10 de noviembre de 2007

Una ñapa de Fabrizio


N. de R.: Acaba de salir en la revista 'El Librero' de Sergio Dahbar una entrevista que hice hace meses a un escritor mexicano, Fabrizio Mejía Madrid, que por su edad todavía califica para el adjetivo 'novel' y por su talento merece el de 'promisorio'. Como lo anunciaba su última novela, "El rencor", resultó un tipo simpático y ocurrente. El libro es una delicia. Pero la égida del espacio llevó a podar en la revista buena parte de la nota inicial. Así que la publico aquí en su versión original.

“MI IDEA DE UNA BUENA LITERATURA ES LA QUE HACE REÍR”

De Jorge Ibargüengoitia a Carlos Monsiváis, y de este a Juan Villoro, se le puede seguir la pista a una estirpe de escritores mexicanos que han hecho del humor negro, de la ocurrencia y del juego de palabras, efectivos pretextos para la reflexión. Todos ellos, por cierto, fueron y son cronistas a la par que ensayistas, cercanos al periodismo –cosa que no necesariamente los enaltece pero, para ratificar la solidez de sus méritos, tampoco los desmedra- , que en su obra literaria apelan al reporte histórico documentado como condimento de la ficción. ¿O será al revés?
Así pasa con Fabrizio Mejía Madrid (Ciudad de México, 1968), seguro sucesor en la línea dinástica. “Me dedico a hacer chistes”, define su oficio y con ello, aunque no lo parezca, califica su literatura, en vez de minimizarla. Ha sido colaborador regular de la prensa más hip de México, como las revistas Gatopardo, DF por Travesías, Chilango; de la más canónicamente progresista, como la revista Proceso, el diario La Jornada y el suplemento El Ángel del diario Reforma; pero además de escribir para estar en algo, trabaja mucho para publicar crónicas y novelas. Su penúltima novela, Hombre al agua (Editorial Joaquín Mortiz, México 2004), le valió una traducción al francés y los cinco mil euros del premio Antonin Artaud de Narrativa en 2004. Y su obra toda, contenida hasta ahora en cinco volúmenes, le acreditó entre sus colegas para ser incluido este año en la lista Bogotá 39, una selección de los 39 escritores menores de 39 años más prometedores de América Latina, a juicio de su jurado –con Héctor Abad Faciolince a la cabeza- y de la organización del Hay Festival en Colombia. Señalado ahora como prospecto, despacha las expectativas en torno a su obra con otra humorada, aunque prestada: “Hay una frase de Julio Torri, un escritor mexicano de principios del siglo XX, que decía que en México se pasa con mucha facilidad de joven promesa a viejo pendejo. Eso es lo que se siente ser joven promesa”.
En Hombre al agua (p.13), Mejía escribe: “Las respuestas son sencillas: separadas se llaman envidia y miedo. Juntas (¿no lo adivinan?), el rencor. Nada como esas dos sensaciones para que el mundo se mueva. ¿Por qué? Porque son dos sentimientos que nunca encuentran satisfacción de inmediato, sino que requieren de un plan para liberarse”. La frase no sólo anticipa el título de su siguiente y más reciente novela, El rencor (Editorial Planeta, México 2006), sino que además sugiere algunas claves para la comprensión de la historia política de Venezuela y ¿por qué no? de América Latina. Y justamente en El rencor, llegará luego a completar un paneo cuanto más hilarante, más descarnado, de ese régimen de verdades a medias, pillerías cantinfléricas y violencia ocasional cuyos derechos de autor cobró con largueza el Partido Revolucionario Institucional (PRI), que en 70 años de poder consiguió patentar, a decir de Mario Vargas Llosa, “la dictadura perfecta” a pesar o justamente a propósito de tanta chapucería.

A estas alturas de las referencias, debería haberle quedado claro al lector venezolano que el parentesco de Mejía con Monsiváis, Villoro y compañía no se remonta sólo al uso del humor como herramienta de la inteligencia, sino además a la lucidez. Una lucidez que ya estaría haciendo falta en Venezuela para entender lo que le ocurre. Si bien no se puede decir que tal sea un propósito explícito del escritor mexicano, ya estuvo en predios criollos en ocasión de una Bienal de Literatura de Mérida o, más recientemente, en Caracas a propósito de un taller de crónicas con la Fundación Bigott. Producto de la primera visita resultó una crónica deliciosa y ¿qué más? hilarante, como un viejo guión de Woody Allen, sobre una carrera de taxi que lleva a Mejía del aeropuerto de Maiquetía a la Ciudad de los Caballeros. Un agudo boceto de los tiempos de polarización en Venezuela.

