21 de diciembre de 2007

Mientras llega a Cooperstown


N. de R.: Gracias a los buenos amigos y apasionados editores de la revista "Podium", de vez en cuando tengo la oportunidad de escribir sobre deportes, tema que me entusiasta aunque sólo sea en la butaca, jamás sobre la cancha. Aquí publico un perfil que me pidieron de Omar Vizquel a propósito de su despedida del béisbol profesional venezolano. Admito que lo que me complace de este texto fue el ejercicio de desprendimiento de mis prejuicios guairistas para tratar con justicia a un emblema del Caracas.

La despedida de Omar Vizquel
PRIMERO Y ULTIMO

Entre dos aguas se desarrolla la carrera del mejor campocorto defensivo en la historia del béisbol. Pero no se trata de su encrucijada sobre si conseguirá o no empleo para el próximo spring training. Es buena la oportunidad de su despedida de los diamantes locales para repasar la transicion que le ocupó entre ser el último ejemplar de la dinastía de grandes fildeadores venezolanos en la posición y ser el primer hijo de la clase media urbana que llegó a jugar pelota en grande.


Quizá haya que hacerse a la idea de que el regreso de Omar Vizquel a los diamantes venezolanos, esta vez en son de despedida, evidenciará junto al final de una carrera deportiva llena de glorias, la probable extinción de una especie endémica, de una cepa puramente criolla: del campocorto orgánico, ese menudo, ligero de pies y con una suavidad en las manos que compensaba la anemia del bate, en contraposición al cada vez más dominante campocorto trasgénico, al que la biotecnología deportiva y el mercado han acordado exigirle no sólo un desempeño óptimo con el guante sino además un rendimiento ofensivo de cuarto bate, y del que Alex Rodríguez y Troy Tulowitsky despuntan como ejemplares representativos.
Por supuesto que no hay nada de festivo en ser el último de los mohicanos. Pero si precisamos la tesis anterior, tampoco es que Vizquel vaya a hacer las veces del pájaro dodó en Grandes Ligas; más que un ejemplar en extinción, viene a ser como la remesa que queda por liquidar de un producto que alguna vez resultaba muy cotizado pero que un cambio radical del mercado arrojó a los precios de oferta, si no a la mismísima inutilidad.
Algo así debió pasar, por ejemplo, cuando el caucho y el balatá de la Orinoquía fueron sustituidos por los hallazgos de la química. O cuando ya la farmacéutica europea no necesitó más de aceite de palo para tratar con éxito las enfermedades venéreas. En Venezuela seguirán brotando de manera silvestre talentos y fisonomías como los de Vizquel, así como antes los de un Luis Aparicio o un Enzo Hernández, pero habrá que temer que de ahora en adelante ya nadie los sopesará en su justo valor.
Sí: su justo valor. Porque será una lástima, en términos estéticos, pero también una miopía en términos del espectáculo, concederle la primacía a los todoterreno. Un Alex Rodríguez o un Tulowitsky, por meterse con alguien, podrán rendir mediante números de excepción y hasta completar sobre el campo, como ya lo han hecho, jugadas espectaculares que ilustran los inimaginables alcances del cuerpo humano. Lo que no se les da muy bien, en cambio, son movimientos, gestos, sutilezas, imágenes sobre el campo que, expresándose en lo corporal y retando también a la imaginación, parezcan sin embargo originarse del alma más que del cuerpo. Eso, pues, que solemos llamar arte.
Vizquel ofreció, y sigue ofreciendo, arte. El arte del béisbol o, mejor: el arte del sior, para ubicarlo en su precisa especialización de raigambre criolla. Como Aparicio, en cierta manera, y a diferencia de Enzo Hernández, porque éste no tuvo tiempo de ajustarse; y sin duda, al igual que Concepción y Guillén; la veteranía concedió a Vizquel las herramientas necesarias para ir mejorando, temporada a temporada, su bateo en lo que respecta al promedio y, prodigiosamente, por encima de fatalismos antropométricos, al poder. Más sabe el diablo por viejo, se puede alegar. Sin dejar de lado, además, la buena forma física a la que Vizquel parece rendir culto y su ventajosa habilidad de ambidiestro. Pero eso es oficio, tecnología, adiestramiento. Donde el duende de Vizquel aflora es en la custodia de las paradas cortas.

