14 de marzo de 2008

El gran hermanito


N. de R.: Esta nota la hice en diciembre de 2006 para la revista "Exceso" de Caracas, entonces todavía bajo la conducción de Ben Ami Fihman. Su personaje principal: Julio Augusto López, un magnate mediático incubado al calor del chavismo. Según los rumores de las columnas de farándula, su "Canal de Noticias" se parecía mucho a un fiasco. Cuando cubrí la historia, estuve detrás de su inusual figuración como "periodista" y "patrocinante" en la campaña electoral de Ollanta Humala en Perú. De esa dupla queda como testimonio la foto

CITIZEN LÓPEZ

Joven empresario de origen peruano y nombre patricio, Julio Augusto López aparece desde hace unos años en vías de amasar un imperio mediático al servicio, según los rumores más punzantes, de la causa revolucionaria. Con facilidad de maromero emprende y aborta proyectos de comunicación, casi siempre de factibilidad dudosa, de los que por ahora le quedan el diario The Daily Journal y Canal de Noticias, una nueva señal televisiva. En medio del derroche, una aventura editorial en Perú de llamativa proximidad con Ollanta Humala, y una alianza en veremos con la cadena Al-Yazira, forman parte de sus peripecias.

“Sí, me llamó y me planteó hacer lo mismo que yo hacía en Globovisión”, declara sin tapujos José Domingo Mingo Blanco. “Cené con él y me contó sus proyectos”, asiente, por su parte, Nelson Bocaranda. Ambos periodistas, figuras de postín de la pantalla chica todavía y a pesar –o quién sabe si a propósito- de las incomodidades que generaron a sus últimos patrones en la TV, oían ofertas de Julio Augusto López, un joven magnate a quien puede que le falte mucho por acumular antes de equipararse con un Cisneros Rendiles o un Azcárraga Jean, pero que ya tiene en su haber un conglomerado mediático en ciernes.
En un abrir y cerrar de ojos López pasó a controlar El Diario de Caracas (2003) y The Daily Journal (2006), negocios editoriales que, si bien languidecían en términos de lectoría, ventas publicitarias y circulación, conservaban entre sus activos algunas marcas llamativas y cargadas de viejas glorias que valía la pena reactivar. Ahora, y luego de ceder su participación en El Diario de Caracas –reconvertido en gratuito matutino- al inversionista Pedro Perucho Torres, el editor de origen peruano concentra sus desvelos en la puesta a punto de su nuevo proyecto: Canal de Noticias, una señal de 24 horas de información que se mantiene al aire en período de pruebas desde principios de noviembre, a través de la red de televisión por suscripción Intercable.
La parábola del emprendedor con un sueño por seguir podría calzarle a la perfección, de no ser por los rumores pertinaces que atribuyen la fortuna y el emporio comunicacional de López a favores concedidos por sus amigos del gobierno. En Internet, comarca donde por igual se enseñorean difamaciones, conspiraciones virtuales y esas primicias que nadie en los medios tradicionales se atreve a difundir, se leen afirmaciones como esta que, bajo el título en inglés de Dispatches from Caracas: the Bolivarian Daily Journal, se atribuye a Tirso Suárez: “López Enríquez is just a straw man”. Evitando honduras tan rotundas, Mingo advierte sin embargo que se sintió obligado “a hablarle claro” a López para preguntarle a boca de jarro: “¿Para qué quieres contratarme si ese canal tuyo es rojo, rojito?”.
