N. de R.: El pasado 29 noviembre de 2009 tuve la suerte de apadrinar el lanzamiento de "El rapto de la Odalisca", la investigación hecha por la periodista Marianela Balbi sobre la desaparición, entre extraña y cómica, de un cuadro de Matisse de las bóvedas del Museo de Arte Contemporáneo de Caracas. El libro lo editó el sello Aguilar, del grupo Santillana. A continuación, las palabras que en la ocasión, celebrada en la Librería Kalathos de Caracas, pronuncié.
Podemos decir que hoy nos convoca una ausente. Es la Odalisca con pantalón rojo que Matisse pintó en 1925 y cuyo paradero se desconoce desde, al menos, 2002. No necesariamente era de las principales obras del artista francés, ni siquiera entre su serie de Odaliscas. Su destino marcado como pieza de segundo orden pareció confirmarse cuando en los años 80 se incorporó a la colección de un museo del tercer mundo… Aunque con ínfulas del primero.
La mala estrella de la pintura la acompañó hasta 2002, cuando se difundió la noticia de su suplantación por un trucho en el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas. Resulta que por esos días se empezaba a librar la que debía ser la madre de todas las batallas de nuestra confrontación política, el llamado paro petrolero o sabotaje, según fuera el bando desde el que se hablaba. De modo que el pobre lienzo, que ya para entonces había sufrido, según diversos testimonios, la ignominia de ser desprendido de su marco original para que lo engraparan a un bastidor burdo, apenas consiguió ser una información de relleno, casi un caliche, para la gran prensa venezolana. Fue alimento sólo por unos días de los circuitos de chismes y trascendidos de Internet.
Supongo que quienes por sus acciones, complicidad u omisiones, fueron y son los responsables de la sustracción de la obra de la bóveda del museo, daban por descontado, con alivio, la frágil vocación de nuestro periodismo por la investigación. Si los órganos jurisdiccionales no daban con la pista para resolver el caso, calcularían, mucho menos nuestro periodismo, supuesto perro guardián del interés público, que desde hace algunos años en Venezuela evolucionó a una mascota muy domesticada.
Pero es aquí donde entra a escena nuestra heroína, para efectos de esta presentación, nuestra querida amiga y colega, para todos los demás efectos. No contaban con Marianela Balbi. Ni con su astucia ni tampoco con su olfato periodístico.
Una vez pregunté a John Dinges, el famoso reportero del Washington Post de los tiempos de Woodward y Bernstein, y hoy profesor de la Universidad de Columbia, qué caracterizaba a un periodista de investigación. Después de algunas consideraciones generales, me respondió lo siguiente: “Es un hecho que de cada cien periodistas sólo diez hacen periodismo de investigación, y otros diez o quince pudieron haberlo hecho de haber tenido la oportunidad, pero también es cierto que cincuenta de ellos no reconocerían un tema de investigación aún si los golpearas en la cara”. La diferencia de esos cincuenta con el puñado de reporteros que investigan temas periodísticos estriba en el olfato. Ese saber identificar una historia que probablemente se conecte con las andanzas ocultas del poder.
Marianela hace gala de su olfato periodístico con esta investigación que entrega. Qué duda cabe de que se encontraba en desventaja para cubrir desde su quehacer diario un tema que, en cambio, pasaba todos los días por las narices de los reporteros de la fuente cultural, quienes, sin embargo, a pesar de que se dedican a seguirle el pulso a la actividad, no hallaron ni la motivación ni el sentido del deber para continuar con esta historia. Marianela sí, por suerte para la Odalisca desaparecida y para nosotros, sus lectores y conciudadanos.
Tengo también por algo especialmente meritorio el compromiso con que Marianela supo hacerse la oportunidad de investigar. En ese sentido, El rapto de la Odalisca, el libro que hoy tenemos en nuestras manos, constituye un verdadero triunfo de la perseverancia.
Por años he oído a grandes periodistas de investigación en América Latina, hablar sobre un método que técnicamente llaman Reportería a dos velocidades. Les ahorro los detalles de la metodología. Pero, presuntamente, se trata de un sistema que permite a un reportero sacar el trabajo diario, de poca monta investigativa, que sus medios o fuentes les exigen, pero dejando el espacio necesario para que, de manera simultánea, pueda abordar los temas de largo aliento que sean de su interés y requieran de un tratamiento más minucioso.
Pues bien: nunca he visto desplegar esa reportería de dos velocidades de un modo tan efectivo e intuitivo como Marianela en el seguimiento de la pista de la Odalisca de Matisse. Con el mérito especial de que la primera velocidad de Marianela no tiene que ver con el periodismo, cosa que le hubiese facilitado su investigación, sino que la hace lidiar con su actividad productiva cotidiana, más vinculada a la comunicación corporativa. Cómo hizo Marianela para armonizar esas dedicaciones y llegar a resultados, es algo que yo quisiera aprender.
