14 de marzo de 2008

Binacional


N. de R.: Tenía mucho tiempo tras la pista de Gabriela Febres-Cordero, superconectada ex ministra venezolana que, después de formar parte del parvulario tecnocrático de Carlos Andrés Pérez durante su segundo gobierno, parecía haber desaparecido. No era así: tenía una vida de vértigo en la Embajada de Colombia en Washington. Allí -eso me figuraba yo- se codeaba con gente poderosa. Corroboré algunas de mis fantasías en este trabajo que por ahora circula con la revista "Exceso". Sus historias me resultaron fascinantes; el espacio, como siempre, insuficiente. La foto muestra en un extremo a la Febres-Cordero y, en el otro, a su ex marido y ex embajador colombiano ante la Casa Blanca, Luis Alberto Moreno

GABRIELA FEBRES-CORDERO: AMOR EN TIEMPOS DE CÓLERA

La ex ministra de Carlos Andrés Pérez tiene enterrado su corazón en Colombia, el país donde se lo acaban de romper. Recién separada del ex embajador de Pastrana y Uribe en Washington, Luis Alberto Moreno, saca cuentas de su vida. Pero, en vez de sumirla en la contemplación, el balance la llevó a poner todas sus energías en apadrinar valores neogranadinos, desde Juanes, el cantautor, a los niños de la música vallenata o los indios Tayronas de Santa Marta

Se lo oí decir a una amiga: “El apellido Febres-Cordero es todo lo que queda de la Gran Colombia”. Me lo dijo cuando empezaba a hacer entrevistas para esta nota. Y ahora que la escribo me convenzo de que no encontraré ninguna otra frase mejor que esa —aunque fue dicha con sorna; no en balde mi amiga vive en Washington D.C. — para sintetizar los postulados y conclusiones del perfil de Gabriela Febres-Cordero que aquí inicia.
Sin embargo, resta algo por agregarle. Así que a reformular la hipótesis, extendida y aclarada, con el siguiente corolario: el apellido Febres-Cordero es, repito, lo que queda de la Gran Colombia; pero es más vestigio, vivo, pugnando todavía por sobresalir, que reliquia inerte de museo.
La ex ministra del segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez, el del ajuste macroeconómico, lleva ese apellido y también, por vía materna, el de Salom. Uno lo emparenta con el prócer León Febres-Cordero, primer jefe supremo, en 1820, de la recién independizada provincia de Guayaquil, homónimo del patriarca democristiano y ex presidente del Ecuador en la actualidad, así como con una retahíla de nombres que dan lustre a la historia patria de Venezuela; el otro, por su parte, la conecta con Bartolomé Salom, general en Jefe de los Ejércitos de la República, el “Arístides de Colombia”, como lo llamó el propio Bolívar, quien lo tuvo por jefe del Estado Mayor. “Mi abuelo Pedro”, pasa revista al álbum familiar, “nacido alrededor de 1900, se sentía muy orgulloso de él y contaba que el general Salom era el único que conocía lo que había pasado con el fusilamiento de Piar, pero que guardó el secreto. También le tocó ser el custodio de los pertrechos para la Batalla de Boyacá, aquí cerca, en el páramo de Pisba. Era un hombre honorable y de confianza”.
Pero hasta aquí llegan los dominios de la heráldica y de la reacción al carbono 14.
Porque ha sido la vida presente de Gabriela Febres-Cordero, más que su estirpe, la que la colocó en medio de los entreveros donde cada tanto se riñen y vuelven a amistar las naciones hermanas del área andina, hijas todas del Libertador, cuartos desmembrados de la antigua Gran Colombia.
Primero, en el cargo de ministra-presidenta del Instituto de Comercio Exterior (ICE) no sólo rompió registros de edad como la integrante más joven del kindergarten tecnocrático de Pérez, sino que, sobre todo, tuvo a su cuidado el proceso de integración comercial de un Pacto Andino que todavía por entonces lucía robusto. Luego, como esposa del embajador por siete años de Colombia en Washington, Luis Alberto Moreno —hoy, presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) —, supo convertirse en la discreta y eficaz aliada de la audaz campaña de relaciones públicas que su marido, a nombre de Bogotá, desplegó en la capital del imperio para conseguir el visto bueno de dos gobiernos y también un par de legislaturas norteamericanas para el controvertido Plan Colombia y a su extensión, el Plan Patriota.
Ahora, a la pregunta de “¿Y qué es de la vida de Gabriela Febres-Cordero?”, cabría responder: “como siempre, en la movida”. La movida, por ejemplo, de las frágiles, a punto de ruptura, relaciones colombo-venezolanas, con un pie metido entre los decision makers de Bogotá, sus amigos, y otro en el quién-es-quién de Caracas, sus amigos y parientes. Se disponía a almorzar, poco días después de nuestro encuentro, con el ex presidente Ernesto Samper; y, según aseguró, pocos días antes había recibido un saludo de año nuevo del presidente Álvaro Uribe por vía telefónica. La llamada incluyó otra pregunta que desde el Palacio de Nariño procuraba auscultar la dimensión del daño al vínculo binacional: “Cuénteme cómo ve las cosas”.
—¿Y cuál fue tu respuesta? ¿Cómo veías las cosas?
—No, no quiero entrar en esos temas. No me interesa que el mundo entero sepa eso. De hecho, fue una llamada cariñosa y personal, y él aprovechó para preguntar. Pero obviamente en todos los escenarios donde uno está con gente… El otro día estuve con Juan Manuel (Santos, ministro de Defensa de Colombia) y también me estuvo preguntando que cómo veía las cosas.
Para completar la certificación de calidad de sus contactos, también podría afirmarse que está en la movida de la farándula internacional, apadrinando la carrera de Juanes, verbigracia, mientras se mueve para convocar a Plácido Domingo a un evento de beneficencia.
Sin embargo, estas respuestas se quedarían cortas ante el panorama que se le presenta. Se diría, por sorprendente que pueda sonar, que Gabriela Febres-Cordero tiene cosas más importantes en qué pensar ahora. Recientemente separada de Moreno, con quien convivió 12 años, se avecina a los trámites del divorcio y separación de bienes, inevitablemente borrascosos. Y está a punto de cumplir 50 años de edad, un hito definitivo en el tránsito vital de cualquier individuo, en una fecha de tan poderosos significados cabalísticos, que los chinos la eligieron para darle inicio ese día a los Juegos Olímpicos de Pekín, el venidero 8 de agosto (08-08-08).