El prejuicio se viene esparciendo con rapidez y las actuaciones de López poco contribuyen, si no a disiparlo, siquiera a contenerlo. Las dudas que ensombrecen su reputación se alargaron hace poco hasta el Perú, tierra natal de sus padres, donde un popular programa periodístico de la TV consiguió elementos para atreverse a insinuar la hipótesis de que López podría haber servido de biombo en una operación de transferencia de fondos desde Caracas a la campaña electoral del candidato nacionalista a la presidencia, Ollanta Humala. Y es cierto que los indicios, numerosos, alientan la sospecha. Desde 1998 López se embarcó, tanto en Venezuela como en Perú, en una fila de proyectos periodísticos cuya lógica de negocios cuesta entender y de cuya difícil sustentabilidad tendría que prevenirse cualquier inversionista de mediano olfato. De hecho, casi todos fueron abortados: The Daily Journal y el canal de TV que apenas germina son los testimonios pervivientes de la casi conmovedora insistencia de López en el método del ensayo y error. Una perspectiva que sólo puede cambiar, según lo dicta la suspicacia, si se cuenta con un pote inagotable de recursos para gastar. ¿Es este el caso? Y de serlo, ¿de dónde provienen esos fondos? ¿Será que financian una estrategia más vasta de índole política? ¿O se tratará, como protesta López desde su oficina en la industrial urbanización Boleíta Norte de Caracas, de una decodificación amañada de meras circunstancias coincidenciales que él no niega, pero que para nada forman parte de una colusión oculta con el proyecto bolivariano? ¿Un visionario incomprendido?

Una advertencia útil para considerar durante la lectura de este reportaje desde la polarizada visión venezolana: tener simpatías políticas, y expresarlas, no constituye delito. Tampoco una trasgresión moral. De ello estarían concientes los periodistas peruanos que, en medio de la áspera campaña electoral de este año, veían con frecuencia a Julio Augusto López Enríquez acompañar al candidato Ollanta Humala. Pero al final de la campaña tuvieron más de qué enterarse. La más llamativa señal de que la cercanía de López con el ex oficial de artillería del ejército peruano sobrepasaba las relaciones entre un candidato y un reportero demasiado comprometido con su fuente o, incluso, entre un candidato y su mecenas, fue la aparición en el comando de campaña del humalismo, la víspera de las votaciones para la segunda vuelta presidencial, de un longuilíneo personaje de bigotes y cabello cano. El hombre portaba un típico chaleco de corresponsal con la inscripción “Press” a la espalda y el logotipo de The Daily Journal sobre el pecho. Ante las cámaras de sus colegas se identificó como corresponsal del diario en inglés. ¿Qué otra cosa esperar? Pero vaya que, si en verdad era reportero, suscitaría la envidia de la bandada de periodistas que ese día clave para la democracia peruana no conseguía traspasar el mural de los cuarteles generales de Humala. Mientras tanto, el enviado del diario caraqueño gozaba del inusual privilegio de acompañar al candidato y a sus consejeros hasta los recintos más reservados de ese puesto de mando.
Si en esas condiciones consiguió exclusivas para su medio o no, dejó de ser un asunto relevante a las pocas horas, y no sólo por el ajustado triunfo de Alan García sobre Humala. Pasó entonces que el programa La ventana indiscreta, conducido por la periodista Cecilia Valenzuela en el canal 2 de Frecuencia Latina –la empresa del controvertido Baruch Ivcher- , identificó al reportero venido desde Venezuela como José Suárez, en realidad, teniente coronel retirado del ejército peruano, ex integrante del Servicio de Inteligencia del Ejército (SIE), cuya última posición de comando en guarniciones la ocupó, justamente, durante el primer gobierno de García. Otro trascendido permitió saber que Suárez, también oficial de artillería, había sido instructor de Humala. Y sin hacer caso a las sospechas habituales sobre ese período, ya en Caracas López Enríquez admitiría que, durante la dictablanda de Alberto Fujimori, su pretendido corresponsal “fue el segundo a bordo en el medio de comunicaciones del ejército peruano, un experto en operaciones psicológicas”, aludiendo, quizás de manera equívoca, a las famosas operaciones psicosociales que tanto y con tan resaltantes resultados puso en práctica Vladimiro Montesinos.
La primicia terminó así de atar los cabos sueltos de los recelos que hasta entonces levantaba entre la comunidad mediática del Perú la irrupción de The Daily Journal en ese mercado. Desde el 3 de abril de 2006 –lunes de la última semana de campaña antes de la primera vuelta electoral-, el periódico venezolano empezó a distribuirse, sin costo alguno, de acuerdo a un mailing list que incluía a formadores de opinión locales a los que se quería atrapar como suscriptores. Los contenidos eran casi siempre los mismos de la edición caraqueña, con algunos agregados locales que un pequeño buró de periodistas aportaba. El archivo llegaba a los talleres del diario El Comercio de Lima, el más importante del país, donde se imprimían alrededor de 3.000 ejemplares.
