5 de febrero de 2008

La periodista ¿indeseable?


N. de R.: Polémica, provocadora, estentórea, Olga Wornat se mantiene calladita en Venezuela al frente de una revista de sociales. Raro, ¿no? En todo caso, la entrevisté para la más reciente edición de “Contrabando”. La verdad es que no rehuyó ninguna pregunta y tiene argumentos para defenderse contra las críticas más comunes que para ella suelen hacerse desde las sociedades de amigos del periodismo de investigación. Aquí está una versión sin recortes del texto.

“CUALQUIER LIBRO QUE SE VENDA LOS INTELECTUALOSOS LO SUBESTIMAN”

Ewald Scharfenberg

"¡Me voy a vengar, juro que me voy a vengar de esa maldita!", dicen que vociferaba Marta Sahagún de Fox en los recintos privados de la residencia presidencial de Los Pinos cuando terminó de echar un vistazo a la primera edición de La jefa, biografía autorizada al principio pero luego excomulgada por la propia biografiada, la hoy ex primera dama de México. Quien dice que lo dijo es la autora de la denostada biografía, la periodista argentina Olga Wornat, en el prefacio de un libro posterior, Crónicas malditas desde un México desolado (2005, editado en Venezuela por el sello Debate de Random House-Mondadori), donde volvería a cargar las tintas no sólo contra Martita y su prole, sino también contra el ex dictador chileno Augusto Pinochet, el caudillo militar paraguayo Lino Oviedo y, cómo no, contra nuestro comandante Hugo Chávez Frías.
El episodio que se cita en el párrafo previo puede servir como resumen de las virtudes y defectos que fans y rivales de Wornat achacan a sus maneras periodísticas, controvertidas –como hasta ella misma acepta- y, sin duda, llamativas para el público –se trata de la primera, más consistente, y quizás única, reportera en América Latina cuya firma en un libro garantiza un bestseller en todo la región a sus editores -, A saber:
- Que se mete con el poder (“Me atrae el poder, sobre todo desentrañar esas cosas oscuras que hay detrás de los personajes que tienen poder”).
- Que olfatea buenos temas (Aunque “siempre creo que van a ser un fracaso”).
- Que no teme a nada, a veces, ni siquiera, a los parámetros del periodismo ortodoxo (“Detesto los manuales de periodismo”).
- Que se gana con premeditadas artes de seducción a sus perfilados, a los que luego “traiciona”. (“Claro, todo periodista hace eso. ¿O qué? ¿Cómo te vas a enfrentar a un poderoso? ¿Con un arma en la mano?”).
- Que no verifica de manera segura las versiones que maneja antes de publicarlas (“Cuando una fuente me da un testimonio, para corroborarlo, yo entrevisto a otras cuatro o cinco personas”).
- Que en sus notas y libros se atreve a reconstruir parlamentos y diálogos que nunca pudo presenciar y que, por más indagación que haga, no podría estar en capacidad de citarlos a la letra. (“Es un recurso literario-periodístico”).
Lo anterior también funciona para sintetizar la entrevista que sigue, en verdad, un careo entre este reportero, que hacía las veces de fiscal inquisidor, y la afamada periodista nacida en Misiones (Argentina), virtual fundadora en el hemisferio de un subgénero del periodismo, que bien pudiera denominarse la reportería del corrillo palaciego. Aunque ha trabajado para muchas e importantes publicaciones de Argentina, México, España y Estados Unidos, y entre sus asignaciones estuvieron coberturas en el fuego cruzado de las guerras en Líbano, la antigua Yugoslavia, Afganistán, Centroamérica y la frontera peruana-ecuatoriana, el renombre se lo hizo con sus radiografías de poderosos en libros como Menem, la vida privada (1999), Menem-Bolocco S.A. (2001), y La Jefa (2003), este último, instrumento clave en la esterilización de las ambiciones presidenciales de Marta Sahagún de Fox. Otro extenso reportaje, Nuestra Santa Madre: La historia de la Iglesia Católica (2000), le costó la prelatura a un arzobispo argentino señalado en la obra como abusador de menores.