EL IMPERIO DE LOS SENTIDOS
Los números, esos que casi sin chistar habrán de franquearle la entrada al Salón de la Fama de Cooperstown, describen muchos de los logros de su carrera: tres veces All-Star, 11 Guantes de Oro –nueve de ellos consecutivos, al menos uno con el uniforme de cada equipo en que militó, y en ambas ligas-, el mayor fabricante de doubleplays de la historia, el campocorto con la cadena más larga de juegos sin error en la Liga Americana, próximo a convertirse –gracias a su longevidad: si consigue contrato, el próximo abril estará completando 41 años de vida a la vez de arrancar su vigésima temporada en las mayores- en el de más apariciones en esa posición en toda la historia del béisbol organizado, el de mejor porcentaje de fildeo con más de 1.000 encuentros oficiales, entre otras estadísticas. Pero si los laureles pueden contabilizarse, la plasticidad no. El genio de Omar Vizquel se manifiesta en una dimensión que, de ser humana, ni proviene ni se aprecia en lo conciente: es asunto de los sentidos. No en balde, la vistosidad suele ser la categoría con que muchos testimonios asocian a algunas de los emblemas de Vizquel, como su característica jugada de tomar los roletazos o los botes de pelota con la mano limpia, o su histórica e irreproducible asociación creativa con Roberto Alomar alrededor de la segunda almohadilla de los Indios de Cleveland, a fines de los noventa. ¿Cómo se mide lo asombroso?
A estas alturas de la nota, su autor precisa tomar durante un párrafo la voz de la primera persona para hacer una advertencia al lector, a manera de una declaración éticamente necesaria: ojo, soy hincha de los Tiburones de La Guaira, equivale a decir, un resentido crónico desde hace tiempo y, claro, añorante de lustres antiguos de los que no queda casi nada tangible como no sean la samba del estadio y la moderna rivalidad con los Leones de Caracas. De modo que siempre –un lapso que abarca hasta este preciso momento en el que pulso las teclas de mi computadora– he percibido a Vizquel con la distancia escéptica, y por momentos hostil, que un fanático guaireño puede reservar para un icono caraquista. Pero también creo que es en este marco que adquiere relieve la apreciación desapasionada, si el adjetivo cabe para hablar del arte, de la obra de Vizquel. Recuerdo que el primer presentimiento de que Vizquel podría estar para cosas mayores de verdad lo tuve en un juego La Guaira-Caracas. Desde que obtuve cierto uso de razón, dicen que a la edad de siete años, 99 por ciento de mis comparecencias al estadio Universitario han sido a propósito de choques entre Tiburones y Leones. Al que quiero referirme debe haber sido en noviembre o diciembre de 1987. Iba con un buen amigo, magallanero, que, supongo, convino a acompañarme a un juego de dos equipos extraños más por la primera seña que por la segunda. En uno de esos baches en los que caen los partidos de pelota, la combinación de segunda base del Caracas completó una doble matanza de rutina, en la que correspondió a Vizquel hacer de pivote y lanzar a primera. Un relámpago que por unos segundos distrajo la atención, mía y de buena parte de los asistentes a la tribuna derecha del estadio, de las chanzas de aficionados y el llamado permanente a los vencedores de cerveza. Pero apenas instantes después, mi amigo me preguntó: “¿Te diste cuenta de la elegancia con que se volteó Vizquel?”, luego de soltar la pelota. Pues no, no la había visto. Aunque no me quedaran dudas que, de haberla visto, me habría sorprendido menos que el comentario de mi amigo, un magallanero –repito-, visceral pero escasamente erudito en el béisbol, que reparaba en un aspecto tan nimio y en todo caso ajeno a la propia acción del juego. O mi amigo se había equivocado de evento y se creía en una función de ballet del Teresa Carreño, o simplemente los lances de Vizquel daban fe de un don perceptible hasta para los adversarios con más encono.
De vuelta al ámbito de la tercera persona: de pronto la oportunidad de degustar la experiencia estética de Vizquel en juego se la debemos a la circunstancia, más bien histórica, de que la afición venezolana haya sido conquistada por deportes norteamericanos. Algún puntilloso lector anotará, con razón, lo siguiente: el baloncesto y el voleibol también son inventos norteamericanos. Muy bien. Pero las dos disciplinas que resumen el orden social, los valores éticos y las proyecciones colectivas de Estados Unidos, el béisbol y el fútbol americano, tienen varios rasgos en común: son deportes de equipo con una compleja reglamentación; el elenco que se despliega en campo difiere según el equipo esté a la defensiva o la ofensiva; se juegan con pantalones largos y, en general, con una indumentaria sobrecargada y hasta ridícula; pero, sobre todo –y lo que más interesa notar aquí-, son deportes en los que todos, gordos, altos, flaquitos, bajos, cerebrales, alucinados, lentos, rápidos, tienen cabida, una tarea que cumplir o una posición por ocupar. ¿Habría algún lugar para alguien con la complexión de Vizquel en el fútbol o el rugby o el básquet? Claro que no. Como tampoco para un Aparicio o, pongamos, para un Argenis Salazar o un Williams Ereú. Pero por algo será que en estas latitudes del Caribe nos acomodamos a este juego de larga duración, bastante estático, casi una analogía del abandono, pero con intermitentes explosiones de acción, apto para cerveceros o para gente pequeña, correosa y resistente, como un chasqui o como el propio Vizquel.

OH!MAR
El caso es que, con lo dicho hasta aquí, el retiro local de Vizquel –su despedida de campos venezolanos cuando, por fortuna, está entero y goza de salud y reflejos- y su retiro definitivo, menos inminente que cronológicamente inevitable, del béisbol, resultarán oportunidades para el reconocimiento, la conmemoración y, en definitiva, ese gran sentimiento asociado a la pelota que es la nostalgia. Como el cumpleaños de un familiar, pues.
Sin embargo, también se hace necesario caracterizar a Vizquel como un precursor en, al menos, un sentido: desde el debut del Patón Carrasquel con los Senadores de Washington en 1939, hasta la irrupción de Vizquel en el firmamento de Grandes Ligas 50 años después, los peloteros venezolanos –incluso aquellos fraguados a la sombra de esos enclaves de cultura gringa que fueron los campamentos petroleros- reproducían, desde su origen rural, la imagen del nativo un poco sorprendido y asimilado por la modernidad industrial para la cual, sin percatarse hasta entonces de ello, guardaba un bien de valor: un poco como pasó con el petróleo que yacía hasta principios del siglo XX en el subsuelo patrio sin que nadie reparara en su valor.
En cambio, Vizquel fue el primer ejemplar de la clase media urbana que arribó al béisbol mayor desde Venezuela. Más que sus mocedades en la urbanización El Cafetal del sureste caraqueño, el prestigio logrado por la profesión peloteril como vehículo de acceso a la riqueza, o, incluso, la universalización de los niveles educativos, ese origen pone de relieve algunos valores que el campocorto porta y manifiesta, tales como una cierta vocación empresarial, la aceptación y estímulo de la iniciativa individual como origen de todo emprendimiento, y su disposición en ser el primero de los peloteros criollos culturalmente dispuesto a plegarse a los mecanismos del mercadeo para promoción de su propia marca. ¿Lo dudan? Pues entonces resulta útil revisar algunos hitos de su biografía:
- La edición a cuatro manos con el periodista Bob Dyer del libro Omar!: My Life on and off the Fields, ya de por sí una aventura editorial sin precedentes en los anales de la transparencia beisbolística venezolana, vino además aderezada con típicos señuelos de promoción como las polémicas infidencias sobre José Meza –el relevista dominicano al que señaló como escaso de agallas para soportar las presiones de una Serie Mundial- y el toletero Albert Belle –nombrado como un truhán del bate encorchado-. Se ganó los enconos de los dos peloteros, algún señalamiento de deslealtad de parte de sus ex compañeros pero, en particular, muchas páginas de publicity durante la primavera de 2003.
- Su rol como entrepeneur que ha invertido en negocios como una industria de salsas y aderezos, una marca de bates -¡de bates! No de guantes- y todo un ramo del merchandising.
- La connivencia que siempre mostró ante una tendencia que hoy es norma pero de la que fue pionero: alimentar a los medios con notas acerca de los distintos flancos de su personalidad, desde su vocación para la pintura artística hasta su tumbao salsero, dando cuenta de una voluntad de integración entre cuerpo y alma casi renacentista.
La paráfrasis de la sentencia de Gramsci a la que tanto echa mano el presidente Chávez puede valer para Vizquel: mientras por un lado su estilo de juego y complexión es reliquia de algo que está por pasar a la historia, a su vez fue heraldo de un futuro que se le venía encima al béisbol venezolano, como en efecto se le vino la era del mercadeo y de los hijos de la clase profesional. Se puede decir que encarna una transición: de ser el último ejemplar de la dinastía de grandes fildeadores venezolanos en la posición, por un lado, y ser el primer hijo de la clase media urbana que llegó a jugar pelota en grande, por el otro. Custodio de una tradición deportiva concreta o fundador simbólico de una tendencia socioeconómica: ¿por cuál de esos méritos usted da más?

