21 de diciembre de 2007

El retiro está en la tumba


N. de R.: Por estos días publicaron las fotos de un Carlos Andrés Pérez enclenque y algo ido, testimonio de una mala racha para los ex presidentes venezolanos que tumbó en una larga convalecencia -¿o agonía?- a Lusinchi, a Caldera y al propio CAP, y que ya dio cuenta de Luis Herrera Campins. Pérez está en el crepúsculo de la vida y, a pesar de que en el texto siguiente asegura con terquedad que no vive en el exilio, parece probable que muera en el extranjero. Se trata de una entrevista que le hice en 2001 en su refugio de la República Dominicana, a donde fue a parar entonces y donde un incidente coronario le trajo un primer aviso sobre su inexorable mortalidad. La publicó la desaparecida revista “Primicia”.


“EN LA INDIGESTIÓN IDEOLÓGICA DE CHÁVEZ SÓLO HAY MILITARISMO"

Al líder que en mayo de 1993 dijo preferir, mediante histórica cadena de televisión, otra muerte distinta a la deshonra y la defenestración, el destino estuvo a punto de contrariarlo de nuevo, hace tan sólo cuatro semanas. “Bueno, en realidad no fue más que un susto”, se alienta Carlos Andrés Pérez, desembarazado ya por una angioplastia la obstrucción arterial que lo puso el pasado 10 de julio, si no al borde de la muerte, sí a bordo de una aeroambulancia que lo trasladó de urgencia desde la ciudad de Santo Domingo a Florida. “Ya usted ve, aquí me tiene”, abre los brazos en ademán característico, “puede decir en Caracas que me vio lleno de vigor”.
Si bien en aquel entonces del impeachment, y de la irrepetible conjura de voluntades urdida para sacarlo del poder, Pérez tuvo al menos la oportunidad de evidenciar su estupor, esta vez el infortunio lo tumbó rápidamente en pijama sobre una camilla, sin mayor posibilidad de réplica o restitución de la dignidad, disminuido a la muy resignada –y, quizás por ello, impropia para un caudillo- condición de convaleciente. Pero la recuperación en el Cedars Medical Center de Miami fue corta: a los tres días le dieron de alta sin más precauciones, dice el dos veces presidente de Venezuela, que una autoimpuesta veda del alcohol “aunque ya me tomaré un trago de vez en cuando”, anuncia urbi et orbi.
No tardó tampoco en volver ni a su rutinaria prédica antichavista ni a la situación de convidado. Regresó a la República Dominicana, plaza que, gracias a las deferencias del presidente socialdemócrata Hipólito Mejía, ha estado alternando con Miami para guarecerse de las inclemencias de un destierro que pretende temporal.
Veterano en exilios, trotamundos en las buenas y en las malas, de Carlos Andrés Pérez habrá que decir que le acompaña, como expatriado, la estrella que quizás le viene faltando durante la última década de vida pública. En particular, el Caribe le reserva alivios eficaces contra la nostalgia, el desamparo y otros azotes del alejamiento: gobiernos más que amistosos, culturas afines a la venezolana, y viejas deudas de gratitud a las que resta mucho por saldar.
Se recuerda que en los años 50, Pérez –como buena parte de la dirigencia adeca en desbandada por la represión perejimenista- encontró refugio en la Cuba de Prío Socarrás y la Costa Rica de José “Pepe” Figueras, a cuyos palacios de gobierno, sonríe ya añoso el político de Rubio, estado Táchira, “yo entraba prácticamente cuando quería”.
Hoy, en la República Dominicana el PRD (Partido Revolucionario Dominicano) de su difunto amigo, José Francisco Peña Gómez, está en el poder. El actual presidente guarda consideración por Pérez en su doble investidura de ex mandatario de una nación amiga y mentor ideológico, lo que se traduce en miramientos como el oficial del ejército dominicano que hace las veces de edecán personal, y el vehículo que lo traslada por las calles de la ciudad, una “yipeta”, vocablo con el que los nativos distinguen a las camionetas tipo Blazer y que se han convertido en el símbolo más claro del arribismo oficial.
Pero no sólo hasta ahí llegan sus amigos. Al oeste de la misma isla de La Española, en la ciudad capital de Puerto Príncipe, el presidente haitiano, Jean-Bertrand “Titid” Aristide, tiene una habitación permanentemente preparada para las visitas de quien considera como su segundo padre. “Es más”, enfatiza Pérez, “el único retrato que tiene en la sala de su casa es una fotografía mía. Y eso tiene su razón: yo le salvé la vida a Aristide. La noche que lo derrocaron yo mandé mi avión y logré quitárselo de las garras a los dictadores haitianos. Me lo llevé a Venezuela”.

