12 de diciembre de 2009

La dictadura de Tío Conejo


N. de R.: Entre 2003 y 2004, estuve a cargo, como colaborador, de la entrevista dominical del diario El Nacional de Caracas. Habré hecho como medio centenar de entregas, hasta que me cansé, creo, más del propio género de la entrevista que del espacio que se me brindaba semana a semana.

Por entonces me parecía que la entrevista atravesaba una especie de hipertrofia en los medios venezolanos. Entrecomillar una declaración ajena a veces permitía a la denominada “gran prensa” opositora difundir una versión que de otra manera nunca se animaría a suscribir por su propia cuenta periodística.

Por fortuna, se me propuso evitar a los voceros de la escena política más beligerante. En cambio, debía recoger los testimonios de venezolanos no del todo conocidos pero que, desde sus respectivas trincheras de especialización, estuvieran en capacidad y disposición para brindar luces al análisis de la crisis venezolana y su coyuntura, que por esos días terminaba de pasar por uno de sus apogeos, la huelga petrolera de diciembre de 2002 a febrero de 2003.

Con ese empeño entre ceja y ceja, recuerdo haber sostenido diálogos muy enriquecedores –quizás más para mí que para los lectores- con personalidades como Carlota Pérez, una venezolana con un trabajo internacionalmente reconocido acerca de la transformación tecnológica; con Rafael Popper, otro compatriota, casi imberbe, que sin embargo viene desarrollando desde Europa una labor importantísima de prospectiva; o con Fernando Coronil, investigador de la Universidad de Michigan.

Pero a decir verdad, ninguna de las entrevistas tuvo un impacto tan visible ni una respuesta tan entusiasta por parte de los lectores –medible en correos electrónicos y otros mensajes y comentarios- como esta que publiqué en febrero de 2003 con Axel Capriles, una de las caras más notorias –justo desde esa ocasión- de la escuela venezolana de la psicología de los arquetipos.

Supongo que fue un rapto de euforia de los lectores que siguió a la experiencia de la revelación. También, que tuvo algo de adelanto de lo que, años más tarde, sería la excelente acogida que el mercado dio a La picardía del venezolano o el triunfo de Tío Conejo, editado por Santillana. Aquí pongo, en todo caso, el motivo de esa reacción, para que se juzgue si todavía tienen sentido los conceptos que entonces Capriles emitió.

Axel Capriles aboga por una aproximación psicológica a la revolución bolivariana

“EL CHAVISMO EXPRESA UNA MENTALIDAD VINCULADA A LA POBREZA”

En 1938, cuando el periodismo todavía tenía bastante más de aventura intelectual que de folletín para la autoayuda, un reportero de la revista Cosmopolitan, H. R. Knickerbocker, preguntó a Carl Gustav Jung si las tempranas experiencias de familia habían sido las responsables de que tres tipos más o menos grises. Hitler, Stalin y Mussolini, se enseñorearan como hombres fuertes de la política europea de entonces. El sabio suizo descartó la insinuación al responder: “La ley que hay que recordar es: ‘El perseguido es el perseguidor‘. Los dictadores deben haber sufrido determinadas circunstancias para que se produzca una dictadura (…) Son creados con material humano que sufre abrumadoras necesidades”.

Las densas imbricaciones entre un hombre fuerte y el pueblo que se mostró dispuesto a dejarse cautivar por él, vuelven a interrogar, 65 años después, a un psicólogo, esta vez venezolano y, para más señas, diplomado en el Instituto C.G. Jung de Zúrich. Axel Capriles, autor de diversos libros, terapeuta y columnista de prensa, aboga por una aproximación psicológica –que juzga indispensable- al fenómeno del chavismo: “Los elementos racionales no sirven para explicar este proceso histórico. La población que lo apoya no ha gozado de satisfacciones tangibles, en términos de mejores ingresos y condiciones materiales de vida, así que estamos frente a un caso de ganancia simbólica”.

