25 de febrero de 2008

Justicia: la humana tarda, la divina ¿llega?


N. de R.: Se llamaba Fernando Romeo Lucas García y cuando lo encontré en Puerto La Cruz ya estaba postrado en una cama sin remedio. La agonía le llegó temprano. Requerido por la justicia española para pagar por algunos de los crímenes que le atribuían, se encontraron con que desde hacía bastante tiempo expiaba sus culpas en el abismo del Alzheimer. Así que, a pesar del hallazgo periodístico, todo lo que me quedó para constatar en este trabajo publicado en 2005 en "El Nacional" era la laxa custodia de la policía local para el acusado de lesa humanidad, y la escasa probabilidad de que fuera extraditado para enfrentar a la justicia. En efecto, un par de meses después el Tribunal Supremo de Justicia de Venezuela rechazó la solicitud española de deportarlo, por razones humanitarias. Y un año después, el 26 de mayo de 2006, murió de un paro respiratorio.

Ex presidente de Guatemala, requerido por cargos de lesa humanidad, vive en Venezuela
EL GENERAL LUCAS GARCÍA RECORRE EL LABERINTO DE LA JUSTICIA Y LA AGONÍA

Dictador entre 1978 y 1982, se le achacan múltiples atrocidades. La Audiencia Nacional de España acaba de emitir una orden de detención en su contra, responsabilizándolo del asesinato de siete ciudadanos españoles, algunos de ellos fallecidos en el mismo incidente en que murió el padre de la Premio Nóbel de la Paz, Rigoberta Menchú. Pero quizás nunca responda por ello: pasa sus días en Puerto La Cruz, extraviado en las profundidades del Mal de Alzheimer.

En 1983 Rigoberta Menchú se dio a conocer en todo el mundo con un libro cuyo título anticipaba el tono, necesariamente confesional, aunque inimaginablemente cándido y brutal a la vez, de su autobiografía: Me llamo Rigoberto Menchú y así me nació la conciencia.
Hoy, en cambio, se presenta a páginas completas de los tabloides de Guatemala con un propósito distinto, aunque también con la apariencia del testimonio: “Soy Rigoberta Menchú”, encabeza el texto de un aviso de Farmacias Similares, la cadena mexicana de medicamentos genéricos, “y yo no recomendaría nada que no fuera de ¡excelente calidad!”.
Entre tantas cosas que tienen que haber cambiado a lo largo de estos 22 años para que la Premio Nóbel de la Paz de 1992 endose a una marca comercial –de la que, insisten en señalar sus detractores, además sería socia–, una parece, sin embargo, inmutable: el grupo de cuentas que Menchú mantiene pendientes desde hace un cuarto de siglo con los regímenes militares que asolaron su país en medio de la guerra fría internacional y de la guerra civil nativa, más caliente y sucia, que costó la vida a unos 200.000 guatemaltecos. Las bajas incluyeron a dos hermanos de Rigoberta, Patrocinio y Víctor, y a su madre, Juana, todos desaparecidos; así como a su padre, Vicente, quien murió junto a otras 35 personas entre los escombros calcinados de la Embajada de España en Ciudad de Guatemala, recuperada a sangre y fuego por la policía en un confuso asalto que intentaba desalojar a un grupo de tomistas en enero de 1980.
Ahora, después de tanto tiempo, las pistas conducen a que el máximo responsable de ese incidente y, por lo tanto, de la muerte de Vicente Menchú –al menos, según lo establecido hasta el momento por la Audiencia Nacional española-, yace moribundo en una quinta de Lecherías, estado Anzoátegui, sin aguardar a que la tardía justicia de los hombres lo sancione o lo absuelva.

SILENCIO EN LECHERÍAS
Cerca de la intersección de las calles Píritu y Urbaneja de ese cantón pudiente de Puerto La Cruz, se encuentra una quinta de estilo colonial y amplia fachada de color blanco. Allí vive el general Fernando Romeo Lucas García, presidente de Guatemala entre 1978 y 1982. O quizás sería más preciso decir que allí sobrevive el general Lucas: según numerosos testimonios, ya son muchos los años desde que se hundió en el Mal de Alzheimer, en cuya fase terminal se encontraría.
El único periodista que lo ha podido ver fue, a mediados de 2004, Pedro Pop, entonces reportero del diario Prensa Libre de Guatemala y hoy consultor independiente en comunicaciones. “Acostado, inmóvil y con la mirada perdida, Lucas García pasa los días y las noches sin tener noción de lo que ocurre a su alrededor”, escribió Pop para su periódico. “Sus rasgos físicos han cambiado, en especial el rostro, que parece más afilado y alargado (…) el jefe militar autoritario, a quien acusan de haber ordenado múltiples crímenes políticos, ahora luce extremadamente delgado y sin capacidad para hablar”.
No son pocos los conocedores del caso que atribuyen la prolongación de la vida de Lucas García, hoy de 81 años de edad, a los desvelos de su esposa desde 1978, la venezolana Elsa Cirigliano. Ella es parte de una de las familias más influyentes de Anzoátegui, los Cirigliano, propietarios de la televisora regional TVO, del equipo Marinos de Oriente de la Liga Profesional de Baloncesto y, haciendo honor a sus ancestros italianos, del principal pastificio de la zona.
Contactada por El Nacional el pasado mes de mayo, la señora Cirigliano declinó la oportunidad de brindar declaraciones públicas, alegando que “no era oportuno” y que no quería “levantar el polvo” en este momento. Sus precauciones no parecen estar de más. Gente del entorno familiar asegura que, a raíz de las fugaces revelaciones que la prensa internacional recientemente hizo sobre el pasado del general Lucas García, y de las que los medios venezolanos apenas se hicieron eco, la única hija del matrimonio, María Fernanda, de 26 años de edad y desconocedora de ese pasado, habría sufrido un leve accidente cerebrovascular que dejó secuelas en su visión.
El general Fernando Romeo Lucas García reside en Venezuela desde 1982, después de que fuera derrocado por un putsch de jóvenes oficiales del ejército. El bajo perfil que desde entonces mantuvo y las garantías de cobertura que quizás adivinó en el peso específico que su familia política ha adquirido en el oriente del país, tendieron un conveniente manto de olvido y, se supone, de alivio, alrededor de su figura. El mismo manto quizás patrocinó la inveterada costumbre de los Cirigliano de contar con personal guatemalteco en sus hogares, probable señal de su continua relación con el país centroamericano. De hecho, el reportero Pedro Pop rastreó el paradero de Lucas García en Venezuela a través de la familia de Luz Hernández, enfermera de cabecera del general, también chapina.
Pero el camuflaje poco pudo contra la orden internacional de detención que el juez Fernando Grande-Marlaska, de la Audiencia Nacional de España, libró hace cuatro meses contra el general Lucas García bajo cargos de tortura y asesinato.