Ha dicho que el páramo de Pisba nos queda “aquí cerca” porque nos encontramos en la Casa Medina, una mansión señorial de los años 40 transformada en hotel de lujo en plena zona financiera de Bogotá. Hace frío a pesar de que ya casi es mediodía y de que por unos instantes se ha despejado la cubierta de nubes grises que en estos días iniciales del año obtura la visión del cielo sobre la capital neogranadina. El personal de relaciones públicas del hotel se desvive por ofrecer un café tipo capuchino, bien calientito, a “doña Gabriela”, junto a otras deferencias que, me permito suponer, sólo se reservan a los clientes frecuentes. “Esta gente es maravillosa”, califica Febres-Cordero no sólo al solícito personal del hotel, sino a los colombianos: “Son muy profesionales”. El episodio da pie a una breve disquisición sobre las diferencias y semejanzas entre colombianos y venezolanos, que no pretende otra cosa que ayudar a calentar la conversación, aunque bien valdría como contexto para las fricciones a ambos lados de la frontera. La radiografía que tantos años de interacción con colombianos le han permitido obtener, la anima a asegurar que son muchas las desemejanzas que se esconden en la fraternidad forzada de una relación siamesa: “Para el colombiano, que es muy distinto a nosotros, hay cosas que no logra entender del venezolano. Una es la estridencia nuestra. El colombiano la maneja con prudencia, pero le mortifica. Ellos hablan pasito. Nosotros hablamos duro y repicado. Puede parecer caricatura, pero es cierto: En un desencuentro nuestro, cualquiera te parte la botella y te pone el pico en el cuello. Pero de ahí no pasa la cosa. En cambio aquí, mudos, te volteas, ellos se sacan el revólver de la ruana, pam, y muerto caíste. Nosotros no pasamos del pico de la botella. Ellos tienen la ruana… Entonces, claro, imagínate la impresión de una gente que es así cuando la amenazan y le gritan cuatro cosas”.
Hay que reconocer que los tiempos que corren no parecen propicios para que un venezolano declare su amor por Colombia. En el caso de Gabriela Febres-Cordero, no obstante, sobran las licencias. Lo suyo con Colombia sí que es amor en tiempos de cólera. El nexo que mantiene con el país vecino es de vieja data y se vino a concretar con su matrimonio con Luis Alberto Moreno, colega ministro del gabinete del presidente César Gaviria. Eran otros tiempos, sin duda. La oleada de reestructuraciones neoliberales recorría de arriba abajo la América Latina. Niños prodigio jugaban a recomponer países a las órdenes de Carlos Salinas de Gortari, Carlos Saúl Menem, Carlos Andrés Pérez y el propio Gaviria. Febres-Cordero cerraba filas con los Moisés Naím, Miguel Rodríguez, Ricardo Hausmann y Beatrice Rangel, entre otros que, con sus experimentos de ingeniería económica y social, desdecían de sus orígenes diversos para constituirse en una nueva clase, la tecnocracia, de la que hoy pocos recuerdan si acaso existió de verdad.
En el área de Comercio Exterior, Gabriela Febres-Cordero sirvió como ariete de la apertura. A estas alturas, si bien no reniega de la experiencia, trata de ponerla en perspectiva: “Eso es el retrato de una época. En ese momento yo tenía 29 años; Miguel tenía 33; Moisés, como 34. Todos veníamos de una buena formación en Venezuela y Estados Unidos. Pero nadie tenía formación política. Se suponía que el presidente Pérez sabía de eso. Uno iba a hacer el oficio y la tarea que le dijeron. Claro que hubo cosas en las que nos equivocamos. En el área mía, por ejemplo, recuerdo unas discusiones tremendas sobre el tema del maíz en Venezuela, cuánto costaba producirlo en Venezuela y cuánto costaba importarlo. La ecuación obvia daba que la importación resultaba mil veces mejor. Que beneficiaba a millones de consumidores. Lo que está muy bien. Pero reconozco que en ese momento, cuando se tomaron decisiones de las que yo fui partícipe, nunca me senté a pensar en qué pasaba con una familia que vivía de sembrar maíz en su conuco. No fue necesariamente por insensibilidad. Se hablaba del programa de reconversión y reentrenamiento que tenía que acompañar a la apertura. Eso estaba contemplado. Pero era una de esas cosas que, como uno se da cuenta después en la vida, se quedan en la teoría. El problema no era la apertura. El problema era qué hacer con la minoría afectada, porque inmediatamente estabas generando una exclusión. Allí es donde yo hoy me riño con las soluciones masivas y sistémicas. Al tratar a todo el mundo con el mismo rasero, se crean unos bolsones de exclusión de los que nadie se ocupa. Hay que ponerles atención. Creo que todavía no hay conciencia de que la sumatoria de los bolsones de exclusión es lo que genera las revoluciones y las turbulencias”.
Así como fue fecunda para la reflexión, la pasantía por el gobierno de Pérez sirvió para alimentar la agenda de contactos de Gabriela Febres-Cordero entre sus pares colombianos. Noemí Sanín, actual embajadora en Madrid y puntera en las encuestas de los presidenciables; Juan Manuel Santos, otro candidato in pectore y actual ministro de la Defensa; y Gabriel Silva, presidente de la influyente Federación Colombiana de Cafeteros, lo que equivale a llamarlo el “dueño” de Juan Valdez; fueron algunas de las amistades cosechadas en ese período. Aunque más importante resultó su encuentro con el joven ministro de Desarrollo Económico, Luis Alberto Moreno. La leyenda sostiene que se conocieron en una reunión de directorio de la Corporación Andina de Fomento (CAF). Difícil saber si el flechazo fue instantáneo. De lo que no se puede dudar es de la fuerza de la conexión. Gabriela Febres-Cordero, que después de las intentonas golpistas de 1992 había dejado su puesto en el gabinete, se mudó a Colombia. Moreno, que venía de un matrimonio con la periodista norteamericana Adriana Foglia, puso manos a la obra a un trueque de compañía que la comidilla bogotana consagró con una suerte de proverbio: “Cómo será de verraco Luis Alberto que se consiguió una mujer más brava, más rica y más chiquita que Adriana”.