El buen editor


N. de R.: Venezuela tiene algo que ver con la editorial de Quino, Fontanarrossa, Liniers, Caloi y demás grandes del humor gráfico argentino: Ediciones de la Flor, que ahora cumple 40 años. Sus fundadores y persistentes cabezas, Daniel Divinsky y Kuki Miller, tuvieron que pasar el exilio en nuestro país. A propósito del aniversario y con ese viejo vínculo en mente, entrevisté por email a Divinsky para "El librero".

Daniel Divinsky a los 40 años de Ediciones de la Flor
“QUE QUEDE COMO UN BUEN RECUERDO EN LA CULTURA DEL CONTINENTE”

La casa editorial que en 1966 se proponía iniciar Daniel Divinsky, casi como cualquier empresa juvenil, padecía de oportunismo: cuando los militares que deponen al presidente Illia también ocupan la universidad y expulsan a toda la disidencia, el joven abogado y estudiante de Sociología de la Universidad de Buenos Aires, para matar el tiempo tan abruptamente disponible, se recuesta de un hobby recién adquirido. En la Facultad de Derecho tuvo la oportunidad de producir algunos libritos para el Centro de Estudiantes y de la experiencia le queda el regusto. Pero además de oportunista, la empresa luce desmedida. Cuando Pirí Lugones, amiga del chico y nieta del poeta Leopoldo Lugones, se entera del perfil olímpico de los temas y autores que desea editar, exclama: “¡Pero lo que ustedes quieren hacer es una flor de editorial!”. La expresión, mitad halago y mitad incredulidad, sirve de troquel para el nombre de la nueva compañía, que arrancaba con un aporte de 300 dólares.
Ya a los cuarenta años de distancia de aquel esbozo veinteañero habrá que acordar que el afán de Divinsky no era ni frívolo ni elusivo. De hecho, tan leal le fue en la inversión casi exclusiva de sus recursos y energías, que Ediciones de la Flor se convirtió tanto en su misión de vida como en un ícono de la cultura argentina, tal como lo acaban de constatar una exposición retrospectiva en el Centro Cultural Recoleta de Buenos Aires e innumerables reportajes de la prensa porteña.
Aún cabe suponer que un par de generaciones de lectores, acaso fans, latinoamericanos se sentirían en desamparo sin algunos de los autores del catálogo de Ediciones de la Flor. En primerísimos lugares Joaquín Salvador Lavado, Quino, y Roberto Fontanarrosa, por ejemplo. Pero también, ojo, como aclara Divinsky, “Umberto Eco (coeditado con Lumen de España en el momento de su gran impacto con El nombre de la rosa, que publicamos para su venta en Latinoamérica), Rodolfo Walsh, Ariel Dorfman, los más importantes dramaturgos argentinos como Carlos Gorostiza y Juan Carlos Gené, bien conocidos en Venezuela, Griselda Gambaro y otros. Visualizar a Ediciones de la Flor como una editorial de humor no es incorrecto, en la medida en que es el género en el que hemos obtenido nuestros mayores y más duraderos éxitos de ventas. Pero no oculta que nuestro catálogo incluye muchísimos títulos y autores de ficción y no ficción, y libros infantiles, que se han difundido enormemente: No hubo una especialización deliberada en un principio, si bien durante los últimos años estoy más atento a descubrir nuevos humoristas que nuevos narradores”.
La efemérides tendría que llevar adjunto un asterisco como referencia a los seis años de exilio que Divinsky y su esposa, Ana María Kuki Miler –pareja también en la gerencia de la editora y quien “introdujo la dosis necesaria de realismo y el dominio de los números imprescindible para que la empresa pudiera subsistir primero y prosperar después” – tuvieron que pasar en Venezuela. Algunos de sus autores llegaron a ser prohibidos por las autoridades y, por si faltaran malos augurios, el propio Divinsky quedó detenido durante 127 días a disposición de ese Poder Ejecutivo que por entonces, en 1977, detentaban Isabel Martínez de Perón y las Fuerzas Armadas a nombre del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional.
Divinsky y Miler dejan, pues, Argentina: “La verdad es que hicimos varias escalas previas y posteriores a Caracas… Un poema de Brecht dice algo así como que, al salir de Alemania, se iba probando países como chaquetas para ver cómo le sentaban. Pues bien: fue en Venezuela, muy pujante en el aspecto cultural en ese momento, donde tuvimos propuestas concretas de trabajo. Por un lado, para mí, desde la Biblioteca Ayacucho, a través de mi maestro y amigo, el crítico uruguayo Ángel Rama. Para mi mujer, experta en Literatura Infantil, del Banco del Libro que estaba preparando el lanzamiento de Ediciones Ekaré. Además, en Venezuela había amigos argentinos como Rodolfo Terragno, Miguel Ángel Diez, Tomás Eloy Martínez, y el país, la ciudad y su gente, que conocíamos de viajes anteriores, nos sentaban bien”. Pero el prodigio estuvo en que el asterisco del desarraigo no se tradujera en un paréntesis para Ediciones de la Flor; su gestión comercial siguió adelante.
- Como para 1977 los libros de Quino y Fontanarrosa que De la Flor ya tenía publicados se reeditaban con frecuencia, ellos fueron la base de la continuidad, a cargo de mi suegra, Elisa de Miler, y un reducido grupo de personas, teledirigidos por carta desde Caracas. No había correo electrónico, ni siquiera fax. Y comunicarse internacionalmente, vía el casi mítico 122 (que, creo recordar, hasta fue “inmortalizado” en su ineficiencia por una canción popular) requería paciencia sobrehumana: no existía el Discado Directo Internacional. Nos enviaban a Caracas, por correo o por viajeros, los originales propuestos, los leíamos durante los fines de semana, y los que decidíamos publicar aparecían, cuando la economía argentina y la de la empresa lo permitían. Como, bajo la dictadura militar, se vivió por unos años un artificial auge económico, en esa época se publicaron mayor cantidad de reediciones y de más ejemplares, que en épocas democráticas posteriores y que ahora mismo.

