12 de enero de 2010

Conversatorio con John Dinges


N. de R.: En 2004, el entonces Director Ejecutivo del Instituto Prensa y Sociedad de Venezuela (Ipys Venezuela), Andrés Cañizález, me invitó a hacer la relatoría del primer taller, de dos días de duración, que dictara John Dinges en el país. Dinges, legendario ex reportero de The Washington Post, profesor de la Universidad de Columbia y -quizás la referencia más relevante para los lectores- autor del trabajo de investigación que puso a la luz pública el tenebroso entramado de la "Operación Cóndor" (el acuerdo semioficial pactado en los años setenta entre los regímenes militares del Cono Sur para intercambiar prisioneros y coordinador operaciones encubiertas de represión multinacionales), brindó entonces valiosas lecciones a un grupo de una veintena de reporteros venezolanos.

Al final del curso, para abundar, hubo oportunidad de hacer un conversatorio informal, que no fue siquiera una entrevista, durante un almuerzo. Por fortuna se registró en una grabadora lo que entonces se conversó -con el conocimiento de Dinges de que estaba on the record-, donde se abordaron otras cuestiones, quizás colaterales y menos técnicas, pero igualmente interesantes, acerca del ejercicio del periodismo de investigación, que el veterano periodista ayudó a iluminar desde su experiencia. Acá verán una versión editada de los fragmentos más destacados de la conversación, en la que también participaron el propio Cañizález y las periodistas venezolanas Narela Acosta y Luisa Torrealba.

“MEJORAR LOS TEXTOS ES UNA TAREA PRIMORDIAL EN VENEZUELA”

- ¿Es la iniciativa individual del periodista el factor crucial para que una investigación arranque y llegue a término, o aún si existe esa iniciativa, qué tan indispensable resulta que los medios asignen recursos especiales para hacer la investigación?

-Creo que el problema es un poco distinto. El asunto es que cuando un reportero tenga la idea de un tema para hacer una investigación sólida, en ese momento el diario o la televisora debe estar abierto a recibir ese tipo de ideas y disponer de un sistema para llevarlas a cabo. Lo que pasa a veces es que dicen en el medio: “Qué bueno que tienes esa idea, pero la harás en tu tiempo libre, porque tienes que terminar tu trabajo diario”. Debe existir la voluntad de las personas que manejan el dinero en el medio para invertir recursos en un tema. Pero en contrapartida, ese tema tiene que ser importante para la agenda noticiosa del medio. O sea, no puede ser una cosa exclusivamente individual del periodista, porque hay mucho egoísmo en eso también: “Yo tengo una idea y me tienes que dar tiempo”. Porque pudiera ser una linda idea pero sin mucho que ver con la agenda del medio. Con esto no estoy hablando de una agenda política, sino del concepto que el editor jefe o el jefe de redacción maneja de su medio y de la dirección que quiere imprimirle y de los temas de los que quiere que el medio se haga dueño. Los proyectos de investigación normalmente caben dentro de esa agenda. No es que no haya la posibilidad de que un tema nuevo se descubra y sea tan bueno que se deba hacer sin que necesariamente tenga que ver con la temática del medio. Pero yo creo mucho en la influencia de los editores al formular ese tipo de decisiones, que no son solamente del reportero. Muchos de los temas que los reporteros conciben son un poco así, autoindulgentes.

-Lo que pasa es que los periodistas en Venezuela solemos quejarnos mucho y colocar la disposición del medio como una precondición: “Ah, como no hay ni los recursos ni la demanda para trabajos de investigación, entonces no investigo”.

-Yo creo que no se puede hacer periodismo de investigación sin la participación de los editores. El diario debe mostrar interés por incluir regularmente una cierta dosis de investigaciones sólidas, de asegurarse de que siempre haya una investigación en marcha. Y esas son decisiones de los editores.