Lo de la altura no era, valga la expresión, un dato menor. Tampoco un chiste. Febres-Cordero, menuda y compacta, parecía mandada a hacer para el troquel de Moreno, de apenas 1,61 de estatura. Una pareja pigmea que se engrandecía en la yunta de sus personalidades. En particular Moreno, que fue, además de ministro, productor de noticieros televisivos, representante de conglomerados en telecomunicaciones, director de la campaña presidencial de Andrés Pastrana y, en sus mocedades, vendedor de aspiradoras, compensaba la ligereza de su humanidad con un don de gentes y una capacidad de persuasión que pondría a prueba en lo que fue su asignación estelar: la embajada de Colombia en Washington. Cómo sería de exitosa su gestión que, después de estar en el cargo durante cuatro años bajo la administración Pastrana, el presidente Álvaro Uribe lo ratificó por tres años más. Su indicador de desempeño era muy objetivo: la aprobación por parte de Ejecutivo y Congreso del Plan Colombia, una multimillonaria ayuda en armamento y programas sociales para combatir al narcotráfico que luego, bajo el nombre de Plan Patriota, se reconvertiría en campaña anti-insurgente.
Moreno no lo tenía nada fácil. Colombia entonces era tenida como uno de los Estados frágiles, acaso abortados, en cuyos vacíos se hacían fuertes la subversión de izquierda y el crimen organizado. Echar al mar un camión de volteo cargado de dólares lucía más rentable que tirar recursos de los contribuyentes norteamericanos en esa tierra de nadie. Para colmo, los alegados nexos del presidente Uribe con las fuerzas irregulares del paramilitarismo poco hicieron en optimizar las probabilidades de la tarea.
Para el éxito con que coronó su cometido, Moreno contó con las artes organizativas de su esposa. Febres-Cordero, poco dada a hacerse al papel decorativo de mujer de diplomático que las usanzas de Washington le asignaban, descansaba poco inventándose algo en qué descargar sus energías. Primero, redefinió la gestión de la Embajada y renovó su staff: “Eso es como manejar un hotel, una casa, un restaurante y un departamento de alimentos y bebidas las 24 horas del día. Tú eres gerente y ama de llaves a la vez. ¡Es tremendo!”. El ajuste le valió no pocos roces, pero aclara, debidos a su propia personalidad obsesiva y severa, y en nada atribuibles a su condición de venezolana mandando en baile de colombianos. Se trata de un carácter que ya en otra entrevista para esta revista (Exceso, agosto 1991) intentaba definir así: “Yo digo ‘voy’ y por ahí me meto”, le aseguraba a la colega Faitha Nahmens, “y no me importa qué me llevo por delante. No puedo ser ladina ni sirvo para edulcorar las cosas”. Sería, insistía también en ese entonces de sus 33 años, un fatalismo hereditario que se puede achacar al general Salom, “que murió de una rabieta. Sí, en Carora estaban fustigando a un hombre y él quiso interceder. Como lo humillaron, ya era viejo entonces, rompió la espada que le había regalado el Libertador y se echó a morir”.
Orgullosa pero sin echarse a morir, la venezolana se las ingenió para coordinar entonces una investigación sobre la arquitectura de las principales embajadas de Washington, publicada en edición de lujo por Villegas Editores de Bogotá. Sin embargo, se le estaba agotando el turno de “mirón de palo, y de pronto”, ahora relata en Casa Medina, “terminé engranando y se me ocurrieron cosas, actividades complementarias que podían apuntalar lo que se estaba haciendo desde la Embajada para que la percepción de Colombia fuera distinta”.
“Hay un caso que recuerdo mucho, el de un senador demócrata de Vermont, Patrick Leahy, un tipo muy importante que estaba en el Comité de Foreign Operations, el que da la plata. Muy de la línea de Delahunt y de Meeks, esto es, muy en la línea de derechos humanos, y a quienes la llegada del presidente Uribe produjo todo un cuestionamiento por el perfil que tenía. Había que convencer a estos demócratas no sólo de que Uribe había ganado limpiamente las elecciones, sino de que era la persona honorable y correcta que Colombia se merecía. A través de distintos medios, a través de su señora, que se volvió muy amiga mía, se le hizo la corte hasta que fue a la casa un poco remolón. Buscamos el menú más adecuado. Preparamos un pescado en hojas de plátano, que practicamos varias veces. Pero estaba la pregunta de qué vino se le ponía. Alguien me había mencionado que él tenía raíz europea. Me metí en Internet y conseguí que la mamá era italiana. Por mera intuición me metí a ver qué había en la región de Italia de donde venía su madre. Encuentro entonces que hay un viñedo en el pueblo donde la mamá nació y donde él pasó su infancia. Entonces empecé a buscar dónde conseguía ese vino. Zanqueé por todas partes y conseguí un distribuidor en California. Llamé a California: ‘Mándenme el vino urgente para acá’. Me mandaron el vino. Cuando llega el señor, la comida y todo estaba perfecto, pero yo seguía sintiendo que aquel señor estaba como cerrado. Entonces le sirven el vino y él pide la botella para verla. Cuando agarra la botella, yo lo veo palidecer desde el otro lado de la mesa. Luis Alberto me miró como diciéndome ‘¿qué pasó, cuál fue esta metida de pata?’. Yo no le había dicho nada porque se me olvidó. Bueno, resulta que el senador me pregunta dónde conseguí ese vino. Entonces le digo: ‘En California’. Pero él siguió: ¿Usted sabe que este vino es de mi pueblo?”. Le dije: ‘Sí, lo sé’. ¿Y cómo sabía? ‘I did my homework’, le respondí. ¡Y se acabó! Desde ese momento el hombre abrió la santamaría y fue otro cuento totalmente distinto”.

“¿De qué vivo? De mi herencia”. Vaya; esto se llama honestidad brutal. Aunque, si lo pienso mejor, me parece que no es más de lo que cabe esperar de una mujer que se apresta a hacer balance a los 50 años de edad y que tiene las condiciones para financiarse ese alto en el camino, siempre tan favorable para la reflexión. Su cuerpo se traslada con frecuencia de uno a otro de sus hogares entre New York y Bogotá, aunque por momentos parece que su alma residiera, provisionalmente, en una zona etérea ubicada en alguna otra dimensión. Dice que, pasando revista a lo que hasta ahora fue su vida, pudo trazar check marks en la lista de tareas cumplidas. Claro que el balance incluye los vidrios rotos de su relación con Moreno, segundo matrimonio que intenta, y que, aunque por ahora no sabe a qué se va a dedicar, el resultado neto de estas incertidumbres no es la angustia sino “una tranquilidad enorme”, que la acompaña mientras se estaciona en el hombrillo.
Alrededor de sus muñecas, junto a otras pulseras, danzan media docena de cordones de hilo blanco. Son aseguranzas, las llama, y les fueron dispensadas por mamos —caciques o chamanes— de las etnias tayronas que habitan la Sierra Nevada de Santa Marta, sobre la costa Atlántica de Colombia. Cuando cumplió 40 visitó por primera vez a esos nativos, cuyo aislamiento se acentúa según aumenta la cota. En esa ocasión un mamo, Jacinto, de la tribu más elevada —tanto en la montaña como en el espíritu—, los Kogui, le auguró, a través de un intérprete: “Usted va a ir a un sitio muy lejos y va a ir con su marido y la función de su marido será hablar, hablar y hablar. Usted tiene que ayudarlo para decirle a esos ‘hermanos menores’ que no contaminen la tierra”. En retrospectiva, Febres-Cordero cree identificar en esas palabras una mención no tan velada al programa de fumigaciones que a la postre comprendería el Plan Colombia. “Eso fue antes de que enviaran a Luis Alberto a Washington. Entonces no entendí nada. Pero después entendí. Hoy se hacen erradicaciones manuales de las plantas de coca, pero al principio fue pura fumigación. Y yo siempre me acordaba de eso”.
El presagio —que también anunciaba el venidero reinado de los paramilitares en Colombia— encontró tierra fértil en la vocación por el misticismo de la venezolana. Colegas periodistas en Bogotá dan crédito a versiones según las cuales Febres-Cordero es alguien capaz de ‘montarle un trabajo’ a una rival. Cierta o no, exagerada o no, poco importa esta caracterización que la implicada ni niega ni confirma. En cualquier caso, lo relevante es el modo en que convirtió la causa de los tayronas, acorralados por los desmanes en asfalto y acero del progreso y por el ascenso a través de sus tierras de los sembradíos de coca, en su causa. Pronostica que el apoyo a los indígenas, o lo que es lo mismo, a la recuperación del entorno natural de la Sierra Nevada de Santa Marta, le tomará los próximos 25 años. Por lo pronto, se ocupa en una frenética búsqueda de patrocinios con la que se empeña, además, en demostrar que su pausa vital no se traduce en inacción. “Le pasas un videíto a los gringos y ya los sensibilizas para bajarlos de la mula”, se ríe, sin descartar otros métodos de persuasión. No hace mucho, por ejemplo, se llevó a varios indígenas de la sierra a pasar las de Cocodrilo Dundee en New York, entre rascacielos y juntas con donantes. Parece que les fue bien.
Sin embargo, tiene que barajar con cautela su acceso a financistas del Primer Mundo, no vaya a ser que los atosigue con distintas peticiones y seque por mero descuido alguna fuente de recursos. Porque son varios sus proyectos humanitarios y cada uno se merece dinero fresco del norte. Está también, por ejemplo, United for Colombia, la fundación que dirige para la asistencia a niños y soldados lisiados por minas antipersonales y que ya ha tratado 72 casos en muy poco tiempo. Allí trabaja con Juanes, líder a su vez de la Fundación Mi Sangre, pero contraparte también de Gabriela en una relación ganar-ganar en la que cada quien obtiene recompensas. La caraqueña contribuyó a poner a Juanes en los mapas de uno de los productores cruciales de la industria musical norteamericana, Quincy Jones, y del ex beatle Paul McCartney. “Estábamos en un yate en el Mediterráneo. Yo cargaba mi i-pod con las canciones de Juanes. Y se lo di a oír a Quincy. Le encantó. Desde el yate llamé a Juanes y le dije: ‘Te paso a Quincy Jones’. De ahí lo invita al segundo concierto de We are the world, we are the children. Maná y él fueron los únicos latinoamericanos. Después Quincy lo metió entre los líderes más influyentes del futuro en la revista Time. Tiempo después, me puse en contacto con Heather Mills, que tenía el programa Adopt a minefield. Cuando le llegué a esa señora y nos pusimos de acuerdo para hacer una gala en Los Ángeles pro fondos para Colombia, surgió la pregunta de quién iba a cantar. Eso fue en 2004. Y, no te creas, ¡fue duro! Me tocó negociar con Heather y Paul McCartney porque querían que fuera Shakira. Pero yo estaba empeñada en que fuera Juanes, porque había sacado dos años antes la canción ‘Fíjate bien donde pisas’”. Ahora, para una ocasión similar, trata de conquistar al tenor Plácido Domingo, que “conoce bastante o algo del trabajo que hace la fundación, ha visto el video de los niñitos, él sabe cuánto hay que levantar todos los años para que todos tengan prótesis todos los años. La última vez que lo vi fue ahorita, en New York, en una función de Ifigenia en el Met: fui al camerino y entonces me dijo: ‘A ver, cómo es que hay que trabajar esto’”.
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RECUADRO 1