JUSTICIA ESPAÑOLA
En 1999, la Comisión para el Esclarecimiento Histórico de Guatemala concluyó que nueve de cada diez de las 200.000 víctimas fatales provocadas por el conflicto irregular de ese país, habían caído por acciones de las Fuerzas Armadas. Este dato, responde desde Guatemala el presidente de la Fundación Rigoberto Menchú Tum (FRMT), Gustavo Meoño, y “el proceso abierto en España en contra del General Augusto Pinochet y su posterior detención en Londres, nos permitieron ver, que la doctrina y los procedimientos jurídicos de la Jurisdicción Universal nos abrían una puerta para luchar contra la impunidad que prevalecía y prevalece en Guatemala para proteger a los responsables del genocidio cometido en nuestro país”.
Así fue como en el año 2000 y ante la propia Audiencia Nacional de España que promovió la inédita captura del dictador chileno, la Fundación introdujo una causa por genocidio contra diferentes funcionarios de los regímenes militares que gobernaron Guatemala con mano de hierro durante 25 años, entre ellos, Lucas García. El proceso quedó a cargo del juez Fernando Grande-Marlaska. No obstante, en una revisión del caso que solicitó la Fiscalía española, el Tribunal Supremo determinó en 2003 –mediante una decisión que hoy sigue sujeta a un recurso de amparo presentado ante el Tribunal Constitucional de España- que la Audiencia Nacional no dispone del fuero para examinar la acusación genérica de genocidio en otros territorios y que, en su lugar, sólo puede avocarse a los casos que afecten a víctimas españolas.
En ese marco jurídico el juez Grande-Marlaska, que por estos días ha vuelto a ocupar las primeras planas de los diarios hispanos al poner tras las rejas al parlamentario de la izquierda vasca Arnaldo Otegi, emitió el 15 de febrero pasado una orden internacional de detención contra Fernando Romeo Lucas García, a quien imputa siete cargos de asesinato –incluyendo a tres diplomáticos españoles que perecieron en el asalto a la Embajada, y a cuatro sacerdotes de la misma nacionalidad aniquilados por la represión-, uno de tentativa de asesinato –en la persona del ex Embajador de España en Guatemala, Máximo Cajal- y otro de tortura. Persuadido de que, como reza su resolución, “se ha podido comprobar razonablemente cómo Fernando Romeo Lucas García, entonces Presidente de la República de Guatemala, pudiera residir actualmente en territorio de Venezuela”, el juez Grande-Marlaska libró una orden de detención preventiva al amparo del artículo 24 del Tratado de Extradición suscrito entre Venezuela y España en 1989.

NO HAY CASO
En Venezuela, las autoridades competentes para diligenciar la detención preventiva son los oficiales del Ministerio Público. La Fiscal Nacional 22, Elba Hager, habría sido así la responsable de llevarla a efecto. Pero dada la condición de salud del imputado, y la imposibilidad consiguiente de presentarlo ante un juez de control en Caracas, la Fiscalía acordó solicitar al tribunal un apostamiento policial para la custodia de Lucas García, que la Policía del Estado Anzoátegui hizo efectivo mientras el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) establece qué hacer con este reo, más que de la jurisprudencia, del Alzheimer. “Yo actúo en este caso, que no está en mis manos, de acuerdo a lo que un tribunal requiere”, aclara el gobernador del estado Anzoátegui, Tarek William Saab, abogado, y un reconocido activista de los derechos humanos antes de militar en el oficialista Movimiento Quinta República (MVR). “Aquí las competencias están muy delineadas”.
Corresponde al TSJ –contando con la opinión del Fiscal General de la República- determinar si la extradición, que aún no ha sido solicitada desde España, se cumple. El mecanismo de rotación de la Sala Penal puso el caso en manos de la magistrada Blanca Rosa Mármol de León, quien será la ponente del proyecto de decisión si el país requiriente, España, sustancia su solicitud.
“Aquí hay un dilema: la persona está efectivamente en un estado muy delicado de salud y su comparecencia ante la Audiencia Nacional española podrá ser sólo simbólica, porque este señor no habla, no camina. Por lo tanto, ya competirá a la justicia española decidir”, se anima a opinar el gobernador Saab, siempre a título personal.
Pero la idea de que en este caso late una cruel disyuntiva pertenece al mundo de los legos. Según una fuente muy cercana al TSJ y conocedora de la materia, que solicitó anonimato, “jurídicamente no hay caso, pues el imputado no tiene ni conciencia ni voluntad. Además, el Tratado de Extradición entre España y Venezuela prevé la posposición de la extradición por enfermedad, y estando la enfermedad del general Lucas García debidamente certificada por la Fiscalía mediante el examen médico forense que realizó, y siendo de carácter irreversible, lo que se da técnicamente es una especie de suspensión permanente”. Por tanto, la extradición no procedería, un escenario que lleva a la misma fuente tribunalicia a ensayar la siguiente propuesta: “Deberíamos reflexionar por qué la justicia llega tan tarde”.
La larga agonía del general Lucas García, sin duda cada vez más próxima a su fin, no arredra, sin embargo, a los querellantes de la Fundación Rigoberto Menchú Tum. “Nosotros confiamos en que el Estado de la República Bolivariana de Venezuela”, insiste Gustavo Meoño, su presidente, “cumpla con sus compromisos internacionales en apoyo a la justicia, contra los perpetradores de crímenes de lesa humanidad. En todo caso, si no se concede la extradición, son las autoridades judiciales o gubernamentales de Venezuela las que deben dar las explicaciones pertinentes y sería el juez español que está realizando la solicitud, ante el tipo de respuesta, el que solicitaría la acción o prevención pertinente”.

RECUADRO 1
Amor y paz

Ni proscrito ni rescatado, Fernando Romeo Lucas García llegó a Venezuela “a través del amor”. La frase pertenece al periodista Jorge Palmieri, quien fuera Embajador de Guatemala en México durante el gobierno del general y quien se jacta de haber estado almorzando con él cuando el entonces Presidente conoció, el 31 de enero de 1980, la noticia de la toma de la Embajada de España por un grupo de campesinos maya-quiché. “Al principio se puso muy disgustado pero luego, muy tranquilo, le preguntó al ministro de Gobernación, Donaldo Álvarez Ruiz, qué estaban haciendo. Al final del almuerzo, Álvarez llamó para informar que la policía había rodeado la sede diplomática. Jamás olvidaré lo que Lucas dijo entonces: ‘Decíle a Chupina’, refiriéndose a Germán Chupina, comandante de la policía, ‘que tenga mucho cuidado, porque en estas cosas, el que se enoja, pierde’”.
Hoy columnista del diario Prensa Libre de Guatemala, Palmieri sigue empeñado en revisar la historia oficial del desgraciado episodio. Desde las páginas de opinión siembra dudas acerca de la actuación del embajador Máximo Cajal –a quien, sin más, tilda de simpatizante de la guerrilla- y del inicio del incendio en la edificación, que atribuye a una bomba molotov de los tomistas.
A pesar de ello y de una lealtad sin vacilaciones hacia la gestión de Lucas, jura no haber tenido más contacto con él. “Se fue de Guatemala y tengo entendido que se aisló bastante. Varios de sus amigos trataron de contactarlo y no pudieron. Él estaba muy deprimido y decepcionado después del golpe de 1982, pensaba que el ejército no lo iba a traicionar. Luego, su madre murió al poco tiempo que él cayó. Lucas era un hombre muy serio pero solitario, muy deseoso de formar familia, con un complejo de Edipo tremendo, muy apegado a su mamá, y andaba buscando formar familia, una paz que no llegó a tener por mucho tiempo. Por todo ello creo que fue muy afortunado de su parte cuando se pudo ir a Venezuela por tener esta relación amorosa”. Sin perjuicio de la versión del aislamiento que Palmieri enarbola, fuentes cercanas a la familia del general en Puerto La Cruz aseguraron a El Nacional que el general Lucas conservó una propiedad rural en el área de Cobán, Guatemala, a la que habría visitado en diversas oportunidades.
De acuerdo al reportero Pedro Pop, Lucas se topó con Elsa Cirigliano tan temprano como en 1956, cuando vino a Venezuela a hacer un curso de especialización militar. El amor floreció, resistente, hasta que en 1978 contrajeron matrimonio en secreto. A la caída de Lucas, se expatrió en el terruño de su consorte. Tan larga estadía no valió para que adoptara la nacionalidad venezolana. En el legajo que actualmente reposa en la Sala Penal del TSJ, constaría la existencia de una cédula de identidad a su nombre, en condición de extranjero.