-Pero esa figura del editor, tal como se le entiende en la prensa norteamericana, no existe en Venezuela. Aquí predomina una supervisión que está más dedicada a llenar espacios que a hacerle coaching y seguimiento a las notas.

-Entonces se puede montar un sistema de autoayuda entre los periodistas. A falta de un editor, cuando hay una idea, un proyecto, se forma un equipo con varios reporteros que trabajan juntos y se ayudan entre ellos para pensar la investigación, para hacer la planificación y servir de abogados del diablo los unos con los otros a la hora de validar el trabajo. Siempre es importante que haya más de una mente en la investigación.

-¿Nunca trabajaste en el marco de una unidad de investigación?

-No como reportero. Como editor, sí.

-¿O sea que siempre investigaste en solitario?

-Pero siempre con muy buenos editores. Así nunca me sentí solo. Incluso cuando hice trabajos freelance. Por ejemplo, cuando cubrí el tema de unos terroristas italianos que trabajaban en Chile lo hice freelance para la revista The Nation de Nueva York. Ahí tenía un editor que sigue siendo muy amigo mío aunque hoy ya no está en la revista, ahora escribe libros; él era como mi contacto con la revista y por encima de él estaba un gran periodista que se llama Victor Navasky, que ahora es profesor en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia. Entonces era el editor de la revista, hoy es el publisher. Se trataba de mi primer intento por escribir algo largo, investigativo, para una revista. Antes de eso no había ido más allá de las 1.200 palabras, y este era un artículo de 5.000 palabras. Y ese gran editor me ayudó bastante en enfocarlo. Recuerdo que escribí una cosa para ellos, muy larga, que ya estaba casi lista, había pasado la primera edición. Yo estaba en España dictando un curso, y hasta allá me escribieron para decirme: “John, los elementos de análisis de tu artículo son demasiado débiles, tú estás presentando todos los hechos pero no estás orientando al lector en qué deben pensar, tienes que arriesgarte más, poner tu opinión, pero tu opinión analítica”, pero yo soy muy renuente a ello. Así que el propio Victor Navasky me mandó una carta insistiendo en que yo debía meter más elementos de análisis, y como tengo mucha confianza con él, me dije, “Bueno, voy a hacerlo”. Escribí una carta de respuesta a Victor acerca de lo que yo pensaba sobre mi investigación. Eran unas 500 palabras que después las cruzamos con el texto original, y funcionó.

-Al comienzo de tu taller en Caracas, aseguraste que Venezuela es hoy la mejor historia que puede conseguir el periodismo en América Latina y que, sin embargo, los periodistas venezolanos no parecíamos darnos cuenta de eso. ¿A qué atribuyes esta miopía?

- Esa miopía siempre existe entre periodistas. Es un hecho que de cada 100 periodistas sólo diez hacen periodismo de investigación, y otros diez o quince pudieran haberlo hecho de tener la oportunidad, pero también es cierto que 50 de ellos no reconocerían un tema de investigación aún si los golpearas en la cara. Pero me parece que en Venezuela hay una causa adicional: la politización de los medios. Porque si tú estás metido en la agenda política de tu diario, entonces no tienes espacio ni para la descripción de qué es lo que pasa en el momento histórico del país ni para dar dos o tres pasos atrás y mirar detenidamente qué pasa aquí. Me parece que hacen falta ojos frescos y bien abiertos para ver mejor qué es lo que pasa con la gente de los cerros, con las misiones, en definitiva, para reportear la realidad concreta y no la agenda política del diario.

- Criticas la politización de los medios en Venezuela pero, ¿no te parece que quizás haya momentos en los que, como periodista, si percibes que la democracia de tu país está en riesgo, debes asumir un periodismo “militante”?