Menudo y nervioso, Fabrizio Mejía Madrid, a punto de pasar de un tirón desde el nicho de las promesas a escritor de culto, se sienta, lidiando con su nueva aureola de esperanza de la literatura latinoamericana, en el café de un hotel desangelado en la Colonia Juárez de Ciudad de México.

-En pasajes de El Rencor se hace imposible contener las carcajadas. ¿Te sientes decepcionado porque alguien se ría mientras te lee?
- No, al contrario, es para eso. Mi idea de una buena literatura es una literatura que te hace reír.

- ¿Es necesario el humor negro para relatar a México?
- Sí. Yo creo que Octavio Paz se equivocó en la idea de que México gira en torno a la muerte; en todo caso, yo le agregaría la risa a la muerte. El humor negro es parte de los requisitos para estar en México y sobre todo para sobrevivir en la Ciudad de México. Además, yo soy el tercer hijo de un matrimonio, y como tercer hijo y último me tuve que defender de mis hermanos, creo que por ahí también puede explicarse la necesidad de desarrollo del humor negro, porque no es un talento, es una cosa que se desarrolla.

-En el chilango hay una chanza permanente, un sarcasmo que uno no termina de comprender pero que llega a hacerse simpático.
- Sí, allí hay varios niveles del lenguaje, lo que se dice puede tener ese sentido pero puede tener también otros tres más, depende de con quién estés hablando. Esa capacidad de distanciarse del propio lenguaje es lo que permite a la gente sobrevivir en la Ciudad de México. Porque la Ciudad de México no se soporta si no se vive como una película, como una película que estás viendo. Sin esa distancia paródica, no aguantas. Por eso la Ciudad de México no tiene novelistas ni compositores que sean trágicos. Tiene puros novelistas y compositores paródicos.

- Pero junto a tanta exigencia de la ciudad, también parece que hubiera un cierto prestigio en adentrarse en los códigos y contraseñas de la metrópoli.
-Es que la Ciudad de México es para la república como Nueva York para la costa este de Estados Unidos. El orgullo es quedarse, el orgullo es sobrevivir ahí, en una ciudad con esas condiciones tan difíciles. Con un extra: ahora que vino Spencer Tunnick, se supo que Barcelona tenía el récord de 7.500 personas encueradas para sus fotografías; pues ahora México lo tiene con 18.000. Yo fui. Y había una especie de orgullo de romper el récord, porque la Ciudad de México se mira siempre a sí misma como algo extraterritorial, que está ligado mucho más a otras ciudades que al país mismo. Somos extraterritoriales a un país que sigue pensando en la guerra de los Cristeros, en el país de los rezos, que son Guadalajara y Monterrey, ciudades mucho más conservadoras, donde perduran valores familiares, católicos. La Ciudad de México siempre ha sido una especie de islote asequible de la supuesta modernidad.

- Se habla de una nueva ola de escritores mexicanos. ¿Te sientes parte de un movimiento?
-Yo no creo. Si algo dice la lista de Bogotá 39 es que hay mucha diversidad. Hay gente que se dedica a la novela histórica, o a la novela intimista, o a la novela de ideas que es el caso de Jorge Volpi, o a lo que sea que haga Álvaro Henríquez, que siempre he creído, cuando leo a Álvaro, que soy más tonto de lo que creo. Yo estaba leyendo la novela de Guadalupe Nettel que salió en Anagrama y es una novela gótica. No tiene mucho que ver ni con Álvaro, ni con Volpi y yo creo que tampoco conmigo.

- Pero la circunstancia generacional hace que compartan un espacio.
- Hace poco, en un encuentro que hubo en Barcelona de escritores jóvenes latinoamericanos, organizado por Sergio Ramírez, estábamos tratando de encontrar algún tipo de coincidencias entre nosotros. Yo proponía que la coincidencia de los escritores nacidos, digamos, a finales de los 60 y principios de los 70 era que teníamos una infancia comiendo con la televisión, y yo creo que esa es la única manera de definirnos: una generación que ya no comía con la abuelita, sino con la televisión.

- A pesar de que el texto mueve a risa, el título promete amarguras: El rencor. ¿Por qué hacer énfasis en el resentimiento?
- Porque es un sentimiento muy acendrado en los mexicanos. Tú nunca vas a tener a un mexicano que elogie a otro. Si lo va a elogiar, porque es su amigo, por ejemplo, lo hará pero siempre con un dejo de rencor. Porque hay una especie de imaginario donde a los mexicanos se nos debe algo. Hay un sentimiento de deuda con los españoles, con los norteamericanos que nos quitaron la mitad del territorio, hay un sentimiento de que alguien nos tiene que pagar la deuda, la Virgen de Guadalupe, no sé quién, pero lo tiene que pagar. Ese sentimiento genera que México no sea, a pesar de las apariencias de amabilidad, de cortesía, un país que se entregue de inmediato. Es más: nunca lo vas a entender. Ni nosotros lo entendemos, porque tiene ese ingrediente del rencorcillo. A lo mejor le he debido haber puesto a la novela El Rencorcillo, en diminutivo, porque no es un rencor absoluto, es un rencor por algún episodio que a lo mejor ni siquiera nos tocó a nosotros.

