16 de diciembre de 2009

Come back imposible


N. de R. : Recientemente, en una alusión inusitada, el presidente Hugo Chávez hizo menciones amables para Eduardo Fernández, el candidato presidencial democristiano que durante los años 80 no consiguió pasar de su estado de permanente inminencia. Chávez dijo que desearía tener un adversario así. Como en un juego a dos bandas, al día siguiente, Fernández respondió en Venevisión con el despliegue de sus incuestionables credenciales antichavistas, ¡no fueran a pensar mal de él!

El episodio me ayudó, en todo caso, a recordar un cruce inesperado que tuve con Fernández en mi reportería de deportes, del que resultó una crónica que a continuación publico.

Era 1988. Fernández se enfrentaba , como candidato del partido Copei, a Carlos Andrés Pérez, de Acción Democrática, en la campaña por la disputa de la presidencia.

También ese año ocurrió otro evento sin precedentes. En la final del campeonato venezolano de béisbol profesional –el espectáculo más popular del país- se encontraron, por primera vez en esas instancias, los Leones del Caracas y los Tigres de Aragua. Un duelo de felinos. Aunque –como se lee en el texto- apenas empezaba el Año Chino del Dragón, parecía el Año del Gato de Al Stewart. Nada más auspicioso podía pasar para Fernández, conocido desde un tiempo atrás por el mote de “El Tigre”.

Por entonces yo completaba un par de meses en la fuente deportiva, a la que había ido a parar como parte de un exilio forzado. Hasta noviembre de 1987, yo había formado parte de la plantilla del magazine dominical “Feriado” de El Nacional, una especie de publicación de culto durante esa década por su estilo rompedor. Pero al apenas llegar un nuevo tren directivo al diario, que al parecer encontraba ese magazine como una fuente de dolores de cabeza, empezó una suerte de sitio contra su equipo.

Yo fui enviado a la sección de deportes. El pretendido castigo, sin embargo, resultó un alivio. A mí me gustaban los deportes. De hecho, creo que una de las motivaciones más fuertes que tuve para entrar al periodismo estuvo en la evocación de esas buenas tardes que yo pasaba, al regresar de mi colegio, leyendo las crónicas de Rodolfo José Mauriello o de Jesús Cova –quien terminó siendo mi jefe- en las páginas deportivas de El Nacional. Yo quería producir algo así.

Como casi cualquier venezolano sabe, los juegos dominicales –entonces, a horas matutinas- del béisbol venezolano son un verdadero ritual colectivo. También lo sabían Cova y los periodistas de la sección deportiva, por supuesto. Así que cada domingo enviaban a un reportero a hacer una “nota de ambiente”, que junto a la reseña del partido, recogiera esas expresiones de fervor, ingenio popular y fanatismo que sólo se dan en la atmósfera del estadio de pelota, pero que rara vez aparecen en las notas de deporte (aún siendo parte sustantiva de la experiencia del béisbol).

Ese 25 de enero de 1988, a mí me tocó ir a hacer esa crónica. No me esperaba que el juego se convertiría en un remedo de mitin político. Pero, por suerte, fue así. La verdad es que me sentía intimidado por mi propia ignorancia acerca de cómo hacer para entrar de manera oportuna al vestidor de los peloteros, formular las preguntas adecuadas, etc. Gracias a la presencia de tantas figuras de la política, y las reacciones que generaron, me bastó una historia de tribunas.

Por cierto, días después apareció un chisme en la columna “Péndulo” de la revista Zeta. Según el trascendido, a raíz de esta nota, la jefa de prensa de Fernández y ex reportera de El Nacional, Elena Block, llamó al diario a quejarse ante el editor, Miguel Henrique Otero. Interpretaron que el tono de la crónica podía ser reflejo de una supuesta postura editorial en contra del candidato.

Al rescatarla, la nota –con algunas ediciones, necesarias, creo, para que se entiendan ciertas referencias de la época y eliminar, de paso, varias oraciones de relleno propias del cierre de página de un domingo por la tarde- se me hace interesante porque su sorna más o menos deliberada refleja ese rencor pueril que para la fecha guardábamos ciudadanos y periodistas contra los partidos del establishment y que ya casi no hacíamos esfuerzo por contener.