EL DULCE EFLUVIO DEL PODER
Pero la entrevista con esta periodista trashumante, cuyas peripecias y peligros la han llevado por medio mundo, tuvo lugar en Caracas, en las oficinas de corte ejecutivo del Centro Lido. El caso es que ahora Olga Wornat trabaja en Venezuela. Y en una empresa relativamente menor: la dirección de la revista de eventos y sociales Look Caras, donde tiene al omnipresente Roland Carreño como Editor Adjunto. Aunque Wornat pone mucho de sí para refutar la supuesta minusvalía de la llamada prensa del corazón y de los ricos y famosos: de hecho, su próximo libro, anuncia, le debe casi todo a esa fuente. Cuenta que viene de trabajar como editora de la revista Poder, en México. Y que allí obtuvo un puesto de avanzada para observar con detalle a la high society mexicana.
- Mi próximo libro- apunta-, que va a publicar Random House, no es sobre una persona en particular, si no algo un poco sociológico sobre la sociedad mexicana a través de este tipo de revistas, de las revistas del corazón. Es trasladar a un libro esa alta sociedad que es ostentosa, impúdica, que sale mostrando sus joyas y sus millones y sus yates, teniendo en cuenta que México, como todos nuestros países, es un país con una enorme pobreza.

- Con ello, ¿no estarás entonces renunciando a volver a México?- se le repregunta a la periodista urticante, invicta en decenas de libelos y pleitos judiciales, pero que al fin y al cabo dirige en Venezuela un proyecto de la todopoderosa Televisa.
- Ja, ja, ja… No. En todo caso, le resultaré non grata a los ricos y poderosos.

Y para rematar el punto arroja sobre el escritorio de su cubículo un ejemplar del número uno de Look Caras, que se abre en una doble página: se trata del arranque de un reportaje donde la diputada chavista a la Asamblea Nacional, Iroshima Bravo, muestra su casa, sus gustos, y hasta asoma algunas pistas acerca de su vida sentimental.
- ¿En qué otro tipo de publicación creés que un político, un empresario, un poderoso, hablaría de esta manera?- termina de argumentar a favor del periodismo rosa- No es algo menor, bajo o poco serio. Al contrario, es un tipo de periodismo que a mí me encanta.

- ¿El de husmear en la vida privada de los poderosos?
- Cuando publiqué el libro sobre Menem, que fue un libro muy polémico porque justamente se llamaba así, La vida privada, ocurrió casi una explosión en torno al tema de si los políticos tienen derecho o no a una vida privada y por qué sí o no. Yo estoy convencida de que los políticos tienen muchísimas más obligaciones que los ciudadanos y que, por lo tanto, aunque claro que tienen derecho a una vida privada, deben estar dispuestos a que el periodismo cumpla su obligación de mostrar las contradicciones entre las vidas privada y pública de los políticos. La vida privada de un político no está separada de su vida privada. ¡Todavía hoy es cuando la prensa francesa se sigue criticando por el silencio con que se hizo cómplice en el caso de la hija natural que tenía Francois Mitterand, que vivió con dinero del Estado francés durante los 14 años de su presidencia!

- Muchos colegas te señalan como alguien poco serio en la verificación en los datos de tus investigaciones.
- No te voy a negar que a mí en algún momento me importaran esas críticas, pero nunca fue un tema que a mí me paralizara. Yo tengo una manera de hacer periodismo, tengo una escuela de hacer periodismo que es la que aprendí en la revista Gente o en la revista Noticias, ambas de Buenos Aires, o con toda la camada de Jorge Lanata cuando fundamos la revista Veintiuno. Yo no creo en los manuales de periodismo, no me interesan los manuales de periodismo, es más: los detesto. No me interesa la objetividad, porque no existe; lo que existe es la honestidad. Yo sé que no soy una persona políticamente correcta. De hecho, que lo quiero aclarar: yo no me recibí de periodista. Ni me interesa tampoco, aunque quizás me hubiera importado en algún momento por darle un gusto a papá. Pero cuando empecé a estudiar me agarró la militancia y era o la universidad o la guerrilla; yo me fui a vivir a una villa miseria, faltaba plata y la Argentina era un incendio, con la Triple A buscándonos por todas partes… En fin: yo no creo en los licenciados en periodismo, ni en los títulos, yo sólo creo en el periodista que se forma en la calle.