- Al mismo tiempo, usted se hacía cargo de una empresa precursora en Venezuela, la colección de los ‘Libros de Hoy’ que circulaba con El Diario de Caracas.
- Sí. La iniciativa de obsequiar con el diario de los domingos un libro “de verdad, verdad”, en vez de una revista o suplemento, había sido de Terragno y Tomás Eloy Martínez, pero llegaba la fecha de lanzamiento de El Diario de Caracas y no habían avanzado mucho, salvo en la decisión de comenzar con un texto de Guillermo Meneses. Por eso recurrieron a mi compañera y a mí, que aprovechamos el hecho de vivir en el mismo edificio que Juan Fresán, diseñador original del diario, para diagramar portadas e interiores en el parque de las Residencias Country. Durante un fin de semana pensamos varios volúmenes, y armamos incluso uno, sustitutivo del de Meneses, por si no se podía conseguir la autorización para éste (que finalmente se obtuvo). La colección nos dio una enorme satisfacción como editores: hacer libros que no había que vender, que eran recibidos con satisfacción (eso lo supimos luego) y que podían cubrir la amplia gama de intereses de los lectores de un periódico. Implicó una inmersión total en la cultura de Venezuela, no sólo la literaria, y fue una experiencia por entonces totalmente innovadora.

- Su editorial es reconocida por sus autores de humor y dibujantes, como los clásicos de Quino y Fontanarrosa, o ahora, con el boom de Liniers. ¿Qué cualidad le ha permitido a usted especializarse en el reclutamiento de esos talentos?
- Los procesos fueron muy diferentes. Quino ya publicaba con gran repercusión en otra editorial y recurrió a mí, inicialmente, como abogado para cobrar compulsivamente sus derechos de autor: su inclusión en el catálogo fue la muy bienvenida consecuencia de esa gestión profesional inicial. A Fontanarrosa lo descubrí cuando publicaba algunos cartones sueltos en un periódico político de izquierda, y en una revista provincial los comienzos de los que fueron luego sus famosos personajes. Liniers, en cambio, el más joven, saltó a la luz en el suplemento juvenil de un diario y le propuse editarle esos materiales, que luego fueron desplazados para comenzar con una recopilación de su poética tira Macanudo que, endosada por Maitena y su propuesta, comenzó a aparecer en un matutino de gran circulación, La Nación de Buenos Aires.

- Lo llamativo es que, ya consagrados e internacionalmente reputados, Quino y Fontanarrosa optaron por seguir trabajando con ustedes, una editorial tan pequeña.
- En el caso de Quino y Fontanarrosa, creo que funcionó el afecto personal, que hizo que no abandonaran el barco ni siquiera durante la prisión y exilio de sus editores. Este sentimiento se vio fortalecido porque, en lo profesional, sus intereses siempre fueron privilegiados y sus libros editados con la prioridad y cuidado que se merecían.

- Con ese ojo que ha demostrado tener, ¿a cuál nueva firma apuesta personalmente ahora?
- Un editor independiente, con ánimo de jugador, apuesta con igual fervor a todas sus elecciones. Si tuviera que dar un nombre que puede ser conocido en Venezuela ya, a través de Internet y de su blog, nombraría a Liniers. Y entre los muy desconocidos a una narradora de humor, Belén Wedeltoft, cuya primera novela, "Casualidades permanentes", todavía no apareció.

- ¡De nuevo el humor! Si hoy estuviera en el punto de arranque de su editorial, ¿qué haría distinto?
- He publicado libros de muchos géneros, pero muy poco de ciencia ficción. Esta pregunta sólo encontraría respuesta en esa rama de la Literatura.

- ¿En qué apuestas se ha visto retribuido, y en cuáles falló?
- Sin ninguna duda, y a años luz en cantidad de ejemplares de cualquier otro título, nuestros grandes éxitos fueron los diez volúmenes de la colección de Mafalda, cuyas tiradas desde 1970 hasta ahora no pueden totalizarse porque se perdieron los ficheros de confección manual que se usaban en los primeros tiempos: habría que pensar en un millón de ejemplares de cada volumen como mínimo, dado que las tiradas iniciales de los primeros números que publicó De la Flor, comenzando por el #6, eran de 200.000 ejemplares. No hubo sorpresas en los “fracasos”, sino más bien en los “sucesos”. Tal vez entre los primeros, el del libro de un humorista radial muy popular en Argentina, que debió dejar el programa diario en el que actuaba poco después de la aparición de su obra.

- Transcurridos 40 años, con una gran obra ya completada, ¿habrá continuidad en Ediciones de la Flor?
- Esta es la pregunta de los 64.000 dólares. Porque siendo una empresa familiar de una pareja sexagenaria, con un solo hijo que se dedica, justificadamente, a la música, y un nieto de tres años de edad, no existe lo que era el futuro tradicional de este tipo de compañías. Impensable aliarse con transnacionales, que es someterse. Está a la vista el destino de los editores que creyeron que esa supuesta “sinergia” era la salida: desaparecieron de las que habían sido sus empresas, como Esther Tusquets de Lumen, o Gloria Rodrigué de Sudamericana… Tampoco vender y retirarnos para ver desnaturalizado lo que tanto costó tanto con prestigio y coherencia. Tal vez sea un buen, o mal día, cerrarla y que quede como un buen recuerdo en la cultura del continente.

El retiro está en la tumba


N. de R.: Por estos días publicaron las fotos de un Carlos Andrés Pérez enclenque y algo ido, testimonio de una mala racha para los ex presidentes venezolanos que tumbó en una larga convalecencia -¿o agonía?- a Lusinchi, a Caldera y al propio CAP, y que ya dio cuenta de Luis Herrera Campins. Pérez está en el crepúsculo de la vida y, a pesar de que en el texto siguiente asegura con terquedad que no vive en el exilio, parece probable que muera en el extranjero. Se trata de una entrevista que le hice en 2001 en su refugio de la República Dominicana, a donde fue a parar entonces y donde un incidente coronario le trajo un primer aviso sobre su inexorable mortalidad. La publicó la desaparecida revista “Primicia”.