Por último, revela algunos puntos posibles de coincidencia entre las carreras, por otro lado contrapuesta, de Chávez y Fernández: ambos querían ser peloteros, ambos encarnaron un supuesto propósito de “restar solemnidad” a la presidencia de la República, y ambos enarbolaron la consigna genérica del “cambio” como promesa de campaña.

…Y UN TIGRE SE EMBASÓ POR ERROR

Una multitud siempre será una multitud, un aforismo simple y lapidario que debería extinguir las “asombradas” reseñas de actos colectivos: la masa actuando con irracionalidad y al unísono en conciertos de rock, mítines políticos y eventos deportivos.

La prevención es más válida tratándose del béisbol profesional venezolano. Con su ritual eterno: las notas siempre gloriosas del Himno Nacional, los vendedores de cerveza con su picardía de siempre, la silbatina algo burlona para Leonardo Hernández en la tercera base del Caracas, los managers de tribuna de siempre, la invariable puesta en escena de la pelota donde todo cambia para ser siempre lo mismo.

Premisa errada. Y antinacionalista, por lo demás. Porque deja de lado y subestima la capacidad de superación del pueblo venezolano. ¡Cómo no encontrar condimentos suficientes para una crónica entre un público conformado por ciudadanos que, ante el reto de obsequiarse un gobierno más desastroso que el del Sierra Nevada y la Gran Venezuela, pudieron parir al empedernido comedor de Torontos!

Desde luego, esta digresión politiquera lucirá como un insoportable desliz que salpica la reseña deportiva. Ni modo: su pertinencia empezó a ser cierta desde el momento en que, ayer, dos automóviles Mercedes Benz y sus escoltas amarillas dejaron frente al Estadio Universitario al ministro de Relaciones Interiores, José Ángel Ciliberto, con su comitiva. O desde el instante en que -¡vaya ducha de multitudes!- el candidato socialcristiano Eduardo El Tigre Fernández, su señora, y parte de su huella genealógica en esta tierra, se ubicaron en las silletas de la sección izquierda de la tribuna central.

No es sólo del Dragón -que no del Tigre- este año, sino también de elecciones, por lo que, cómo dudarlo, el primer encuentro de la serie final entre Tigres de Aragua y Leones del Caracas fue –y así lo entendieron todos los presentes- una encuesta ómnibus de Gallup en grande y regada con Pilsen.

También pudo tomarse por una representación de la bipolaridad comicial venezolana. Pugnacidad que, sin embargo, no estaba presente de manera espontánea en los graderíos, copados por seguidores de los Leones en una final atípica como lo puede ser Aragua contra Caracas. Apenas en un trecho de la tribuna derecha se refugiaban unos pocos seguidores de los Tigres –identificables con sus gorras rojas-, reforzados en vano por grupos de tiburones, magallaneros y cardenales movilizados por los rescoldos del reconcomio anticaraquista.

A falta de movimientos de carreras sobre el diamante de juego, la atención se centraba de manera intermitente en los políticos presentes. En el ínterin, el banco de Eduardo Fernández había derivado en privado de consulta –o despacho de comisión de enlace, si se atiende a los pronósticos optimistas de su comando de campaña-, por el que desfilaban locuaces vendedores de cerveza, deportistas, periodistas.

David Concepción, El tigre mayor, se ponchaba parado cuando hablamos con su congénere.

-En mi juventud- recordó Fernández con algo de nostalgia, pero también de anécdota preparada-, yo jugaba segunda base. Y lo hacía bien. Tengo la idea de que, cuando me metí a político, el béisbol perdió una figura que bien pudiera haber actuado en otros escenarios.

- ¿Envidia a los peloteros?

- Sí, claro.

- A ellos los aclaman. En cambio, a los políticos los pitan.

- ¿Quién te dijo eso? Ayer estuve en San Cristóbal, en la Plaza de Toros, y oí muchos más aplausos que rechiflas. Incluso, uno de los diarios más importantes de la ciudad, El Pueblo, dijo que ningún torero había vencido, sino que el triunfador de la tarde era Eduardo Fernández.

Poco después, la realidad daría un pírrico respaldo a las palabras de Fernández: no lo abuchearon, pero tampoco lo aplaudieron. En cambio, tuvo que capear una tromba de gritos de “¡Gocho, gocho, gocho!”, que aclamaban al ausente ex presidente y de nuevo candidato de Acción Democrática, Carlos Andrés Pérez.