- En todos tus trabajos relatas diálogos entre personajes que investigaste. Debes reconocer que resulta muy cuesta arriba afirmar que eso fue lo que los personajes dijeron. A menos que tuvieras grabaciones; que no es el caso…
-Es una técnica o una manera de acercar al lector a través de distintas fuentes. Por ejemplo, para la nota de “Los hijos de la jefa” en Crónicas Malditas… [sobre los negociados de los hijos del primer matrimonio de Marta Sahagún, N. de R.], yo no te puedo explicar la cantidad de gente que entrevisté. Te estoy hablando de una época en la que los Fox todavía gobernaban en México. Hoy, ¡claro! Ya los Fox son carne de cañón, están ante el paredón de fusilamiento, pero yo esto lo dije en el año 2005. Yo tengo una manera que es la de juntar varios testimonios; cuando una fuente me da un testimonio, para corroborarlo, yo entrevisto a otras cuatro o cinco personas. Lo mismo hice con el libro de Menem, porque ese mismo cuestionamiento me lo hicieron en Argentina. Que si había diálogos exactos… Bueno, en algunos, fui testigo yo. Y en otros, se trató de lo que las fuentes me transmitieron. A mí me gusta contar una historia poniéndome desde la mirada de un lector y para que el lector se sienta dentro de ese texto. Soy capaz de entrevistar a una persona que fue testigo de esa conversación, guardando su identidad, obviamente, que ya estuvo con Marta Sahagún, por ejemplo, o con Menem. Y entonces desmenuzar y volver a armar, lo más cercano posible a la realidad, lo que pudo haber ocurrido en ese momento, en ese lugar, en ese escenario. Es curioso lo que me decís. Porque muchos periodistas que en México comenzaron a escribir después de mi libro, comenzaron a aplicar eso. Y me dieron la razón. Por ejemplo, después de Crónicas Malditas… salieron dos libros sobre la administración Fox que aplican la misma técnica mía, que no es mía, ¡eh!, porque la misma técnica la aplica Jorge Lanata, la misma técnica la aplican los chicos de Página 12 y de Noticias. Esa es mi escuela.

- Pero se trata de una técnica que quizás debas reconsiderar, de acuerdo al número de demandas y amenazas que has recibido.
- No, para nada. Te digo: cuando me han demandado, como la mujer de Fox o el hermano de Menem, siempre pusieron demandas por daños morales, por sentirse afectados, invadidos, pero no por los diálogos, no por mi técnica, no por los hechos que yo contaba. Yo utilizo el recurso cuando me es útil para describir una situación que yo no puedo describir de otra manera, porque si yo la describo de otra manera se hace muy aburrido el texto. Es casi un recurso literario-periodístico. Pero al respecto te quiero aclarar que jamás he mentido ni he exagerado.

- También se cuestiona que te acercas demasiado a los poderosos para después apuñalarlos por la espalda.
- ¡Ja! Me río de esas estupideces.

- Que, por ejemplo, frecuentabas la Casa Rosada [Casa de Gobierno en Argentina, N. de R.] en tiempos del presidente Carlos Menem.
- Nunca tuve amistad con Menem. Sí tuve una relación con Zulema Yoma, su ex mujer, por quien tengo un enorme aprecio aunque llevo muchos años que no la veo. Ella fue mi gran fuente para el libro de Menem. ¡Pero eso de ganarse la confianza o no ganarse la confianza! Yo soy una periodista. Yo cubría todas las actividades de Menem desde que prácticamente consiguió el poder porque yo trabajaba en la revista Gente y a mí se me asignó la cobertura de la presidencia. Ganarse la confianza de un político casi queda como que uno se sienta a comer con él. Te digo más: Menem gobernó casi once años en la Argentina. Y en ese tiempo yo tuve muchos problemas. Cuando Menem se enteró de que yo estaba escribiendo un libro, los problemas que tuve fueron infinitos: llamadas telefónicas, seguimientos, tuve que tener custodia… ¿Yo, amiga de Menem? No. De hecho, le hice notas y entrevistas con las que se disgustó mucho, en las que se levantaba y decía: “Me voy”.