Como La ventana indiscreta comprobó, para amparar el extravagante emprendimiento -¡un diario de noticias venezolanas, en su mayoría, escritas en inglés, sin publicidad local, justo para el Perú que por entonces se veía al borde del holocausto étnico!- Julio Augusto López abrió un rosario de compañías, algunas de ellas constituidas después de iniciar las operaciones limeñas, y todas con capitales irrisorios que equivalían a 1.000 dólares por razón jurídica. Los domicilios de las empresas correspondían a las casas de habitación de individualidades como Pilar Salazar, prima-hermana de López. Salazar figura como principal accionista de la Agencia Latinoamericana de Noticias, primera empresa que manejó la franquicia del Daily en Perú. El otro accionista es el hijo de Pilar, César, un imberbe simpaticón de melena alborotada que abrió a Exceso las puertas de su casa en el distrito de Santiago de Surco de la capital peruana, una zona de casas sencillas de una planta y techo a un agua con cierto aire a Prado de María o Los Rosales, aquí en Caracas. A todas vistas no se trata de potentados capaces de arriesgar cerca de 2.000 dólares diarios sólo en costos de impresión.
López hizo sus pininos de redactor al publicar, con llamados en primera y despliegue generoso, sendas entrevistas exclusivas con Ollanta Humala y su lugarteniente del momento y hoy diputado, Daniel Abugattás. Nada similar ocurrió con cualquiera de los otros candidatos inscritos en el tarjetón electoral, ni tan sólo con los dos más competitivos adversarios del candidato nacionalista, como lo eran Lourdes Flores y Alan García, electo presidente a la postre. Sin embargo, una de las redactoras del staff en Lima, que pidió a Exceso mantener su nombre en reserva pues “no creo que mi testimonio vaya a reforzar tu reportaje”, asegura que “nunca nos impusieron ninguna línea editorial, ni que tienes que escribir esto o lo otro”. La periodista, reclutada por sus conocimientos del idioma inglés, cubría la guardia de la mañana en las espartanas oficinas, hoy desocupadas, del diario en San Isidro, municipio comercial de Lima. Del mismo modo en que no conserva nexos con López y sus empresas, no tiene ambages para decir que el editor jamás se metía en los asuntos redaccionales, pasaba por ahí para saludar de cuando en vez, y no sólo toleraba sino que hasta llegaba a impulsar la cobertura de actos de los rivales políticos de Humala. Pero, esto sí lo confirmó, cuando en el mes de julio –a pocos días de la toma de posesión de Alan García-, la señora Pilar anunció el final de la aventura periodística, “nos dijo que cerraban porque ya había pasado la campaña electoral”.
El propio López diría a Exceso que, si bien en efecto, la distribución de The Daily Journal “se hizo con premura porque se quería agarrar el momento de la elección”, no fue el término de los comicios sino el agotamiento de la capacidad para amortizar el déficit lo que le llevó a desistir de su intento. “No sólo nosotros, sino varias empresas venezolanas que estaban allá, se vieron afectadas por el impasse diplomático que hubo entre Venezuela y Perú. Creo que aquí no se sintió tanto, pero allá fue el tema más importante de la campaña electoral. Una locura. Tú le tocabas la puerta a cualquier empresa peruana a nombre de un medio venezolano, y era como perder el tiempo… ¡Y con la raya que nos echaron por televisión! El mismo personal de la oficina estaba sumamente preocupado. Se llegó a convertir en un asunto de seguridad. Era como si mañana hubiese un conflicto entre Israel y Palestina y a mí se me ocurriera montar una oficina de un medio israelí en el centro de Beirut”, apela a la analogía al ver que su testimonio no termina de asombrar al entrevistador.