- ¿Entonces por qué preferiste, si acaso fue una opción, ubicar la novela en la época del priísmo? ¿Acaso ese rencor no sigue ahora vigente? Las elecciones del 2 de julio de 2006 y la competencia entre las opciones de Felipe Calderón y Andrés Manuel López Obrador parecían muy cargadas de rencor de unos mexicanos hacia otros.
- El planteamiento del libro es que abarcara la historia del PRI desde los años 40, que es cuando realmente nace el PRI, hasta el asesinato de su candidato en 1994. La revolución institucional es el término con el que los revolucionarios que acaban de dejar las armas, que acaban de dejar los rifles, sintetizan lo que quieren hacer: un país que cambie pero que sea estable. Pero, con respecto a tu pregunta, me parece que sí es cierto que el priísmo no es una cosa privativa del PRI, sino que es una cultura política que abarca al PAN, al PRD, a todo el mundo aquí. Así es el priísmo: buscábamos la justicia para todos pero, como no se pudo, pues va a ser la justicia para mis amigos, para mis familiares, para mis correligionarios del momento. Esa idea sin duda trasciende al PRI. Pero yo ubiqué la novela hasta 1994 porque fue la primera vez después de casi 70 años en que un candidato a la presidencia era baleado y había que sustituirlo. Para Ibargüengoitia, el asesinato de Álvaro Obregón en 1928 fue así como la magia de un tipo que puede llegar a enseñarle una caricatura al caudillo de la revolución y matarlo por la espalda en un restaurante después de que habían comido mole y tomado cerveza. Y a mí me parece que 1994 es mágico y encantador precisamente porque matan al candidato del PRI, Luis Donaldo Colosio, y la propia maquinaria del priísmo pudo crear a otro candidato y ganar la elección sin problemas.

-Una maquinaria poderosa, sin duda.
- Sí, pero también se tenía una idea de que el PRI era perfecto, que lo controlaba todo, tenía las mejores informaciones de inteligencia, maniobraba, calculaba y… La verdad es que no. En realidad podía ser un régimen muy represivo en muchos casos, sobre todo con la oposición de izquierda, pero la idea mía era como despojarlo de ese talento que le atribuimos por los 70 años de estabilidad y hacerlo un poco más real. Tratar de despojarlo de ese carácter de padre magnánimo y más bien pensar en tu padre como alguien criticable, con taras, con prejuicios.

-Los personajes que nombras en tus libros, ¿son reales, históricos?
-Todos son personajes reales. El escritor que más admiro, de los que están muertos, es Jorge Ibargüengoitia, que hacía humor con los datos reales. Es lo que yo trato de hacer todo el tiempo. En el caso de México, y creo que de muchos de los países de América Latina, para dar risa no es necesario inventar la historia, simplemente hay que documentarse.

- ¿Cuáles fueron esos personajes?
- No sé cómo hacen las demás gentes, pero para mí, cuando se me ocurre la idea de hacer una novela, es como si hubiera visto un rompecabezas que son todas las novelas que me gustan y que he leído, y de pronto digo que falta una, hay que hacer esa pieza que falta. Bien: estaba yo leyendo una cosa que es genial, que son las memorias de Gonzalo N. Santos, un hombre que estuvo al final de la Revolución Mexicana, que se aprovechó inmensamente del poder que le daba ser un supuesto héroe de la Revolución Mexicana, imagínate que en algún momento fue gobernador del estado de San Luis Potosí, líder de la Cámara de Diputados, senador, candidato a un distrito electoral; era todo. Durante muchos años manejó a la perfección este sistema priísta de la zanahoria y el palo. Sus memorias son de tal nivel de cinismo, están tan llenas también de anécdotas, aforismos, metáforas de la política mexicana, que me quedé diciéndome que había que hacer una novela que retratara a un personaje que habla con esta libertad acerca de las suciedades de la política. Él ni siquiera habla en términos de, digamos, “hicimos esta porquería porque era necesaria”, sino simplemente, “hicimos esta porquería porque podíamos hacerla”. Ese es el personaje del Licenciado X, una combinación entre Gonzalo N. Santos y otros héroes de la estabilidad como Jesús Reyes Heroles, como Arturo Durazo, que están en la frontera entre la política y la delincuencia. En el caso del narrador, partí de alguien que se dio a conocer en el fraude contra Cuauhtémoc Cárdenas en 1988. Era un priísta joven al que llamábamos El bebesaurio; no le podíamos llamar “dinosaurio” por la edad, pero creía todas las máximas del priísmo, y fue fotografiado por los medios corriendo con una urna que estaba llena de votos a favor de Cuauhtémoc Cárdenas y fue y la quemó. A mí me sorprendía mucho porque era mi amigo, yo lo conocía porque habíamos estado juntos en la universidad, y me sorprendía cómo un tipo de esa edad podía ser tan priísta… El narrador está basado en él. Por cierto, ahora El bebesaurio es colaborador del gobierno de la Ciudad de México, se pasó al pejismo (corriente del PRD cercana al ex candidato Andrés Manuel López Obrador, N. de R.), digamos.