La gota fría

La combinación entre farándula musical y labor pro bono, que estuvo a punto de cristalizar también en la Fundación ALAS recientemente creada por Shakira –“en realidad no fue ella, sino Antonio (de la Rúa, prometido de la cantante), quien me llamó para que me vinculara y lo ayudara a coordinar la relación con otras fundaciones; pero allí entraron Carlos Slim y el grupo Santo Domingo con una buena plata y quisieron participar más activamente en la estructura administrativa”-, se funde con una reputación, la de ser una de las mejores bailadoras de vallenato en mil millas a la redonda, de la que Febres-Cordero se ufana. “No hay nada que me guste más que estar metida en un ‘chuzo’ vallenato”, se defiende cuando se la observa como quien mira a una sifrinita de nariz respingona.
De esa confluencia nace el mecenazgo a los Niños Vallenatos, una banda-escuela dirigida por Andrés ‘el Turco’ Gil, habituada ya a los grandes acontecimientos —se presentaron en la Casa Rosada de Buenos Aires y en el Palacio Imperial de Tokio, así como en el homenaje por los 80 años de Gabriel García Márquez, hace un año en Cartagena de Indias—, pero cuya plataforma de proyección tuvo lugar en 1999 en una presentación urdida por Febres-Cordero para el presidente Bill Clinton en la Casa Blanca. Desde entonces, la venezolana, junto a la promotora cultural Consuelo Araújonoguera, asesinada por la narcoguerrilla, se tornaron sus madrinas. Y Clinton, por cierto, en su fanático.
“Los que fueron a la Casa Blanca ya crecieron todos. Tres o cuatro de ellos están en grupos grandes que suenan en toda Colombia. Dos son acordeoneros, entre ellos, el principal de Peter Manjarrés. Son hombres hechos y derechos. Pero el cariño es el mismo. Todos tienen mi celular, me llaman, conversamos; sé dónde viven, quiénes son sus padres… Y eso lo estoy haciendo hoy también con las nuevas generaciones. Por ejemplo, estamos en un proyecto bien chévere que ya se terminó de filmar, una película llamada El ángel del acordeón. Al niñito protagonista, Camilo Molina, yo me lo llevé a la Biblioteca de Clinton. Estuve muy involucrada en seguir la película, cuando se hicieron las audiciones, en velar que tenga un propósito social y que parte de la taquilla vaya para la creación de escuelas de música vallenata, o conseguir que Hoehner, que es la empresa alemana que fabrica los acordeones, nos donara algunos instrumentos para la escuela que se hará con lo que la película recaude”.
Por lo demás, siempre consigue quien le ofrezca recursos para comprar acordeones, un bien preciado y escaso en Colombia, aunque “es interesante: el acordeón vallenato sólo se usa en Colombia y la fábrica tiene esa línea de producción solamente para Colombia”. En los días de nuestra entrevista, la ex ministra cargaba en su equipaje un acordeón adquirido con fondos de un donante para reparar una injusticia: Yeimi Arrieta, un talento precoz de nueve años de edad del municipio de Arjona (Bolívar), primera chica que en 40 años del Festival de Valledupar ganó la competencia infantil de acordeoneros en 2007, no tenía instrumento propio. “Ahora voy a ir a entregarle el acordeón”.
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RECUADRO 2

Empezar de cero

Ciudadana del mundo, podría ser el título de su gentilicio. Con residencia hasta no hace nada en Washington DC, cuando en aduanas o inmigración le preguntan donde vive, responde: “Nueva York; es el sitio donde más tiempo paso”.
Tiene enfrente, sin embargo, una reparación menos geográfica pero, no por ello, menos tangible y que ella misma resume así: “De una u otra forma yo organicé mi vida en torno a las actividades de Luis Alberto y en torno a su vida. Al no estar ya Luis Alberto en mi vida, pues, tengo que rehacer todo”. La separación, que abonó por un tiempo las comidillas de Bogotá y de la comunidad diplomática en Washington, sigue su curso mientras Gabriela Febres-Cordero palpa con todas sus asperezas la inminente condición de divorciada.
- Tengo que arrancar de nuevo, digamos que de cero, y eso toma tiempo. Eso no es ‘snap your fingers’ como Hechizada y ¡ya! todo se organizó.

- ¿Esta transición no te genera incertidumbre?
- La transición, en una circunstancia personal como esta, siempre genera mucha ansiedad, sin duda alguna. Las ansiedades son normales porque es una circunstancia emocional fuerte. Pero a su vez hay una tranquilidad interna muy grande también.

- ¿Y no guardas rencor?
- Yo creo que en el proceso uno tiene malos ratos. A mí que me digan que los divorcios son todos armoniosos… ¡No! Cuando hay un divorcio es porque hay un desencuentro, al haber desencuentro hay diferencias y cuando hay diferencias es porque hay posiciones que tiene cada persona. Pero yo creo que el tiempo siempre pone las cosas en perspectiva. El ejercicio más importante es ver la puerta que se abre y no la que se cierra. Si uno puede levantarse en la mañana, tener la disciplina y espartanamente mirar todas las oportunidades que se te están dando, y no estar mirando lo que perdiste, o lo que dejaste, o lo que hiciste que se quedó allá, sino realmente la actitud de mirar hacia lo bueno que se te abre, la mala energía se reduce sustancialmente.

- Pero te mueves en un ambiente social en el que es probable que te cruces con Luis Alberto Moreno…
- ¡Nos saludamos! Acaba de ocurrir en un evento social en Cartagena y nos saludamos de manera muy cordial. Yo creo que la cordialidad de todas maneras se tiene que mantener. El hecho de que haya dos caminos distintos, pues… Claro que uno se va a conseguir en la vida, pero uno está mirando el porvenir.