- Según mi opinión, lo que pasó aquí en Venezuela no es que los medios tomaran una posición de defender a la democracia o que estuvieran haciendo periodismo de investigación para revelar los peligros para la democracia venezolana, no. Sino que exageraban algunos aspectos, adoptaron una manera muy ligera de contar las cosas, cometieron, de hecho, muchos errores, y admitieron fuentes anónimas, incluso, admitieron que algunas fuentes mintieran siempre que sus mentiras favorecieran a los argumentos de la oposición. Eso no tiene que ver con la toma de posiciones políticas, eso es mal periodismo, simplemente. Que un diario tenga una línea política es algo que no me genera ningún problema. El problema se produce cuando un diario toma una posición política que influye sobre su cobertura periodística, porque entonces típicamente hace notas que favorecen la agenda del dueño, suaviza las críticas a su posición, y con ello logran que sus lectores tengan que leer otro diario para informarse. Hay muchos medios a los que no les importa hacer esto. Otra alternativa está en soluciones como la que adoptó, en sus mejores momentos, el diario El Mercurio de Santiago de Chile, que siempre ha sido un medio muy político. Es un diario que cubre todas las noticias, reproduce todas las declaraciones más importantes del día, recoge todo el mainstream de la política y el quehacer chileno sin un sesgo político evidente. Si tú lees El Mercurio, te enteras de la información que necesitas; y eso que, ojo, no es buen diario en el sentido de que está bastante mal escrito, pero se ocupa de ser un diario completo.

- Cierta facción del periodismo venezolano parece haber asumido el siguiente criterio: “Como son tiempos excepcionales, vale pasar por alto algunos procedimientos engorrosos del periodismo ortodoxo”.

- Sé que esa es la justificación que muchos periodistas invocan aquí. Pero, en verdad, ¿qué hace un periodista cuando observa que está en peligro la democracia en su país? Es una pregunta importante, y como creo que todos somos susceptibles a esa pregunta, debemos encargarnos de responderla. Creo que la respuesta es esta: si percibes durante tu ejercicio profesional del periodismo que hay razones fundadas para pensar que la democracia está en riesgo, entonces, asume esa hipótesis como una línea informativa que debes seguir, pero trabajándola periodísticamente. A mi entender, por ejemplo, el gobierno de Richard Nixon constituyó un peligro para la democracia en mi país, no por su posición política, sino por su voluntad sistemática de mantenerse en el poder violando la constitución. Watergate fue la revelación de los crímenes a los que Nixon estaba dispuesto a llegar con tal de mantenerse en el poder. De seguir así, con un gobierno que utilizaba métodos anticonstitucionales y criminales, la democracia estaría en serio riesgo en Estados Unidos. Pero la respuesta ante esa situación de Ben Bradlee y y Katherine Graham, desde el Washington Post, no fue decir: “Como está en peligro la democracia y la historia es tan importante, tenemos permiso para mentir”. No, por el contrario. Lo que dijeron fue: “Si éramos cautelosos antes, ahora tenemos que ser cien por ciento más cautelosos. Si siempre confirmábamos una información con dos fuentes, ahora serán tres fuentes”. Ellos respondieron con más periodismo, con más rigor, para proteger la democracia. Y ese esfuerzo, por cierto, tuvo un costo porque luego, durante la presidencia de Ronald Reagan o las de los Bush, el Washington Post dejó de ser crítico con el gobierno, como compensando Watergate, porque no querían aparecer como una oposición automática frente a otra administración republicana. Por eso, muchos dicen que Watergate fue el triunfo que debilitó al periodismo norteamericano por los 30 años siguientes.

- Si hoy te confiaran la jefatura de un medio venezolano, ¿qué temas pautarías como potenciales investigaciones?