-¿El libro generó alguna reacción en el PRI?
- Los priístas leen, cosa que echamos de menos ahora con el PAN en el poder. A finales del año pasado, en la inauguración del museo de Monsiváis, aquí en el centro de la ciudad, estaba María de los Ángeles Moreno, que en algún momento fue presidenta del PRI, senadora de la República, una mujer muy respetable. Cuando vio que yo era quien había escrito la novela se acercó y me dijo: “Tengo que hablar contigo porque esa novela está mal”. Le dije: “¿Qué? ¿Me pasé, senadora?”. Y ella me respondió: “No, era peor”, ja, ja, ja… Creo que me quedé corto hasta desde el punto de vista de los propios priístas.

-Para esas referencias históricas, ¿haces alguna investigación específica o es data que vienes acumulando con el tiempo?
-Lo que pasa es que yo tengo dos manías. Una es, digamos, la del periodista, la de ir a todos lados, hablar con la que violaron, con la hermana de la que violaron, una costumbre que me parece que se ha perdido. Por el internet o no sé por qué, ya los periodistas no van al lugar, confían en la información de alguien más, en la red, en la tele. Yo tengo esa manía de estar en los lugares donde están pasando las cosas. Pero como novelista mi manía no es tanto investigar sino que tengo ciertas obsesiones con algunas cosas, con algunos temas, que siempre están vinculados a México aunque tienen que ver también con ideas generales o apreciaciones generales sobre las cosas, y voy acumulando libros; yo visito mucho las librerías de viejo y tengo ciertos temas… Por ejemplo, hay un libro que se llama Historia de la Navegación en la Ciudad de México porque, sí, desde 1325 hasta que se alcanza a desecar el lago, a principios del siglo XX, México fue un lago, una ciudad que Bernal Díaz del Castillo le dice Venecia… La historia de que la ciudad es navegable en todo momento, de que puede ser navegable en las calles actuales… Es mi tipo de obsesiones. Voy coleccionando cosas, libros y de pronto hay un clic, y digo “¡Claro, esa historia no se ha contado, la tengo que contar yo!”. Siempre es una historia chambona, siempre es una cosa que no sale, los personajes quieren algo que no les resulta. Porque al fin así es como veo yo esta especie de primates que hablan y andan por el mundo en aviones.

- ¿Cuánto de autobiográfico hay en tus libros?
-Hasta el momento no he hecho algo autobiográfico. Mis narradores siempre están en primera persona porque siento que los lectores disfrutan más un narrador en primera persona, pero siempre el narrador en primera persona es una combinación de amigos míos. de cómo yo veo a mis amigos, o qué dirían mis amigos si estuvieran en ciertas circunstancias. Siempre son combinaciones raras. Al contrario de García Márquez, que dice que escribe para que lo quieran, yo escribo a pesar de que me quieren. Mis amigos se enojan, porque encuentran cosas que me han contado y yo les he dicho que voy a guardarles el secreto hasta la tumba y luego sale publicado.

- ¿En qué proyecto literario estás comprometido ahora?
- A ver: ya he escrito novelas sobre Ciudad de México, sobre el PRI, ahora tocaría algo sobre los gringos. Trabajo en una historia sobre los gringos. Todos los mexicanos tenemos un asunto con los gringos, siempre son los chivos expiatorios, los malos a los que hay que engañar, de los que nos burlamos pero al mismo tiempo a los que admiramos. Efectivamente, yo me di cuenta de que tenía un asunto con los gringos. Mis dos hermanos nacieron en Estados Unidos y yo soy el único que nació en México, y el único que tiene que estar pidiendo visa en la embajada, mis hermanos son ciudadanos norteamericanos… Ese es mi asunto con los gringos. Así que será una novela de ajuste de cuentas con los gringos donde voy a poner todo eso que los mexicanos pensamos sobre los gringos.

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