RECUADRO 2
Se busca
El juez Fernando Grande-Marlaska, que imputó en principio al general Fernando Romeo Lucas García la urdimbre de “un plan tendente a minimizar la etnia maya”, finalmente le responsabiliza por la muerte de siete ciudadanos españoles: Jaime Ruiz del Árbol, Luis Felipe Sanz Martínez y María Teresa Vázquez, personal de la Embajada española; y los sacerdotes José María Gran Ciera, Faustino Villanueva, Juan Alonzo Fernández, y Carlos Pérez Alonzo. Aparte de eso, las organizaciones de derechos humanos de Guatemala cargan a la cuenta del gobierno de Lucas García más de 500 masacres documentadas. Otras sonadas atrocidades, como el secuestro y desaparición de 27 dirigentes de la Central Nacional de Trabajadores, se le atribuyen.

5 de febrero de 2008

La periodista ¿indeseable?


N. de R.: Polémica, provocadora, estentórea, Olga Wornat se mantiene calladita en Venezuela al frente de una revista de sociales. Raro, ¿no? En todo caso, la entrevisté para la más reciente edición de “Contrabando”. La verdad es que no rehuyó ninguna pregunta y tiene argumentos para defenderse contra las críticas más comunes que para ella suelen hacerse desde las sociedades de amigos del periodismo de investigación. Aquí está una versión sin recortes del texto.

“CUALQUIER LIBRO QUE SE VENDA LOS INTELECTUALOSOS LO SUBESTIMAN”

Ewald Scharfenberg

"¡Me voy a vengar, juro que me voy a vengar de esa maldita!", dicen que vociferaba Marta Sahagún de Fox en los recintos privados de la residencia presidencial de Los Pinos cuando terminó de echar un vistazo a la primera edición de La jefa, biografía autorizada al principio pero luego excomulgada por la propia biografiada, la hoy ex primera dama de México. Quien dice que lo dijo es la autora de la denostada biografía, la periodista argentina Olga Wornat, en el prefacio de un libro posterior, Crónicas malditas desde un México desolado (2005, editado en Venezuela por el sello Debate de Random House-Mondadori), donde volvería a cargar las tintas no sólo contra Martita y su prole, sino también contra el ex dictador chileno Augusto Pinochet, el caudillo militar paraguayo Lino Oviedo y, cómo no, contra nuestro comandante Hugo Chávez Frías.
El episodio que se cita en el párrafo previo puede servir como resumen de las virtudes y defectos que fans y rivales de Wornat achacan a sus maneras periodísticas, controvertidas –como hasta ella misma acepta- y, sin duda, llamativas para el público –se trata de la primera, más consistente, y quizás única, reportera en América Latina cuya firma en un libro garantiza un bestseller en todo la región a sus editores -, A saber:
- Que se mete con el poder (“Me atrae el poder, sobre todo desentrañar esas cosas oscuras que hay detrás de los personajes que tienen poder”).
- Que olfatea buenos temas (Aunque “siempre creo que van a ser un fracaso”).
- Que no teme a nada, a veces, ni siquiera, a los parámetros del periodismo ortodoxo (“Detesto los manuales de periodismo”).
- Que se gana con premeditadas artes de seducción a sus perfilados, a los que luego “traiciona”. (“Claro, todo periodista hace eso. ¿O qué? ¿Cómo te vas a enfrentar a un poderoso? ¿Con un arma en la mano?”).
- Que no verifica de manera segura las versiones que maneja antes de publicarlas (“Cuando una fuente me da un testimonio, para corroborarlo, yo entrevisto a otras cuatro o cinco personas”).
- Que en sus notas y libros se atreve a reconstruir parlamentos y diálogos que nunca pudo presenciar y que, por más indagación que haga, no podría estar en capacidad de citarlos a la letra. (“Es un recurso literario-periodístico”).
Lo anterior también funciona para sintetizar la entrevista que sigue, en verdad, un careo entre este reportero, que hacía las veces de fiscal inquisidor, y la afamada periodista nacida en Misiones (Argentina), virtual fundadora en el hemisferio de un subgénero del periodismo, que bien pudiera denominarse la reportería del corrillo palaciego. Aunque ha trabajado para muchas e importantes publicaciones de Argentina, México, España y Estados Unidos, y entre sus asignaciones estuvieron coberturas en el fuego cruzado de las guerras en Líbano, la antigua Yugoslavia, Afganistán, Centroamérica y la frontera peruana-ecuatoriana, el renombre se lo hizo con sus radiografías de poderosos en libros como Menem, la vida privada (1999), Menem-Bolocco S.A. (2001), y La Jefa (2003), este último, instrumento clave en la esterilización de las ambiciones presidenciales de Marta Sahagún de Fox. Otro extenso reportaje, Nuestra Santa Madre: La historia de la Iglesia Católica (2000), le costó la prelatura a un arzobispo argentino señalado en la obra como abusador de menores.

EL DULCE EFLUVIO DEL PODER
Pero la entrevista con esta periodista trashumante, cuyas peripecias y peligros la han llevado por medio mundo, tuvo lugar en Caracas, en las oficinas de corte ejecutivo del Centro Lido. El caso es que ahora Olga Wornat trabaja en Venezuela. Y en una empresa relativamente menor: la dirección de la revista de eventos y sociales Look Caras, donde tiene al omnipresente Roland Carreño como Editor Adjunto. Aunque Wornat pone mucho de sí para refutar la supuesta minusvalía de la llamada prensa del corazón y de los ricos y famosos: de hecho, su próximo libro, anuncia, le debe casi todo a esa fuente. Cuenta que viene de trabajar como editora de la revista Poder, en México. Y que allí obtuvo un puesto de avanzada para observar con detalle a la high society mexicana.
- Mi próximo libro- apunta-, que va a publicar Random House, no es sobre una persona en particular, si no algo un poco sociológico sobre la sociedad mexicana a través de este tipo de revistas, de las revistas del corazón. Es trasladar a un libro esa alta sociedad que es ostentosa, impúdica, que sale mostrando sus joyas y sus millones y sus yates, teniendo en cuenta que México, como todos nuestros países, es un país con una enorme pobreza.