LA MUERTE QUE RONDA
Con tanta vocación antillana, puesta a prueba a lo largo de medio siglo, curiosamente persiste un detalle en el vestir que enseguida lo delata como un “alien” en el reino del ritmo y el sabor: le tiene alergia a la guayabera y es una dolencia –físicamente perceptible en una tarde estival de humedad y calor, como la de nuestro encuentro- que se corresponde, como debe ser en un político de la llamada “Cuarta República”, con la lealtad acérrima al flux y la corbata. Aunque, a decir de Pérez, no son cosas de deformación profesional sino de gentilicio: “Yo me he mandado a hacer guayaberas, pero la verdad que no me acostumbro. Prefiero ir más formal”, incurre en un desliz de vanidad antes de deducir, enfundado en un conjunto de color crema y con una vistosa corbata borgoña: “Así somos los andinos”. No sería la única vez durante la entrevista que citaría su estirpe cordillerana para explicar algún proceder. La recordaría también para justificar el bajo perfil que conserva con su esposa, Cecilia Matos, a pesar de haber regularizado su estado civil.”Eso somos los andinos”, repite para hacer a un lado el tema, “reservados”.

- Usted en Venezuela siempre ha tenido una imagen de dinamismo, de vigor. Con su reciente enfermedad, ¿cambia esa condición? ¿Lo ha hecho pensar en su mortalidad?
- La verdad es que lo mejor que uno puede hacer es no pensar en la muerte, a pesar de que es lo más seguro que uno tiene. Yo quisiera ser inoxidable pero lamentablemente me estoy oxidando. Pero, eso sí, tengo vigor y espero mantenerlo hasta la democracia haya sido restituida y mejorada en Venezuela.

- Pero, en esos momentos de malestar, ¿pensó en la muerte? ¿Pensó: ya me llegó la hora?
- No. Fíjese usted que cuando me sacaban en una camilla, de aquí en la República Dominicana para Miami, que debía estar quieto, me incorporé para saludar a la gente y decirle que estaba dispuesto a seguir mis luchas por la democracia en Venezuela.

-¿Se lo mandaba a decir a Fidel Castro también?
- Desde luego que yo tuve una larga relación con él, relación que nunca involucró una adhesión o aceptación de su pensamiento, sino mis motivaciones para lograr que Fidel se integrara al mundo latinoamericano. Yo tuve muchas reuniones con él, tuve incluso una entrevista secreta en La Orchila.

- ¿Habría algún tipo de fascinación mutua?
- No, en lo absoluto. Es un hombre de gran personalidad, pero yo nunca me equivoqué con respecto a quién era. Mis conversaciones con él siempre fueron respetuosas, pero también muy claras y terminantes, con respecto al pensamiento político.

- ¿Cree que, en efecto, Fidel Castro esté aconsejando al presidente Chávez?
- Fidel Castro hoy se está aprovechando, con “a” mayúscula, del presidente Chávez.

- ¿Para usted no habrá retiro?
- El retiro estará en mi tumba.

- ¿Y la vida familiar?
- ¡Pero es que la política es mi vida! Yo comencé a hacer política a los 14 años y desde entonces no he hecho más que política. Yo no he tenido otros puestos en mi vida que los puestos que me ha deparado mi acción política. Y esto lo he dicho yo cuando se refieren a mi fortuna: Yo no soy de familia rica, no tengo a quien heredar, nunca me dediqué al comercio, de manera que si yo tengo fortuna, me la tuve que robar. Todos los cargos que tuve fueron cargos públicos, claro, que me han dado la posibilidad de vivir adecuadamente, pero sin ninguna capacidad para gastos exagerados.