- Marta Sahagún de Fox te “abrió las puertas de su casa”.
- Sé que en México también se dijo que yo me gané la confianza de Marta Sahagún y que después la traicioné. Eso fue una cosa que dijo la propia Marta Sahagún. Yo lamento que algunos periodistas se hayan hecho eco de esa versión, aunque creo que hoy ya nadie en México le da crédito… Pero, mirá, eso lo hacen todos los periodistas. ¿O qué? ¿Cómo te vas a enfrentar a un poderoso? ¿Con un arma en la mano? No. Tratás de ser lo más amable posible con ese personaje para que se afloje, se relaje, y pueda abrirse y contestarte la mayor cantidad de cosas que te pueda contestar. Por ejemplo, recuerdo que yo fui la primera periodista en Argentina que preguntó al presidente Menem sobre su vínculo con Alfredo Yabrán, el polémico empresario. En ese momento era el escándalo en Argentina. Entonces yo le pido la entrevista a Menem, imaginate, en una cumbre de dos días en Ecuador; siempre me respondía que no tenía tiempo y al final me dice: “Te la doy en el avión de regreso”. Y yo me tenía que devolver del viaje con la nota. Entonces ahí fue que me subí al avión presidencial, el Tango 01, e hicimos la entrevista en el avión. Lo que hace cualquier periodista, ¿no? Pero al principio Menem no quería hablar de Yabrán. Me lo dijo claramente. Tema que para mí, en cambio, era el único título que me valía. Entonces le dije: “Pero, presidente, ¿cómo no va a hablar del tema?”. Se me ocurrió desafiarlo: “¿Qué? ¿No se anima?”. Porque él decía siempre: “Yo soy el número uno”. Bueno, le dije: “Si usted es el número uno, usted es el presidente, el más importante, ¿no se anima a hablar?”. Y el se quedó ahí un rato y me contestó: “¡Claro que me animo! Yo soy el número uno. Encendé el grabador y preguntame lo que quieras”. Ese es un recurso. ¿Es válido? ¡Claro que es válido!

- Sin embargo, tu reciente libro sobre Cristina Fernández de Kirchner, Reina Cristina (2006), no parece tan incisivo.
- Pero, ¿qué era lo que querían que yo cuestionara de este libro? Lo que ya está en el libro: por ejemplo, cómo hicieron su fortuna los Kirchner, están los testimonios de la gente que la cuestiona a ella, pero ¿y después qué otra cosa tengo yo que cuestionarle a Cristina? Yo nunca la vi salir de una tienda cargada de bolsas Versace. No era como los menemistas. Acordate que este libro lo hice en el 2005. Desde entonces pasaron dos años y ocurrieron muchas cosas. Quizás si este libro hubiera salido ahora, yo hubiera tenido algunas cosas para cuestionarle. Pero yo no soy objetiva. Yo la conozco a Cristina desde hace muchos años. Desde la época de La Plata, cuando militábamos. También conozco a Kirchner desde esa época.

- Ese es el problema. Que la diferencia de trato pueda deberse a que conoces a tu biografiada.
- Tampoco te puedo decir que seamos amigos. Yo nunca fui a Olivos [residencia presidencial argentina, N. de R.] a comer con ellos. Fui a Olivos a entrevistar a Cristina, a entrevistarlo también a él, estuve en su casa en Santa Cruz, pero no hay una relación de amistad. Siempre fue una relación de gente que compartió una época de su vida. Yo le tengo afecto a los dos. Pero eso no quiere decir que yo no sea crítica de algunos pensamientos de Cristina frente a algunos temas.

