mismo territorio de Herman García Delgado, primo hermano del pelotero, lo fue por un tiempo la periodista Elsy Barrios, desde su columna «Sin máscara». Y lo fue, sí, por un tiempo: hoy ya no escribe para el diario donde entonces publicaba, el tabloide Impacto de Anaco. El periódico cambió de dueño en una operación mercantil que, recogiendo la versión más divulgada en Puerto La Cruz, resumió así la periodista Patricia Poleo en su sección «Factores de Poder» del diario El Nuevo País de Caracas, el pasado 29 de junio de 2007: «Por intermedio del pelotero grandeliga, Magglio Ordóñez, compraron el Diario Impacto, en Anaco, corazón gasífero de Venezuela, por un monto superior a los un mil millones de bolívares (unos $800 mil)… Es de hacer notar que el señor Concepción (N. de R.: anterior propietario del periódico) comenzó una feroz campaña contra el gobernador Saab Halabi, por el mencionado rotativo, cayendo en desgracia lo que lo obligó a negociarlo con su “enviado’… Hoy día este medio está completamente al servicio de quien ayer se erigía como defensor de los derechos humanos (Tarek William Saab Halabi)».
Lo cierto es que tan pronto los nuevos propietarios tomaron control del diario, pusieron en la calle a Barrios. Pero antes de ser despedida dejó anzuelos informativos lo bastante apetitosos para que Herman García los mordiera y saliera de la protección del anonimato. García, primo hermano de Ordóñez como se ha dicho, aparecía en una columna que Barrios redactó en enero de 2006 como un pariente manirroto que sembraba por todo Puerto La Cruz historias a lo mil y una noches de dispendio y lujo. Bien fuese por esa exposición, o quién sabe por cuál otra razón, al día siguiente García se sintió obligado a publicar en el mismo periódico un comunicado donde, además de desmentir a la periodista, puntualizaba que «en ningún momento y en ninguna circunstancia he utilizado el nombre del grandes ligas Magglio Ordóñez».
Como después se verá, en ese mes de enero de 2006 García no la estaba pasando bien. Pero por entonces ya bastaba con saber que tampoco se trataba de la primera vez que Herman García –a veces identificado de maneras equívocas por noticias o fuentes como «Hernán» o «Germán»– se ponía en la situación de pagar públicamente los platos que había roto con dineros de su primo.
En julio de 2005 tuvo que dar la cara por su fallida gestión al frente de la Escuela de Béisbol Menor «Magglio Ordóñez», que tenía y aún conserva por sede al estadio del mismo nombre en Coro, estado Falcón, lar nativo del jugador y su familia. Un importante monto de dinero puso Ordóñez para que se pudiera reinaugurar, el 28 de enero de 2004, día de su trigésimo cumpleaños, el diamante donde dio de niño sus primeros batazos. Pero al cabo de un año los padres de los muchachos enrolados en el vivero de peloteros denunciaban la paralización de la escuela y otras irregularidades que entonces provocaron una advertencia de intervención por parte de la gobernación local. García, quien entonces se presentó ante la corresponsal del diario El Nacional de Caracas, Eva Riera, como agente de Ordóñez, descartó los señalamientos en una entrevista con la reportera. «Yo no voy a ensuciarme por unos millones. Magglio tampoco necesita de eso, y yo tengo lo que quiero porque Magglio me da lo que necesito», fue su argumento central. Hay que decir que hoy la escuela recobró su funcionamiento normal bajo la gerencia de los padres de Magglio Ordóñez.
Resulta necesario establecer el rol protagónico de Herman García –a quien se intentó sin resultado contactar para esta nota– en el reparto de la historia antes de retomar el sinuoso hilo notarial de Orgar Corporación. Para diciembre de 2005, pues, García ya no era sólo apoderado, con Emilio Suárez, de diversas empresas de la misma órbita de contratistas de la gobernación de Anzoátegui, como Constructora La Paciencia C.A. e Inverdanz C.A. –con Daliana Millán García como socia, en vez de Dalia Alejandra Millán García, accionista de Orgar Corporación, ambas damas cuñadas de Magglio Ordóñez; y ambas empresas, constituidas en la misma fecha–; también detentaba la propiedad de Orgar Corporación a través de su control, en idéntica yunta con Suárez, de Veninpro.Pero tan rápido como le vino el éxito, se le escapó.
El 17 de enero de 2006, mientras se ocupaba de publicar su remitido de contestación a Elsy Barrios en el diario Impacto de Anaco, le fueron revocados todos sus poderes en Asamblea de Accionistas. También casi al mismo tiempo se redujo su participación en Veninpro a un ínfimo punto de porcentaje, mientras otra compañía, Vemaproin C.A., tomaba 98 por ciento de la empresa. Y de paso, García desapareció de la vida social de Anzoátegui sin dejar rastro, por cierto.
