21 de diciembre de 2007

El buen editor


N. de R.: Venezuela tiene algo que ver con la editorial de Quino, Fontanarrossa, Liniers, Caloi y demás grandes del humor gráfico argentino: Ediciones de la Flor, que ahora cumple 40 años. Sus fundadores y persistentes cabezas, Daniel Divinsky y Kuki Miller, tuvieron que pasar el exilio en nuestro país. A propósito del aniversario y con ese viejo vínculo en mente, entrevisté por email a Divinsky para "El librero".

Daniel Divinsky a los 40 años de Ediciones de la Flor
“QUE QUEDE COMO UN BUEN RECUERDO EN LA CULTURA DEL CONTINENTE”

La casa editorial que en 1966 se proponía iniciar Daniel Divinsky, casi como cualquier empresa juvenil, padecía de oportunismo: cuando los militares que deponen al presidente Illia también ocupan la universidad y expulsan a toda la disidencia, el joven abogado y estudiante de Sociología de la Universidad de Buenos Aires, para matar el tiempo tan abruptamente disponible, se recuesta de un hobby recién adquirido. En la Facultad de Derecho tuvo la oportunidad de producir algunos libritos para el Centro de Estudiantes y de la experiencia le queda el regusto. Pero además de oportunista, la empresa luce desmedida. Cuando Pirí Lugones, amiga del chico y nieta del poeta Leopoldo Lugones, se entera del perfil olímpico de los temas y autores que desea editar, exclama: “¡Pero lo que ustedes quieren hacer es una flor de editorial!”. La expresión, mitad halago y mitad incredulidad, sirve de troquel para el nombre de la nueva compañía, que arrancaba con un aporte de 300 dólares.
Ya a los cuarenta años de distancia de aquel esbozo veinteañero habrá que acordar que el afán de Divinsky no era ni frívolo ni elusivo. De hecho, tan leal le fue en la inversión casi exclusiva de sus recursos y energías, que Ediciones de la Flor se convirtió tanto en su misión de vida como en un ícono de la cultura argentina, tal como lo acaban de constatar una exposición retrospectiva en el Centro Cultural Recoleta de Buenos Aires e innumerables reportajes de la prensa porteña.
Aún cabe suponer que un par de generaciones de lectores, acaso fans, latinoamericanos se sentirían en desamparo sin algunos de los autores del catálogo de Ediciones de la Flor. En primerísimos lugares Joaquín Salvador Lavado, Quino, y Roberto Fontanarrosa, por ejemplo. Pero también, ojo, como aclara Divinsky, “Umberto Eco (coeditado con Lumen de España en el momento de su gran impacto con El nombre de la rosa, que publicamos para su venta en Latinoamérica), Rodolfo Walsh, Ariel Dorfman, los más importantes dramaturgos argentinos como Carlos Gorostiza y Juan Carlos Gené, bien conocidos en Venezuela, Griselda Gambaro y otros. Visualizar a Ediciones de la Flor como una editorial de humor no es incorrecto, en la medida en que es el género en el que hemos obtenido nuestros mayores y más duraderos éxitos de ventas. Pero no oculta que nuestro catálogo incluye muchísimos títulos y autores de ficción y no ficción, y libros infantiles, que se han difundido enormemente: No hubo una especialización deliberada en un principio, si bien durante los últimos años estoy más atento a descubrir nuevos humoristas que nuevos narradores”.
La efemérides tendría que llevar adjunto un asterisco como referencia a los seis años de exilio que Divinsky y su esposa, Ana María Kuki Miler –pareja también en la gerencia de la editora y quien “introdujo la dosis necesaria de realismo y el dominio de los números imprescindible para que la empresa pudiera subsistir primero y prosperar después” – tuvieron que pasar en Venezuela. Algunos de sus autores llegaron a ser prohibidos por las autoridades y, por si faltaran malos augurios, el propio Divinsky quedó detenido durante 127 días a disposición de ese Poder Ejecutivo que por entonces, en 1977, detentaban Isabel Martínez de Perón y las Fuerzas Armadas a nombre del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional.
Divinsky y Miler dejan, pues, Argentina: “La verdad es que hicimos varias escalas previas y posteriores a Caracas… Un poema de Brecht dice algo así como que, al salir de Alemania, se iba probando países como chaquetas para ver cómo le sentaban. Pues bien: fue en Venezuela, muy pujante en el aspecto cultural en ese momento, donde tuvimos propuestas concretas de trabajo. Por un lado, para mí, desde la Biblioteca Ayacucho, a través de mi maestro y amigo, el crítico uruguayo Ángel Rama. Para mi mujer, experta en Literatura Infantil, del Banco del Libro que estaba preparando el lanzamiento de Ediciones Ekaré. Además, en Venezuela había amigos argentinos como Rodolfo Terragno, Miguel Ángel Diez, Tomás Eloy Martínez, y el país, la ciudad y su gente, que conocíamos de viajes anteriores, nos sentaban bien”. Pero el prodigio estuvo en que el asterisco del desarraigo no se tradujera en un paréntesis para Ediciones de la Flor; su gestión comercial siguió adelante.
- Como para 1977 los libros de Quino y Fontanarrosa que De la Flor ya tenía publicados se reeditaban con frecuencia, ellos fueron la base de la continuidad, a cargo de mi suegra, Elisa de Miler, y un reducido grupo de personas, teledirigidos por carta desde Caracas. No había correo electrónico, ni siquiera fax. Y comunicarse internacionalmente, vía el casi mítico 122 (que, creo recordar, hasta fue “inmortalizado” en su ineficiencia por una canción popular) requería paciencia sobrehumana: no existía el Discado Directo Internacional. Nos enviaban a Caracas, por correo o por viajeros, los originales propuestos, los leíamos durante los fines de semana, y los que decidíamos publicar aparecían, cuando la economía argentina y la de la empresa lo permitían. Como, bajo la dictadura militar, se vivió por unos años un artificial auge económico, en esa época se publicaron mayor cantidad de reediciones y de más ejemplares, que en épocas democráticas posteriores y que ahora mismo.