- El país se encuentra en un conflicto político que puede llevarlo a la ruina y la violencia. Aún así, el presidente Hugo Chávez afirmó esta semana, en el acto de conmemoración del fallido golpe del 4 de febrero de 1992, que personalmente estaba en “el momento más esplendoroso” de su vida.

- Cuando ciertos personajes se encuentran en estado de posesión, como lo pueden ver las personas que asisten a una sesión de médium, se sienten plenos, en éxtasis. Y yo creo que en este momento Chávez está en verdadero estado de posesión por los elementos del inconsciente colectivo. En ese acto al que haces referencia, pasó algo muy interesante. Cuando Chávez empezó a nombrar, uno a uno, a los militares caídos el 4 de febrero, “Distinguido José Tal Cosa”, “Capitán Fulano”, a cada nombre el público respondía enardecido: “¡Presente!”. Es decir, como si los muertos estuvieran allí. Si nosotros revisamos los tratados médicos de Hipócrates, encontraremos que él habla de la “posesión por los héroes muertos” como un tipo muy particular de posesión. Yo creo que, efectivamente, Chávez y una gran parte de los venezolanos están poseídos por los héroes muertos. Es la idea de que hay un vacío en nuestro presente, una incapacidad de adaptarnos a sus exigencias, que llenamos con los actos heroicos de un pasado que fuimos pero que ya no somos, y que sólo podemos recapitular.

- ¿Es esa posesión a lo que Chávez se refiere cuando dice de sí mismo que no es más que “una brizna de paja en el huracán revolucionario”?

- Hace referencia a la relación entre el líder y la masa, en la que el líder viene a ejercer la acción simbólica de una serie de necesidades que hay en las masas, las cuales las expresan a través de la individualidad de otro. Pero llega el momento en que ese líder, de tanto expresar las individualidades de todos, pierde la suya, se disuelve, y siente que pasa a convertirse en nada más que una expresión de ese colectivo. Es, de alguna manera, el portador de la individualidad de la masa. Pero como es imposible que una sola persona pueda satisfacer las infinitas y diferenciadas necesidades humanas de ese colectivo, el líder le ofrece soluciones simples y totales. En el gusto por lo simple frente a lo complejo, en la seducción de las soluciones totales, se encuentran las bases psicológicas del totalitarismo.

- ¿Qué aspecto del inconsciente venezolano ha tenido a Chávez como medio para manifestarse?

- Allí intervienen arquetipos muy importantes. Uno es la figura del justiciero. Un justiciero que no es ese ladrón típico que aparece en el folklore, que roba a los ricos para repartir entre los pobres, sino una figura como José Tomás Boves, con una carga emocional de muchísimo resentimiento.

- Esa es una imagen aterradora, de barbarie.

- Es que vuelve a aparecer el dilema de civilización versus barbarie, tan elaborado por la literatura latinoamericana. La figura de José Tomás Boves, en el siglo XIX, y la de Chávez, en la actualidad, nos dan las formas precisas como este complejo trabaja en el inconsciente colectivo de nuestra sociedad. Porque no es una simple oposición entre dos visiones antípodas. Es una barbarie que desea ser refinada y culta, y una civilización que, una y otra vez, crea los instrumentos humanos para deshacerse y volver atrás.

- ¿Es “El justiciero” el único arquetipo en juego?

- No. Chávez mantiene una conexión privilegiada con otros arquetipos que los venezolanos llevamos por dentro. Por ejemplo, el que corresponde al que habla bien, al que convence menos con los hechos que con las palabras. Otro arquetipo es el del “alzao”, que se expresa en nuestro individualismo anárquico, en ese tipo que se rebela, que se lanza ante todo, que es retrechero, que no acepta nada ni a nadie por encima de él, que no se atiene a las normas colectivas. Ese “alzao” le da una cierta frescura al vivir venezolano, pero también tiene aspectos negativos. Chávez es efectivamente un “alzao”: Continuó con el mismo tono del discurso una vez que llegó al poder; no asumió el papel del gobernante, sino que siguió siempre alzándose contra alguien, contra el oligarca, contra los partidos.

- También el Presidente parece hacer gala de un don especial para dividir.