- El presidente Chávez suele referirse a usted como un “muerto político” y también acostumbra a preguntarse entonces cómo hace usted para seguir viajando por el exterior, tener viviendas, pagar cuentas…
- Todos los que están conmigo aquí, en Santo Domingo, saben cómo con esta enfermedad amigos míos tuvieron que suministrarme los fondos para pagar la clínica. No voy a dar nombres, pero algún día se podrá saber cómo he vivido yo. Ni llego a grandes hoteles, ni vivo en grandes fiestas, sino que llevo una vida absolutamente modesta y ateniéndome a las circunstancias. Yo tengo dos entradas: una, la pensión de ex presidente, y otra, mi jubilación como congresante.

- ¿En la “Quinta República” no le han interrumpido esos beneficios?
- No sé, me los pueden interrumpir cuando les dé la gana, pero yo tendría la acción de la justicia, con la que yo tampoco contaría, pero son derechos adquiridos.

- ¿Usted no teme, que en el contexto institucional y político de la Venezuela actual, se le pueda abrir otro proceso bajo cargos de corrupción?
- Yo no tengo ningún problema, porque ya me vieron ustedes cómo lo enfrenté cuando se me quiso hacer. Y cómo, a pesar de que fui condenado a dos años de prisión se tuvo que reconocer que no era por peculado o enriquecimiento ilícito, sino por la ayuda que yo le había prestado a Nicaragua y a El Salvador para liberarlas del problema del militarismo guerrillero que las tenía sometidas. De manera que yo estoy dispuesto a confrontar cualquier cosa, con la misma tranquilidad de conciencia que me permitido afrontar esto.

- Ese fue un proceso judicial, pero ¿y la historia? ¿Cómo desearía que lo sentenciara?
- Yo en eso estoy tranquilo. Porque yo sé que la historia va a ir decantando la realidad de lo que ha sucedido en Venezuela. Reconocerá los grandes esfuerzos que hicieron mis dos gobiernos por modernizar nuestro país. Y también tendrá que rendir honor a la honestidad y a la dignidad con que yo actué como presidente de Venezuela. Yo espero confiado en que esto sucederá, porque el tiempo pasará y no aparecerá mi fortuna por ninguna parte, ni en ningún heredero mío ni de nadie, y se darán cuenta de la realidad que yo viví, de cómo fue mi vida y de que yo fui un hombre honesto a lo largo de toda mi vida. Por eso es que yo me quedé en Venezuela a enfrentar las acusaciones contra mí.

- Pero esa reivindicación que usted espera puede ser póstuma.
- No importa. Mi única ambición ha sido la historia.