- Con ello, ¿no estarás entonces renunciando a volver a México?- se le repregunta a la periodista urticante, invicta en decenas de libelos y pleitos judiciales, pero que al fin y al cabo dirige en Venezuela un proyecto de la todopoderosa Televisa.
- Ja, ja, ja… No. En todo caso, le resultaré non grata a los ricos y poderosos.

Y para rematar el punto arroja sobre el escritorio de su cubículo un ejemplar del número uno de Look Caras, que se abre en una doble página: se trata del arranque de un reportaje donde la diputada chavista a la Asamblea Nacional, Iroshima Bravo, muestra su casa, sus gustos, y hasta asoma algunas pistas acerca de su vida sentimental.
- ¿En qué otro tipo de publicación creés que un político, un empresario, un poderoso, hablaría de esta manera?- termina de argumentar a favor del periodismo rosa- No es algo menor, bajo o poco serio. Al contrario, es un tipo de periodismo que a mí me encanta.

- ¿El de husmear en la vida privada de los poderosos?
- Cuando publiqué el libro sobre Menem, que fue un libro muy polémico porque justamente se llamaba así, La vida privada, ocurrió casi una explosión en torno al tema de si los políticos tienen derecho o no a una vida privada y por qué sí o no. Yo estoy convencida de que los políticos tienen muchísimas más obligaciones que los ciudadanos y que, por lo tanto, aunque claro que tienen derecho a una vida privada, deben estar dispuestos a que el periodismo cumpla su obligación de mostrar las contradicciones entre las vidas privada y pública de los políticos. La vida privada de un político no está separada de su vida privada. ¡Todavía hoy es cuando la prensa francesa se sigue criticando por el silencio con que se hizo cómplice en el caso de la hija natural que tenía Francois Mitterand, que vivió con dinero del Estado francés durante los 14 años de su presidencia!

- Muchos colegas te señalan como alguien poco serio en la verificación en los datos de tus investigaciones.
- No te voy a negar que a mí en algún momento me importaran esas críticas, pero nunca fue un tema que a mí me paralizara. Yo tengo una manera de hacer periodismo, tengo una escuela de hacer periodismo que es la que aprendí en la revista Gente o en la revista Noticias, ambas de Buenos Aires, o con toda la camada de Jorge Lanata cuando fundamos la revista Veintiuno. Yo no creo en los manuales de periodismo, no me interesan los manuales de periodismo, es más: los detesto. No me interesa la objetividad, porque no existe; lo que existe es la honestidad. Yo sé que no soy una persona políticamente correcta. De hecho, que lo quiero aclarar: yo no me recibí de periodista. Ni me interesa tampoco, aunque quizás me hubiera importado en algún momento por darle un gusto a papá. Pero cuando empecé a estudiar me agarró la militancia y era o la universidad o la guerrilla; yo me fui a vivir a una villa miseria, faltaba plata y la Argentina era un incendio, con la Triple A buscándonos por todas partes… En fin: yo no creo en los licenciados en periodismo, ni en los títulos, yo sólo creo en el periodista que se forma en la calle.

- En todos tus trabajos relatas diálogos entre personajes que investigaste. Debes reconocer que resulta muy cuesta arriba afirmar que eso fue lo que los personajes dijeron. A menos que tuvieras grabaciones; que no es el caso…
-Es una técnica o una manera de acercar al lector a través de distintas fuentes. Por ejemplo, para la nota de “Los hijos de la jefa” en Crónicas Malditas… [sobre los negociados de los hijos del primer matrimonio de Marta Sahagún, N. de R.], yo no te puedo explicar la cantidad de gente que entrevisté. Te estoy hablando de una época en la que los Fox todavía gobernaban en México. Hoy, ¡claro! Ya los Fox son carne de cañón, están ante el paredón de fusilamiento, pero yo esto lo dije en el año 2005. Yo tengo una manera que es la de juntar varios testimonios; cuando una fuente me da un testimonio, para corroborarlo, yo entrevisto a otras cuatro o cinco personas. Lo mismo hice con el libro de Menem, porque ese mismo cuestionamiento me lo hicieron en Argentina. Que si había diálogos exactos… Bueno, en algunos, fui testigo yo. Y en otros, se trató de lo que las fuentes me transmitieron. A mí me gusta contar una historia poniéndome desde la mirada de un lector y para que el lector se sienta dentro de ese texto. Soy capaz de entrevistar a una persona que fue testigo de esa conversación, guardando su identidad, obviamente, que ya estuvo con Marta Sahagún, por ejemplo, o con Menem. Y entonces desmenuzar y volver a armar, lo más cercano posible a la realidad, lo que pudo haber ocurrido en ese momento, en ese lugar, en ese escenario. Es curioso lo que me decís. Porque muchos periodistas que en México comenzaron a escribir después de mi libro, comenzaron a aplicar eso. Y me dieron la razón. Por ejemplo, después de Crónicas Malditas… salieron dos libros sobre la administración Fox que aplican la misma técnica mía, que no es mía, ¡eh!, porque la misma técnica la aplica Jorge Lanata, la misma técnica la aplican los chicos de Página 12 y de Noticias. Esa es mi escuela.

- Pero se trata de una técnica que quizás debas reconsiderar, de acuerdo al número de demandas y amenazas que has recibido.
- No, para nada. Te digo: cuando me han demandado, como la mujer de Fox o el hermano de Menem, siempre pusieron demandas por daños morales, por sentirse afectados, invadidos, pero no por los diálogos, no por mi técnica, no por los hechos que yo contaba. Yo utilizo el recurso cuando me es útil para describir una situación que yo no puedo describir de otra manera, porque si yo la describo de otra manera se hace muy aburrido el texto. Es casi un recurso literario-periodístico. Pero al respecto te quiero aclarar que jamás he mentido ni he exagerado.

- También se cuestiona que te acercas demasiado a los poderosos para después apuñalarlos por la espalda.
- ¡Ja! Me río de esas estupideces.

- Que, por ejemplo, frecuentabas la Casa Rosada [Casa de Gobierno en Argentina, N. de R.] en tiempos del presidente Carlos Menem.
- Nunca tuve amistad con Menem. Sí tuve una relación con Zulema Yoma, su ex mujer, por quien tengo un enorme aprecio aunque llevo muchos años que no la veo. Ella fue mi gran fuente para el libro de Menem. ¡Pero eso de ganarse la confianza o no ganarse la confianza! Yo soy una periodista. Yo cubría todas las actividades de Menem desde que prácticamente consiguió el poder porque yo trabajaba en la revista Gente y a mí se me asignó la cobertura de la presidencia. Ganarse la confianza de un político casi queda como que uno se sienta a comer con él. Te digo más: Menem gobernó casi once años en la Argentina. Y en ese tiempo yo tuve muchos problemas. Cuando Menem se enteró de que yo estaba escribiendo un libro, los problemas que tuve fueron infinitos: llamadas telefónicas, seguimientos, tuve que tener custodia… ¿Yo, amiga de Menem? No. De hecho, le hice notas y entrevistas con las que se disgustó mucho, en las que se levantaba y decía: “Me voy”.