-Para las actividades comunitarias que vienes haciendo, supongo que la plataforma que Moreno te ofrecía era excelente, ¿ahora puedes hacerlas sola?
- La verdad es que la fundación arranca desde la embajada pero se ha podido sostener. Nosotros salimos de la embajada hace dos años, ya van a hacer tres años. Y sigue perfectamente bien. Nunca tuvo base de apoyo en el BID. Eso anduvo solo y continúa solo y es una causa, creo, muy sentida no solamente en mi caso personal sino las personas que están involucradas la sienten. No sólo sentida, también necesitada, hasta el punto que no creo que mi situación personal cambie para nada el trabajo.

-¿En qué estás pensando ahora?
- Sigo todavía rumiando. No tengo claras muchas cosas. Las cosas que tengo claras son el proyecto de los indígenas de la sierra de Santa Marta, el tema de las víctimas de la guerra en Colombia, tanto soldados como civiles, que también va a continuar en la medida que las FARC sigan sembrando minas.

- Pero estas cosas que enumeras son externas a ti. ¿Y lo que tiene que ver con tu vida personal?
- Por esa parte yo no puedo especular qué va a pasar. Digamos que cuando me levanto en la mañana me pregunto qué me toca hacer y sé que esas dos cosas están allí que son importantes. Como también el tema de la música vallenata, el tema de la educación musical de los niños. También tengo unas ofertas que están en la mesa. Pero todavía sigo en la transición, digamos, de ser divorciada oficialmente. Ese status no lo tengo, estoy en proceso, mientras no salga de eso, que tiene su tiempito, no creo que me aventure a tomar a corto plazo una decisión.

El gran hermanito


N. de R.: Esta nota la hice en diciembre de 2006 para la revista "Exceso" de Caracas, entonces todavía bajo la conducción de Ben Ami Fihman. Su personaje principal: Julio Augusto López, un magnate mediático incubado al calor del chavismo. Según los rumores de las columnas de farándula, su "Canal de Noticias" se parecía mucho a un fiasco. Cuando cubrí la historia, estuve detrás de su inusual figuración como "periodista" y "patrocinante" en la campaña electoral de Ollanta Humala en Perú. De esa dupla queda como testimonio la foto

CITIZEN LÓPEZ

Joven empresario de origen peruano y nombre patricio, Julio Augusto López aparece desde hace unos años en vías de amasar un imperio mediático al servicio, según los rumores más punzantes, de la causa revolucionaria. Con facilidad de maromero emprende y aborta proyectos de comunicación, casi siempre de factibilidad dudosa, de los que por ahora le quedan el diario The Daily Journal y Canal de Noticias, una nueva señal televisiva. En medio del derroche, una aventura editorial en Perú de llamativa proximidad con Ollanta Humala, y una alianza en veremos con la cadena Al-Yazira, forman parte de sus peripecias.

“Sí, me llamó y me planteó hacer lo mismo que yo hacía en Globovisión”, declara sin tapujos José Domingo Mingo Blanco. “Cené con él y me contó sus proyectos”, asiente, por su parte, Nelson Bocaranda. Ambos periodistas, figuras de postín de la pantalla chica todavía y a pesar –o quién sabe si a propósito- de las incomodidades que generaron a sus últimos patrones en la TV, oían ofertas de Julio Augusto López, un joven magnate a quien puede que le falte mucho por acumular antes de equipararse con un Cisneros Rendiles o un Azcárraga Jean, pero que ya tiene en su haber un conglomerado mediático en ciernes.
En un abrir y cerrar de ojos López pasó a controlar El Diario de Caracas (2003) y The Daily Journal (2006), negocios editoriales que, si bien languidecían en términos de lectoría, ventas publicitarias y circulación, conservaban entre sus activos algunas marcas llamativas y cargadas de viejas glorias que valía la pena reactivar. Ahora, y luego de ceder su participación en El Diario de Caracas –reconvertido en gratuito matutino- al inversionista Pedro Perucho Torres, el editor de origen peruano concentra sus desvelos en la puesta a punto de su nuevo proyecto: Canal de Noticias, una señal de 24 horas de información que se mantiene al aire en período de pruebas desde principios de noviembre, a través de la red de televisión por suscripción Intercable.
La parábola del emprendedor con un sueño por seguir podría calzarle a la perfección, de no ser por los rumores pertinaces que atribuyen la fortuna y el emporio comunicacional de López a favores concedidos por sus amigos del gobierno. En Internet, comarca donde por igual se enseñorean difamaciones, conspiraciones virtuales y esas primicias que nadie en los medios tradicionales se atreve a difundir, se leen afirmaciones como esta que, bajo el título en inglés de Dispatches from Caracas: the Bolivarian Daily Journal, se atribuye a Tirso Suárez: “López Enríquez is just a straw man”. Evitando honduras tan rotundas, Mingo advierte sin embargo que se sintió obligado “a hablarle claro” a López para preguntarle a boca de jarro: “¿Para qué quieres contratarme si ese canal tuyo es rojo, rojito?”.
El prejuicio se viene esparciendo con rapidez y las actuaciones de López poco contribuyen, si no a disiparlo, siquiera a contenerlo. Las dudas que ensombrecen su reputación se alargaron hace poco hasta el Perú, tierra natal de sus padres, donde un popular programa periodístico de la TV consiguió elementos para atreverse a insinuar la hipótesis de que López podría haber servido de biombo en una operación de transferencia de fondos desde Caracas a la campaña electoral del candidato nacionalista a la presidencia, Ollanta Humala. Y es cierto que los indicios, numerosos, alientan la sospecha. Desde 1998 López se embarcó, tanto en Venezuela como en Perú, en una fila de proyectos periodísticos cuya lógica de negocios cuesta entender y de cuya difícil sustentabilidad tendría que prevenirse cualquier inversionista de mediano olfato. De hecho, casi todos fueron abortados: The Daily Journal y el canal de TV que apenas germina son los testimonios pervivientes de la casi conmovedora insistencia de López en el método del ensayo y error. Una perspectiva que sólo puede cambiar, según lo dicta la suspicacia, si se cuenta con un pote inagotable de recursos para gastar. ¿Es este el caso? Y de serlo, ¿de dónde provienen esos fondos? ¿Será que financian una estrategia más vasta de índole política? ¿O se tratará, como protesta López desde su oficina en la industrial urbanización Boleíta Norte de Caracas, de una decodificación amañada de meras circunstancias coincidenciales que él no niega, pero que para nada forman parte de una colusión oculta con el proyecto bolivariano? ¿Un visionario incomprendido?