- El sistema judicial, por ejemplo: cómo funciona, quiénes son los jueces, qué decisiones toman, es decir, todos los detalles para conocer qué hay detrás de su falta de transparencia. Estoy seguro de que esta investigación llegaría a revelaciones importantes. Pero creo que más que diseñar los temas, lo que yo haría con un diario local, y sé que no se está haciendo, es insistir en que los reporteros trabajen temas humanos, donde aparezca como cosa rutinaria la gente común, en vez de los políticos y las autoridades. Temas que muestren cómo la política, la economía, las leyes, en fin, las decisiones de poder, afectan al ciudadano de la calle. Para que la gente que lee el periódico se vea reflejada en él. Historias con un fuerte elemento literario, con una línea narrativa claramente identificable, es decir, con historias que sean historias. También me parecería importante conseguir que en los medios locales los editores editen, y que los reporteros produzcan notas claras. Que todas las notas sean claras y que, si no lo son, no aparezcan en el diario. ¿Cuál es el criterio para saber si una nota es clara? Que el hombre de una educación normal la pueda entender. Cierto, es inevitable que las notas especializadas tengan unas características más complejas, pero en la manera de escribirlas deben parecer claras y simples. Mejorar los textos es una tarea primordial en Venezuela.

- Con tu investigación que puso al descubierto los entretelones de la Operación Cóndor pareces haberle puesto punto final a ese tema. Si tuvieras sólo diez segundos para resumir qué revela a investigación, ¿qué aspecto específico destacarías?

- Sería difícil en ese tiempo. Creo que me referiría, por ejemplo, a la comprobación de que un asesinato en Washington, el del ex canciller chileno Orlando Letelier, pudo ser prevenido. O que Uruguay intentó asesinar a un congresista norteamericano, a pesar de que el gobierno de Montevideo era amigo de Washington en ese momento.

- Cuando uno lee a los teóricos del tema se encuentra con una fórmula: una investigación parte de una hipótesis, y la respuesta a esa hipótesis debería bastar como resultado de la investigación. Si seguimos esta línea de pensamiento, ¿la respuesta a tu hipótesis inicial no pudiera servir como ese resumen de diez segundos acerca de lo que descubrió tu libro?

- Es que yo no tenía una hipótesis única para el libro. Lo que yo busco es lo que llamo “la historia clandestina”. Se trata de esos casos en los que se conoce la historia global, pero no se sabe quién lo hizo, por qué lo hizo, mediante cuáles métodos. Es la historia subterránea. Por ejemplo, yo ya conocía a grandes rasgos la historia que dio origen a Operación Cóndor a raíz de mi libro anterior, sobre la muerte de Letelier. Tenía mucha información y sabía exactamente dónde quería profundizar la historia para reconstruirla, incluyendo cosas ya conocidas pero otras, entonces, desconocidas.

- ¿En Operación Cóndor hubo algún aspecto de la investigación que te parece que quedó sin concluir?

- Sí, varios.

- Y, a pesar de esos cabos sueltos, ¿qué te llevó a decidir: “Hasta aquí, ya terminé la investigación”?

- Primero, que había pasado mucho tiempo y mi contrato tenía un año de vencimiento, ja, ja, ja... Pero, sobre todo, porque tú sientes que llegas a un punto en el que la investigación no produce más avances. En un momento dado estás avanzando muy rápido, todo lo que consigues es material, pero de repente empiezas a darte cuenta de que estás dando vueltas, pisando terreno conocido. Encuentras uno que otro detalle adicional, pero de manera muy poco eficiente. Esa es la señal de que ya debes sentarte a escribir y no insistir con la investigación. Parece obvio, pero hay algunas personas que no saben distinguir y siguen años y años investigando.

- Lo que hace pensar que, así como hay que tener perspectiva para identificar y abordar un tema, también hace falta perspectiva para ponerle límites.

- Es algo difícil. Si vieras el esquema inicial que hice de mi libro, te darías cuenta de que cinco capítulos quedaron finalmente afuera.

- También es posible que los periodistas, tan acostumbrados a la presión del deadline en sus medios, pierdan las referencias cuando se meten en un proyecto donde no existe esa presión externa.