- Marta Sahagún de Fox te “abrió las puertas de su casa”.
- Sé que en México también se dijo que yo me gané la confianza de Marta Sahagún y que después la traicioné. Eso fue una cosa que dijo la propia Marta Sahagún. Yo lamento que algunos periodistas se hayan hecho eco de esa versión, aunque creo que hoy ya nadie en México le da crédito… Pero, mirá, eso lo hacen todos los periodistas. ¿O qué? ¿Cómo te vas a enfrentar a un poderoso? ¿Con un arma en la mano? No. Tratás de ser lo más amable posible con ese personaje para que se afloje, se relaje, y pueda abrirse y contestarte la mayor cantidad de cosas que te pueda contestar. Por ejemplo, recuerdo que yo fui la primera periodista en Argentina que preguntó al presidente Menem sobre su vínculo con Alfredo Yabrán, el polémico empresario. En ese momento era el escándalo en Argentina. Entonces yo le pido la entrevista a Menem, imaginate, en una cumbre de dos días en Ecuador; siempre me respondía que no tenía tiempo y al final me dice: “Te la doy en el avión de regreso”. Y yo me tenía que devolver del viaje con la nota. Entonces ahí fue que me subí al avión presidencial, el Tango 01, e hicimos la entrevista en el avión. Lo que hace cualquier periodista, ¿no? Pero al principio Menem no quería hablar de Yabrán. Me lo dijo claramente. Tema que para mí, en cambio, era el único título que me valía. Entonces le dije: “Pero, presidente, ¿cómo no va a hablar del tema?”. Se me ocurrió desafiarlo: “¿Qué? ¿No se anima?”. Porque él decía siempre: “Yo soy el número uno”. Bueno, le dije: “Si usted es el número uno, usted es el presidente, el más importante, ¿no se anima a hablar?”. Y el se quedó ahí un rato y me contestó: “¡Claro que me animo! Yo soy el número uno. Encendé el grabador y preguntame lo que quieras”. Ese es un recurso. ¿Es válido? ¡Claro que es válido!

- Sin embargo, tu reciente libro sobre Cristina Fernández de Kirchner, Reina Cristina (2006), no parece tan incisivo.
- Pero, ¿qué era lo que querían que yo cuestionara de este libro? Lo que ya está en el libro: por ejemplo, cómo hicieron su fortuna los Kirchner, están los testimonios de la gente que la cuestiona a ella, pero ¿y después qué otra cosa tengo yo que cuestionarle a Cristina? Yo nunca la vi salir de una tienda cargada de bolsas Versace. No era como los menemistas. Acordate que este libro lo hice en el 2005. Desde entonces pasaron dos años y ocurrieron muchas cosas. Quizás si este libro hubiera salido ahora, yo hubiera tenido algunas cosas para cuestionarle. Pero yo no soy objetiva. Yo la conozco a Cristina desde hace muchos años. Desde la época de La Plata, cuando militábamos. También conozco a Kirchner desde esa época.

- Ese es el problema. Que la diferencia de trato pueda deberse a que conoces a tu biografiada.
- Tampoco te puedo decir que seamos amigos. Yo nunca fui a Olivos [residencia presidencial argentina, N. de R.] a comer con ellos. Fui a Olivos a entrevistar a Cristina, a entrevistarlo también a él, estuve en su casa en Santa Cruz, pero no hay una relación de amistad. Siempre fue una relación de gente que compartió una época de su vida. Yo le tengo afecto a los dos. Pero eso no quiere decir que yo no sea crítica de algunos pensamientos de Cristina frente a algunos temas.

- Pero debes reconocer que no se trata del libro típico que esperaría un lector regular de Olga Wornat.
- Yo lo explico en el prólogo del libro, yo no soy deshonesta con el lector. Lo lamento por el lector que espera un escándalo o espera algunos secretos de alcoba. Pero ahí no iban a haber secretos de alcoba. En primer lugar, porque ellos nunca ostentaron ni ella nunca me abrió la puerta de su alcoba. Ella nunca ha aparecido en los medios mostrando su dormitorio. Lo que sí hizo Marta Sahagún. O Menem.

- Bien, pero ahora que Cristina es presidenta, ¿te ves haciendo una investigación sobre su gestión en años venideros?
- No lo sé. Es muy difícil saberlo. Lo que te quiero decir es que no es nada fácil escribir un libro sobre alguien que vos conocés. Yo no soy objetiva. Hay personas que te caen más o menos bien, con los que sos más o menos condescendiente sin que alcances a explicarte por qué, ¡si hay intelectuales del mundo a los que les cae bien Fidel Castro! Preguntale a García Márquez, por ejemplo, yo no me explico hasta el día de hoy… En el caso de Cristina yo le he criticado algunas cosas, como lo de no dar entrevistas a los medios… Por supuesto, si el día de mañana me decepciona, lo diré. Pero nos une sobre todo esa etapa tan dolorosa que vivimos, en una ciudad que fue prácticamente devastada por la dictadura, La Plata, donde sobrevivimos muy pocos; nos conectan los amigos y compañeros comunes que tuvimos y con los que vivimos situaciones muy intensas y particulares. Esa es una cosa que te marca. Y por eso a mí me cae bien Cristina. Además, ella arriesgó su vida, aunque no era miembro orgánico de Montoneros, cuando otros se escondían bajo la cama. Yo me saco el sombrero ante eso.

LA GUERRILLA COMO ESCUELA DE PERIODISMO
- Coincidiste con Cristina en la militancia clandestina, ¿todavía te definirías como alguien de izquierda?
- Yo reivindico mucho ese pasado, me siento muy orgullosa de esa etapa de mi vida. Yo me definiría como una persona de izquierda, de una izquierda moderna, democrática, que respeta los derechos humanos, no autoritaria ni estalinista. Si vamos al caso, yo milité en una época en la que el mundo era o blanco o negro; hoy ya no es así. Y eso me costó mucho aprenderlo. Yo era una mujer que empezó a militar cuando recién había cumplido 16 años de edad. Y mi primer novio, que hoy está muerto, fue un guerrillero del ERP. Milité mucho tiempo con Montoneros hasta 1982, orgánicamente. Si me preguntás por qué estoy viva te diré que no sé; será cuestión de suerte. Viví en la clandestinidad. Estuve en muchos lugares: en el norte de Argentina, después muchos años en La Plata, y finalmente en Provincia de Buenos Aires. Estuve en la clandestinidad porque mi marido, el papá de mis chicos, tenía un pedido de captura de la Marina. Él murió hace cuatro años de un cáncer; curiosamente muchos de mis compañeros de esa época están muriendo de cáncer, no sé con qué tendrá que ver. Tuve una militancia muy activa. Llevaba armas. Era una inconsciente absoluta. Ahora me pongo a mirar para atrás y me digo cómo me pudieron haber matado y dónde habrían quedado mis chicos. Me casé con el papá de mis chicos en mayo del 76, y a partir de esa fecha iniciamos como una peregrinación a distintos sitios, y ya clandestinos, y para colmo, solos, a partir del 77. Porque todo a nuestro alrededor se fue derrumbando. Se fueron muriendo o cayendo presos la mayoría de los compañeros, y tuve la suerte de que dos compañeros que fueron detenidos y torturados, no nos delataron ni a mí ni a mi compañero. Fue una época muy complicada para mí. Estaba embarazada de mi primer hijo. Nació en circunstancias de mucha pobreza, de no tener para comer y de cargar la pastilla de cianuro en el bolsillo. Teniendo en cuenta la época en que ocurrió, yo reivindico la mayor parte de lo que hice en esa época. Lo hice convencida. Entonces yo era una persona muy idealista, creía que a través de la violencia se podía cambiar el mundo; hoy no creo en eso. Ni lo volvería a hacer jamás. Ni creo a los que todavía lo hacen, ni los justifico. Es un tema complicado el de la violencia en Argentina. Pero a nosotros la violencia guerrillera nos llevó a la tragedia que tuvimos. Si yo pudiera darle marcha atrás al tiempo quizás habría algunas cosas que hice a las que ya no adheriría y que en su momento adherí porque era muy joven, porque creía ciegamente en eso y porque milité en una organización que era como mi familia.