- Al mismo tiempo, usted se hacía cargo de una empresa precursora en Venezuela, la colección de los ‘Libros de Hoy’ que circulaba con El Diario de Caracas.
- Sí. La iniciativa de obsequiar con el diario de los domingos un libro “de verdad, verdad”, en vez de una revista o suplemento, había sido de Terragno y Tomás Eloy Martínez, pero llegaba la fecha de lanzamiento de El Diario de Caracas y no habían avanzado mucho, salvo en la decisión de comenzar con un texto de Guillermo Meneses. Por eso recurrieron a mi compañera y a mí, que aprovechamos el hecho de vivir en el mismo edificio que Juan Fresán, diseñador original del diario, para diagramar portadas e interiores en el parque de las Residencias Country. Durante un fin de semana pensamos varios volúmenes, y armamos incluso uno, sustitutivo del de Meneses, por si no se podía conseguir la autorización para éste (que finalmente se obtuvo). La colección nos dio una enorme satisfacción como editores: hacer libros que no había que vender, que eran recibidos con satisfacción (eso lo supimos luego) y que podían cubrir la amplia gama de intereses de los lectores de un periódico. Implicó una inmersión total en la cultura de Venezuela, no sólo la literaria, y fue una experiencia por entonces totalmente innovadora.

- Su editorial es reconocida por sus autores de humor y dibujantes, como los clásicos de Quino y Fontanarrosa, o ahora, con el boom de Liniers. ¿Qué cualidad le ha permitido a usted especializarse en el reclutamiento de esos talentos?
- Los procesos fueron muy diferentes. Quino ya publicaba con gran repercusión en otra editorial y recurrió a mí, inicialmente, como abogado para cobrar compulsivamente sus derechos de autor: su inclusión en el catálogo fue la muy bienvenida consecuencia de esa gestión profesional inicial. A Fontanarrosa lo descubrí cuando publicaba algunos cartones sueltos en un periódico político de izquierda, y en una revista provincial los comienzos de los que fueron luego sus famosos personajes. Liniers, en cambio, el más joven, saltó a la luz en el suplemento juvenil de un diario y le propuse editarle esos materiales, que luego fueron desplazados para comenzar con una recopilación de su poética tira Macanudo que, endosada por Maitena y su propuesta, comenzó a aparecer en un matutino de gran circulación, La Nación de Buenos Aires.

- Lo llamativo es que, ya consagrados e internacionalmente reputados, Quino y Fontanarrosa optaron por seguir trabajando con ustedes, una editorial tan pequeña.
- En el caso de Quino y Fontanarrosa, creo que funcionó el afecto personal, que hizo que no abandonaran el barco ni siquiera durante la prisión y exilio de sus editores. Este sentimiento se vio fortalecido porque, en lo profesional, sus intereses siempre fueron privilegiados y sus libros editados con la prioridad y cuidado que se merecían.

- Con ese ojo que ha demostrado tener, ¿a cuál nueva firma apuesta personalmente ahora?
- Un editor independiente, con ánimo de jugador, apuesta con igual fervor a todas sus elecciones. Si tuviera que dar un nombre que puede ser conocido en Venezuela ya, a través de Internet y de su blog, nombraría a Liniers. Y entre los muy desconocidos a una narradora de humor, Belén Wedeltoft, cuya primera novela, "Casualidades permanentes", todavía no apareció.

- ¡De nuevo el humor! Si hoy estuviera en el punto de arranque de su editorial, ¿qué haría distinto?
- He publicado libros de muchos géneros, pero muy poco de ciencia ficción. Esta pregunta sólo encontraría respuesta en esa rama de la Literatura.

- ¿En qué apuestas se ha visto retribuido, y en cuáles falló?
- Sin ninguna duda, y a años luz en cantidad de ejemplares de cualquier otro título, nuestros grandes éxitos fueron los diez volúmenes de la colección de Mafalda, cuyas tiradas desde 1970 hasta ahora no pueden totalizarse porque se perdieron los ficheros de confección manual que se usaban en los primeros tiempos: habría que pensar en un millón de ejemplares de cada volumen como mínimo, dado que las tiradas iniciales de los primeros números que publicó De la Flor, comenzando por el #6, eran de 200.000 ejemplares. No hubo sorpresas en los “fracasos”, sino más bien en los “sucesos”. Tal vez entre los primeros, el del libro de un humorista radial muy popular en Argentina, que debió dejar el programa diario en el que actuaba poco después de la aparición de su obra.

- Transcurridos 40 años, con una gran obra ya completada, ¿habrá continuidad en Ediciones de la Flor?
- Esta es la pregunta de los 64.000 dólares. Porque siendo una empresa familiar de una pareja sexagenaria, con un solo hijo que se dedica, justificadamente, a la música, y un nieto de tres años de edad, no existe lo que era el futuro tradicional de este tipo de compañías. Impensable aliarse con transnacionales, que es someterse. Está a la vista el destino de los editores que creyeron que esa supuesta “sinergia” era la salida: desaparecieron de las que habían sido sus empresas, como Esther Tusquets de Lumen, o Gloria Rodrigué de Sudamericana… Tampoco vender y retirarnos para ver desnaturalizado lo que tanto costó tanto con prestigio y coherencia. Tal vez sea un buen, o mal día, cerrarla y que quede como un buen recuerdo en la cultura del continente.

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