Una advertencia útil para considerar durante la lectura de este reportaje desde la polarizada visión venezolana: tener simpatías políticas, y expresarlas, no constituye delito. Tampoco una trasgresión moral. De ello estarían concientes los periodistas peruanos que, en medio de la áspera campaña electoral de este año, veían con frecuencia a Julio Augusto López Enríquez acompañar al candidato Ollanta Humala. Pero al final de la campaña tuvieron más de qué enterarse. La más llamativa señal de que la cercanía de López con el ex oficial de artillería del ejército peruano sobrepasaba las relaciones entre un candidato y un reportero demasiado comprometido con su fuente o, incluso, entre un candidato y su mecenas, fue la aparición en el comando de campaña del humalismo, la víspera de las votaciones para la segunda vuelta presidencial, de un longuilíneo personaje de bigotes y cabello cano. El hombre portaba un típico chaleco de corresponsal con la inscripción “Press” a la espalda y el logotipo de The Daily Journal sobre el pecho. Ante las cámaras de sus colegas se identificó como corresponsal del diario en inglés. ¿Qué otra cosa esperar? Pero vaya que, si en verdad era reportero, suscitaría la envidia de la bandada de periodistas que ese día clave para la democracia peruana no conseguía traspasar el mural de los cuarteles generales de Humala. Mientras tanto, el enviado del diario caraqueño gozaba del inusual privilegio de acompañar al candidato y a sus consejeros hasta los recintos más reservados de ese puesto de mando.
Si en esas condiciones consiguió exclusivas para su medio o no, dejó de ser un asunto relevante a las pocas horas, y no sólo por el ajustado triunfo de Alan García sobre Humala. Pasó entonces que el programa La ventana indiscreta, conducido por la periodista Cecilia Valenzuela en el canal 2 de Frecuencia Latina –la empresa del controvertido Baruch Ivcher- , identificó al reportero venido desde Venezuela como José Suárez, en realidad, teniente coronel retirado del ejército peruano, ex integrante del Servicio de Inteligencia del Ejército (SIE), cuya última posición de comando en guarniciones la ocupó, justamente, durante el primer gobierno de García. Otro trascendido permitió saber que Suárez, también oficial de artillería, había sido instructor de Humala. Y sin hacer caso a las sospechas habituales sobre ese período, ya en Caracas López Enríquez admitiría que, durante la dictablanda de Alberto Fujimori, su pretendido corresponsal “fue el segundo a bordo en el medio de comunicaciones del ejército peruano, un experto en operaciones psicológicas”, aludiendo, quizás de manera equívoca, a las famosas operaciones psicosociales que tanto y con tan resaltantes resultados puso en práctica Vladimiro Montesinos.
La primicia terminó así de atar los cabos sueltos de los recelos que hasta entonces levantaba entre la comunidad mediática del Perú la irrupción de The Daily Journal en ese mercado. Desde el 3 de abril de 2006 –lunes de la última semana de campaña antes de la primera vuelta electoral-, el periódico venezolano empezó a distribuirse, sin costo alguno, de acuerdo a un mailing list que incluía a formadores de opinión locales a los que se quería atrapar como suscriptores. Los contenidos eran casi siempre los mismos de la edición caraqueña, con algunos agregados locales que un pequeño buró de periodistas aportaba. El archivo llegaba a los talleres del diario El Comercio de Lima, el más importante del país, donde se imprimían alrededor de 3.000 ejemplares.
Como La ventana indiscreta comprobó, para amparar el extravagante emprendimiento -¡un diario de noticias venezolanas, en su mayoría, escritas en inglés, sin publicidad local, justo para el Perú que por entonces se veía al borde del holocausto étnico!- Julio Augusto López abrió un rosario de compañías, algunas de ellas constituidas después de iniciar las operaciones limeñas, y todas con capitales irrisorios que equivalían a 1.000 dólares por razón jurídica. Los domicilios de las empresas correspondían a las casas de habitación de individualidades como Pilar Salazar, prima-hermana de López. Salazar figura como principal accionista de la Agencia Latinoamericana de Noticias, primera empresa que manejó la franquicia del Daily en Perú. El otro accionista es el hijo de Pilar, César, un imberbe simpaticón de melena alborotada que abrió a Exceso las puertas de su casa en el distrito de Santiago de Surco de la capital peruana, una zona de casas sencillas de una planta y techo a un agua con cierto aire a Prado de María o Los Rosales, aquí en Caracas. A todas vistas no se trata de potentados capaces de arriesgar cerca de 2.000 dólares diarios sólo en costos de impresión.
López hizo sus pininos de redactor al publicar, con llamados en primera y despliegue generoso, sendas entrevistas exclusivas con Ollanta Humala y su lugarteniente del momento y hoy diputado, Daniel Abugattás. Nada similar ocurrió con cualquiera de los otros candidatos inscritos en el tarjetón electoral, ni tan sólo con los dos más competitivos adversarios del candidato nacionalista, como lo eran Lourdes Flores y Alan García, electo presidente a la postre. Sin embargo, una de las redactoras del staff en Lima, que pidió a Exceso mantener su nombre en reserva pues “no creo que mi testimonio vaya a reforzar tu reportaje”, asegura que “nunca nos impusieron ninguna línea editorial, ni que tienes que escribir esto o lo otro”. La periodista, reclutada por sus conocimientos del idioma inglés, cubría la guardia de la mañana en las espartanas oficinas, hoy desocupadas, del diario en San Isidro, municipio comercial de Lima. Del mismo modo en que no conserva nexos con López y sus empresas, no tiene ambages para decir que el editor jamás se metía en los asuntos redaccionales, pasaba por ahí para saludar de cuando en vez, y no sólo toleraba sino que hasta llegaba a impulsar la cobertura de actos de los rivales políticos de Humala. Pero, esto sí lo confirmó, cuando en el mes de julio –a pocos días de la toma de posesión de Alan García-, la señora Pilar anunció el final de la aventura periodística, “nos dijo que cerraban porque ya había pasado la campaña electoral”.
El propio López diría a Exceso que, si bien en efecto, la distribución de The Daily Journal “se hizo con premura porque se quería agarrar el momento de la elección”, no fue el término de los comicios sino el agotamiento de la capacidad para amortizar el déficit lo que le llevó a desistir de su intento. “No sólo nosotros, sino varias empresas venezolanas que estaban allá, se vieron afectadas por el impasse diplomático que hubo entre Venezuela y Perú. Creo que aquí no se sintió tanto, pero allá fue el tema más importante de la campaña electoral. Una locura. Tú le tocabas la puerta a cualquier empresa peruana a nombre de un medio venezolano, y era como perder el tiempo… ¡Y con la raya que nos echaron por televisión! El mismo personal de la oficina estaba sumamente preocupado. Se llegó a convertir en un asunto de seguridad. Era como si mañana hubiese un conflicto entre Israel y Palestina y a mí se me ocurriera montar una oficina de un medio israelí en el centro de Beirut”, apela a la analogía al ver que su testimonio no termina de asombrar al entrevistador.
Sin embargo, el cronograma de actividades de The Daily Journal y sus empresas derivadas en el Perú es apto para perspicaces. Cuando La ventana indiscreta dejó conocer sus hallazgos, el diario seguía repartiéndose gratis. De consagrarse de nuevo al tema, es posible que Cecilia Valenzuela asomara una respuesta a la interrogante que dejó al aire para cerrar el segmento de su programa, poco después de la medianoche del pasado 1 de junio: “¿Cuál es el negocio del Daily Journal en estas elecciones?”. Porque la repentina deserción del medio sembró en los círculos periodísticos la impresión, hasta el punto de la certeza, de que la exagerada y rauda aparición de López Enríquez en medio de la campaña sólo buscó circunscribirse al período eleccionario. Nada más.