Sin embargo, el cronograma de actividades de The Daily Journal y sus empresas derivadas en el Perú es apto para perspicaces. Cuando La ventana indiscreta dejó conocer sus hallazgos, el diario seguía repartiéndose gratis. De consagrarse de nuevo al tema, es posible que Cecilia Valenzuela asomara una respuesta a la interrogante que dejó al aire para cerrar el segmento de su programa, poco después de la medianoche del pasado 1 de junio: “¿Cuál es el negocio del Daily Journal en estas elecciones?”. Porque la repentina deserción del medio sembró en los círculos periodísticos la impresión, hasta el punto de la certeza, de que la exagerada y rauda aparición de López Enríquez en medio de la campaña sólo buscó circunscribirse al período eleccionario. Nada más.

“Ja, ja, ja. Llegó a decir que nosotros éramos una especie de KGB latinoamericana del gobierno venezolano. Un verdadero disparate. La verdad que da risa, ja, ja”.
Se ve despreocupado Julio Augusto López Enríquez, a pesar de que la entrevista le insta a recordar a la periodista que le habría arruinado el negocio. Hay algo siempre impertérrito de su talante que le impidió exigir su derecho a la réplica y también le disuadió de intentar alguna lección legal en contra del programa. Incluso, elogia a La Ventana Indiscreta, “nosotros no tenemos nada tan bueno en nuestra televisión”.
Tal vez habrá también que achacar su genio inalterable a los satisfactorios efectos de un by-pass gástrico con el que acaba de rebajar 60 kilos. Pocos han de recordar la humorada que Hugo Chávez le gastó a López en plena rueda de prensa, y que los micrófonos abiertos de Venezolana de Televisión captaron en la reciente gira presidencial a China: “Mira ahí a Julio Augusto, ¡cómo quedó!”. El señor presidente tenía toda la razón. El antes y el después del empresario de medios impactan como una trama de infomercial de pastillas con yerbas mágicas del Amazonas.
Con el adelgazamiento puede que se le haya aflautado un poco más la voz pero la dicción continúa siendo atropellada, tal como afirman quienes lo conocen desde hace un tiempo. Cuesta entenderlo. Cabe suponer que el problema no sólo se remonta a la falta de articulación sino a la ansiedad por poner todo sobre la mesa, y a la vez, sobre los proyectos que tiene entre manos, tan motivadores y deseados que parecen eclipsar los sinsabores de Perú.
Despacha rápido cualquier señalamiento. Sobre sus empresas de portafolio en Lima dice que la ley allá no exige ningún monto específico como capital mínimo para constituirlas, y que si las puso a nombre de familiares fue porque, como en Venezuela, en el Perú se establece un límite para la participación accionaria de los extranjeros en medios de comunicación. Que no conocía el país de sus ancestros y que aprovechó los tres meses de exportación de The Daily Journal para recorrerlo de cabo a rabo. Que si entrevistó a Humala y a Abugattás fue porque a ambos los encontró a bordo de aviones en vuelos internos del Perú y no iba a desaprovechar tamañas oportunidades. Que, en cambio, Alan García nunca le abrió el paso hasta su comando, a pesar de todos los intentos. Que, también a su pesar, consiguió fama, nacional y nacionalista, de la que se percató “el mismo día de la segunda vuelta electoral: cuando llegué al comando de Humala, a donde no dejaban entrar a nadie y estaba la prensa amontonada allí, me bajé del taxi y toda la prensa se apartó para dejarme pasar. Si yo hubiera tenido un cartel que dijera ‘Cargo peste encima’, no se hubieran apartado así”. .
- Aquí no puede entrar nadie de la prensa, ¿quién es usted?- le habrían preguntado con hostilidad desde el interior del comando humalista cuando tocó a su puerta. Pero, siempre según su propio relato, cuando se identificó como Julio López, “me agarraron por la chaqueta y me metieron al comando”.