“EN LA INDIGESTIÓN IDEOLÓGICA DE CHÁVEZ SÓLO HAY MILITARISMO"

Al líder que en mayo de 1993 dijo preferir, mediante histórica cadena de televisión, otra muerte distinta a la deshonra y la defenestración, el destino estuvo a punto de contrariarlo de nuevo, hace tan sólo cuatro semanas. “Bueno, en realidad no fue más que un susto”, se alienta Carlos Andrés Pérez, desembarazado ya por una angioplastia la obstrucción arterial que lo puso el pasado 10 de julio, si no al borde de la muerte, sí a bordo de una aeroambulancia que lo trasladó de urgencia desde la ciudad de Santo Domingo a Florida. “Ya usted ve, aquí me tiene”, abre los brazos en ademán característico, “puede decir en Caracas que me vio lleno de vigor”.
Si bien en aquel entonces del impeachment, y de la irrepetible conjura de voluntades urdida para sacarlo del poder, Pérez tuvo al menos la oportunidad de evidenciar su estupor, esta vez el infortunio lo tumbó rápidamente en pijama sobre una camilla, sin mayor posibilidad de réplica o restitución de la dignidad, disminuido a la muy resignada –y, quizás por ello, impropia para un caudillo- condición de convaleciente. Pero la recuperación en el Cedars Medical Center de Miami fue corta: a los tres días le dieron de alta sin más precauciones, dice el dos veces presidente de Venezuela, que una autoimpuesta veda del alcohol “aunque ya me tomaré un trago de vez en cuando”, anuncia urbi et orbi.
No tardó tampoco en volver ni a su rutinaria prédica antichavista ni a la situación de convidado. Regresó a la República Dominicana, plaza que, gracias a las deferencias del presidente socialdemócrata Hipólito Mejía, ha estado alternando con Miami para guarecerse de las inclemencias de un destierro que pretende temporal.
Veterano en exilios, trotamundos en las buenas y en las malas, de Carlos Andrés Pérez habrá que decir que le acompaña, como expatriado, la estrella que quizás le viene faltando durante la última década de vida pública. En particular, el Caribe le reserva alivios eficaces contra la nostalgia, el desamparo y otros azotes del alejamiento: gobiernos más que amistosos, culturas afines a la venezolana, y viejas deudas de gratitud a las que resta mucho por saldar.
Se recuerda que en los años 50, Pérez –como buena parte de la dirigencia adeca en desbandada por la represión perejimenista- encontró refugio en la Cuba de Prío Socarrás y la Costa Rica de José “Pepe” Figueras, a cuyos palacios de gobierno, sonríe ya añoso el político de Rubio, estado Táchira, “yo entraba prácticamente cuando quería”.
Hoy, en la República Dominicana el PRD (Partido Revolucionario Dominicano) de su difunto amigo, José Francisco Peña Gómez, está en el poder. El actual presidente guarda consideración por Pérez en su doble investidura de ex mandatario de una nación amiga y mentor ideológico, lo que se traduce en miramientos como el oficial del ejército dominicano que hace las veces de edecán personal, y el vehículo que lo traslada por las calles de la ciudad, una “yipeta”, vocablo con el que los nativos distinguen a las camionetas tipo Blazer y que se han convertido en el símbolo más claro del arribismo oficial.
Pero no sólo hasta ahí llegan sus amigos. Al oeste de la misma isla de La Española, en la ciudad capital de Puerto Príncipe, el presidente haitiano, Jean-Bertrand “Titid” Aristide, tiene una habitación permanentemente preparada para las visitas de quien considera como su segundo padre. “Es más”, enfatiza Pérez, “el único retrato que tiene en la sala de su casa es una fotografía mía. Y eso tiene su razón: yo le salvé la vida a Aristide. La noche que lo derrocaron yo mandé mi avión y logré quitárselo de las garras a los dictadores haitianos. Me lo llevé a Venezuela”.

LA MUERTE QUE RONDA
Con tanta vocación antillana, puesta a prueba a lo largo de medio siglo, curiosamente persiste un detalle en el vestir que enseguida lo delata como un “alien” en el reino del ritmo y el sabor: le tiene alergia a la guayabera y es una dolencia –físicamente perceptible en una tarde estival de humedad y calor, como la de nuestro encuentro- que se corresponde, como debe ser en un político de la llamada “Cuarta República”, con la lealtad acérrima al flux y la corbata. Aunque, a decir de Pérez, no son cosas de deformación profesional sino de gentilicio: “Yo me he mandado a hacer guayaberas, pero la verdad que no me acostumbro. Prefiero ir más formal”, incurre en un desliz de vanidad antes de deducir, enfundado en un conjunto de color crema y con una vistosa corbata borgoña: “Así somos los andinos”. No sería la única vez durante la entrevista que citaría su estirpe cordillerana para explicar algún proceder. La recordaría también para justificar el bajo perfil que conserva con su esposa, Cecilia Matos, a pesar de haber regularizado su estado civil.”Eso somos los andinos”, repite para hacer a un lado el tema, “reservados”.

- Usted en Venezuela siempre ha tenido una imagen de dinamismo, de vigor. Con su reciente enfermedad, ¿cambia esa condición? ¿Lo ha hecho pensar en su mortalidad?
- La verdad es que lo mejor que uno puede hacer es no pensar en la muerte, a pesar de que es lo más seguro que uno tiene. Yo quisiera ser inoxidable pero lamentablemente me estoy oxidando. Pero, eso sí, tengo vigor y espero mantenerlo hasta la democracia haya sido restituida y mejorada en Venezuela.

- Pero, en esos momentos de malestar, ¿pensó en la muerte? ¿Pensó: ya me llegó la hora?
- No. Fíjese usted que cuando me sacaban en una camilla, de aquí en la República Dominicana para Miami, que debía estar quieto, me incorporé para saludar a la gente y decirle que estaba dispuesto a seguir mis luchas por la democracia en Venezuela.

-¿Se lo mandaba a decir a Fidel Castro también?
- Desde luego que yo tuve una larga relación con él, relación que nunca involucró una adhesión o aceptación de su pensamiento, sino mis motivaciones para lograr que Fidel se integrara al mundo latinoamericano. Yo tuve muchas reuniones con él, tuve incluso una entrevista secreta en La Orchila.

- ¿Habría algún tipo de fascinación mutua?
- No, en lo absoluto. Es un hombre de gran personalidad, pero yo nunca me equivoqué con respecto a quién era. Mis conversaciones con él siempre fueron respetuosas, pero también muy claras y terminantes, con respecto al pensamiento político.

- ¿Cree que, en efecto, Fidel Castro esté aconsejando al presidente Chávez?
- Fidel Castro hoy se está aprovechando, con “a” mayúscula, del presidente Chávez.

- ¿Para usted no habrá retiro?
- El retiro estará en mi tumba.

- ¿Y la vida familiar?
- ¡Pero es que la política es mi vida! Yo comencé a hacer política a los 14 años y desde entonces no he hecho más que política. Yo no he tenido otros puestos en mi vida que los puestos que me ha deparado mi acción política. Y esto lo he dicho yo cuando se refieren a mi fortuna: Yo no soy de familia rica, no tengo a quien heredar, nunca me dediqué al comercio, de manera que si yo tengo fortuna, me la tuve que robar. Todos los cargos que tuve fueron cargos públicos, claro, que me han dado la posibilidad de vivir adecuadamente, pero sin ninguna capacidad para gastos exagerados.