Una risa de circunstancia, y un sorbo de cerveza, sirvieron para pasar el trance.

-En esta final no voy por ningún equipo en especial, porque yo soy felino.

- En su comando deben estar muy contentos, ¿no? Jamás soñaron con una final tan propicia para su lema de campaña y su nombre de guerra.

- Por supuesto que no. Además, los Tigres comenzaron muy débiles en la temporada, pero demostraron que tigre es tigre y que al final saca sus garras. En todo caso, estoy ganando de todas, todas, porque no veo ningún equipo gocho en el estadio.

- Estadio en el que usted está sentado, como cualquier parroquiano, con su cerveza en la mano, en guayabera…

- …Y gozando una bola. El que yo sea político y candidato no me puede inhibir de venir un domingo con mi familia a disfrutar de una partida. Espero venir el próximo año como Presidente Electo, porque me propongo restar solemnidad al cargo.

Algunos rezongaban por los pasillos, molestos, por la manipulación electorera del espectáculo deportivo: “¡Esos nunca vienen al estadio!”. Parecían no comprender que pocas cosas tan cercanas al mundillo político como la peña beisbolera.

Ambas son esferas de arcanos. Tenemos esas columnas de chismes políticos, por ejemplo, donde un doctor Tal aparece diciendo un refrán que suscita miradas de complicidad entre los “entendidos”; algo estará revelando en un código exclusivo para iniciados. Bueno: en el béisbol es igual.

Un manager (en realidad, un idiota, visto desde las tribunas) se “traga” una base por bolas intencional para que después lo castiguen con un hit. Entonces saldrá un avispado a decir: “Así es el béisbol”. Y si apela a otra máxima, como alguna de Yogi Berra, los vítores no se harán esperar. En fin, cada quien se mueve en su ghetto.

El que no se movía de su butaca era el ministro Ciliberto, flanqueado por un también adusto senador Armando Sánchez Bueno. Ambos lucían paralizados, como la toletería caraquista, lo que hizo sospechar que el titular del MRI ligaba a los Leones. Pava ineludible. Hipótesis, de cualquier manera difícil de corroborar, porque al acercarme al palco presidencial aparecía un malencarado miembro de la Guardia de Honor y…

-…No se puede molestar al ministro durante el partido.

-Pero no le vamos a hablar de política. Sólo de béisbol.

-Que no se puede molestar al ministro cuando viene al estadio. Quiere disfrutar del juego.

-Está bien. Avísele que lo queremos entrevistar y, si se niega, nada que hacer…

-No se puede. Si voy y le pregunto, me toca una llamada de atención.

Evidentemente, el escolta era de los Cardenales. Por lo obstinado, digo.

El runrún político-peloteril encontró un desenlace en el octavo inning. Omar Vizquel se cayó al buscar una rolata por el campocorto y permitió que el corredor, su colega y rival David Concepción, anclara en la antesala. “Claro, tenía que ser un rockero”, señaló un fanático enardecido al torpedero capitalino.

De seguidas, un machucón permitió a Concepción anotar la única rayita del partido.

Los seguidores tigreros, exaltados, sabiéndose ganadores con una sola carrera a esa avanzada fase del juego, empezaron a corear: “¡Tigres, tigres!”. Lo hicieron con una pronunciación ambigua, poco clara, como para que la “s” final se diluyera y todo pareciera una aclamación para Fernández, el ex delfín de Caldera transmutado en felino.

Eduardo Fernández, apostado entonces en el palco de la prensa, se tomó el bullicio para sí. Perón asomado al balcón de la Casa Rosada, el chico de los socialcristianos alzó los brazos para solazarse en la equivocada glorias de unas consignas en verdad destinadas a David Concepción y al lanzador Steve Ziem , antes que a él. Pero, como pudo, su pedazo de multitud usufructó.

Ahora, siendo Carlos Andrés Pérez fan del Magallanes y Teddy Pecón de La Guaira, ¿quién más se asoma al estadio? ¿Con su natural timidez, acaso esperará Edmundo Chirinos, ex rector universitario y candidato presidencial del Partido Comunista, hasta la Serie del Caribe?

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