- ¿Qué herramientas crees haber ganado en esa época de la guerrilla para tu posterior ejercicio periodístico?
- El olfato, el arrojo, la intuición, la audacia para los temas. Cuando a mí me toco cubrir las guerras, en distintos lugares, me sirvió de muchísimo lo que había aprendido en esa época. Recuerdo que el director de la revista Gente siempre que me enviaba a cubrir una guerra me decía: “¿Sabés por qué vas vos? Porque seguro que me traes la nota”.

-Y por eso será que no tiemblas frente a un Menem…
-Ni frente a una demanda judicial. Que la verdad que no me importan, porque así como hay gente que me cuestiona, hay que gente que me apoya.

- Cuando empiezas a reportear un libro, ¿estás muy pendiente de que trate un tema que llegue a ser vendedor?
- No te voy a negar que uno quiere que la gente te lea. Lo contrario es un complejo de intelectualosos. Cualquier libro que se venda mucho lo subestiman o lo bastardean los intelectualosos. Pero… Qué va. Siempre pienso que mis libros van a ser un fracaso. Imaginate: cuando escribí el libro de la iglesia, venía del de Menem. Pero me metí en un tema que era absolutamente engorroso. Tuve que aprenderme todo los códigos de la iglesia, que encima de que es un mundo muy hermético, es un mundo donde no existen las mujeres. Y terminó siendo un libro de 800 páginas; un libro así no puede ser jamás un libro comercial. Sin embargo, vendió bien. Pero más fue el impacto que causó la caída de este arzobispo argentino, que fue tremenda, porque además generó toda una movilización popular, hasta que Ratzinger, que no era Papa sino Cardenal en ese momento, le pidió la renuncia. Y yo tenía todas las pruebas, a pesar de que en ese libro yo no di ni una sola fuente. Porque los seminaristas que yo entrevisté, que habían sido víctimas de este arzobispo, hablaron conmigo con esa condición. No mencioné a ninguno.

- Aunque se dice que te puedes prestar a maniobras publicitarias. Por ejemplo, que el secuestro que sufriste en 1999 [relatado por la propia periodista en una nota de la revista ‘Gatopardo’, N. de R.] fue fingido.
- Pero, ¿quiénes dicen eso? Por mí pueden decir lo que quieran, ¡pero me da la impresión de que sólo hablaste con mis enemigos! ¿Qué te puedo decir? ¿Yo voy a mentir sobre algo como eso? ¡Tendría yo que tener una imaginación para inventarme todos esos detalles! Además, hubo una investigación judicial. Yo fui golpeada, ¿me iba a golpear a mí misma? ¿Voy a hacer pasar por esa angustia a mi familia? Bueno… Pero también entiendo que este mundo es así, qué sé yo… Quien te diga que no tiene enemigos o gente que no lo quiere, es medio raro, ¿no? Somos seres humanos, y los periodistas nos movemos en un espacio que está lleno de envidias, de competencias, de cuestionamientos. Pero como dijo una vez Jorge Lanata por televisión, a quien también una vez lo acusaron de inventarse un ataque: “¿Sabés qué? Todo lo que dicen de mí es verdad: soy un hijo de puta, soy puto, soy mitómano, soy todo lo que digan. ¿Y? ¿Cuál es la historia?”. Soy lo que soy pero ahí están mis libros, mis resultados.

Memoria corta


N. de R.: El siguiente texto formó parte, en diciembre de 1991, del primer número del suplemento dominical “Letra G” del ya desaparecido diario “El Globo”.
Lo reproduzco con especial cariño porque creo que José María Cruxent ha sido el entrevistado que más me ha impresionado en mi vida biológica y periodística. Sé que él fue muy criticado por antropólogos y arqueólogos académicos, sucesores suyos que empezaron a verlo –supongo que con razón- como un aventurero, una suerte de Indiana Jones inmigrado para hacer, de la ciencia, la arena para un espontáneo. Pero eso no me importa. Nada de lo que me impresionó tenía que ver con su currículo. Tampoco aparece aquí. El reportaje fue en verdad una versión telegrafiada de la conversación de tres o cuatro horas que tuve con él y donde se habló de todo. Era un señor que transmitía bonhomía, humildad, sabiduría y paz consigo mismo. Recuerdo que en ese entonces del viaje a República Dominicana me dio una gripe de pronóstico reservado. En La Isabela ardía en fiebre y no podía lidiar más con el tizón que parecía hincarse en mi garganta ni mis narices, hechas agua. ¡Y así habrá sido de terapéutico el encuentro con Cruxent que todavía lo recuerdo en esos términos! Me temo que entre la maledicencia y el olvido ya se habrán hecho cargo de la memoria de J.M. Cruxent en Venezuela y habrá pasado a ser un personaje tan borroso como Colón. Ojalá que no.
¿Y qué fue de “Letra G”? Pues existió en la medida que la confusión lo permitió. Sí, la confusión. El mismo hecho de que me pagaran una expedición hasta Santo Domingo para cubrir un reportaje que no prometía escándalo, fue en sí un milagro también atribuible a la ambigüedad. Me habían contratado en “El Globo” –una empresa periodística bastante artificial, donde sobró por un tiempo el dinero y creo que siempre faltó el concepto- para crear el dominical: se suponía que yo tenía el know how de “Feriado”, el irreverente dominical de “El Nacional” que a mediados de los ochenta hizo mucho ruido y de cuya plantilla llegué a hacer parte. Para más colmo, tuve por asesor –una figura extraña en nuestra prensa- a quien había sido mi jefe y director de “Feriado”, Luis Alberto Crespo. Era evidente que querían un clon de “Feriado”. Pero yo no quería hacerlo. Ya no me interesaban ni el periodismo de tendencias ni el propósito taxonómico de clasificar qué era lo in y qué lo out. Quería, en cambio, descubrir nuevas historias con periodistas jóvenes que no temieran adentrarse en los terrenos noticiosos de temas beligerantes, incluso, de la política y de los negocios. Eso fue lo que empezamos a hacer.
Creo que entonces hubo algún desconcierto entre los responsables de “El Globo”. La permisividad duró lo que ese desconcierto. Cuando cayeron en cuenta de que no era otro “Feriado”, empezaron las verdes, que en este caso curiosamente sucedieron a las maduras. El director de “El Globo” de entonces se dedicó más a censurarnos y a desalentarnos, antes que a otra cosa. Todos los lunes había un problema. Me reconvino por una sabrosa crónica que Milagros Socorro escribió acerca de las penurias que padecían los vecinos de Cecilia Matos –secretaria y posterior esposa del presidente Pérez- en la urbanización El Marqués. Hizo que levantáramos la primera nota –escrita por Crespo- donde se perfilaban los rasgos del líder de la asonada del 4 de febrero de 1992, Hugo Chávez Frías; ese domingo 9 de febrero, cuando debimos circular, todo el mundo se preguntaba todavía quién era el teniente coronel pero Crespo lo conocía de sobra por sus andanzas en el llano. Y vetó un reportaje sobre un colegio de ricos, Las Cumbres, porque la orden que lo dirigía, los Legionarios de Cristo, había llegado a Venezuela en parte gracias al patrocinio de los propietarios del periódico.
Ese director de “El Globo”, que también había sido presidente de la Editora de “El Nacional”, figuraba como directivo de la Asociación de Venezolanos Egresados de Harvard, o algo así. Ergo, había estudiado en Harvard. Esa experiencia generó en mí una máxima que entonces, y creo que todavía hoy, me reconforta un poco: también los idiotas estudian en Harvard.