- El presidente Chávez suele referirse a usted como un “muerto político” y también acostumbra a preguntarse entonces cómo hace usted para seguir viajando por el exterior, tener viviendas, pagar cuentas…
- Todos los que están conmigo aquí, en Santo Domingo, saben cómo con esta enfermedad amigos míos tuvieron que suministrarme los fondos para pagar la clínica. No voy a dar nombres, pero algún día se podrá saber cómo he vivido yo. Ni llego a grandes hoteles, ni vivo en grandes fiestas, sino que llevo una vida absolutamente modesta y ateniéndome a las circunstancias. Yo tengo dos entradas: una, la pensión de ex presidente, y otra, mi jubilación como congresante.

- ¿En la “Quinta República” no le han interrumpido esos beneficios?
- No sé, me los pueden interrumpir cuando les dé la gana, pero yo tendría la acción de la justicia, con la que yo tampoco contaría, pero son derechos adquiridos.

- ¿Usted no teme, que en el contexto institucional y político de la Venezuela actual, se le pueda abrir otro proceso bajo cargos de corrupción?
- Yo no tengo ningún problema, porque ya me vieron ustedes cómo lo enfrenté cuando se me quiso hacer. Y cómo, a pesar de que fui condenado a dos años de prisión se tuvo que reconocer que no era por peculado o enriquecimiento ilícito, sino por la ayuda que yo le había prestado a Nicaragua y a El Salvador para liberarlas del problema del militarismo guerrillero que las tenía sometidas. De manera que yo estoy dispuesto a confrontar cualquier cosa, con la misma tranquilidad de conciencia que me permitido afrontar esto.

- Ese fue un proceso judicial, pero ¿y la historia? ¿Cómo desearía que lo sentenciara?
- Yo en eso estoy tranquilo. Porque yo sé que la historia va a ir decantando la realidad de lo que ha sucedido en Venezuela. Reconocerá los grandes esfuerzos que hicieron mis dos gobiernos por modernizar nuestro país. Y también tendrá que rendir honor a la honestidad y a la dignidad con que yo actué como presidente de Venezuela. Yo espero confiado en que esto sucederá, porque el tiempo pasará y no aparecerá mi fortuna por ninguna parte, ni en ningún heredero mío ni de nadie, y se darán cuenta de la realidad que yo viví, de cómo fue mi vida y de que yo fui un hombre honesto a lo largo de toda mi vida. Por eso es que yo me quedé en Venezuela a enfrentar las acusaciones contra mí.

- Pero esa reivindicación que usted espera puede ser póstuma.
- No importa. Mi única ambición ha sido la historia.

LOS CONVIDADOS SON DE PALO
¿Cómo debería lucir un búnker? La palabreja trae del idioma alemán imágenes de construcciones inaccesibles, revestidas de placas de hormigón y repletas con aparatos de luces centelleantes y mapas animados de los frentes de batalla. Nada, en cualquier caso, parecido al edificio Rosmar No. 80, en el sector El Vergel de Santo Domingo: una construcción vulgar de tres plantas, no muy lejos de las avenidas México y Máximo Gómez de la capital dominicana. Allí, en “un apartamento que nos prestó una amiga”, se alojan Pérez y su esposa, cuando no están en Miami con sus hijas menores. Blancas son sus paredes y en la sala, amplia, un juego playero de muebles de mimbre es lo único que ocupa espacio. Si éste es el puente de mando de la guerra sucia que, según el gobierno venezolano, Pérez capitanea, hace alarde de una economía de recursos impresionante. En un cuarto, junto a la hamaca personal del ex presidente, está la computadora con la que todas las mañanas navega por Internet, quizás impulsado, más que por la necesidad de leer noticias de Venezuela, por el deseo de no convertirse en un dirigente anacrónico, ajeno a la web.
“¿Conspirar yo?”, chancea, “¡Míreme dónde estoy!”. Dice no conocer a ninguno de los funcionarios policiales implicados, de acuerdo a las versiones oficiales, en el resguardo de Vladimiro Montesinos; en cambio, contragolpea con una pregunta: “¿Y por qué el gobierno de Chávez los tenía trabajando todavía en su policía política?”. Advierte, sin embargo, que su propia actividad política no se ha apagado en el extranjero y que “mientras tenga vida, lucharé por la restitución de la democracia en mi país. Una nueva democracia que corrija todos los errores, todas las corruptelas, en las que desgraciadamente había degenerado la democracia venezolana”.
Esa beligerancia amenaza con convertirle en una piedra en los zapatos de sus anfitriones. Para los parámetros de locuacidad y protagonismo que lo han caracterizado, la verdad es que Pérez parece haberse propuesto ser un huésped poco molesto. Pero los adversarios del presidente Mejía, en la partisana vida pública dominicana, no pierden ninguna oportunidad para hacer notar la polémica presencia. Durante el proceso electoral del año 2000, participó –junto al secretario general de la Internacional Socialista, Luis Ayala- en el mitin de cierre de campaña del entonces candidato Mejía, quien luego, como presidente, contó con Pérez –esta vez junto al ex presidente del gobierno español, Felipe González- como valedor del llamado “Paquetazo”, una serie de medidas de ajuste en el gasto público y de carácter impositivo. Buena parte de la opinión pública resiente, además, la gestión mediadora de Carlos Andrés Pérez en las tradicionalmente ásperas relaciones entre dominicanos y haitianos, juzgada por aquellos como favorables a éstos, cuando no simplemente imprudente.
Un alto directivo de uno de los principales diarios en la capital anota, además, que “Pérez puede convertirse en un problema de Estado”. Sus constantes arengas contra el régimen de Caracas, proferidas desde Santo Domingo, pudieran enajenar, se teme, la buena voluntad del presidente Chávez y de Venezuela, principal proveedor de combustibles para la isla a través de los dadivosos términos del Acuerdo de San José. Y durante el curso de la administración Mejía, por si faltaran otros ingredientes potenciales para el conflicto, el disenso parece haber surgido dentro del gobernante PRD en torno a la figura del ex presidente venezolano. Algunos militantes del ala ortodoxa socialdemócrata creen que el propio Mejía ha sucumbido al carisma de Hugo Chávez y como inicio de esa presunta simpatía personal entre ambos mandatarios –que iría en detrimento de la estancia de Pérez en Quisqueya-, se fecha la visita del presidente venezolano a la República Dominicana del año pasado, cuando juntos oficiaron otra ceremonia de la diplomacia peloteril en un partido de softbol.
Para colmo, cierto halo de misterio en torno a su presencia exacerba, localmente, la leyenda negra del ex presidente. Antes de su actual residencia, se acomodó en los hoteles El Embajador y Dominican Fiesta de la capital en las que, se decía, eran “lujosas suites”; pero en el último hotel, se apresura a aclarar Gerardo Zavarce –venezolano que sirve a Pérez como ordenanza en Santo Domingo, y hermano de Nestor, el recordado intérprete de El pájaro chogüi-, “no hay suites y lo que conseguimos fue una habitación grande por 66 dólares diarios”.
Se escribió sobre el boato vacacional de una casa propia en La Romana, centro veraniego de ricos y famosos, pero Zavarce interviene de nuevo para puntualizar que el ex presidente “llega a casas de amigos; le sobran las invitaciones. Si atendiera todas las que le llegan, no pararíamos nunca”. Medios de comunicación dominicanos, dignos de todo crédito, afirmaron en su momento que durante las funciones de inicio de la gira “El Niágara en bicicleta” de Juan Luis Guerra, en agosto de 2000 en Altos de Chavón y el estadio Quisqueya de Santo Domingo, se vio al progenitor de la “Gran Venezuela” acompañado de una rumbosa comitiva de 15 personas; pero, prosigue Zavarce su deber de orientación, “sólo fuimos el ex presidente, su esposa y yo, con unos pases de cortesía que nos dio el banco Baninter. Lo que pasa es que estuvimos en un área VIP, junto al presidente Mejía”.
Ahora es el propio Pérez quien suspira:
- Fíjese usted, ¡todas las cosas que inventan para decir que yo tengo dinero!