- Pero debes reconocer que no se trata del libro típico que esperaría un lector regular de Olga Wornat.
- Yo lo explico en el prólogo del libro, yo no soy deshonesta con el lector. Lo lamento por el lector que espera un escándalo o espera algunos secretos de alcoba. Pero ahí no iban a haber secretos de alcoba. En primer lugar, porque ellos nunca ostentaron ni ella nunca me abrió la puerta de su alcoba. Ella nunca ha aparecido en los medios mostrando su dormitorio. Lo que sí hizo Marta Sahagún. O Menem.

- Bien, pero ahora que Cristina es presidenta, ¿te ves haciendo una investigación sobre su gestión en años venideros?
- No lo sé. Es muy difícil saberlo. Lo que te quiero decir es que no es nada fácil escribir un libro sobre alguien que vos conocés. Yo no soy objetiva. Hay personas que te caen más o menos bien, con los que sos más o menos condescendiente sin que alcances a explicarte por qué, ¡si hay intelectuales del mundo a los que les cae bien Fidel Castro! Preguntale a García Márquez, por ejemplo, yo no me explico hasta el día de hoy… En el caso de Cristina yo le he criticado algunas cosas, como lo de no dar entrevistas a los medios… Por supuesto, si el día de mañana me decepciona, lo diré. Pero nos une sobre todo esa etapa tan dolorosa que vivimos, en una ciudad que fue prácticamente devastada por la dictadura, La Plata, donde sobrevivimos muy pocos; nos conectan los amigos y compañeros comunes que tuvimos y con los que vivimos situaciones muy intensas y particulares. Esa es una cosa que te marca. Y por eso a mí me cae bien Cristina. Además, ella arriesgó su vida, aunque no era miembro orgánico de Montoneros, cuando otros se escondían bajo la cama. Yo me saco el sombrero ante eso.

LA GUERRILLA COMO ESCUELA DE PERIODISMO
- Coincidiste con Cristina en la militancia clandestina, ¿todavía te definirías como alguien de izquierda?
- Yo reivindico mucho ese pasado, me siento muy orgullosa de esa etapa de mi vida. Yo me definiría como una persona de izquierda, de una izquierda moderna, democrática, que respeta los derechos humanos, no autoritaria ni estalinista. Si vamos al caso, yo milité en una época en la que el mundo era o blanco o negro; hoy ya no es así. Y eso me costó mucho aprenderlo. Yo era una mujer que empezó a militar cuando recién había cumplido 16 años de edad. Y mi primer novio, que hoy está muerto, fue un guerrillero del ERP. Milité mucho tiempo con Montoneros hasta 1982, orgánicamente. Si me preguntás por qué estoy viva te diré que no sé; será cuestión de suerte. Viví en la clandestinidad. Estuve en muchos lugares: en el norte de Argentina, después muchos años en La Plata, y finalmente en Provincia de Buenos Aires. Estuve en la clandestinidad porque mi marido, el papá de mis chicos, tenía un pedido de captura de la Marina. Él murió hace cuatro años de un cáncer; curiosamente muchos de mis compañeros de esa época están muriendo de cáncer, no sé con qué tendrá que ver. Tuve una militancia muy activa. Llevaba armas. Era una inconsciente absoluta. Ahora me pongo a mirar para atrás y me digo cómo me pudieron haber matado y dónde habrían quedado mis chicos. Me casé con el papá de mis chicos en mayo del 76, y a partir de esa fecha iniciamos como una peregrinación a distintos sitios, y ya clandestinos, y para colmo, solos, a partir del 77. Porque todo a nuestro alrededor se fue derrumbando. Se fueron muriendo o cayendo presos la mayoría de los compañeros, y tuve la suerte de que dos compañeros que fueron detenidos y torturados, no nos delataron ni a mí ni a mi compañero. Fue una época muy complicada para mí. Estaba embarazada de mi primer hijo. Nació en circunstancias de mucha pobreza, de no tener para comer y de cargar la pastilla de cianuro en el bolsillo. Teniendo en cuenta la época en que ocurrió, yo reivindico la mayor parte de lo que hice en esa época. Lo hice convencida. Entonces yo era una persona muy idealista, creía que a través de la violencia se podía cambiar el mundo; hoy no creo en eso. Ni lo volvería a hacer jamás. Ni creo a los que todavía lo hacen, ni los justifico. Es un tema complicado el de la violencia en Argentina. Pero a nosotros la violencia guerrillera nos llevó a la tragedia que tuvimos. Si yo pudiera darle marcha atrás al tiempo quizás habría algunas cosas que hice a las que ya no adheriría y que en su momento adherí porque era muy joven, porque creía ciegamente en eso y porque milité en una organización que era como mi familia.