LOS CONVIDADOS SON DE PALO
¿Cómo debería lucir un búnker? La palabreja trae del idioma alemán imágenes de construcciones inaccesibles, revestidas de placas de hormigón y repletas con aparatos de luces centelleantes y mapas animados de los frentes de batalla. Nada, en cualquier caso, parecido al edificio Rosmar No. 80, en el sector El Vergel de Santo Domingo: una construcción vulgar de tres plantas, no muy lejos de las avenidas México y Máximo Gómez de la capital dominicana. Allí, en “un apartamento que nos prestó una amiga”, se alojan Pérez y su esposa, cuando no están en Miami con sus hijas menores. Blancas son sus paredes y en la sala, amplia, un juego playero de muebles de mimbre es lo único que ocupa espacio. Si éste es el puente de mando de la guerra sucia que, según el gobierno venezolano, Pérez capitanea, hace alarde de una economía de recursos impresionante. En un cuarto, junto a la hamaca personal del ex presidente, está la computadora con la que todas las mañanas navega por Internet, quizás impulsado, más que por la necesidad de leer noticias de Venezuela, por el deseo de no convertirse en un dirigente anacrónico, ajeno a la web.
“¿Conspirar yo?”, chancea, “¡Míreme dónde estoy!”. Dice no conocer a ninguno de los funcionarios policiales implicados, de acuerdo a las versiones oficiales, en el resguardo de Vladimiro Montesinos; en cambio, contragolpea con una pregunta: “¿Y por qué el gobierno de Chávez los tenía trabajando todavía en su policía política?”. Advierte, sin embargo, que su propia actividad política no se ha apagado en el extranjero y que “mientras tenga vida, lucharé por la restitución de la democracia en mi país. Una nueva democracia que corrija todos los errores, todas las corruptelas, en las que desgraciadamente había degenerado la democracia venezolana”.
Esa beligerancia amenaza con convertirle en una piedra en los zapatos de sus anfitriones. Para los parámetros de locuacidad y protagonismo que lo han caracterizado, la verdad es que Pérez parece haberse propuesto ser un huésped poco molesto. Pero los adversarios del presidente Mejía, en la partisana vida pública dominicana, no pierden ninguna oportunidad para hacer notar la polémica presencia. Durante el proceso electoral del año 2000, participó –junto al secretario general de la Internacional Socialista, Luis Ayala- en el mitin de cierre de campaña del entonces candidato Mejía, quien luego, como presidente, contó con Pérez –esta vez junto al ex presidente del gobierno español, Felipe González- como valedor del llamado “Paquetazo”, una serie de medidas de ajuste en el gasto público y de carácter impositivo. Buena parte de la opinión pública resiente, además, la gestión mediadora de Carlos Andrés Pérez en las tradicionalmente ásperas relaciones entre dominicanos y haitianos, juzgada por aquellos como favorables a éstos, cuando no simplemente imprudente.
Un alto directivo de uno de los principales diarios en la capital anota, además, que “Pérez puede convertirse en un problema de Estado”. Sus constantes arengas contra el régimen de Caracas, proferidas desde Santo Domingo, pudieran enajenar, se teme, la buena voluntad del presidente Chávez y de Venezuela, principal proveedor de combustibles para la isla a través de los dadivosos términos del Acuerdo de San José. Y durante el curso de la administración Mejía, por si faltaran otros ingredientes potenciales para el conflicto, el disenso parece haber surgido dentro del gobernante PRD en torno a la figura del ex presidente venezolano. Algunos militantes del ala ortodoxa socialdemócrata creen que el propio Mejía ha sucumbido al carisma de Hugo Chávez y como inicio de esa presunta simpatía personal entre ambos mandatarios –que iría en detrimento de la estancia de Pérez en Quisqueya-, se fecha la visita del presidente venezolano a la República Dominicana del año pasado, cuando juntos oficiaron otra ceremonia de la diplomacia peloteril en un partido de softbol.
Para colmo, cierto halo de misterio en torno a su presencia exacerba, localmente, la leyenda negra del ex presidente. Antes de su actual residencia, se acomodó en los hoteles El Embajador y Dominican Fiesta de la capital en las que, se decía, eran “lujosas suites”; pero en el último hotel, se apresura a aclarar Gerardo Zavarce –venezolano que sirve a Pérez como ordenanza en Santo Domingo, y hermano de Nestor, el recordado intérprete de El pájaro chogüi-, “no hay suites y lo que conseguimos fue una habitación grande por 66 dólares diarios”.
Se escribió sobre el boato vacacional de una casa propia en La Romana, centro veraniego de ricos y famosos, pero Zavarce interviene de nuevo para puntualizar que el ex presidente “llega a casas de amigos; le sobran las invitaciones. Si atendiera todas las que le llegan, no pararíamos nunca”. Medios de comunicación dominicanos, dignos de todo crédito, afirmaron en su momento que durante las funciones de inicio de la gira “El Niágara en bicicleta” de Juan Luis Guerra, en agosto de 2000 en Altos de Chavón y el estadio Quisqueya de Santo Domingo, se vio al progenitor de la “Gran Venezuela” acompañado de una rumbosa comitiva de 15 personas; pero, prosigue Zavarce su deber de orientación, “sólo fuimos el ex presidente, su esposa y yo, con unos pases de cortesía que nos dio el banco Baninter. Lo que pasa es que estuvimos en un área VIP, junto al presidente Mejía”.
Ahora es el propio Pérez quien suspira:
- Fíjese usted, ¡todas las cosas que inventan para decir que yo tengo dinero!