La debacle de Herman García sobrevino de un modo tan sorprendente y, en apariencia, tan inexplicable como la decisión que tomó el Comité Organizador de la Copa América Venezuela 2007, de confiar la ejecución de una obra de 70.000 millones de bolívares a una empresa con tan sólo ocho meses de existencia. Aunque no es la única asignación importante. Además de otras obras de menor calado, Orgar Corporación ganó una licitación en febrero de 2006 para la construcción del tramo número tres de la prolongación Unare-Píritu de la Autopista de Oriente.

CUÁNDO, DÓNDE Y POR QUÉ INVERTIR EL DINERO

«Puede que la empresa sea relativamente nueva, pero los profesionales no lo son. Aquí todo el que está trabajando tiene al menos 15 años de experiencia en la construcción civil», aseguraba en marzo de 2006 Emilio Suárez, ingeniero él mismo, y de los que procedían del sector de empresas contratistas que servían a la industria petrolera. Además de accionista de sus sociedades, asumió de manera diligente los poderes de representación del virtual conglomerado de empresas Orgar, la conducción operativa del negocio, y su vocería principal. Convicción tampoco le faltó para restarle sustento a las versiones que en el estado Anzoátegui ubicaban el origen de la marca corporativa en la simple combinación de las primeras sílabas de los apellidos de los parientes y hasta hace poco dueto, Ordóñez y García: Or-gar. «No, vale, eso viene de “organización”», despachaba entonces el asunto. «Queríamos llamarla “Corporación Organizativa Anzoátegui”, pero como el nombre ya estaba tomado, le fuimos quitando letras y quedó “Orgar”».
Suárez es también accionista de una empresa anotada en el Registro Mercantil V de la Circunscripción Judicial del Distrito Capital y estado Miranda bajo el nombre de Vemaproin, C.A., la nueva dueña de Veninpro y esta última, a la vez, accionista única de Orgar Corporación.
Vemaproin C.A. se identificó con esta denominación apenas una semana después de constituirse en términos legales como empresa pero bajo el nombre de Orgar Ingeniería, C.A. En otras palabras: conservó su nombre original sólo siete días. Pero tanto con una como con la otra identidad, figuran como autoridades de la Junta Directiva de la compañía Emilio Suárez, presidente, y Dagly Millán de Ordóñez, esposa de Magglio Ordóñez desde 1995, vicepresidenta.
Vemaproin, el otro yo de la prematura difunta, Orgar Ingeniería, es el resultado de la sociedad entre dos accionistas: Emilio Suárez, con un minoritario diez por ciento, y la empresa Vadelim Spain Investments S.L., con sede en la Barcelona catalana, en poder de la porción restante. Según la información visible en el sitio web del Registro Mercantil Central de España, Vadelim Spain Investments S.L. tiene por único accionista a otra persona jurídica, Amicorp de España S.L., y ésta, para concluir la intricada genealogía corporativa de estas empresas que se cuidan de reconocer a su parentela, es propiedad de Amicorp Europe Holding Ltd.
Estas dos últimas empresas, Amicorp de España y su patrona, Amicorp Europe Holding Ltd, coinciden en su denominación con Amicorp Group, una trasnacional de servicios fiduciarios y consultoría corporativa en cuyo folleto de presentación, redactado en idioma inglés y colgado de Internet, destaca una de sus especialidades: Sportsman/Image Rights Structure. «Como hombre del deporte o gerente de un club deportivo, usted se ve forzado a tratar con temas impositivos. Mucha gente del deporte hace su actividad fuera de su país natal. ¿Pudiera usted beneficiarse de un calendario más favorable para sus actividades en el extranjero? ¿Cómo puede manejar usted sus gastos y bonificaciones en una manera más benévola desde el punto de vista de los impuestos? Con el final de una carrera deportiva también surgen ciertas preguntas. ¿Cómo puede usted prepararse para la vida después del deporte profesional? ¿De qué manera puede estructurar ese capital que ha levantado durante su carrera?», intriga la publicación, según una traducción libérrima, para entonces contestar: «Basado en años de experiencia práctica, Amicorp será capaz de explicarle a usted todas las implicaciones relevantes de su situación en materia de impuestos, y de dibujarle una estructura individual».
Recomienda además una ventaja de la filial ibérica, Amicorp de España S.L.: «Las leyes corporativas de España comparten muchas similitudes con las legislaciones de muchos países de América Latina. La amplia red de tratados tributarios con América Latina y el carácter europeo de las ETVE (N. de R.: Entidades de Tenencia de Valores Extranjeros, figura jurídica contemplada en el régimen corporativo español desde el año 2000), las convierten en un vehículo atractivo para canalizar inversiones de capital hacia América Latina, así como una ruta de salida tributariamente eficiente para capital de inversión europeo por parte de empresas no europeas. Consecuentemente, España no está en ninguna de las listas negras latinoamericanas».
Sin duda, una madeja de implicaciones que ningún espectador debió tener en mente cuando el 4 de julio empezó a correr el balón sobre el césped Bermuda del estadio «José Antonio Anzoátegui» de Puerto La Cruz.