Y sigue en su descargo: pensaba no sólo alquilar la oficina, sino adquirir la torre de San Isidro donde se instalaría su incubadora de medios de comunicación y otras empresas venezolanas, “como Pdvsa y un banco del Estado que no llegué a saber cuál era”. Pero eso no debería tomarse como reflejo de su supuesto consorcio con el gobierno venezolano, sino como una consecuencia inexorable de la lamentable escasez de oficinas en la ciudad, “sólo quedan dos edificios bonitos e inteligentes para ese fin en Lima y todos tienen que terminar allí”. Y que si el teniente coronel José Suárez cumplió el papel de enviado especial para cubrir el proceso eleccionario fue porque hacía buen trabajo y para colmo es pariente, marido de su tía, Nancy Enríquez.
- ¿Me da el número telefónico de Suárez, su tío? Me gustaría entrevistarlo- le pide el reportero de Exceso.
- Qué va. Si quieres, me das tiempo para conseguírtelo. Él se fue a Perú.
- ¿Ya no trabaja con usted?
- No, desde que cerramos allá.
- Entonces, ¿quizás si llamo a su prima, Pilar, a Lima, me pondrá en contacto con él?
- No, ya hablé con Pilar y no sabe de Pepe… Bueno, así le decimos a mi tío. Fíjate que mi mamá creía que seguía trabajando conmigo. Pero no sé qué se fue a hacer en Perú.
Las referencias familiares y de la milicia aparecen con frecuencia en su autobiografía oral. No obstante, relata casi con ironía que el único antepasado castrense fue un abuelo, médico, que se asimiló. Es hijo de dos peruanos inmigrantes, Leoncio y Ana María, que hicieron fortuna en el sector construcción. La apoteosis del negocio la vivieron durante la apertura petrolera: “Veinticuatro de los mayores proyectos de la apertura en el Oriente del país los hizo mi papá, que se retiró en 1999, y yo era su segundo en la empresa”. Por eso, Julio Augusto apela a menudo al retruécano y a la paradoja histórica para puntualizar que si gasta millonadas, se trata de capitales de la llamada Cuarta República, a la sombra de la cual su familia prosperó.
- En el Perú siguen comentando que su incursión allá fue una operación pensada sólo para las elecciones.
- ¡Por favor! Un periódico en inglés, con un tiraje muy limitado, ¿qué influencia podía tener sobre las elecciones?
- Ninguna, claro. Pero pudo servir de tapadera para transferir fondos desde Venezuela. Un proyecto tan caro y poco rentable sería una cortina de humo perfecta.
- Lo que allá se gastó fue un monto importante para mí como persona, ¡ojalá hubieran sido nada más que los 100.000 dólares de los que hablaron en la televisión peruana! Pero para las magnitudes de una campaña electoral, era poco. Yo que estuve en varias oportunidades en el comando de campaña de Ollanta, puedo decir que el hombre no tenía recursos. De haberlos tenido, a lo mejor gana la presidencia. El día de la segunda vuelta, dijeron los de su comando: “Mira, que aquí hay un fraude”, a lo que yo les sugerí: “Bueno, saquen un comunicado y repártanlo, allá afuera hay 100 periodistas esperando”. Pero resulta que no tenían ni siquiera papel para sacar fotocopias.
Concluye con un anuncio: en 2007, después de consolidar su canal de televisión, regresará al Perú.

Gusta de argumentar que no es un advenedizo en el mundo del periodismo. Y que desde siempre tuvo a tiro un proyecto de televisión. Tan temprano como en 1989 solicitó la frecuencia UHF correspondiente el canal 49 del estado Anzoátegui, que no le fue concedida.
La oficina donde tiene lugar la entrevista resulta perfecta para ilustrar esa pasión: media docena de monitores embonados en la pared chispean con las imágenes de diversos canales, nacionales e internacionales. Destacan las promociones de la cadena Al-Yazira que mantiene al aire en su señal de prueba, caballito de batalla –apuesta- de su grilla futura de programación.
También el efecto estroboscópico que crean las pantallas detrás del escritorio de López constituye un símil de un rasgo personal que le atribuyen tirios y troyanos: una capacidad de malabarista para manejar de manera simultánea ideas y proyectos múltiples, que en su mejor momento bosqueja el deber ser de la gerencia, pero que en su peor versión le hace pasar por desordenado, iluso y embarcador.