- ¿Qué herramientas crees haber ganado en esa época de la guerrilla para tu posterior ejercicio periodístico?
- El olfato, el arrojo, la intuición, la audacia para los temas. Cuando a mí me toco cubrir las guerras, en distintos lugares, me sirvió de muchísimo lo que había aprendido en esa época. Recuerdo que el director de la revista Gente siempre que me enviaba a cubrir una guerra me decía: “¿Sabés por qué vas vos? Porque seguro que me traes la nota”.

-Y por eso será que no tiemblas frente a un Menem…
-Ni frente a una demanda judicial. Que la verdad que no me importan, porque así como hay gente que me cuestiona, hay que gente que me apoya.

- Cuando empiezas a reportear un libro, ¿estás muy pendiente de que trate un tema que llegue a ser vendedor?
- No te voy a negar que uno quiere que la gente te lea. Lo contrario es un complejo de intelectualosos. Cualquier libro que se venda mucho lo subestiman o lo bastardean los intelectualosos. Pero… Qué va. Siempre pienso que mis libros van a ser un fracaso. Imaginate: cuando escribí el libro de la iglesia, venía del de Menem. Pero me metí en un tema que era absolutamente engorroso. Tuve que aprenderme todo los códigos de la iglesia, que encima de que es un mundo muy hermético, es un mundo donde no existen las mujeres. Y terminó siendo un libro de 800 páginas; un libro así no puede ser jamás un libro comercial. Sin embargo, vendió bien. Pero más fue el impacto que causó la caída de este arzobispo argentino, que fue tremenda, porque además generó toda una movilización popular, hasta que Ratzinger, que no era Papa sino Cardenal en ese momento, le pidió la renuncia. Y yo tenía todas las pruebas, a pesar de que en ese libro yo no di ni una sola fuente. Porque los seminaristas que yo entrevisté, que habían sido víctimas de este arzobispo, hablaron conmigo con esa condición. No mencioné a ninguno.

- Aunque se dice que te puedes prestar a maniobras publicitarias. Por ejemplo, que el secuestro que sufriste en 1999 [relatado por la propia periodista en una nota de la revista ‘Gatopardo’, N. de R.] fue fingido.
- Pero, ¿quiénes dicen eso? Por mí pueden decir lo que quieran, ¡pero me da la impresión de que sólo hablaste con mis enemigos! ¿Qué te puedo decir? ¿Yo voy a mentir sobre algo como eso? ¡Tendría yo que tener una imaginación para inventarme todos esos detalles! Además, hubo una investigación judicial. Yo fui golpeada, ¿me iba a golpear a mí misma? ¿Voy a hacer pasar por esa angustia a mi familia? Bueno… Pero también entiendo que este mundo es así, qué sé yo… Quien te diga que no tiene enemigos o gente que no lo quiere, es medio raro, ¿no? Somos seres humanos, y los periodistas nos movemos en un espacio que está lleno de envidias, de competencias, de cuestionamientos. Pero como dijo una vez Jorge Lanata por televisión, a quien también una vez lo acusaron de inventarse un ataque: “¿Sabés qué? Todo lo que dicen de mí es verdad: soy un hijo de puta, soy puto, soy mitómano, soy todo lo que digan. ¿Y? ¿Cuál es la historia?”. Soy lo que soy pero ahí están mis libros, mis resultados.

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