- Puede ser, pero en mi caso, yo estaba consciente de mi deadline. Así que adopté un ritmo de trabajo en el que, para escribir un capítulo, primero durante una semana estaba juntando y organizando datos, es decir, metiendo en mi cabeza todo lo que iba a estar en el capítulo; y después, escribía en dos o tres semanas un capítulo de 25.000 palabras. Yo sabía que si no había terminado un capítulo por mes, estaba en problemas. Y eso se fue agilizando. Al final del proceso estaba escribiendo dos capítulos por mes. Porque es más difícil escribir los capítulos iniciales, que los finales. De hecho, hoy veo Operación Cóndor y pienso que en los primeros capítulos quedaron cosas que debí sacar, el libro arranca demasiado lento. Los primeros capítulos del libro me costaron mucho, porque para ese momento el lector no tiene todavía nada del contexto de la historia. Lo que se traduce en que uno tenga la tendencia de explicarlo todo al comienzo. Llegó un momento en que mi editor, que es un tipo muy irónico, me tuvo que decir: “Ya, John, ¿cuántas veces me tienes que explicar qué sucedió con Letelier?”.

- ¿Reescribes mucho?

- Los primeros capítulos, sí. Son una tortura. Porque a esa altura del texto todavía no tengo voz. Nunca quedo satisfecho con mis primeros capítulos, pero en Operación Cóndor tampoco quería quedarme atascado en la tarea de arreglarlos. Así que seguí de largo. Y sólo volví a esos primeros capítulos cuando terminé el libro y estaba claro que cosas que nombraba en esos primeros capítulos ya estaban muy detalladas en el resto del libro, así que podía sacarlas del comienzo.

- ¿Siempre citas la documentación que obtienes, o hay casos en que te la reservas como respaldo de tu narración? A veces el esfuerzo del investigador periodístico por hacer patente que cuenta con una documentación, pareciera entorpecer la narración de la historia.

- Yo siempre hago evidente de dónde saco las cosas, aunque nunca relato mi proceso de reportear. Sólo en algunos casos de fuentes primarias que aportan una información crucial, llamo la atención sobre el proceso de reportear, de cómo llegué a ellas, por qué son importantes. Si no es necesario para el lector saber de dónde saqué los datos, pongo la fuente al final, en las notas, de modo que no te interrumpa la lectura.

- ¿Cómo lograr que el celo investigativo de un reportero no termine convirtiéndose en ensañamiento personal contra una figura o una institución? Al final de cuentas, el periodista podría haber trabajado cualquier otro tema, pero se dedica a uno en especial, ¿no podrían estar influyendo en la elección del tema y su seguimiento los prejuicios del periodista o la agenda de su medio?

- Yo no he tenido ese problema porque mis blancos han sido villanos, dictadores, ese tipo de personajes. Mis obsesiones van en esa dirección. Admito que puede haber personas que digan que John Dinges está demasiado obsesionado con Pinochet. Mi mujer, entre ellas. Pero es verdad que uno tiene que escribir sobre el tema que uno conoce.

- En libros de texto muy importantes sobre técnicas de investigación periodística, como el de Daniel Santoro, se suele hacer mención acerca del papel que juegan las infidencias de las llamadas “viudas del poder” en la orientación y consolidación de un trabajo investigativo. Llama, en cambio, la atención que tú prácticamente no hagas referencias a este tipo de fuentes.

-Yo trato de evitar la tentación de basar mis investigaciones en los cuentos de las víctimas, de los adoloridos, de los resentidos, porque no quiero que el enfoque de ellos se convierta en mi enfoque. Claro, no los rechazo, y a veces son necesarios. Por ejemplo, yo entrevisté aquí en Caracas al coronel Roberto Díaz Herrera, porque era una fuente indispensable, directa, sobre el general Manuel Antonio Noriega, había sido su segundo… Pero trato de evitar las fuentes fáciles, la gente que quiere hablar conmigo, pero más que por su calidad de resentidos, porque suelen ser fuentes secundarias o terciarias.