Retomó su vocación de comunicador en 1999 con el lanzamiento del semanario La otra opinión que fracasó, a confesión propia, “porque era muy izquierdista y no tuvo el impacto que esperábamos”. De esa época lo conoce Nelson Bocaranda: “Recuerdo la fecha. Fue el 5 de julio de 1999, y a mí me invitaron a su quinta en La Lagunita, llamada María Isabel, para bautizar El correo del presidente, un diario donde estaban con él (Juan) Barreto y (Eduardo) Semtei”. Es posible que el periodista confunda la publicación con La otra opinión, pero lo que no se escapa a su precisa memoria de bodeguero es que López ha sido, sin nombrarlo a veces, constante protagonista de sus Runrunes en el diario El Universal. “Hace poco publiqué que él fue quien salvó a Barreto de que Chávez lo defenestrara cuando el lío con los alcaldes López y Capriles y la expropiación de los campos de golf. Entiendo que Diosdado Cabello viajó a ver al presidente, que estaba en gira, con un informe que no era nada positivo para Barreto. Pero luego Julio López transmitió por satélite a África, donde ya se encontraba el presidente, el video completo de la actuación del Alcalde Mayor. Eso fue lo que puso a Chávez a reconsiderar el caso y a estar de nuevo en sintonía con Barreto”.
De un naufragio editorial al próximo, López siguió con su avidez de medios. Bocaranda recuerda que supo del mismo interesado los contactos que hacía para comprar Radio Capital, “pero Pepe Lebrón no le vendió”. Se distrajo entonces con una iniciativa, diríase, institucional, desde la sala de máquinas de El patriota, órgano oficial del ministerio de la Defensa, creado por su buen amigo, el hoy general del Ejército Clíver Alcalá Cordones. “Yo estaba haciendo un posgrado en el Instituto de Altos Estudios de Defensa Nacional (Iaeden), sobre Negociación en Crisis, y mi compañero de pupitre era Alcalá Cordones. Yo lo conocía de mucho antes, pero ahí compartí con él y se estrechó la relación. Clíver me pidió el favor de encargarme de eso, él quería tener rápido el periódico. Jamás pensamos el éxito que iba a tener. Llegamos a tirar 40.000 ejemplares. Se hacía en el Cuartel General del Ministerio de la Defensa. Luego, por cuestiones de espacio, nos pasamos al Batallón Caracas. Yo era el editor en jefe. Cuando llegó el ministro Baduel decidió reestructurarlo, ascendió a general al entonces coronel Alcalá Cordones, quien era el motor del periódico, y lo pasaron a la guarnición del Zulia. Así que el medio se quedó congelado esperando al nuevo director. Llegó a 12 números”.
Claro que nada de esto sería suficiente para que desatendiera el llamado de la televisión. En 2004 llegó a poner al aire el código de barras de Caracas TV, precursor del incipiente Canal de Noticias de hoy. Pero, dice, no contaba con los peros del grupo 1BC, que receló de la semejanza de denominaciones con su marca estrella, RCTV, antigua Radio Caracas Televisión. Dio inicio a un pleito con numerosas bajas y dudoso desenlace. Aunque el Servicio Autónomo de Propiedad Intelectual (Sapi) terminó por asignar la etiqueta de Radio Caracas Televisión, por falta de uso, a López, la batalla continúa en tribunales de Caracas y Nueva York, así como en la Organización Mundial de Propiedad Intelectual, en Suiza.
López jura que no guarda animadversiones contra sus caseros, sí, sus caseros, de 1BC: son propietarios del edificio donde él y sus medios trabajan. Que una simple conversación en tono amigable habría sido suficiente para detener la pugna en sus primeras de cambio. “Lo que pasa es que si yo hubiera querido montar bajo el nombre de Caracas TV un canal pornográfico o de comiquitas, ellos no habrían tenido problemas. Pero como se enteraron de que iba a ser un canal de información balanceada, reaccionaron, porque tienen unos intereses políticos muy claros”.