- El justiciero siempre necesita construir un enemigo, hacia quien canaliza ese resentimiento al que sirve de vehículo. Por eso, tiene siempre que escindir continuamente cada totalidad, de tal manera que pueda tomar posesión de una porción, mientras que la otra porción necesariamente pasa a ser el lado negativo, rechazado, perjudicial. Hay una vieja película de Luchino Visconti que muestra cómo funciona ese proceso. Llega un psicópata a una casa, a alquilar una habitación. En realidad, los dueños de la casa no se la quieren alquilar pero él, con su labia, los convence. Finalmente, cuando entra a esa casa, divide a la familia, pone a todo el mundo a pelear entre sí, y toma posesión completa de la residencia.

- ¿Tiene esto que ver con el hecho de que el entorno íntimo del presidente se venga deshaciendo con el paso del tiempo?

- En muchos líderes hay una gran soledad, precisamente, porque se relacionan con una colectividad de la cual son expresión, y no con otro individuo. No son capaces de mantener una relación humana verdadera. Ese componente psicopático está presente tanto en Chávez como en toda esta desmesura, esta falta de realidad, de la revolución bolivariana. Pero también pasa que el psicópata adaptado se caracteriza por su mimetismo. Es como si el vacío anímico, producto de su deformación de carácter, fuera llenado con imitaciones de los demás. De ahí por qué muchos confunden el mimetismo psicopático con el carisma. El psicópata adaptado finge empatía y emula las reacciones e ideas de los demás, logrando que el interlocutor siempre se sienta comprendido. Si va a China, actúa como los chinos, y dice que las cosas que los chinos quieren escuchar. Ese gran mimetismo ha sido una de las armas emocionales de Chávez.

- En su libro de 1996, El complejo del dinero, usted pasa revista a la compleja relación del venezolano con la riqueza. ¿Cuánto de ello se expresa a través de la permanente sacralización de la pobreza en el discurso de Chávez?

- Primero, eso es parte de un discurso que gana adeptos en casi todas partes del mundo. Además, aquí hay un elemento de culpa muy profundo, vinculado con el éxito económico. Y, por otra parte, en Venezuela tenemos una larga historia de injusticia social, que ha construido un doloroso complejo histórico, con una carga de resentimiento obvia y natural. El discurso de la pobreza retoma ese resentimiento, por el cual Chávez llega a convertirse en el justiciero vengador.

- En el conflicto petrolero que acaba de concluir, el discurso oficial suena como quien celebra la captura de un botín: “Por fin le quitamos Pdvsa a ese grupito de gerentes que la tenían agarrada para ellos”.

- Allí se manifiesta cierto tipo de carácter social que está asociado a la pobreza, que incluye lo que los psicólogos llaman “locus de control externo”, en el cual siempre el causante de tu condición es otro, que se supone que tiene mayor poder de decisión que tú, y también la idea de que la riqueza existe como algo que está allí y se puede tomar, en vez de construirla. En ese sentido, el chavismo expresa una mentalidad vinculada a la pobreza, que sintetiza todos esos valores culturales.

- Si la oposición consigue tomar el poder, se va a conseguir con esas mayorías y los complejos que llevan o llevamos encima. ¿Qué terapia se puede prescribir para cambiar ese estado de cosas?

- Hay que atacar ciertas cosas claves en las ideas colectivas. Por ejemplo, el problema de la desconfianza es bastante grave en Venezuela. Y fíjate que eso está vinculado con el arquetipo del pícaro: Si yo lo tengo activado en mí, pienso o sospecho que en el otro también. Pero luego hay otra multitud de cosas que tratar. La noción de propiedad es una de ellas, que está muy dividida entre lo que es ocupación, lo que es usufructo, lo que es propiedad. Aquí hay que empezar un análisis de por qué toda una sociedad prefiere entregar la propiedad de sus recursos más valiosos, como por ejemplo el petróleo, a un ente difuso que es el Estado, en lugar de que cada ciudadano los tenga, como ocurre en otras naciones.

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