- Por cierto, ¿por qué no has abordado la escritura de un libro sobre técnicas de investigación?

-Porque lo que enseño no son ideas originales mías, todas son copiadas de amigos míos, ja, ja, ja… En serio. Por ejemplo, yo defino diez pasos de una investigación en un modelo que tengo desde hace unos 20 años. Y ahora resulta que acabo de ver en el manual de IRE (Investigative Reporters and Editors) un método de organizar las etapas de la investigación con una lógica igual a la de mi modelo. La manera de describir las etapas es un poco distinta, y no recuerdo ahora si son ocho o trece fases, pero se trata de exactamente el mismo proceso. Creo que es por todas las conversaciones que los periodistas de investigación mantenemos entre nosotros, como nos ayudamos, llegamos a un método más o menos establecido.

-¿Nunca has sentido la tentación de hacer ficción a partir de cosas que has vivido como periodista?

-Sí, pero no creo que tenga el método para escribir ficción. Es más difícil, yo creo… No sé, tal vez. Mi señora siempre me dice que ya es tiempo de que escriba una novela.

- ¿Algún proyecto de libro se te ha quedado en el tintero?

-Sí, yo quería escribir un libro sobre la guerra de guerrillas en América Central. Particularmente me interesé en los guerrilleros de El Salvador. En 1980, ellos lanzaron una “ofensiva final” a la manera de la que había llevado al poder a los sandinistas un año antes. Pero mientras en Nicaragua tuvieron éxito, en El Salvador pelearon 15 días y aparentemente fueron derrotados. Nueve meses después había señales de actividad guerrillera, pero la Embajada de Estados Unidos y el gobierno salvadoreño insistían en que no, que la guerrilla había desaparecido y que sólo se estaban haciendo operaciones de limpieza. Entonces yo fui de nuevo a El Salvador, hice contactos con los guerrilleros a través de algunas personas, y me llevaron al campo. Ahí me encontré con unos guerrilleros muy bien entrenados, con buen armamento, fuertes, con buena comida, buenos uniformes, quienes me explicaron su táctica, cómo habían sobrevivido y cómo habían replanificado su ofensiva. Entonces escribo una nota acerca de que la guerra no estaba terminada y que el FMLN preparaba una ofensiva. No era que yo estaba anunciando que iban a volver a pelear, ya entonces había batallas menores, pero mi nota era como decir: “Esta cosa va en serio, hay muchos recursos aquí”. Bueno, la guerra en El Salvador duró diez años más. En un país tan chico nunca pudieron liquidar a la guerrilla, a pesar del apoyo de Estados Unidos. Me quedé fascinado con los guerrilleros. Y quería también cubrir la guerra en Guatemala, empecé a juntar documentos internos de los guerrilleros y muchas cosas de ese tipo, pero no terminé, llegué a cierto punto y sentí que sería muy peligroso hacerlo, y no tenía tiempo,,,

- ¿Por qué peligroso? ¿Qué consecuencias temías?

-Meterse en Guatemala era muy peligroso, había peligro por parte del gobierno y peligro por parte de los guerrilleros, que no eran tan civilizados como los salvadoreños. En fin, creo que la historia estaba ahí pero no pude seguir la investigación.

- Pero en el curso de tus investigaciones no habrás dejado de correr riesgos.

- Ah, claro, en Chile me tomaron preso y quisieron deportarme. Había un sector que me quería echar, asociado con la extrema derecha del gobierno de Pinochet, pero como el otro sector más blando me dejó quedar, entonces el sector ultraderechista, fascista, terrorista, se puso en contacto conmigo, y me hizo esta amenaza: “Estás expuesto, ya no podemos garantizar tu seguridad, cuidado con caminar en la calle que hay terroristas sueltos, te puede pasar cualquier cosa”. Me asusté un poco.