- También se denunció aquí que usted había adquirido el Hotel Hispaniola de Santo Domingo, privatizado por el gobierno a cambio de 16,5 millones de dólares.
- Eso quedó en el ridículo. Fue una versión creada por el eterno panfletario contra Peña Gómez, “Vincho” Castillo, porque yo he heredado los odios contra Peña Gómez, quien fue mi amigo. Nadie puede decir que yo tenga o un edificio o una fortuna. Nadie puede mostrar un cheque mío en un banco del exterior, porque yo no tengo cuentas en el exterior. Ahora, ¿qué sucede? Que, desgraciadamente por culpa de nosotros mismos, los políticos somos unos pillos, unos ladrones. Nadie cree que un hombre que haya sido dos veces presidente de Venezuela, que tuvo actividades ran importantes como la nacionalización del hierro y del petróleo, sea un hombre sin fortuna. Incluso mis propios amigos puedan sospechar que eso no sea cierto, pero yo, frente a esas sospechas, siempre he dicho que hay dos cosas que no se pueden ocultar: la tos y el dinero. Por algún lado salen.

- ¿Le atormenta, abruma o deprime, que siempre le persiga esa sospecha?
- Desde luego que es muy incómodo y, hasta cierto punto, humillante.

- Según la leyenda popular venezolana, usted llegó a figurar en la lista de los hombres más ricos del mundo.
- Eso lo inventaron. Yo recuerdo mucho que un periodista del diario “Panorama” de Maracaibo publicó una vez que yo figuraba como el décimo hombre más rico del mundo. Entonces abrí un juicio contra ese periodista y le dije que le quitaba el juicio si me mostraba el periódico o la revista de donde hubiera surgido esa información. No lo hizo, pero la Asociación de Periodistas vino a visitarme para pedirme que retirara el juicio y lo retiré. Jamás, en ningún periódico del mundo, ha aparecido ese hecho que me quisieron endilgar.

- ¿Y el apartamento de Sutton Place? ¿También es una leyenda infundada?
- ¡Ah, no, no! Ese es un apartamento que le regaló a Cecilia Matos el señor Ángel Cervini. Eso es bien sabido en Venezuela. Eso es cierto.

- Los amigos que le ayudan, ¿son venezolanos?
- Fíjese usted que, ahora, la ayuda máxima que he recibido ha sido, en vez de venezolanos, sobre todo de aquí, de amigos dominicanos que me han solventado muchos problemas económicos. Cada vez que voy a alguna parte es porque voy invitado con gastos pagos, o es porque alguien me ha facilitado el dinero.

- ¿Por qué escogió República Dominicana como residencia?
- Estaré entre República Dominicana y Miami por su cercanía a Venezuela. Aquí tengo un gobierno amigo, un partido amigo; tengo todas las facilidades.

-¿Asesora al presidente Mejía?
- No, yo soy amigo del presidente Mejía y hablo con él. Pero el presidente Mejía no necesita asesoramiento. Él tiene su buena conducción política.

- ¿Pero él no le consulta nada?
- Yo hablo con él, como con tanta gente. Yo no soy asesor. Hablamos de todo, claro, comentamos las realidades políticas, regionales, locales y mundiales.

- Se dice que el presidente Mejía y el presidente Chávez han hecho buenas migas.
- No, el presidente Mejía tiene formas de educación que, por cierto, le faltan al nuestro. Desde ese punto de vista, ellos se entienden cordialmente, pero más nada. Desde luego, yo tengo que ser muy discreto para expresar ciertas ideas sobre esta materia, porque estoy en la República Dominicana. Pero tengo plena constancia de que el presidente Mejía no tiene ninguna afinidad política con el presidente Chávez.