También por años oí a Marianela hablar de este proyecto. La imagino por entonces entendiéndose con una historia tan compleja y de elenco tan amplio como ésta; con las dificultades de acceso a la información que predominan en este país; con la indiferencia, cuando no la abierta renuencia, de los funcionarios culturales que habrían de ser sus fuentes y que, validos de la prepotencia compartida por autoridades tanto de la Cuarta y de la Quinta República, manejaron y siguen manejando el patrimonio tangible de la cultura como meros trofeos de su poder personal; incluso, la imagino lidiando con el escepticismo de sus pares, los periodistas.
Por suerte, repito, Marianela persistió. Su perseverancia no es sólo cosa de agradecer por nosotros, los ciudadanos, a quien ella rinde cuentas sobre un asunto de interés público que otros, en buena ley, deberían reportar. Tengo la impresión de que la persistencia de Marianela es una lección para nuestra prensa, siempre tan liviana, dada al comentario, presta a seguir, atolondrada, el carrusel de escándalos que se suceden día a día y que ponen en la misma escala, de manera engañosa, temas de gran calado con la última declaración del presidente Chávez o un chisme de palacio.
Así fue como llegó el momento en que hubo un primer borrador del libro. Una de esas versiones iniciales, muy parecida a la que hoy se presenta como libro, cayó en mis manos.
Espero que Marianela me perdone la siguiente infidencia. Pero me consta que entonces a ella le inquietaba que su trabajo de años cristalizara en un texto tan conciso, con segmentos breves, casi brutalmente al grano.
Recordé entonces una anécdota que nunca he sabido si es apócrifa, pero que se atribuye a Abraham Lincoln. Parece que el presidente que enfrentó la más grave crisis de los Estados Unidos, autor de algunas de las piezas de oratoria más importantes de la era contemporánea, una vez escribió a un amigo en una carta lo siguiente: “Si hubiera tenido más tiempo, habría escrito una carta más corta”. En el aparente contrasentido de la frase, Lincoln, si acaso fue Lincoln, rendía tributo al trabajo más exigente de la escritura y en general de toda exposición de ideas, que es el trabajo de la eficacia. El de concentrar el empeño no en más cantidad, sino en la poda y el cincelado de las palabras y las ideas que desemboca en una mayor calidad.
Con este ejemplo en mente, y luego de leer ese primer borrador y la edición ya oficial de El rapto de la Odalisca, me siento en condiciones de concluir que esa brevedad que por un momento preocupó a nuestra autora, en realidad es el producto de un verdadero proceso de destilación.
Marianela hizo un esfuerzo reconocible a lo largo del texto por llegar a la verdad desnuda, esencial y comprobable, a los hechos y nada más que los hechos. Verán acá una historia despojada de juicios de valor, que sólo ofrece certezas fundadas en documentos y testimonios cruzados. Estoy seguro de que Marianela, como todos los buenos periodistas del género, no echó aquí el resto, que sabe más de lo que en el libro aparece, pero que se ha dejado guardado aquello que, aún conociéndolo, no pudo comprobar de manera fehaciente. Además, lo que sabe y comprobó ha querido contárnoslo sin recurrir a esos adjetivos que con frecuencia no embellecen el texto y que suelen, en cambio, llevar zozobra a la redacción de meritorios esfuerzos de reportería, haciéndolos parecer en cambio obras del ensañamiento contra un funcionario o una figura pública.
No quiero extenderme más en elogios que probablemente palidezcan frente al placer o el asombro que les va a deparar la experiencia real de lectura de El rapto de la Odalisca. He querido hacer unos reconocimientos mínimos y necesarios a Marianela Balbi.
Así que para terminar, sólo me queda compartir el regocijo, acaso un tanto pérfido, lo confieso, de imaginarme a todos aquellos que, repito, por acción, complicidad deliberada u omisión, fueron responsables de la pérdida, ojalá que temporal, de nuestra Odalisca con Pantalón Rojo. La tranquilidad de esos monstruos sagrados de la gerencia cultural, de esos traders del mercado del arte, perturbada ahora por la investigación responsable y el poder de la palabra blandida por una simple reportera. Seguro que se están poniendo nerviosos.
Se trata de un regocijo apenas menor que la renovada confianza de saber que, gracias al trabajo de Marianela, la Odalisca, todavía cautiva en su misterioso retén, vuelve a recobrar su capacidad para cautivarnos, si no con su serena belleza, sí con su historia de extravíos y verdades a medias. Una historia que Marianela Balbi ha hecho más difícil de olvidar, por lo menos, hasta que llegue el día, ojalá no tan lejano, de la justicia reparadora, de la restitución del cuadro de Matisse a sus verdaderos dueños, que somos los venezolanos, y la condena para los responsables.
Muchas gracias a todos y éxitos para Marianela y su libro.