En cualquier caso las hostilidades paralizaron la puesta en marcha de Caracas TV. Dos equipamientos sucesivos, con sus respectivas frustraciones, terminaron por hacer de López un proveedor de tecnología para dos televisoras oficiales, Tiuna TV y Ávila TV. En Aporrea.org se citaba su salida del aire, junto a las de VTV y Catia TV, como otro ejemplo de la censura al estilo escuálido que la revolución jamás ha practicado. Pero a la tercera va la vencida.
Hoy López hace grandes planes para Canal de Noticias. Con una falta de empachos que llega a semejar candidez, remacha que se propone convertirse en el anti-Globovisión pero, aclara, no por la línea editorial sino porque “Globovisión es un canal de política, que lo ha hecho muy bien, mientras nosotros tendremos si acaso 10% de información política”. En el tú a tú con Alberto Federico Ravell cuenta con Al-Yazira, “que es mucho mejor que CNN en español”. Aunque antes, por encima de su mentada amistad con el Emir de Qatar, es probable que tenga que resolver un asunto legal. Consultada por Exceso, Dima Khatib, corresponsal-jefe del canal Al-Yazira árabe para América Latina, con sede en Caracas, confió que “López no tiene ningún derecho para retransmitir y traducir al español las emisiones de Al-Yazira. De haber algún proyecto de Al-Yazira en español, seguro que el canal tendría que considerar la propuesta del señor López, junto a otras propuestas que se han recibido desde España y Marruecos. Se estudiaría muy bien, porque Al-Yazira es uno de los 10 principales brand names del mundo y debe protegerse su calidad. Pero nada de eso ha ocurrido. Lo máximo que puede tener López con The Daily Journal o Canal de Noticias, tal como lo tienen muchos medios a la manera de APTV, EFE o AFP, es la posibilidad de citar una información de Al-Yazira dándonos el crédito”.
Pero da la impresión de que nada puede llevar a Julio Augusto López a pedir tregua. Otro traspiés reciente, la cobertura deficiente, a su entender, de eventos del presidente Chávez, lo supo resolver de manera ejecutiva con el despido de un grupo de periodistas y de los gerentes Pablo Leandro y Josefina López, reconocidos nombres del negocio televisivo que habían traído parte del know-how de su antigua casa, Venevisión. Al momento de redactar esta nota, mediados del mes de noviembre, seguía negociando con canales de la provincia la retransmisión de su noticiero, cuya señal iba a subir hasta el satélite. Mientras Exceso lo entrevistaba, su celular repicó: llamaba Arturo Sarmiento, nuevo zar de Telecaribe y trader petrolero al que las consejas cibernéticas adjudican afinidades con el gobierno bolivariano. “También negocio con Promar, de Mariano Kossowsky, en Barquisimeto”, se apresura a contrastar. “A nadie en su sano juicio se le ocurriría calificar a Promar como chavista”. Y agarra al toro de las maledicencias por los cuernos:
- A mí no me hace falta el dinero del chavismo. Y tampoco nadie del chavismo me ha llamado a darme dinero. ¡Claro que tengo amigos militares! Te voy a contar esto: cuando era jovencito obtuve una beca para estudiar Ingeniería en Brasil. Un requisito era aprender el portugués. Así que el año 86 hice el curso en el Centro de Estudios Brasileros. Conmigo estudiaba portugués un comandante que era jefe de la Casa Militar de Gladys de Lusinchi. Resultó ser Ortiz, uno de los cuatro comandantes que dieron el golpe con Chávez. Con él andaba un poco de militares que conocí entonces. Yo era un muchacho de 16 años que ni sabía en qué estaban. Sólo me entero cuando, en febrero de 1992, abro el periódico, veo la foto y me digo: “¡Yo conozco a todos estos!”. Muchos están ahora en el gobierno. Pero nadie nota que también soy amigo de Claudio Fermín. Y del general Camacho Kairuz, que se le volteó a Chávez el 11 de abril, ¿recuerdas? O que saqué al general Rosendo en la primera del diario. O que por aquí ha pasado Leopoldo López a conversar conmigo. ¿Por qué no me reclaman eso? ¿Ah?
Mejor no cambiar de canal. Julio Augusto López promete más, mucho más, entretenimiento.

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