- Esa faceta heroica y aventurera del periodismo durante la cobertura de situaciones de conflicto, de guerra, de crisis política, siempre sale a relucir. Pero ahora también hay un debate en algunos países en torno a lo que algunos llaman “periodismo de conflicto”, y otros “periodismo por la paz”, que enfatiza la responsabilidad que cabe a los reporteros en, si no el mantenimiento de la paz, al menos sí en evitar la escalada del conflicto, tratando de no atizar la polarización y los prejuicios.

- Sí, conozco un poco la idea. Debo decir que me despierta alguna sospecha cuando se empieza a hablar del periodismo como algo que debe darle forma a la historia enfatizando algunos puntos en lugar de otros. Eso siempre da la idea de un periodismo controlado, o politizado, pero no en el sentido partidista, sino en términos de lo políticamente correcto. Hay que dejar que el periodismo siga su rumbo.

- Quienes lo propugnan también tratan de darle una visión humana a las historias, para que la cobertura del conflicto no sea sólo el conteo de bajas y consiga sensibilizar al público.

- Eso está bien, siempre que no quiera decir que hay temas que no se deben tocar porque presuntamente irían contra la paz. En todo caso, la cobertura de guerra requiere de una preparación muy fuerte por parte del periodista. Por supuesto, en cuanto a su propia seguridad. Pero también en cosas como el conocimiento de las leyes sobre derechos humanos, porque cuando tú estás en una situación de guerra debes estar en capacidad de reconocer lo que es una violación de la Convención de Ginebra y lo que no es. Normalmente, la gente no lo sabe. Ni siquiera los periodistas. Y tienes que aprenderlo, pues vas a estar en medio de una situación en la que no vas a conseguir a nadie que te diga: “Tal cosa es un problema o una violación a los derechos humanos”.

- Mientras cada vez hay más textos y talleres de periodismo de investigación, menos evidentes se hacen las nuevas generaciones de periodistas de investigación. Siguen sonando los mismos nombres.

- ¡Entonces fuimos la edad de oro del periodismo! Ja, ja, ja… Recuerden que el periodismo de investigación realmente nació como género en los años 70 y se desparramó por todo el mundo como una meta periodística que no existía antes y, tal vez, los que practicamos el periodismo de investigación en esos primeros tiempos tuvimos éxito y copamos el mercado, ¿no? Fíjense que en el Washington Post el periodista de investigación más importante todavía es Bob Woodward.

- Das clases de radio en Columbia. ¿Has hecho investigación en radio? ¿Qué especificidad de los medios radioeléctricos aflora cuando se hace periodismo de investigación en ellos?

-Sí. El equivalente en radio a los reportajes de investigación de la prensa escrita, son los documentales. Si tienes una historia muy complicada y quieres hacerla para la radio, necesita una línea narrativa muy fuerte, incluso, más fuerte que en prensa, porque realmente si no tienes una cosa muy bien hecha, el oyente se va.

- Pero, ¿consideras que los medios radioeléctricos están en desventaja con respecto a los impresos para la investigación?

- No. Yo no creo que la televisión te impida o dificulte hacer investigación. Lo que sí creo que lo impide son los formatos-tipos de espacio informativo que en los medios han decidido que son los únicos aceptables. Si tienes una estación de televisión en la que ningún reportaje pasa de un minuto y medio, no vas a hacer investigación, simplemente. Pero sería perfectamente posible que el director dijera: tenemos un tema muy importante, vamos a poner al aire cinco minutos hoy, cinco minutos mañana, cinco minutos el día siguiente, vamos a hacer entrevistas que complementen los reportajes. Parece increíble, pero en Estados Unidos las mejores investigaciones se hacen en televisoras locales.

- ¿Tienes un ejemplo en mente?