- También se denunció aquí que usted había adquirido el Hotel Hispaniola de Santo Domingo, privatizado por el gobierno a cambio de 16,5 millones de dólares.
- Eso quedó en el ridículo. Fue una versión creada por el eterno panfletario contra Peña Gómez, “Vincho” Castillo, porque yo he heredado los odios contra Peña Gómez, quien fue mi amigo. Nadie puede decir que yo tenga o un edificio o una fortuna. Nadie puede mostrar un cheque mío en un banco del exterior, porque yo no tengo cuentas en el exterior. Ahora, ¿qué sucede? Que, desgraciadamente por culpa de nosotros mismos, los políticos somos unos pillos, unos ladrones. Nadie cree que un hombre que haya sido dos veces presidente de Venezuela, que tuvo actividades ran importantes como la nacionalización del hierro y del petróleo, sea un hombre sin fortuna. Incluso mis propios amigos puedan sospechar que eso no sea cierto, pero yo, frente a esas sospechas, siempre he dicho que hay dos cosas que no se pueden ocultar: la tos y el dinero. Por algún lado salen.

- ¿Le atormenta, abruma o deprime, que siempre le persiga esa sospecha?
- Desde luego que es muy incómodo y, hasta cierto punto, humillante.

- Según la leyenda popular venezolana, usted llegó a figurar en la lista de los hombres más ricos del mundo.
- Eso lo inventaron. Yo recuerdo mucho que un periodista del diario “Panorama” de Maracaibo publicó una vez que yo figuraba como el décimo hombre más rico del mundo. Entonces abrí un juicio contra ese periodista y le dije que le quitaba el juicio si me mostraba el periódico o la revista de donde hubiera surgido esa información. No lo hizo, pero la Asociación de Periodistas vino a visitarme para pedirme que retirara el juicio y lo retiré. Jamás, en ningún periódico del mundo, ha aparecido ese hecho que me quisieron endilgar.

- ¿Y el apartamento de Sutton Place? ¿También es una leyenda infundada?
- ¡Ah, no, no! Ese es un apartamento que le regaló a Cecilia Matos el señor Ángel Cervini. Eso es bien sabido en Venezuela. Eso es cierto.

- Los amigos que le ayudan, ¿son venezolanos?
- Fíjese usted que, ahora, la ayuda máxima que he recibido ha sido, en vez de venezolanos, sobre todo de aquí, de amigos dominicanos que me han solventado muchos problemas económicos. Cada vez que voy a alguna parte es porque voy invitado con gastos pagos, o es porque alguien me ha facilitado el dinero.

- ¿Por qué escogió República Dominicana como residencia?
- Estaré entre República Dominicana y Miami por su cercanía a Venezuela. Aquí tengo un gobierno amigo, un partido amigo; tengo todas las facilidades.

-¿Asesora al presidente Mejía?
- No, yo soy amigo del presidente Mejía y hablo con él. Pero el presidente Mejía no necesita asesoramiento. Él tiene su buena conducción política.

- ¿Pero él no le consulta nada?
- Yo hablo con él, como con tanta gente. Yo no soy asesor. Hablamos de todo, claro, comentamos las realidades políticas, regionales, locales y mundiales.

- Se dice que el presidente Mejía y el presidente Chávez han hecho buenas migas.
- No, el presidente Mejía tiene formas de educación que, por cierto, le faltan al nuestro. Desde ese punto de vista, ellos se entienden cordialmente, pero más nada. Desde luego, yo tengo que ser muy discreto para expresar ciertas ideas sobre esta materia, porque estoy en la República Dominicana. Pero tengo plena constancia de que el presidente Mejía no tiene ninguna afinidad política con el presidente Chávez.

- En la calle, muchos dominicanos expresan simpatía por el presidente Chávez.
-No. Ellos tienen agradecimiento porque Chávez ha aumentado su participación en el Acuerdo de San José. Pero Chávez no lo hizo por los dominicanos. Chávez lo hizo por Cuba. Por otra parte, si usted sale por aquí por las calles de Santo Domingo y saben que usted es venezolano, se va a encontrar con un hecho en cierta forma desagradable para uno, pero desgraciadamente justificado: que sin ningún respeto le preguntan “¿Y cuándo sacan ese loco?”, refiriéndose al presidente de Venezuela.

-Entre sectores de la política y la prensa dominicanas, parece existir un malestar porque usted frecuentemente no sólo opina sobre cosas de política interna, sino que hasta se le ha visto de gira por el país, como si fuera un funcionario gubernamental.
- Jamás. A la única parte que he ido, fuera de Santo Domingo, fue a la frontera con Haití, porque estoy muy interesado en la solución del problema con Haití y ahí sí estoy interviniendo abiertamente. Visito Haití, hablo con el presidente Aristide, hablo con el gobierno acá, tratando de mejorar las relaciones. Yo no he ido a ninguna parte más. La embajada de Venezuela aquí ha querido inducir ese tipo de discusiones. Pero eso no tiene posibilidad alguna, porque, por otra parte, yo soy lo discreto que debe ser uno. Ahora, hasta cierto punto estas polémicas son inevitables, porque usted sabe que en nuestros países hay criterios parroquianos sobre el extranjero. Yo no me considero extranjero en ningún país de América Latina, yo soy latinoamericano.