“Ja, ja, ja. Llegó a decir que nosotros éramos una especie de KGB latinoamericana del gobierno venezolano. Un verdadero disparate. La verdad que da risa, ja, ja”.
Se ve despreocupado Julio Augusto López Enríquez, a pesar de que la entrevista le insta a recordar a la periodista que le habría arruinado el negocio. Hay algo siempre impertérrito de su talante que le impidió exigir su derecho a la réplica y también le disuadió de intentar alguna lección legal en contra del programa. Incluso, elogia a La Ventana Indiscreta, “nosotros no tenemos nada tan bueno en nuestra televisión”.
Tal vez habrá también que achacar su genio inalterable a los satisfactorios efectos de un by-pass gástrico con el que acaba de rebajar 60 kilos. Pocos han de recordar la humorada que Hugo Chávez le gastó a López en plena rueda de prensa, y que los micrófonos abiertos de Venezolana de Televisión captaron en la reciente gira presidencial a China: “Mira ahí a Julio Augusto, ¡cómo quedó!”. El señor presidente tenía toda la razón. El antes y el después del empresario de medios impactan como una trama de infomercial de pastillas con yerbas mágicas del Amazonas.
Con el adelgazamiento puede que se le haya aflautado un poco más la voz pero la dicción continúa siendo atropellada, tal como afirman quienes lo conocen desde hace un tiempo. Cuesta entenderlo. Cabe suponer que el problema no sólo se remonta a la falta de articulación sino a la ansiedad por poner todo sobre la mesa, y a la vez, sobre los proyectos que tiene entre manos, tan motivadores y deseados que parecen eclipsar los sinsabores de Perú.
Despacha rápido cualquier señalamiento. Sobre sus empresas de portafolio en Lima dice que la ley allá no exige ningún monto específico como capital mínimo para constituirlas, y que si las puso a nombre de familiares fue porque, como en Venezuela, en el Perú se establece un límite para la participación accionaria de los extranjeros en medios de comunicación. Que no conocía el país de sus ancestros y que aprovechó los tres meses de exportación de The Daily Journal para recorrerlo de cabo a rabo. Que si entrevistó a Humala y a Abugattás fue porque a ambos los encontró a bordo de aviones en vuelos internos del Perú y no iba a desaprovechar tamañas oportunidades. Que, en cambio, Alan García nunca le abrió el paso hasta su comando, a pesar de todos los intentos. Que, también a su pesar, consiguió fama, nacional y nacionalista, de la que se percató “el mismo día de la segunda vuelta electoral: cuando llegué al comando de Humala, a donde no dejaban entrar a nadie y estaba la prensa amontonada allí, me bajé del taxi y toda la prensa se apartó para dejarme pasar. Si yo hubiera tenido un cartel que dijera ‘Cargo peste encima’, no se hubieran apartado así”. .
- Aquí no puede entrar nadie de la prensa, ¿quién es usted?- le habrían preguntado con hostilidad desde el interior del comando humalista cuando tocó a su puerta. Pero, siempre según su propio relato, cuando se identificó como Julio López, “me agarraron por la chaqueta y me metieron al comando”.
Y sigue en su descargo: pensaba no sólo alquilar la oficina, sino adquirir la torre de San Isidro donde se instalaría su incubadora de medios de comunicación y otras empresas venezolanas, “como Pdvsa y un banco del Estado que no llegué a saber cuál era”. Pero eso no debería tomarse como reflejo de su supuesto consorcio con el gobierno venezolano, sino como una consecuencia inexorable de la lamentable escasez de oficinas en la ciudad, “sólo quedan dos edificios bonitos e inteligentes para ese fin en Lima y todos tienen que terminar allí”. Y que si el teniente coronel José Suárez cumplió el papel de enviado especial para cubrir el proceso eleccionario fue porque hacía buen trabajo y para colmo es pariente, marido de su tía, Nancy Enríquez.
- ¿Me da el número telefónico de Suárez, su tío? Me gustaría entrevistarlo- le pide el reportero de Exceso.
- Qué va. Si quieres, me das tiempo para conseguírtelo. Él se fue a Perú.
- ¿Ya no trabaja con usted?
- No, desde que cerramos allá.
- Entonces, ¿quizás si llamo a su prima, Pilar, a Lima, me pondrá en contacto con él?
- No, ya hablé con Pilar y no sabe de Pepe… Bueno, así le decimos a mi tío. Fíjate que mi mamá creía que seguía trabajando conmigo. Pero no sé qué se fue a hacer en Perú.
Las referencias familiares y de la milicia aparecen con frecuencia en su autobiografía oral. No obstante, relata casi con ironía que el único antepasado castrense fue un abuelo, médico, que se asimiló. Es hijo de dos peruanos inmigrantes, Leoncio y Ana María, que hicieron fortuna en el sector construcción. La apoteosis del negocio la vivieron durante la apertura petrolera: “Veinticuatro de los mayores proyectos de la apertura en el Oriente del país los hizo mi papá, que se retiró en 1999, y yo era su segundo en la empresa”. Por eso, Julio Augusto apela a menudo al retruécano y a la paradoja histórica para puntualizar que si gasta millonadas, se trata de capitales de la llamada Cuarta República, a la sombra de la cual su familia prosperó.
- En el Perú siguen comentando que su incursión allá fue una operación pensada sólo para las elecciones.
- ¡Por favor! Un periódico en inglés, con un tiraje muy limitado, ¿qué influencia podía tener sobre las elecciones?
- Ninguna, claro. Pero pudo servir de tapadera para transferir fondos desde Venezuela. Un proyecto tan caro y poco rentable sería una cortina de humo perfecta.
- Lo que allá se gastó fue un monto importante para mí como persona, ¡ojalá hubieran sido nada más que los 100.000 dólares de los que hablaron en la televisión peruana! Pero para las magnitudes de una campaña electoral, era poco. Yo que estuve en varias oportunidades en el comando de campaña de Ollanta, puedo decir que el hombre no tenía recursos. De haberlos tenido, a lo mejor gana la presidencia. El día de la segunda vuelta, dijeron los de su comando: “Mira, que aquí hay un fraude”, a lo que yo les sugerí: “Bueno, saquen un comunicado y repártanlo, allá afuera hay 100 periodistas esperando”. Pero resulta que no tenían ni siquiera papel para sacar fotocopias.
Concluye con un anuncio: en 2007, después de consolidar su canal de televisión, regresará al Perú.