-El caso de las camionetas Ford Explorer, por ejemplo, que lo destapó una televisora en Texas. O una estación en Utah que descubrió que un alcalde viajaba a Nueva York para reuniones oficiales y se quedaba cinco días yendo al teatro, divirtiéndose. Ellos obtuvieron todos los itinerarios, incluso comprobaron que él se había traído una amiga de otra parte y ese tipo de cosas. A partir de entonces el alcalde dio ruedas de prensa en las que respondía que no, que podía ser que él hubiera hecho un reembolso tardío de gastos pero que nunca tuvo la intención de usar los fondos públicos en su beneficio. Pero entonces los de la televisora consiguieron las facturas de gastos en las oficinas del alcalde, donde aparecía la compra de unos muebles y entonces llamaron la atención del alcalde: ¿Dónde están esos muebles?, le preguntaron. Y el alcalde les prometió que en una semana los invitaría a darse una vuelta por la sede de la alcaldía para que vieran dónde estaban los muebles. Total que, en efecto, a la semana fueron a las oficinas del alcalde y allí estaban el sofá de cuero, la lámpara de 1.500 dólares… Pero de alguna manera que no recuerdo, los periodistas convencieron a un juez para que incautara las filmaciones de seguridad de las oficinas del alcalde, ¿y con qué se encontraron? En las cintas aparecía gente que durante el fin de semana había traído esos muebles costosos desde sus casas a las oficinas del alcalde, para que estuvieran allí cuando los periodistas vinieran.

- Esa necesidad de imágenes contundentes en la TV ha dado pie al uso de la cámara oculta, ¿tienes alguna posición sobre ese recurso?

- Me parece que se abusa mucho con ese recurso. Hay un riesgo evidente de manipulación. Porque preparas una situación con todos los elementos de un crimen y pones allí una cámara para registrarlo, pero con toda probabilidad el crimen no se habría cometido sin tu injerencia.

-¿Nunca te has hecho pasar por alguien para hacer un reportaje?

-A veces he llegado a un lugar sin identificarme como periodista, sólo como una persona normal, para hacer preguntas o ver algo. Pero nunca miento, nunca digo que soy algo que no soy. En la mayoría de las situaciones es una ventaja ser periodista y ser reconocido como periodista. Yo tengo que conseguir acceso y normalmente ser periodista me ayuda.

-En el taller nombraste con frecuencia la ventaja que sentiste tener como corresponsal extranjero en el Cono Sur al contar con la perspectiva que te había dado una Maestría sobre América Latina. ¿Sugieres que es necesaria una educación de cuarto nivel para hacer mejor periodismo?

-Entre los corresponsales extranjeros la tendencia es la del periodismo de paracaídas: van al lugar, son periodistas muy capaces, con mucho apoyo, consiguen una o dos historias y se van. No les parece necesario conocer ni el contexto ni la historia, ni hacerse de un entendimiento del proceso ni de nada, simplemente llegan, ven lo que está pasando y se van. Yo siempre traté de evitar ese tipo de cosas. Por eso trato primero de entender bien la situación que me voy a encontrar, trato de leer mucho, libros y documentos, no sólo diarios. Se trata de una actitud. Tiene que ver con la preparación académica pero es más que eso, es como un método de estudiar, es como ser estudiante siempre y saber a la vez cómo ser estudiante.

-Ibas a ser sacerdote…

-Sí. Los requisitos para ser cura eran filosofía y latín, que los estudié en la universidad. Después de eso estudié inglés, también historia, e hice un postgrado en Teología.

-… Y resultaste un periodista muy destacado. Pero con una trayectoria así en Venezuela no habrías podido ejercer el periodismo. No sé si sabes que aquí sigue vigente una Ley de Colegiación que reserva el ejercicio del periodismo a quienes obtengan un título universitario de Comunicador Social o su equivalente. Con disposiciones así, ¿qué crees que ganan o pierden los medios de comunicación venezolanos?

-Creo que no ganan nada. Los únicos que ganan con ese sistema son los profesores de periodismo que tienen empleos asegurados.

2 comentarios:

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