DESCUBRIENDO AL DESCUBRIDOR

José María Cruxent, venerable arqueólogo venezolano, encuentra y excava en República Dominicana la legendaria ciudad de La Isabela, primera fundada por Colón en América

Desde que en 1492 Cristóbal Colón cruzó la mar océana para tropezar con las Antillas Mayores del Caribe, en vez de las islas asiáticas de las especias, nadie más ha podido optar de buena ley al título de Descubridor como no fuera, quizás, al de Descubridor de Colón.
Ningún territorio, geográfico o imaginario, será tan esquivo como el rastro de este personaje que puede haber sido genovés o normando, mallorquí, gallego o hebreo, de quien nunca se pintó un retrato en vida, cuya sepultura se extravía entre Sevilla, Valladolid, La Habana y Santo Domingo, y cuya principal referencia documental, su Diario de Viaje, es copia de una copia transcrita por el padre Bartolomé de Las Casas quien, de todas maneras, ante el texto se pregunta “si la letra no miente”.
“Es que don Cristóbal era un tío sumamente complicado”, sonríe el arqueólogo José María Cruxent, a cuenta de una familiaridad a la que sustentan cuatro años y medio de excavaciones y el examen de más de dos millones y medios de desmenuzados vestigios del paso de Colón por tierras dominicanas. Cruxent, catalán de nacimiento, venezolano por asimilación, comenzó en 1987 el levantamiento arqueológico de La Isabela, primera ciudad erguida por españoles y por el mismo Colón en América, sobre la costa noroccidental de la actual República Dominicana, en 1493. “Cada día estoy más convencido de que don Cristóbal era judío. Un español de esa época estaba más para ser guerrero o sacerdote, no tenía una mentalidad de empresario así”.
Nada de indicios por mampuesto o derivados de tercera mano: la certeza de estar sobre suelo reclamado y transitado por Colón, incluso, habitado por él, es una seguridad exclusiva de Cruxent. Todas las ambigüedades y engañifas del Descubridor parecen borrarse con la brisa de la bahía de La Isabela entre los restos de construcciones pioneras: el primer astillero de América, la primera iglesia de América, la primera fortaleza de América. “Como una vez dije en Perú”, resume Cruxent, pionero él mismo de los estudios de arqueología en Venezuela, “a las estatuas americanas de Colón, que siempre están señalando al horizonte porque son copias de las españolas, las deberían cambiar y ponerlas a apuntar al suelo, porque aquí está la huella de don Cristóbal”.

ROMPECABEZAS DE 499 AÑOS
Algo más que el estoicismo –será el entusiasmo que se conserva invicto a los 81 años de edad- trajo a José María Cruxent hasta este villorrio de chozas de madera, sin servicio de agua corriente, comunicado sólo por una carretera empedrada cuya preservación se debe sólo a la benevolencia de los dos ríos que la atraviesan. “Ese señor es un misionero”, proclama el director del diario La Información de Santiago de los Caballeros, capital del Cibao y vecina segunda ciudad del país, mientras un próspero comerciante de la zona, Nicolás Benedicto, cuenta que “el profesor es tan bueno que los pocos pesos que le llegan a la mano los reparte, y a la yipeta que tiene para transportarse, la gente del pueblo ya le dice la ambulancia, de tanto que la presta para llevar enfermos”.
El aludido rechaza la tintura beatífica que le asignan sus admiradores, y la reemplaza por un claro aserto: “Soy un hombre feliz”.
Desde que en los años 40 comenzó a hacer arqueología en el Caribe, la precariedad ha estado en su equipaje, y parece que hasta el fin de sus días tendrá por costumbre levantarse cada madrugada a las cinco de la mañana. “Yo sabía perfectamente en lo que me metía cuando acepté trabajar aquí”, dice Cruxent, pero sin referirse a las carencias e incomodidades del pueblo, sino a las ingentes dificultades técnicas que representaba la excavación, “un reto que acepté resignadamente, por compromiso moral con mis viejos amigos dominicanos, a pesar de que reiteradamente había evitado intervenir”.
La naturaleza de esas dificultades mantiene vinculación con la propia historia del lugar, una historia de penurias, fracasos y vandalismo.
En su primer viaje, en 1492, Colón tomó posesión de un poblado indígena en la isla de La Española, cerca de Cabo Haitiano, en lo que hoy es territorio de Haití, e hizo levantar allí una ranchería para los 39 primeros colonos españoles en América, forzados a quedarse por el naufragio de la nao Santa María, y bajo la protección del cacique local, Guacaganarí. “Con un tipo tan sagaz como don Cristóbal”, aventura Cruxent, “que había conocido de la existencia de oro en la región, yo estoy dispuesto a creer que ese naufragio fue provocado para dejar unos colonos y asegurar así la posesión de las minas”. El futuro Almirante llamó Navidad –por la fecha del naufragio- al pueblo usurpado, al que volvería un año después, en su segundo viaje.
En 1493 regresó al mando de una imponente flota de 17 naves y 1.500 personas, artesanos y maestros de oficios en su mayoría, para poblar los territorios recién descubiertos. En Navidad, sin embargo, encontró la más aterradora desolación: ningún sobreviviente; en esos meses las disensiones internas, las enfermedades, y las incursiones punitivas del cacique Canoabo, habían acabado con el primer asentamiento europeo en el Nuevo Mundo –sin contar a los vikingos, por supuesto-.
El desastre de Navidad confrontó por primera vez a Colón y a sus expedicionarios con un panorama de muerte y destrucción en lo que hasta entonces sólo habían sido promesas de plácida riqueza. Esa experiencia los alarmó y les llevó a vagar a vela rendida por toda la costa norte de La Española, en busca de una plaza menos expuesta a las arremetidas de los indios y de la naturaleza. Así, exhaustos, dieron con una bahía semiabierta, apenas protegida de los vientos alisios del Este por un cabo, dominada por una pequeña explanada que se elevaba unos seis metros sobre el nivel del mar. Allí, Colón decidió fundar La Isabela.
Al sitio elegido se accedía sólo por botes, pues ningún buque podía acercarse por las rocas que tapizan el fondo. Además, no había ninguna fuente inmediata de agua dulce. Ambas desventajas se confabularían para que La Isabela menguara hasta su desaparición cinco años más tarde, abandonada en favor de la flamante Santo Domingo, que Bartolomé Colón, hermano del fundador, fundó sobre la desembocadura del río Ozama, al sureste de la isla.
Con los siglos, muchas de las piedras de la ciudad fueron canibalizadas por los habitantes del cercano Puerto Plata, para construir sus mansiones. Y por fin, a comienzos de la década de los sesenta del siglo XX, un funcionario de la dictadura de Trujillo, excesivamente celoso de la pulcritud, ante el anuncio de la próxima visita de una comisión de estudiosos al lugar donde la tradición aseguraba había estado La Isabela, hizo limpiar la explanada de escombros –en realidad, centenarios restos de la ciudad primogénita- para no causar mala impresión. Entonces sí se pudo decir que La Isabela había sido borrada de la faz de la Tierra.
“Esto era un caso desahuciado para la arqueología”, esboza Cruxent un resumen de la deprimente situación. “En el llamado Solar de las Américas se había dado un proceso de depredación tan tremendo que, cuando en 1987 hice la primera inspección del sitio, me di cuenta de que aquí no se podía hacer responsablemente un clásico y riguroso anteproyecto de excavación, sino que sobre la marcha debería adoptar flexibles técnicas arqueológicas”.
La labor se tradujo en la engorrosa práctica de cernir la tierra de cada cuadrícula de la ciudad, para conseguir minúsculos trozos de cerámica y vidriería de la época: “De esta manera ya localizamos dos millones y medio de piezas”. También se escarbó entre las, por fortuna, intactas zapatas de los diversos edificios, asentados sobre las llamadas Piedras de Sillería que tallaron los artesanos de la flota de Colón. “Fíjate”, demuestra al señalar un muro preservado bajo techo, un paralelepípedo desdentado que no sobrepasa en ninguno de sus salientes los 30 centímetros de altura, “la zapata de la casa del Almirante es la más completa, porque como está tan al borde del mar (de hecho, ya una parte de la casa se derrumbó y cayó a las aguas), por aquí no pasó el tractor en los años sesenta”. Al borde de unas de sus piedras se ven unos extraños dibujos en espiral, altorrelieves trazados sobre la argamasa: “Yo creo que es un artificio para mejorar la adherencia de la probable segunda capa del muro. Pero un profesor de Santiago de los Caballeros dice que son dibujos árabes, ¡yo no sé!”.