- Pero aquí se le ve a usted como un defensor de Haití. Eso causa resquemores.
- ¡Ah, sí! Pero eso tenemos que arreglarlo. Ese es un problema de América Latina y de allí que yo no tenga por qué limitarme en el caso de las relaciones entre Haití y República Dominicana. Yo en eso sí me siento obligado como latinoamericano y no tengo ninguna contención.

- ¿A Aristide sí le da consejos?
- Converso con él, hablamos mucho.

- ¿Por qué se resiste tanto a admitir que aconseja a algunos de sus pupilos?
- Esa no es la posición de uno. Uno conversa, discute, presenta sus ideas… Pero más nada.

- Pero, por ejemplo, ¿qué lecciones extraería usted del colapso del sistema político venezolano, para compartirlas o con el presidente Mejía o con el presidente Aristide?
- Que los partidos políticos somos los grandes responsables de las tragedias de nuestros pueblos. En Venezuela, Acción Democrática y Copei fueron dos grandes organizaciones populares que tuvieron mucho que ver con la conformación de un proceso democrático y fueron luego los que lo llevaron a la tumba, porque se clientelizaron, se corrompieron. Esa experiencia tiene que presentársela uno a sus amigos en todas partes.

- ¿Y cree que sus amigos están tomando nota de ella?
- ¡Es que tienen que tomar nota, porque en eso se va la suerte de la democracia en América Latina! Y eso se lo acabo de decir en Perú a los apristas y a los partidarios de Toledo: que tuvieron mucho cuidado ahora que están de nuevo reestructurando los partidos políticos.

¿MI OTRO YO?
Puede que para él ya no haya frecuentes baños de multitudes, pero, por otro lado, la estela de su popularidad no se disipa todavía.Los taxistas de la ciudad y los agentes aduaneros del aeropuerto de Las Américas hablan de “mi amigo Carlos Andrés”, y en la costera Punta Cana, hace algunos meses, fue aclamado por cerca de 500 venezolanos que se encontraban en el principal complejo hotelero de la zona. “Fue tan entusiasta el recibimiento”, recuerda extasiado Pérez, “que un columnista que no es precisamente cercano a mí, Asdrúbal Zurita, se hizo eco del hecho en ‘Quinto Día’”.
Se trata, sin duda, de un don llamado carisma. Un don cuyas emanaciones traspasan fronteras y que, en el caso de Carlos Andrés Pérez, en cierto modo lo hermana con otro señalado, el presidente Chávez, cuyas maneras ya dan mucho de qué hablar tanto al ciudadano raso como a los medios de República Dominicana. Cara y revés del liderazgo visceral en Venezuela, algunos rasgos comunes sirven para especular acerca de parentescos y emulaciones.

- ¿Usted da crédito a los analistas que encuentran paralelismos entre el afán de proyección internacional que usted mostraba como presidente de Venezuela y el que tiene el presidente Chávez?
- Yo no tengo ansias de proyección internacional. Ni las tuve. Yo tengo ansias de conformar la integración latinoamericana.

- El presidente Chávez también dice que quiere eso.
- ¡Sí, por eso dicen que se parece a mí! Y es que él tiene ideas que parecen buenas, pero después las retuerce con su mentalidad deformada. Él tiene una indigestión curiosa de Simón Bolívar, Zamora, Simón Rodríguez, pero no tiene ideología, no tiene nada que ver con el marxismo-leninismo, él es militarista.

- ¿Qué otras ideas de Chávez le han parecido buenas?
- Básicamente, que él habla de la integración latinoamericana como un objetivo. Pero luego apoya a la guerrilla colombiana, apoya a los indígenas de Bolivia, apoya a los indígenas de Ecuador… El habla del mar para Bolivia, como yo hablé, pero lo plantea en unos términos controversiales frente a Chile. Él habla de la multipolaridad en el mundo y de una política activa por parte de Venezuela, pero la hace contrahecha, de acuerdo con su propia deformación ideológica.

- Entonces, usted descarta las posibles semejanzas con el liderazgo de Chávez.
- Pero, ¡cómo! Véame: estoy enfrentado a él.

- Usted, con frecuencia, ha estado vaticinando un golpe de Estado contra Chávez.
- No he estado vaticinando un golpe de Estado, sino una implosión del gobierno de Chávez. Y esto no es porque el deseo, o la esperanza de que esto suceda, prive sobre mi raciocinio, sino como producto del análisis objetivo de la situación que impera en Venezuela. La verdad es que éste es un gobierno sin operadores que le permitan atender a la solución de los problemas más graves que afectan al país.

- Pero ante esos problemas se podría decir, tal como suele alegar el presidente Chávez, que son herencia de 40 años de desgobierno, y que dos años no bastan para resolverlos.
- Indudablemente que, cuando él asume el gobierno, lo hace después de una fracasada y estúpida presidencia de Rafael Caldera, que hundió al país en una crisis sin precedentes y que le sirvió de base a Chávez. Pero no hay falacia más infame que esa que pretende presentar los 40 años de democracia representativa como 40 años de desastre para Venezuela. La verdad es que Venezuela fue transformada por la democracia.

- Cuando usted pronostica una “implosión”, más allá de sus dotes como analista, ¿lo hace porque maneja información privilegiada? ¿Mantiene vínculos con la oficialidad venezolana?
- Yo tengo un concepto sinceramente bueno de la formación institucional de los oficiales de la Fuerza Armada venezolana. Y esto me permite afirmar, con plena seguridad de lo que digo, que la inmensa mayoría de la oficialidad está descontenta. Yo, desde luego, conservo buenas relaciones y buen conocimiento de la Fuerza Armada. Pero tenga o no tenga yo esas relaciones, sería de mi parte una cosa insólita que yo pudiera hacer una mención pública de ellas.

- Si este exilio suyo se prolonga algunos años, ¿no corre el riesgo de convertirse, como llegó a serlo Pedro Estrada en París, en un gurú más o menos exótico por quien los venezolanos viajan a consultar algunas cosas?
- ¡Por Dios! ¡Eso es hasta ofensivo! Pedro Estrada era la expresión de la barbarie, no merece ningún recuerdo… Además, yo no estoy exiliado. Yo regreso a Venezuela. Lo que pasa es que estoy esperando el momento oportuno de hacerlo.

- Pero, actualmente, ¿vienen venezolanos a consultarle?
- Siempre. Por eso es que estoy en las cercanías. Hablo con todo venezolano que quiera hablar conmigo.