- En la calle, muchos dominicanos expresan simpatía por el presidente Chávez.
-No. Ellos tienen agradecimiento porque Chávez ha aumentado su participación en el Acuerdo de San José. Pero Chávez no lo hizo por los dominicanos. Chávez lo hizo por Cuba. Por otra parte, si usted sale por aquí por las calles de Santo Domingo y saben que usted es venezolano, se va a encontrar con un hecho en cierta forma desagradable para uno, pero desgraciadamente justificado: que sin ningún respeto le preguntan “¿Y cuándo sacan ese loco?”, refiriéndose al presidente de Venezuela.

-Entre sectores de la política y la prensa dominicanas, parece existir un malestar porque usted frecuentemente no sólo opina sobre cosas de política interna, sino que hasta se le ha visto de gira por el país, como si fuera un funcionario gubernamental.
- Jamás. A la única parte que he ido, fuera de Santo Domingo, fue a la frontera con Haití, porque estoy muy interesado en la solución del problema con Haití y ahí sí estoy interviniendo abiertamente. Visito Haití, hablo con el presidente Aristide, hablo con el gobierno acá, tratando de mejorar las relaciones. Yo no he ido a ninguna parte más. La embajada de Venezuela aquí ha querido inducir ese tipo de discusiones. Pero eso no tiene posibilidad alguna, porque, por otra parte, yo soy lo discreto que debe ser uno. Ahora, hasta cierto punto estas polémicas son inevitables, porque usted sabe que en nuestros países hay criterios parroquianos sobre el extranjero. Yo no me considero extranjero en ningún país de América Latina, yo soy latinoamericano.

- Pero aquí se le ve a usted como un defensor de Haití. Eso causa resquemores.
- ¡Ah, sí! Pero eso tenemos que arreglarlo. Ese es un problema de América Latina y de allí que yo no tenga por qué limitarme en el caso de las relaciones entre Haití y República Dominicana. Yo en eso sí me siento obligado como latinoamericano y no tengo ninguna contención.

- ¿A Aristide sí le da consejos?
- Converso con él, hablamos mucho.

- ¿Por qué se resiste tanto a admitir que aconseja a algunos de sus pupilos?
- Esa no es la posición de uno. Uno conversa, discute, presenta sus ideas… Pero más nada.

- Pero, por ejemplo, ¿qué lecciones extraería usted del colapso del sistema político venezolano, para compartirlas o con el presidente Mejía o con el presidente Aristide?
- Que los partidos políticos somos los grandes responsables de las tragedias de nuestros pueblos. En Venezuela, Acción Democrática y Copei fueron dos grandes organizaciones populares que tuvieron mucho que ver con la conformación de un proceso democrático y fueron luego los que lo llevaron a la tumba, porque se clientelizaron, se corrompieron. Esa experiencia tiene que presentársela uno a sus amigos en todas partes.

- ¿Y cree que sus amigos están tomando nota de ella?
- ¡Es que tienen que tomar nota, porque en eso se va la suerte de la democracia en América Latina! Y eso se lo acabo de decir en Perú a los apristas y a los partidarios de Toledo: que tuvieron mucho cuidado ahora que están de nuevo reestructurando los partidos políticos.

¿MI OTRO YO?
Puede que para él ya no haya frecuentes baños de multitudes, pero, por otro lado, la estela de su popularidad no se disipa todavía.Los taxistas de la ciudad y los agentes aduaneros del aeropuerto de Las Américas hablan de “mi amigo Carlos Andrés”, y en la costera Punta Cana, hace algunos meses, fue aclamado por cerca de 500 venezolanos que se encontraban en el principal complejo hotelero de la zona. “Fue tan entusiasta el recibimiento”, recuerda extasiado Pérez, “que un columnista que no es precisamente cercano a mí, Asdrúbal Zurita, se hizo eco del hecho en ‘Quinto Día’”.
Se trata, sin duda, de un don llamado carisma. Un don cuyas emanaciones traspasan fronteras y que, en el caso de Carlos Andrés Pérez, en cierto modo lo hermana con otro señalado, el presidente Chávez, cuyas maneras ya dan mucho de qué hablar tanto al ciudadano raso como a los medios de República Dominicana. Cara y revés del liderazgo visceral en Venezuela, algunos rasgos comunes sirven para especular acerca de parentescos y emulaciones.