Gusta de argumentar que no es un advenedizo en el mundo del periodismo. Y que desde siempre tuvo a tiro un proyecto de televisión. Tan temprano como en 1989 solicitó la frecuencia UHF correspondiente el canal 49 del estado Anzoátegui, que no le fue concedida.
La oficina donde tiene lugar la entrevista resulta perfecta para ilustrar esa pasión: media docena de monitores embonados en la pared chispean con las imágenes de diversos canales, nacionales e internacionales. Destacan las promociones de la cadena Al-Yazira que mantiene al aire en su señal de prueba, caballito de batalla –apuesta- de su grilla futura de programación.
También el efecto estroboscópico que crean las pantallas detrás del escritorio de López constituye un símil de un rasgo personal que le atribuyen tirios y troyanos: una capacidad de malabarista para manejar de manera simultánea ideas y proyectos múltiples, que en su mejor momento bosqueja el deber ser de la gerencia, pero que en su peor versión le hace pasar por desordenado, iluso y embarcador.
Retomó su vocación de comunicador en 1999 con el lanzamiento del semanario La otra opinión que fracasó, a confesión propia, “porque era muy izquierdista y no tuvo el impacto que esperábamos”. De esa época lo conoce Nelson Bocaranda: “Recuerdo la fecha. Fue el 5 de julio de 1999, y a mí me invitaron a su quinta en La Lagunita, llamada María Isabel, para bautizar El correo del presidente, un diario donde estaban con él (Juan) Barreto y (Eduardo) Semtei”. Es posible que el periodista confunda la publicación con La otra opinión, pero lo que no se escapa a su precisa memoria de bodeguero es que López ha sido, sin nombrarlo a veces, constante protagonista de sus Runrunes en el diario El Universal. “Hace poco publiqué que él fue quien salvó a Barreto de que Chávez lo defenestrara cuando el lío con los alcaldes López y Capriles y la expropiación de los campos de golf. Entiendo que Diosdado Cabello viajó a ver al presidente, que estaba en gira, con un informe que no era nada positivo para Barreto. Pero luego Julio López transmitió por satélite a África, donde ya se encontraba el presidente, el video completo de la actuación del Alcalde Mayor. Eso fue lo que puso a Chávez a reconsiderar el caso y a estar de nuevo en sintonía con Barreto”.
De un naufragio editorial al próximo, López siguió con su avidez de medios. Bocaranda recuerda que supo del mismo interesado los contactos que hacía para comprar Radio Capital, “pero Pepe Lebrón no le vendió”. Se distrajo entonces con una iniciativa, diríase, institucional, desde la sala de máquinas de El patriota, órgano oficial del ministerio de la Defensa, creado por su buen amigo, el hoy general del Ejército Clíver Alcalá Cordones. “Yo estaba haciendo un posgrado en el Instituto de Altos Estudios de Defensa Nacional (Iaeden), sobre Negociación en Crisis, y mi compañero de pupitre era Alcalá Cordones. Yo lo conocía de mucho antes, pero ahí compartí con él y se estrechó la relación. Clíver me pidió el favor de encargarme de eso, él quería tener rápido el periódico. Jamás pensamos el éxito que iba a tener. Llegamos a tirar 40.000 ejemplares. Se hacía en el Cuartel General del Ministerio de la Defensa. Luego, por cuestiones de espacio, nos pasamos al Batallón Caracas. Yo era el editor en jefe. Cuando llegó el ministro Baduel decidió reestructurarlo, ascendió a general al entonces coronel Alcalá Cordones, quien era el motor del periódico, y lo pasaron a la guarnición del Zulia. Así que el medio se quedó congelado esperando al nuevo director. Llegó a 12 números”.
Claro que nada de esto sería suficiente para que desatendiera el llamado de la televisión. En 2004 llegó a poner al aire el código de barras de Caracas TV, precursor del incipiente Canal de Noticias de hoy. Pero, dice, no contaba con los peros del grupo 1BC, que receló de la semejanza de denominaciones con su marca estrella, RCTV, antigua Radio Caracas Televisión. Dio inicio a un pleito con numerosas bajas y dudoso desenlace. Aunque el Servicio Autónomo de Propiedad Intelectual (Sapi) terminó por asignar la etiqueta de Radio Caracas Televisión, por falta de uso, a López, la batalla continúa en tribunales de Caracas y Nueva York, así como en la Organización Mundial de Propiedad Intelectual, en Suiza.
López jura que no guarda animadversiones contra sus caseros, sí, sus caseros, de 1BC: son propietarios del edificio donde él y sus medios trabajan. Que una simple conversación en tono amigable habría sido suficiente para detener la pugna en sus primeras de cambio. “Lo que pasa es que si yo hubiera querido montar bajo el nombre de Caracas TV un canal pornográfico o de comiquitas, ellos no habrían tenido problemas. Pero como se enteraron de que iba a ser un canal de información balanceada, reaccionaron, porque tienen unos intereses políticos muy claros”.
En cualquier caso las hostilidades paralizaron la puesta en marcha de Caracas TV. Dos equipamientos sucesivos, con sus respectivas frustraciones, terminaron por hacer de López un proveedor de tecnología para dos televisoras oficiales, Tiuna TV y Ávila TV. En Aporrea.org se citaba su salida del aire, junto a las de VTV y Catia TV, como otro ejemplo de la censura al estilo escuálido que la revolución jamás ha practicado. Pero a la tercera va la vencida.
Hoy López hace grandes planes para Canal de Noticias. Con una falta de empachos que llega a semejar candidez, remacha que se propone convertirse en el anti-Globovisión pero, aclara, no por la línea editorial sino porque “Globovisión es un canal de política, que lo ha hecho muy bien, mientras nosotros tendremos si acaso 10% de información política”. En el tú a tú con Alberto Federico Ravell cuenta con Al-Yazira, “que es mucho mejor que CNN en español”. Aunque antes, por encima de su mentada amistad con el Emir de Qatar, es probable que tenga que resolver un asunto legal. Consultada por Exceso, Dima Khatib, corresponsal-jefe del canal Al-Yazira árabe para América Latina, con sede en Caracas, confió que “López no tiene ningún derecho para retransmitir y traducir al español las emisiones de Al-Yazira. De haber algún proyecto de Al-Yazira en español, seguro que el canal tendría que considerar la propuesta del señor López, junto a otras propuestas que se han recibido desde España y Marruecos. Se estudiaría muy bien, porque Al-Yazira es uno de los 10 principales brand names del mundo y debe protegerse su calidad. Pero nada de eso ha ocurrido. Lo máximo que puede tener López con The Daily Journal o Canal de Noticias, tal como lo tienen muchos medios a la manera de APTV, EFE o AFP, es la posibilidad de citar una información de Al-Yazira dándonos el crédito”.
Pero da la impresión de que nada puede llevar a Julio Augusto López a pedir tregua. Otro traspiés reciente, la cobertura deficiente, a su entender, de eventos del presidente Chávez, lo supo resolver de manera ejecutiva con el despido de un grupo de periodistas y de los gerentes Pablo Leandro y Josefina López, reconocidos nombres del negocio televisivo que habían traído parte del know-how de su antigua casa, Venevisión. Al momento de redactar esta nota, mediados del mes de noviembre, seguía negociando con canales de la provincia la retransmisión de su noticiero, cuya señal iba a subir hasta el satélite. Mientras Exceso lo entrevistaba, su celular repicó: llamaba Arturo Sarmiento, nuevo zar de Telecaribe y trader petrolero al que las consejas cibernéticas adjudican afinidades con el gobierno bolivariano. “También negocio con Promar, de Mariano Kossowsky, en Barquisimeto”, se apresura a contrastar. “A nadie en su sano juicio se le ocurriría calificar a Promar como chavista”. Y agarra al toro de las maledicencias por los cuernos:
- A mí no me hace falta el dinero del chavismo. Y tampoco nadie del chavismo me ha llamado a darme dinero. ¡Claro que tengo amigos militares! Te voy a contar esto: cuando era jovencito obtuve una beca para estudiar Ingeniería en Brasil. Un requisito era aprender el portugués. Así que el año 86 hice el curso en el Centro de Estudios Brasileros. Conmigo estudiaba portugués un comandante que era jefe de la Casa Militar de Gladys de Lusinchi. Resultó ser Ortiz, uno de los cuatro comandantes que dieron el golpe con Chávez. Con él andaba un poco de militares que conocí entonces. Yo era un muchacho de 16 años que ni sabía en qué estaban. Sólo me entero cuando, en febrero de 1992, abro el periódico, veo la foto y me digo: “¡Yo conozco a todos estos!”. Muchos están ahora en el gobierno. Pero nadie nota que también soy amigo de Claudio Fermín. Y del general Camacho Kairuz, que se le volteó a Chávez el 11 de abril, ¿recuerdas? O que saqué al general Rosendo en la primera del diario. O que por aquí ha pasado Leopoldo López a conversar conmigo. ¿Por qué no me reclaman eso? ¿Ah?
Mejor no cambiar de canal. Julio Augusto López promete más, mucho más, entretenimiento.