LA CASA DE COLÓN
El grado de devastación del sitio podría obligar a una arqueología homeopática, minimalista, apenas tangible en el sesudo informe final del levantamiento. Pero José María Cruxent no comulga con esa tesitura: “A mí me gusta dejar algo que se vea en los lugares donde trabajo”. En consecuencia, con paciencia de artesano, ha puesto sobre las zapatas originales piedras recogidas en los alrededores, interpretando a su mejor entender de experto los indicios hallados, la topografía local y las crónicas de la época, de modo de reconstruir algo de lo que fue La Isabela.
“Esta construcción tan grande, de unos 40 metros de largo por 12 de ancho, es una alhóndiga, un tipo de almacén militar de la época, heredado de los árabes”. De una abrupta hondonada, entre la ciudad y otro promontorio, ha averiguado que se trató “el primer astillero de América. Aquí se construyeron carabelas, con maderas mejores que las de Europa, porque eran resistentes a la broma, los gusanos que carcomían el maderamen de los barcos”. Otro rectángulo era la iglesia, “aquí iba el campanario; la casa de Colón era la única otra edificación torreada de la ciudad”. Y también figuran los croquis de un polvorín, de un urinario y de una caseta de vigilancia.
Una treintena de cruces blancas esparcidas irregularmente desde la plaza hasta la calzada principal indica la presencia de restos humanos. “Sólo dejamos el esqueleto de un colono al descubierto para que la gente lo viera. A los demás, según los localizamos, los cubrimos y señalamos, para que después se haga aquí un estudio de antropología física, que quizás determine de qué murieron esos colonos y por qué fueron sepultados en grupos tan separados. Quizás algunos de ellos eran moros o judíos; no olvides que desde la fundación de La Isabela sólo hacía un año de la expulsión de moros y judíos de España”.

DOS PRIMERAS VECES
En Venezuela, Cruxent vive en la ciudad de Coro, estado Falcón, guarecido del estrés urbano y de la polémica que nunca lo elude en el marco de la comunidad académica. Sin embargo, hasta su confinamiento de La Isabela lo ha perseguido la controversia con cierta saña. El arqueólogo sembró todo el sitio con flamboyanes, despertando susceptibilidades entre sus colegas. “No hay problema”, responde, “porque el flamboyán, cuando brota, no destruye el suelo sino que lo consolida”. Luego conmovió al medio científico cuando dedujo, y después dijo haber comprobado, que además de La Isabela existió otro poblado de europeos, apéndice de la ciudad aunque previo a ella.
“En la Edad Media, primero existieron las villas y después los castillos”, abre fuegos con un axioma. “Aquí fue igual. Los artesanos que venían con Colón necesitaron instalarse en un lugar que les permitiera cumplir sus labores. Como en la explanada escogida para fundar La Isabela no había agua dulce, los constructores de lo que debía ser esa ciudad-fortaleza se establecieron al otro lado de la bahía, sobre la margen izquierda de la desembocadura del río Bajabonico, en un paraje conocido como Las Coles. Allí fue donde en verdad Colón desembarcó, y donde se hicieron las rancherías para alojar a los constructores de La Isabela”. Las excavaciones en Las Coles toparon con los restos de un horno, comprobación de que allí hubo, como Cruxent barruntaba, actividad artesanal. “El sitio se ubica en las descripciones del padre de Las Casas, que en su relato confunde indistintamente la ranchería de La Isabela con la fortaleza de La Isabela. Su emplazamiento fue un aporte nuestro”.
Las investigaciones en La Isabela le han valido a Cruxent, aunque ya era conceptuado como una autoridad en arqueología caribeña, una aparición en la serie documental de la PBS norteamericana The Age of Discovery, la invitación a dictar una conferencia ante la Asociación para el Avance de la Ciencia en Washington DC, numerosas publicaciones pero, sobre todo, el apoyo institucional, financiero y científico de la Universidad de Florida en Gainesville y del gobierno de España, amén del patrocinio original de la Universidad Experimental Francisco de Miranda de Coro. “No yo, sino Venezuela, estuvo sola en este proyecto los primeros tres años. Ahora la Universidad de Florida, con la doctora Kathleen Dragan, y los jóvenes arqueólogos que vienen de España, me brindan un respaldo invalorable”.
Para los fastos venideros del Quinto Centenario, Cruxent espera haber terminado –“en realidad es un trabajo que nunca está concluido”- el rescate del sitio arqueológico de La Isabela. De otro modo, una repentina celebridad audiovisual podría arrastrarlo; y es que también se conmemorará el Quinto Centenario de Evangelización en América y a La Isabela, lugar de la primera misa del continente, viajará el Papa Juan Pablo II en octubre de 1992 para oficiar en un aparatoso templo que con premura levanta el gobierno a la entrada del pueblo. Ante la visita del jerarca vaticano, Cruxent se encoge de hombros: “Yo nunca he tenido problemas con la religión, así que no tengo inconvenientes en ser anfitrión del Papa”.