- ¿Usted da crédito a los analistas que encuentran paralelismos entre el afán de proyección internacional que usted mostraba como presidente de Venezuela y el que tiene el presidente Chávez?
- Yo no tengo ansias de proyección internacional. Ni las tuve. Yo tengo ansias de conformar la integración latinoamericana.

- El presidente Chávez también dice que quiere eso.
- ¡Sí, por eso dicen que se parece a mí! Y es que él tiene ideas que parecen buenas, pero después las retuerce con su mentalidad deformada. Él tiene una indigestión curiosa de Simón Bolívar, Zamora, Simón Rodríguez, pero no tiene ideología, no tiene nada que ver con el marxismo-leninismo, él es militarista.

- ¿Qué otras ideas de Chávez le han parecido buenas?
- Básicamente, que él habla de la integración latinoamericana como un objetivo. Pero luego apoya a la guerrilla colombiana, apoya a los indígenas de Bolivia, apoya a los indígenas de Ecuador… El habla del mar para Bolivia, como yo hablé, pero lo plantea en unos términos controversiales frente a Chile. Él habla de la multipolaridad en el mundo y de una política activa por parte de Venezuela, pero la hace contrahecha, de acuerdo con su propia deformación ideológica.

- Entonces, usted descarta las posibles semejanzas con el liderazgo de Chávez.
- Pero, ¡cómo! Véame: estoy enfrentado a él.

- Usted, con frecuencia, ha estado vaticinando un golpe de Estado contra Chávez.
- No he estado vaticinando un golpe de Estado, sino una implosión del gobierno de Chávez. Y esto no es porque el deseo, o la esperanza de que esto suceda, prive sobre mi raciocinio, sino como producto del análisis objetivo de la situación que impera en Venezuela. La verdad es que éste es un gobierno sin operadores que le permitan atender a la solución de los problemas más graves que afectan al país.

- Pero ante esos problemas se podría decir, tal como suele alegar el presidente Chávez, que son herencia de 40 años de desgobierno, y que dos años no bastan para resolverlos.
- Indudablemente que, cuando él asume el gobierno, lo hace después de una fracasada y estúpida presidencia de Rafael Caldera, que hundió al país en una crisis sin precedentes y que le sirvió de base a Chávez. Pero no hay falacia más infame que esa que pretende presentar los 40 años de democracia representativa como 40 años de desastre para Venezuela. La verdad es que Venezuela fue transformada por la democracia.

- Cuando usted pronostica una “implosión”, más allá de sus dotes como analista, ¿lo hace porque maneja información privilegiada? ¿Mantiene vínculos con la oficialidad venezolana?
- Yo tengo un concepto sinceramente bueno de la formación institucional de los oficiales de la Fuerza Armada venezolana. Y esto me permite afirmar, con plena seguridad de lo que digo, que la inmensa mayoría de la oficialidad está descontenta. Yo, desde luego, conservo buenas relaciones y buen conocimiento de la Fuerza Armada. Pero tenga o no tenga yo esas relaciones, sería de mi parte una cosa insólita que yo pudiera hacer una mención pública de ellas.

- Si este exilio suyo se prolonga algunos años, ¿no corre el riesgo de convertirse, como llegó a serlo Pedro Estrada en París, en un gurú más o menos exótico por quien los venezolanos viajan a consultar algunas cosas?
- ¡Por Dios! ¡Eso es hasta ofensivo! Pedro Estrada era la expresión de la barbarie, no merece ningún recuerdo… Además, yo no estoy exiliado. Yo regreso a Venezuela. Lo que pasa es que estoy esperando el momento oportuno de hacerlo.

- Pero, actualmente, ¿vienen venezolanos a consultarle?
- Siempre. Por eso es que estoy en las cercanías. Hablo con todo venezolano que quiera hablar conmigo.

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